La política de las mujeres
En 1939 - 40 , en el texto La Ilíada, o El poema de la fuerza , la filósofa de lengua francesa Simone Weil ( 1909 - 1943 ) escribió pensamientos grandísimos sobre el ejercicio del poder fundado en la fuerza, en la fuerza que el poder da a quien lo detenta. Simone Weil tenía entonces treinta años, había conocido brevemente la Guerra civil española ( 1936 - 1939 ) y viviría la Segunda guerra mundial hasta su muerte en 1943 . Escribió, en ese texto, cosas tan impresionantes como estas: 1 “La fuerza manejada por otro es imperiosa sobre el alma como el hambre extrema, puesto que consiste en un perpetuo poder de vida y muerte. Y es un imperio tan frío y duro como si fuera ejercido por la materia inerte. [...] Tan implacablemente como la fuerza aplasta, así de implacablemente embriaga a quien la posee o cree poseerla. Nadie la posee realmente” (p. 5). “Al usar su poder nunca piensan que las consecuencias de sus actos los obligarán a inclinarse a su vez” (p. 6). “Tal es la naturaleza de la fuerza. El poder que posee de transformar a los hombres en cosas es doble y se ejerce en dos sentidos: petrifica diferentemente, pero por igual, las almas de los que la sufren y de los que la manejan. [...] esta doble propiedad de petrificación es esencial a la fuerza, y un alma colocada en contacto con la fuerza sólo escapa por una especie de milagro. Tales milagros son raros y cortos” (p.12). “Todo lo que, en el interior del alma y en las relaciones humanas, escapa al imperio de la fuerza, es amado, pero amado dolorosamente por el peligro de destrucción continuamente suspendido” (p. 15). [...] “Un uso moderado de la fuerza, que es lo único que permitiría escapar del engranaje, demandaría una virtud más que humana, y tan rara como el mantenerse digno en la debilidad ” (p. 9).Las ideas de Simone Weil sobre el ejercicio del poder no fueron entendidas por mucha gente de su tiempo. Un general famoso entonces, que gobernó durante muchos años la República francesa, la calificó de “ loca ”, no por estos pensamientos, pero por otros parecidos. Hoy, el cambio enorme de sensibilidad y de civilización que ha traído a muchas mujeres y bastantes hombres el final del patriarcado, permite darse el lujo de escucharlas y discutirlas sin miedo.
Simone Weil asocia con naturalidad el poder con la fuerza. Esto era habitual en el siglo XX, a consecuencia del triunfo del tipo de política que todavía hoy se suele considerar la política, que es la fundada en los partidos políticos, partidos que, por lo demás, no esconden que entienden la política como un juego de fuerzas. La originalidad del pensamiento de Simone Weil está en que opina que la fuerza degrada (porque convierte en cosa, en materia, en piedra) a quien la sufre, sí, pero también, implacablemente, a quien la ejerce y maneja. Hasta hace poco, mucha gente creía que el poder es bueno sin fisuras, y que el obtenerlo da felicidad y permite hacer muchas cosas, sin preguntarse si lo que permite hacer es sobre todo cosas equivocadas.
Al hablar del poder y de la fuerza, Simone Weil habla siempre en masculino y sus interlocutores parecen ser hombres. Las mujeres aparecemos de vez en cuando, pero en otro lugar y en otro simbólico, es decir, en otro régimen de significado. Ella supo reconocer el valor de la ausencia histórica de la mayoría de las mujeres de los círculos y circuitos del poder y de la fuerza, y se aprovechó de esta ausencia para pensar y escribir libremente como mujer.
Hoy, también esto ha cambiado. El triunfo del principio de unidad de los sexos ha hecho que, en las últimas décadas, bastantes mujeres se hayan desplazado a los circuitos del poder y de la fuerza y estén intentando ver qué es lo que pueden hacer ahí. Todavía no sabemos a ciencia cierta si sus experiencias confirman o no el pensamiento de Simone Weil que dice que la fuerza "petrifica diferentemente, pero por igual, las almas de los que la sufren y de los que la manejan". Sí sabemos, en cambio, y yo puedo decir que lo he visto más de una vez, que algunas o muchas han conocido la impotencia del poder fundado en la fuerza, ese “Nadie la posee realmente” que decía Simone Weil, aunque diría que sin conciencia clara de ser poseídas por ella.
Cuando yo era estudiante, la seducción del poder era grande para una mujer, tanto que ni se nos ocurría pensar que su ejercicio pudiera degradarnos. A Simone Weil no recuerdo que se la citara nunca, y lo que en la universidad se explicaba entonces solo podía ayudar a no entenderla, no tanto por la dictadura como por el patriarcado, pues también en la universidad, como en la escuela, se nos enseñaba entonces a admirar precisamente lo que es resultado de la fuerza. De todo ello resultó que las que se desplazaron a los circuitos del poder pudieron hacerlo, aunque ciertamente no siempre, con cierta ingenuidad, ingenuidad que ocasionalmente llevó a las mejores a intentar gobernar de otra manera, una manera que consistió en intentar hacer un uso moderado de la fuerza, eso que (decía Simone Weil) es una virtud “tan rara como el mantenerse digno en la debilidad ”.
Pero otras muchas no nos desplazamos a los circuitos del poder y de la fuerza y, estuviéramos donde estuviéramos, intentamos vivir ahí fieles a las certezas que las mujeres conocemos por experiencia. La principal de estas certezas era y es que las mujeres y los hombres no somos iguales (sin ser tampoco desiguales) y que no somos iguales entre nosotras las mujeres, si bien toda criatura humana es igual en valor y en necesidad. 2 Estas no son certezas del orden social, que las niega continuamente, sino que son certezas del orden simbólico, más precisamente del orden simbólico de la madre.
De estas certezas fueron naciendo un pensamiento político femenino y una práctica política de las mujeres de los que servirse en la parte de las vidas femeninas de mi generación que se desarrolla en los circuitos del poder y de la fuerza, y no quiere entrar en el régimen del poder y de la fuerza sino atenerse a las certezas que las mujeres conocemos por experiencia. Es pensamiento político practicado y creado sobre todo en Italia, en la Librería de mujeres de Milán desde su fundación en 1975 , y en la comunidad filosófica femenina Diótima de la Universidad de Verona desde 1984.
Este pensamiento político afronta la contradicción (¿paradoja?) importantísima que se habrá notado ya en algo que acabo de decir. He hablado de mujeres que se han desplazado a los circuitos del poder y de la fuerza, y de mujeres –yo, por ejemplo– una parte de cuyas vidas se desarrolla en los circuitos del poder y de la fuerza, y, aun estando ahí dentro, no quieren entrar en el régimen del poder y de la fuerza. ¿Cómo lo hacen? ¿Cómo vivir continuamente en vilo entre la fuerza que ordena tradicionalmente un espacio y lo que a estas mujeres nos gusta que ordene ese mismo espacio, y que es el sentido: el sentido de lo que ahí haces y de lo que ahí vives? Pienso que en esta contradicción o paradoja está el secreto de las creaciones políticas femeninas para gobernar obtenidas en estos tiempos de final del patriarcado. Una orientación la da la propia lengua, que desvela la contradicción dejando que la palabra “ordenar” exprese dos significados completamente distintos: ordenar entendido como imponer, como ordeno y mando, o sea, en el régimen de la fuerza, y ordenar entendido como poner orden colocando cada cosa en su sitio, sin violencia.
Pongo un ejemplo bastante corriente hoy. Una chica quiere dedicarse a la carrera universitaria. Presta a ello toda su atención, lee su tesis doctoral y entra en un Departamento como profesora asociada, por ejemplo. No tendría nada de especial que, entonces, ella deseara ser madre: una vez, o dos, incluso tres veces, aunque esto último parezca casi una herejía. Toma pronto conciencia de que, si decide ser madre, el régimen de la fuerza que es propio de la universidad (y esto no es algo que haya descubierto yo) la obligará a vivir durante años en el error de epistemología que deriva del ser sometida a la contradicción continua entre la carrera y el amor, en este caso el amor a la criatura que ha deseado tener y que lo espera de ella y no de cualquiera para estar bien. Todo ello a pesar de que “el amor es una creación espiritual como el arte, como la ciencia”. 3 Y es de creaciones espirituales de lo que se ocupa la universidad.
La sustancia de la política de las mujeres que permite sustraerse del régimen del poder y de la fuerza para gobernar, es la práctica de la relación de autoridad. “El máximo de autoridad, con el mínimo de poder ”, hemos dicho. 4
Autoridad es una palabra que ha sido completamente resignificada por el pensamiento de la diferencia sexual femenina en la segunda mitad del siglo XX. Fue resignificada en un momento en el que la autoridad había llegado a confundirse con el poder, tanto que el abuso de poder era llamado corrientemente “autoritarismo”, en vez de “poderismo”, como sería justo llamarlo. Autoridad deriva del latín augere, que significa “crecer, acrecentar”, y de este origen conserva lo esencial de su sentido. Lia Cigarini, de la Librería de mujeres de Milán, ha escrito que la autoridad es una “cualidad simbólica de las relaciones”, o sea, la cualidad de sentido, el más de sentido de la vida, que genera la relación por sí misma, por el gusto de estar en relación. El más generado por la relación, se lo queda quien lo reconoce, quien reconoce autoridad. Por eso, se puede decir que la autoridad es de quien la reconoce, frente al poder, que es de quien lo detenta y lo ejerce sobre otras u otros. Por eso, también, la autoridad no se encarna en nadie (nadie es la autoridad) ni tampoco se acumula, sino que existe en tanto que circula. 5
La autoridad es de raíz femenina, han escrito las filósofas de Diótima. El oír esto molesta, porque el principio de igualdad universal nos ha constreñido mucho. Pero si nos tomamos la libertad de pensar que el ser mujer es una riqueza y el ser hombre es una riqueza (la riqueza inagotable de la alteridad) deja de molestar.
En los circuitos del poder, la práctica de la relación de autoridad permite a las mujeres y a los hombres ganarle espacios al régimen de la fuerza: día a día, vida a vida, incansablemente. Sin excluir el conflicto, pues el conflicto ni se deja abolir ni se desea abolir. La práctica de la relación de autoridad ayuda a que el conflicto no sea destructivo sino, precisamente, relacional.
Pienso que la recuperación del sentido original de la autoridad explica que esté disminuyendo el número de mujeres en las cúpulas del poder en este momento. Lo cual es bueno, porque indica que más mujeres han visto que el poder “petrifica” también a quien lo ejerce. Las estadísticas dicen que en algunos países de la Unión Europea ha disminuido el número de mujeres en los gobiernos entre 2008 y 2009 , pasando, por ejemplo, en el Reino Unido del 27,27% en 2008 al 23,81% en 2009, en Austria del 40% en 2008 al 33,33% en 2009 , en Francia del 30,77% al 23,81%, en los Países Bajos del 39,29 al 17,65%. 6 Esta disminución no es consecuencia de que falte igualdad, sino de que sobra. Es consecuencia de la imposición social y legal del principio de igualdad o unidad de los sexos, una imposición que destruye autoridad femenina, autoridad femenina cuyo reconocimiento es –yo pienso– lo único que permite que una mujer gobierne como mujer y no como aspirante a hombre.