Yo en la psique creo muy poco
La palabra laica, laico, deriva del griego laike, laicos, que a su vez procede de laos, que significa “la gente”, la “gente corriente”. Y lo significa en contraste con el clero, sugiriendo una división del mundo en dos tipos de criaturas humanas, dos tipos vecinos pero autónomos, a la manera de las identidades: como si existiera una identidad llamada “gente” y otra llamada “clero”. Es un contraste nacido de una manera patriarcal histórica de organizar el mundo, y la cultura occidental masculina se ha apoyado mucho en esta separación entre la gente y el clero, expresándola con artilugios muy variados a lo largo del tiempo, mientras ha existido el patriarcado. 1 A las mujeres, en cambio, la separación entre “gente” y “clero” es una separación que nos repugna, aunque muchas veces acabemos usando el lenguaje de moda, sea político, religioso, antropológico, psicológico, etc., que insiste en mantener la separación, y lo usemos sencillamente porque está de moda. Sobre la repugnancia femenina a separar a la gente corriente de la administración de la vida del espíritu, recuerdo, de una carta de 1966 de María Zambrano a Reyna Rivas escrita desde La Pièce un poquito airada, un párrafo en el que María dice: “Te quiero, sí, aclarar que yo no he confundido una enfermedad física con una psíquica. No podría además, pues yo en la psique creo muy poco. No es ella la culpable de nada, pues que sirve cuando bien la mandan. La idea o presupuesto de la autonomía de la psique es uno de los elementos que quería disipar en el estudio sobre los sueños y el tiempo. En realidad, en verdad, a lo largo de toda mi pobre obra lo he ido haciendo”. 2 Es muy interesante esta actitud de María Zambrano de incredulidad en la psique, pues ella escribió mucho sobre el alma. Pienso que al hablar de la psique, María Zambrano se refiere precisamente al negocio del clero y de otros funcionarios, un negocio consistente en sostener la autonomía de la psique, precisamente porque la psique no es autónoma y necesita ser sostenida.Las mujeres sabemos que el alma es sostenida por la materia o cuerpo que la alberga. Por eso nos repugna la separación entre “gente corriente” (o laicidad) y “clero”. Las mujeres conocemos la cultura del nacimiento y sabemos que el cuerpo humano es uno e indivisible, excepto para el pensamiento abstracto. En realidad, la división entre clero y gente corriente o laica es una división que fundamenta una idea masculina de poder, que entiende que el poder es, ante todo, poder sobre los cuerpos, ejerciéndose este poder a través del dominio de la psique por parte de los funcionarios especializados en ello, un grupo de los cuales es el clero. Fueron hombres quienes inventaron eso de “divide y vencerás”. Una mujer sabe que el cuerpo es uno y es un don, un don de la madre, no una instancia de poder.
Una parte del feminismo de la zona occidental del mundo se ha opuesto a la división entre clero y laicado. Lo ha hecho dejando de reconocer autoridad al clero para, así, prescindir de él y de su poder sobre los cuerpos. Otra parte del feminismo ha reivindicado y reivindica el sacerdocio femenino y la participación de las mujeres en el estatuto clerical. Son dos opciones distintas entre sí pero, en mi opinión, no contrapuestas. Pienso que es muy importante no contraponer estas dos opciones (y lo dice una que no aspira para nada al sacerdocio) porque cuando una mujer deja que lo que las mujeres hacemos sea encajado en las antinomias del pensamiento binario, un pensamiento que es típicamente patriarcal, entonces la política de las mujeres se le escapa de las manos y ella dilapida su inteligencia por el camino.
¿Cómo se explica que no sean opuestas dos opciones que lo parecen? La explicación es que las mujeres sabemos que en la gente está todo: están todas las partes que, orgánicamente organizadas o aspirando a estarlo, constituyen un cuerpo humano. Lo sabemos porque tenemos con el cuerpo humano una familiaridad muy grande, nacida de la frecuentación. Y tenemos, por lo general, pocas aspiraciones al dominio de los cuerpos. Es verdad que el pensamiento binario y sus antinomias nos llevan a veces a equívocos y, por la fuerza de la repetición, desde que vamos a la escuela, de que el mundo está hecho de fuerzas contrarias, esta manera de razonar se nos imprime en la cabeza y se nos escapan testimonios de la libertad femenina, pero solo a veces. Recuerdo, por ejemplo, hace treinta años, a Victoria Sau advirtiéndonos en un acto feminista del peligro de las falsas alternativas: hay muchas oposiciones binarias que ni siquiera son tales, porque son falsas alternativas, y esta que me traigo entre manos es una de ellas, una de las varias traídas por el cristianismo.
Antes del cristianismo, en las religiones mediterráneas prepatriarcales, la administración del principal misterio de esta religión –la Trinidad– no necesitaba del clero, porque la trinidad era una trinidad femenina, compuesta por las tres madres (que ha estudiado Esther Borrell en el libro Les tres mares): 3 la abuela, la madre y la hija. La trinidad cristiana necesitó del clero porque es un lío, un lío que tapa con el discurso teológico la verdad de la generación humana, que es muy sencilla dicha en lengua materna. El clero se encarga de sostener el discurso, dada la fragilidad intrínseca a los discursos, intrínseca fragilidad porque en el discurso las palabras y las cosas coinciden solo en parte.
Pienso que las feministas que reivindican o simplemente desean el sacerdocio femenino siguen la tradición femenina prepatriarcal, una tradición que sabe que los misterios de la vida y del ser son cosa de mujeres. Ellas quieren estar en contacto con estos misterios, con estos secretos. Como si supieran (o porque saben) que una de las genialidades del cristianismo ha sido la de absorber mucho del orden simbólico de la madre. 4 El riesgo está en dejarse deportar, sin querer, al régimen patriarcal de significado propio de la jerarquía cristiana, del llamado cristianismo eclesiástico.
Porque la propia teología cristiana le debe mucho a las mujeres prepatriarcales. Se lo debe la concepción misma de Dios. En el cristianismo, que insiste en ser monoteísta porque lo es a duras penas, conviven dos ideas de Dios. Una, tal vez la original, es la idea de Dios Amor, interior al ser humano. La otra, la de la Iglesia de Roma y las que le siguieron a partir de la Reforma, es la idea de Dios Padre todopoderoso, creador, eterno y externo al ser humano. La primera idea de Dios, la del Dios interior, la del Dios Amor, coincide con la Gran Madre, ahora innombrada e innombrable, sacrificada al monoteísmo masculino. Coincide con ella porque la madre, cada madre concreta y personal, es la primera escuela del amor, la escuela en la que se aprende a hablar en una relación de gran intimidad. Es también la de cristianismos no jerárquicos como el cristianismo gnóstico de los primeros siglos de nuestra era o la religión cátara hasta que fue desarticulada por una cruzada (de Francia del norte aliada con el papado) en el siglo XIII; o la de la teología en lengua materna. 5 La segunda idea de Dios, la del Dios padre todopoderoso, externo al ser humano, es la de la Iglesia: la de Roma, primero, y de las demás iglesias jerárquicas cristianas, después. La Iglesia es la institución que administra la relación con ese Dios desconocido, ajeno y poderoso. Esta idea de Dios justifica la existencia y utilidad de la jerarquía eclesiástica, siempre masculina aunque haya sacedotisas o papisas. La administración de esa relación es el fundamento del poder de la Iglesia.
La feminista laica de hoy no lo es (pienso) al modo masculino de los siglos XIX y XX, que fue fundamentalmente nihilista, sino libremente. No necesita del clero y no le reconoce autoridad porque ella administra su cuerpo entero, sola o en relación con otra, como cuando dijimos “Mi cuerpo es mío”. Posiblemente sabe que el Dios de las mujeres existe y es Dios. Y está dentro de ella, porque es el Amor, el Dios interior. Es decir, sabe que existe lo universal como mediación y que lo universal como mediación es sexuado, como mostró Luce Irigaray. Dios es un universal como mediación sexuado en femenino y no necesita del clero. 6