Dentro del universo cinematográfico de Almodóvar, encontramos varios personajes que discurren las líneas de la pariedad identitaria. Pero ninguno ha calado de forma tan honda como lo ha hecho el personaje de Agrado (Todo sobre mi madre, 1999).

La genialidad de esta figura ficcional se manifiesta en un monólogo en el que Agrado, ante un público decepcionado por la cancelación de la obra a la que asistía, decide darle un espectáculo que no esperaba: la historia de su vida. Es en este punto donde se revela la espectacularidad inherente al cuerpo feminizado. Con brillantez y con humor, Agrado relata cómo ella misma ha moldeado su identidad “de los pies a la cabeza”, cosa que hace de su cuerpo una declaración de la más perfecta de las autenticidades, esto es, aquella que una misma se proporciona.

Sin embargo, esta autenticidad de la que habla no está exenta de problemas. Su vida está claramente marcada por la violencia que conlleva vivir en el cuerpo de una prostituta trans. Los rastros del golpe en su nariz son la perfecta ilustración de lo que le pasa a la diferencia en el mundo heteropatriarcal en el que vivimos. Aquello que no es comprensible ni asumible dentro de la lógica androcéntrica es aplacado y violentado hasta poder hacerlo inteligible en sus términos. Con todo, Agrado tiene una visión muy clara de sí misma, y no está dispuesta a domesticarse, mucho menos asimilarse a nadie más. Como paria, sabe que su diferencia la excluye, pero no intenta subvertir las normas ni rebelarse abiertamente contra el orden establecido. Más bien, su resistencia radica en existir tal y como es, habitando los márgenes.

Su vivencia en lo marginal no es un acto de rebeldía ruidosa, sino una forma de resistencia silenciosa y firme. Desde aquí, transforma la exclusión en una afirmación de libertad, autenticidad y dignidad.