La fecundidad y la pobreza
Las universidades fueron fundadas en Europa a finales del siglo XII como espacios de solo hombres para transmitir y generar conocimiento. Su principal originalidad consistió en unir escuelas catedralicias especializadas (también estas de solo hombres), en una única institución, como indica la propia palabra universitas (que deriva de universus, unus-verto, en latín “vuelto al uno”). Las mujeres tenían ya y siguieron teniendo después sus propios espacios de creación y transmisión de conocimiento. Fueron estos espacios las escuelas monásticas femeninas (el monacato fue inventado por una mujer, la teóloga griega santa Macrina o Macrina la Joven, que vivió en el Ponto entre aproximadamente el año 330 y el 379 ), 1 las instituciones de canonesas y, desde el siglo XII, las escuelas de beguinas, llamadas la Amiga, y las escuelas de cátaras, más otras cuya memoria no hemos guardado las mujeres universitarias.Las universidades tendieron, pues, desde su fundación, al uno, como tiende al uno, a la soledad, el cuerpo de hombre, sin determinismo alguno. Antes del siglo XX, lo femenino libre no formó parte de la mediación de las universidades con el conocimiento y con la enseñanza. Estuvo muy presente lo femenino oprimido y subordinado, particularmente desde mediados del siglo XIII, cuando las universidades empezaron a difundir en Europa una interpretación (atribuida a Aristóteles) de la política sexual que decía que las mujeres y los hombres somos sustancialmente diferentes y que los hombres son superiores a las mujeres. Pero no estuvo –insisto– lo femenino libre. Estuvo muy presente también la Virgen María, siendo María el nombre de las aguas amargas, “las aguas primeras de la creación” sobre las que el Espíritu reposa, 2 anteriores a la idea bíblica y patriarcal de creación que cuenta el relato del Génesis; y estando la Virgen por la maternidad sin heterosexualidad, por la fecundidad del espíritu entendido como femenino. La Virgen María fue y sigue siendo la patrona de muchas universidades medievales y modernas, por ejemplo de la primera, la de Bolonia, y también de la de París, la de Valencia, la de Barcelona, etc., primero como Virgen, luego como Inmaculada.
¿Qué hace la Virgen María en un espacio de solo hombres? Es una alegoría del deseo de que lo uno sea fecundo; o sea, es una alegoría de la fecundidad sin alteridad: sin la alteridad primera que a cada criatura humana se le presenta en su vida, alteridad que es el otro sexo, el otro sexo (insisto), no el sexo opuesto, pues la contrariedad es poco fecunda, aunque pueda ser constructiva.
Lo uno, eso que a veces es llamado “ narcisismo ” es, sin embargo, poco fecundo, entendiendo la fecundidad en su sentido originario de “lo que es producto de un parto ” (“ ventregada ”), compartiendo fecundidad , femenino y feto la misma raíz latina (del indoeuropeo *dhe, “chupar”). Es fecundo el dos. El uno construye.
Desde el siglo XX, la feminización de su alumnado y de su personal de administración y, en menor medida aunque también, de su profesorado, ha traído a la universidad la oportunidad de ser fecunda además de constructora de sistemas generales, por más grandes que ocasionalmente estos sean. La oportunidad de ser fecunda la ofrece día a día a la universidad la presencia corporal de las mujeres reales, ya que es el cuerpo de mujer la primera alteridad que conoce el hombre. Las mujeres, impulsadas por el feminismo, hemos traído a la universidad de hoy la posibilidad de que el conocimiento pase del uno al dos, pase de la construcción a la fecundidad. 3
Esto se parece mucho a lo que hizo Eloísa con el amor poco antes de la fundación de las universidades. Por eso es ella la protagonista del nuevo lema que las que sostenemos el Centre de recerca Duoda proponemos desde 2009 a la Universitat de Barcelona: “ Heloïse perfundet omnia luce”, “ Eloísa lo inunda todo de luz ”, un lema en diálogo e intercambio con el actual “Libertas perfundet omnia luce”. Eloísa cumplió, en el siglo XII, la hazaña de llevar al amor entre mujeres y hombres su cuerpo real de mujer, su presencia y figura, como estaban haciendo las trovadoras o trobairitz , 4 dejando atrás las innumerables fantasías de mujeres idealizadas fabricadas por la mente masculina. De ella escribió María Zambrano: “ Eloísa. Tal es el nombre de una hazaña y de una especie: hay hazañas que conquistan un modo de ser. Bajo los nombres esclarecidos pululan criaturas oscuras, anónimos seres que cobran nombre por la gracia de quien supo llevar a cabo la hazaña. Ningún héroe combate para sí solo; su pasión sería entonces declinable, y no lo es. [...] Las hazañas históricas sólo tienen sentido como nudos que se desatan para todos, dejando modos de ser libres, haciendo asequible para muchos lo antes cerrado, en virtud de la pasión de alguno. Así Eloísa padeció un destino al que acabó venciendo”. 5
Eloísa no se dejó idealizar jamás, ni siquiera cuando lo había perdido todo, ni siquiera ocho siglos después de su muerte. La idealización anula la potencia creadora de la alteridad, desarticula la provocación a la riqueza que la alteridad ofrece, porque omite el vínculo necesario entre el cuerpo y la palabra. Las mujeres de hoy hemos traído a la universidad lo irreducible de la alteridad femenina, irreducible que, si no es sacrificado por nosotras mismas a la voluntad de poder, puede volver fecundo el conocimiento universitario. Y llevarlo verdaderamente, del uno, al dos. Dicho de otra manera, lo otro que es mujer puede lograr que el conocimiento deje de ser académico sin dejar de ser excelente. En la universidad, la fecundidad consiste en esto: excelencia máxima con el mínimo de poder. 6
Virginia Woolf, en uno de sus ensayos feministas más famosos, el titulado Un cuarto propio, escribió sobre la fecundidad de la alteridad femenina: “Él abriría la puerta del cuarto de estar o del cuarto de la infancia –pensé– y la encontraría quizá entre sus hijas e hijos, o con un bordado en la rodilla: en cualquier caso, en el centro de un orden y de un sistema de vida distintos, y el contraste entre el mundo de ella y el suyo, que podría ser el de los tribunales o la Cámara de los Comunes, le daría inmediatamente frescura y vigor; y seguiría entonces, incluso en la charla más nimia, tal diferencia de opinión que las ideas disecadas de él se verían fertilizadas de nuevo; y el verla creando en un medio distinto del suyo aceleraría tanto su poder creador que, insensiblemente, su mente estéril empezaría a tramar de nuevo, y él daría con la frase o la escena que le faltaba, cuando se pusiera el sombrero para ir a verla”. 7
Con la fecundidad, las feministas hemos traído a la universidad, la pobreza, la pobreza elegida. Porque la pobreza es la muralla que mejor defiende de la voluntad de poder. Precisamente la fecundidad (y no la construcción) trae pobreza de esta índole. Casi todas las madres lo saben, lo sabemos: la fecundidad devora bienes para revitalizar la materia y, a la vez, hay que vaciarse para hacerle sitio al ser. 8 La pobreza, si es elegida, consiste en tener para vivir. Así, el resto del tiempo se lo lleva la creatividad.
Se lo lleva la creatividad, que es una manera de llamar a la tarea del ser; no se lo lleva la captación y gestión de poder social y de su significante principal, el dinero, el dinero que sobra, que excede a lo necesario para vivir. Existe un exceso femenino, sí, que tiene que ver con la fecundidad y la pobreza, y existe un exceso masculino, que tiene que ver con la voluntad de poder. Si es que se les quiere llamar “exceso”, usando el lenguaje de la teoría psicoanalítica racionalista.
Hoy hay en la universidad alumnos, algunos profesores y algunos administradores no patriarcales, es decir, con poca o sin ninguna voluntad de poder. No son muchos, pero están. Pienso que aquí tenemos las universitarias una oportunidad de alianza para que la alteridad femenina fecundice el conocimiento y la enseñanza, llevándolas del uno al dos. Y ellos tienen en nosotras una alianza para no desaparecer. Porque en nuestro mundo hay una guerra nueva, de la que no se habla porque se habla poco de política sexual. Es un estado de lucha continua entre dos formas de masculinidad: la patriarcal y la amorosa. He puesto ya el ejemplo de la guerra de Libia, y a él me remito.
Pienso que el feminismo ha traído a la universidad esta enseñanza: la fecundidad está en el dos, no en el uno, no en el individualismo moderno, no en el neutro pretendidamente universal propio del conocimiento universitario antiguo. La fecundidad está en la relación libre con lo otro, con ese otro “que paraliza a los hombres en el espanto”, según escribió María Zambrano; 9 no está en su integración en lo que ya hay. En la universidad, y no solo en la universidad, este otro es hoy otra: es lo otro que es mujer. 10