La figura del nativo alienado se define en relación a la figura de las personas “extranjeras al afecto” (alienadas afectivas) y la conciencia revolucionaria, ambas acuñadas por Sara Ahmed en La promesa de la felicidad (2019).

Ahmed explica cómo los nativos pasan a ser nativos alienados mediante la “misión civilizadora” de la colonización. Como justificación a dicho proceso, James Mill defiende que la incapacidad de los nativos de rechazar los objetos que les producen placer y confundirlos con objetos buenos es un síntoma inequívoco de inmadurez propia de un niño, y se sirve de tal equiparación para respaldar el proceso de colonización como una “liberación de la abyección” (Ahmed 265). “Al enseñarles ‘buenos hábitos’ a los nativos, la educación colonial crea una ‘nueva clase de personas’” (268) bajo el pretexto de incrementar la felicidad humana. Sin embargo, estos nuevos individuos, redireccionados; es decir, vueltos hacia el sentido correcto, educados a dejarse afectar de la forma adecuada por los objetos adecuados o buenos, se convierten en personas híbridas. Es decir, que el nativo, al imitar los buenos hábitos del colonizador, se aliena de sí mismo y del mundo que lo rodea.

Tal vez, la mejor forma de ilustrar esta “doble alienación” sea mediante la figura del nativo alienado leída desde la teoría anticolonialista presentada por Frantz Fanon en Los condenados de la tierra (1983). Según él, para que el nativo alienado sea consciente de su alienación, primero debe adquirir la conciencia revolucionaria., que resulta de la detección de la reproducción de cierto orden que define el “horizonte de inteligibilidad” (Ahmed, La promesa de la felicidad, 342) y del interés de determinadas convicciones sociales. Es decir, debe darse cuenta de que el mundo del colonizador en el que habita es un mundo extraño a él. Esto implica “ver a través” de su propia alienación, la cual ha sido constituida de tal forma que el mundo del colonizador sea considerado como el único “correcto”. En consecuencia, el nativo alienado se vuelve consciente de que no es el extraño que pensaba que era, y que el valor de su piel, su cuerpo, su corazón y su respiración no es menor que las del colonizador. La doble alienación es, por lo tanto, la comprensión y rechazo de aquella alienación que avalaba su rol de subordinado.