Interpretar el trabajo para poder contemplar: beguinas y mendicantas
Sexuar la experiencia del trabajo
El trabajo, asalariado o no, es una de las actividades humanas más (y más polémicamente) interpretadas a lo largo de la historia. San Benito de Nursia es famoso desde el siglo VI por su modo de vincular el trabajo con el rezo en el lema más conocido de la Orden que fundó en el año 529 ; en el siglo XVII, el trabajo pasó a ser un componente fundamental de la masculinidad laica y privilegiada moderna, algo que no había sido hasta entonces. Solo en nuestro tiempo, sin embargo, hemos tomado conciencia las historiadoras y la gente en general de la sexuación del trabajo.Cuando en el feminismo de los años setenta se habló críticamente de la división sexual del trabajo o, mejor dicho, de la división del trabajo en razón de sexo, pensábamos que el trabajo era uno: era uno en el sentido de que entendíamos que valía igual y lo vivíamos igual las mujeres que los hombres, siendo la organización concreta de su reparto en una sociedad, un resultado más de la opresión histórica de las mujeres por los hombres. Es decir, las historiadoras (y las sociólogas) feministas pensábamos entonces que el trabajo era un neutro universal, indiferente a la sexuación de la experiencia humana e independiente de ella. Hoy sentimos que no es así: hoy notamos que existen, primero, dos experiencias del trabajo: la del cuerpo humano masculino, la del cuerpo humano femenino, y, luego, sin duda, muchas experiencias más.
¿Qué quiere decir que el trabajo es sexuado? Quiere decir que cada una de sus manifestaciones históricas es, en realidad, dos: la que vive una mujer, la que vive un hombre. Lo es ineludiblemente, sin serlo, al mismo tiempo, necesariamente. Porque responde a la sexuación humana, o sea, al cuerpo, y porque, no obstante el cuerpo, el ser mujer u hombre se elige, sabiendo que no es objeto de elección. Es decir, el cuerpo se obstina en ser y, simultáneamente, se limita a sugerir una posibilidad de ser, sin determinar nada. La libertad humana radica precisamente aquí: he nacido mujer, he nacido hombre; mi cuerpo lo indicará siempre, pero el seguir esta indicación no es obligatorio y no ha sido obligatorio nunca (por eso se ha empleado tanta fuerza en imponer el signo del nacimiento, en las sociedades patriarcales).
Clara de Asís ( 1194 - 1253 ), que fundó en 1212 la forma de vida que lleva su nombre (claras, clarisas), interpretó el trabajo sexuándolo en femenino al pensar su Orden mendicante para mujeres que habían elegido serlo de manera que la pobreza más rigurosa soportable fuera su mediación con la contemplación de Dios. Santa Clara interpretó el trabajo tomando como medida de él la pobreza voluntaria (la “altísima pobreza ”) con el propósito de excluir de su vida y de la de sus hermanas de comunidad todo lo que del trabajo resultara superfluo, y todo lo que de él resultara ser fuente lucro. ¿Para qué? Para que, quitándose el trabajo de gestionar los beneficios de este, toda la energía humana femenina posible fuera dedicada a la contemplación. Algo análogo hizo Teresa de Jesús ( 1515 - 1582 ) al pensar el camino de perfección que ella propuso a sus amigas cuando reformó el Carmelo en su fundación de San José de Ávila: también ella exigió una pobreza rigurosa, no la combinación del rezo y el trabajo propia de san Benito; tan rigurosa fue que prohibió que pidieran limosna, citando de Clara de Asís la frase que dice: “grandes muros son los de la pobreza ”. 1 Francisco de Asís, en cambio, entendió que para cumplir el deseo espiritual de sus monjes era pertinente una interpretación distinta del sentido y del valor del trabajo en su Orden mendicante masculina, proponiendo una pobreza y, con ella, una exclusión del trabajo, menos rigurosa, ya que consintió la mendicidad.
Eloísa (h. 1099 - 1164 ) describió con eficacia el sentido femenino medieval de la experiencia de la sexuación humana cuando, ya madre de su hijo Pedro Astrolabio y viviendo en la comunidad religiosa del Paraclète, pidió a Abelardo en una carta que redactara una regla propia para mujeres argumentando que su experiencia de la vida monástica es una experiencia sui generis, es decir propia. Dice:
“que tú establezcas y nos escribas una regla que sea especial para las mujeres, en la que se describa por entero el estado de nuestra conversación y el hábito, porque nos hemos dado cuenta de que nada semejante ha sido hecho por los santos Padres. Por este defecto y carencia, se da de hecho que en los monasterios observen la profesión de la misma regla tanto los varones como las hembras y sea impuesto el mismo yugo de la institución monástica por igual al sexo débil y al fuerte. Una única regla de san Benito profesan ahora entre los Latinos las mujeres al igual que los varones. Puesto que, según consta, fue escrita solamente para varones, solo ellos pueden cumplirla, sea como súbditos o como prelados”. 2
Las mujeres, por tanto, interpretamos el sentido de la vida y del trabajo en el presente y lo hemos interpretado a lo largo de la historia. Unas veces lo hemos interpretado con el propósito de concordar la producción y conservación de bienes y de mercancías con las prácticas de creación y recreación de la vida y la convivencia humana, 3 derivadas directa o indirectamente del signo exclusivo del cuerpo femenino que es su capacidad de ser dos. Otras veces lo hemos hecho para concordar la producción de bienes con la contemplación. Otras, para dedicarnos solo a la contemplación o solo a la maternidad y lo que de ellas deriva.
El deseo de contemplación recorre con intensidad las vidas femeninas, con independencia de las religiones instituidas, porque las mujeres somos las depositarias y garantes del orden simbólico, que es sencillamente la lengua llamada precisamente materna, es decir, la lengua que hablamos; siendo la contemplación una práctica privilegiada de búsqueda de simbólico, que es, a su vez, una manera de llamar al sentido libre que a la vida y a las relaciones les damos la gente. En la contemplación, a una mujer se le hace epifanía de la realidad, que es la expresión con la que María Zambrano llamó en el siglo XX a la visión: “Es el entrar en la conciencia, y, aun más que en la conciencia, en la luz, un suceso glorioso, la epifanía que tiene toda realidad que accede por fin a hacerse visible”. 4
En la Europa medieval se dio un paso decisivo en la concepción del trabajo, un paso que ha dejado huella en la fisonomía de las fuerzas productivas y en la configuración básica de las relaciones de producción hasta la actualidad, aunque apenas haya dejado huella en la historiografía.
Sexuar la economía política
Es sabido, porque lo enseñó el materialismo histórico, que una de las características originales de una sociedad es la interpretación que esa sociedad haga del trabajo. Una vía importantísima para conocer la interpretación del trabajo propia de una sociedad es el estudio del grado de desarrollo de sus fuerzas productivas y, simultáneamente, de los cambios ocurridos en las relaciones de producción en las que en esa sociedad se trabaja, ya que el trabajo se hace casi siempre, si no siempre, en relación.El cambio introducido en la Europa medieval en lo relativo a la interpretación del trabajo y, por tanto, a su organización, fue el paso de la esclavitud como relación de producción y, por ello, de trabajo, dominante, a la relación de producción servil. El materialismo histórico interpretó este paso en la concepción del trabajo como de desarrollo de las fuerzas productivas y como avance en las relaciones de producción.
Interpretó este cambio histórico con el lenguaje del derecho, diciendo que la servidumbre se distingue de la esclavitud en que los siervos y las siervas tuvieron personalidad jurídica, aunque fuera incompleta.
Para interpretar sexuadamente el trabajo, es importante recordar que, originariamente, la personalidad jurídica, los esclavos y esclavas la adquirieron mediante el matrimonio, es decir, mediante la conyugalidad legal. Ya en la documentación bajoimperial romana aparecen como novedad los servi casati, o sea, los esclavos casados, que quiere decir que tienen una casa y están casados. Es un tema confuso, pues servus, serva significa esclavo/a en latín clásico. Esclavo, esclava, es un término medieval, por los muchos esclavos eslavos que hubo. La aparición de servi casati indica que había habido en la sociedad una transformación de las fuerzas productivas y, por tanto, ha habido una transformación de algo fundamental relativo al trabajo. Esto es así porque cuando la relación de producción dominante era la esclavista, las fuerzas productivas procedían de la guerra y de los mercados de esclavos/as, ya que en los ergástula “no cunde el hombre”, por parafrasear a Max Weber. Cuando la relación de producción dominante pasó a ser la servil, fueron las mujeres siervas las que crearon y criaron las fuerzas productivas, y ya no, o no principalmente, el mercado de esclavos y la guerra. Este fue un cambio en sus vidas que intervino en el modo en el que muchas mujeres trabajaron e interpretaron el trabajo.
Se trató de un cambio que el materialismo histórico (que de mujeres en la historia o, si se prefiere, de la diferencia de ser mujer en la historia sabía poco) nos enseñó a interpretar como prueba de desarrollo de las fuerzas productivas y de avance en las relaciones de producción. Añado que fue un cambio que a una historiadora le plantea preguntas que son de política sexual, no o no solo de economía política. Las preguntas son: ¿qué sentido tiene para una esclava la interposición, ahora, entre ella y su antiguo dueño, de un nuevo señor, su marido? ¿Cuáles son los vínculos históricos entre el desarrollo de las fuerzas productivas y el patriarcado? ¿Son las fuerzas productivas masculinas las que se desarrollan, cuando se desarrollan, y no las femeninas, o no al mismo tiempo? ¿Es desarrollo para las fuerzas productivas femeninas lo que el materialismo histórico ha considerado desarrollo de las fuerzas productivas? Es decir ¿es posible e interesante sexuar el desarrollo de las fuerzas productivas? Estas preguntas están pendientes de ser pensadas, más allá de las ideas expuestas por Friedrich Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y en Estado .
Para pensarlas teniendo en cuenta que la experiencia humana es sexuada siempre y en todas partes, es necesario reconocer la sexuación de la economía política, y llevar esa sexuación al lenguaje de la historia. Ni Karl Marx ni Engels lo hicieron, porque la economía política que ellos manejaron (por lo demás, con gran eficacia) estaba declinada en masculino no libre, ya que era funcional al sistema patriarcal de dominio, un sistema que somete al hombre al ejercicio de violencia, en especial si es o desea ser padre dentro del patriarcado. Tanto Karl Marx como Engels ignoraron la política sexual; la política sexual es, sin embargo, el fundamento de la política y de la economía política, y cambia con la realidad que cambia, aunque la historiografía no lo reconozca.
La economía política de Europa cambió de raíz cuando el modo de producción feudal sustituyó al esclavista. Las fuerzas productivas dejaron de ser los esclavos y esclavas (aparentemente) sin madre obtenidos con la guerra o en el mercado de esclavos, y pasaron a ser mujeres u hombres criados en casa por su madre y adscritas/os a la tierra. Las siervas dibujaron el perfil de las nuevas relaciones de producción transformando la política sexual de su tiempo de un modo que al feminismo del siglo XX le costó mucho entender. Ellas –las siervas– dibujaron el perfil de las relaciones de producción aceptando al señor interpuesto (su marido) y trabajando más, a cambio de que la violencia señorial no les impidiera hacer algo que a las mujeres nos suele gustar libremente hacer: amar y civilizar a quienes damos a luz y a quienes entran con nosotras en relación directa de intercambio. Las siervas introdujeron en la economía política del fundamento de la sociedad feudal –las casas de la clase productiva, que es donde se dirimió lo principal de la política sexual–, el amor y el sentido femenino de la civilización. El derecho se limitó a reconocer parcialmente estas cosas (que algunas llamamos la obra femenina de la civilización) 5 respetando la maternidad de las mujeres no privilegiadas. Para una mujer, las relaciones de producción avanzan o retroceden o, simplemente, se transforman o se estancan, al compás de las condiciones de su maternidad, si la desea: también cuando no la desea, porque las relaciones de producción y, en consecuencia, el trabajo, son distintos cuando el cuerpo femenino es tenido eminentemente en cuenta al discernirse socialmente el sentido y el valor del trabajo. Ya que para las mujeres, es trabajo la producción de bienes y mercancías, es trabajo la creación y recreación de la vida y la convivencia humana, es trabajo la relación y es trabajo la contemplación: si bien lleva otro nombre, que en la Europa medieval suele ser el de “dedicación”, con toda la trascendencia que esta palabra tiene.
También hoy nos cuesta decidir si el cambio causado por las siervas en la vivencia y el sentido del trabajo, trajo libertad o trajo opresión. Nos cuesta sobre todo si la libertad nos parece que es una, que es neutra, es decir, que sirve igual y la vivimos igual las mujeres que los hombres. Cuesta menos si se reconoce que la libertad es sexuada, o sea, si se conoce la libertad femenina, la cual es una modalidad de la libertad en la que lo más importante es la relación, no el individualismo.
La pobreza, medida secreta del trabajo
En la Europa feudal, entre las mujeres no privilegiadas (o las que tuvieron privilegios de clase pero renunciaron a ellos) se pensó el trabajo de forma original. En general, se puede decir que se pensó manteniendo en relación íntima no jerárquica la acción y la contemplación: sin proponer tampoco síntesis entre ellas y sin idealizar ni la acción ni la contemplación. El pensamiento sobre el trabajo se expresó en la invención de formas de vida en cuyo núcleo estuvo en una complejísima interpretación de la pobreza, de la pobreza voluntaria, pobreza que es, para quien no tiene o tiene pocos privilegios sociales, la medida secreta del trabajo. Amar la pobreza defendió a esas mujeres del culto alienado al trabajo que promovió primero la economía urbana mercantil y más tarde el modo de producción capitalista.La Regla de Santa Clara, confirmada como forma de vida poco antes de la muerte de Clara, por bula de Inocencio IV de 1253 , interpretó en dos capítulos consecutivos (el VI y el VII) la pobreza y el trabajo, dando a entender que una y otro tienen entre sí un vínculo significativo. Dice la propia Clara sobre la pobreza:
“Y así como yo, a una con mis hermanas, fui siempre solícita en guardar la santa pobreza que prometimos al Señor Dios y al bienaventurado Francisco, así también las abadesas que me sucedan en el oficio, y todas las demás hermanas, estén obligadas a observarla hasta el fin inviolablemente, es decir, no recibiendo ni teniendo, ni directamente ni por intermediarios, posesión o propiedad alguna, ni nada que razonablemente pueda considerarse propiedad, a no ser la porción de tierra que exige el necesario decoro y aislamiento del monasterio; y esa tierra no se cultive sino como huerto, para las necesidades de las mismas hermanas”. 6
Mucho antes, en 1216 , cuatro años después de fundar su comunidad femenina de San Damián, Clara de Asís había obtenido de Inocencio III el llamado Privilegium Paupertatis o Privilegio de la pobreza. En él se confirmaba su “propósito de altísima pobreza ” y se concedía a las clarisas el privilegio de no poder “ser obligadas por nadie a recibir posesiones”. 7
Sobre el trabajo, dijo Clara de Asís en su Regla:
“Las hermanas, a las que el Señor ha dado la gracia de trabajar, después de la hora tercia trabajen fiel y devotamente en algún trabajo humilde, honesto y de utilidad común, de modo que, 'desechando la ociosidad, enemiga del alma', no apaguen el espíritu de la santa oración y devoción, al que las cosas temporales deben servir. Y la abadesa, o su vicaria, está obligada a distribuir, en capítulo y ante todas las hermanas, lo que producen con sus manos”. 8
En esta interpretación, el trabajo no es una necesidad sino una gracia: una gracia al servicio de la oración y de la devoción, una gracia que sirve a algunas para que la ociosidad no apague la vida de su espíritu. El trabajo está aquí, en realidad, al servicio de la pobreza. La pobreza está, a su vez, al servicio de la contemplación. A la contemplación se llega mediante la oración y la devoción, entendiendo por oración (como en la gramática) la frase con sintaxis y sentido, es decir, el desvelamiento de lo simbólico; y entendiendo por devoción lo que esta palabra etimológicamente dice, que es “entrega a Dios ”, dios que es la palabra que tiene nuestra lengua para referirse a lo más. La contemplación es, pues, la tarea del ser, tarea que a una mujer puede ocuparle la vida entera, año tras año, día a día. Una tarea que necesita deseo y tiempo.
La Europa medieval fue sensible a la necesidad humana de tiempo que dedicar a la tarea del ser. La Europa moderna, en cambio, fue reduciendo este tiempo en beneficio del asignado al trabajo, trabajo que en la actualidad ocupa la mayor parte del tiempo, dejando a la tarea del ser solo su resto, al resto del tiempo. Por estos cambios nos hemos visto afectadas más las mujeres que los hombres.
Porque antes de Francisco y Clara de Asís, es decir, antes de la invención de las Órdenes mendicantes, hubo mujeres que inventaron una forma de vida que interpretó el trabajo y la contemplación, y lo hizo reconociendo la libertad que puede nacer de la pobreza voluntaria. Fueron las beguinas. Las beguinas están documentadas en Europa desde finales del siglo XI, como residentes en instituciones de canonesas sin ser miembras de la institución. 9 Las beguinas, como es sabido, fueron mujeres austeras, que vivieron solas, en relaciones duales o en pequeños grupos de mujeres, en casas de beguinas, a pie de calle, en las ciudades o en el campo, humildemente vestidas, sin atenerse a los mandatos del patriarcado sobre su forma de vida, ya que ni se casaron ni profesaron una regla religiosa ni se dejaron ser prostituidas. Vivieron de su trabajo, principalmente en la industria, en la enseñanza de niñas o en la atención a los cuerpos, y se dedicaron a la contemplación. El sentido de su trabajo lo midieron con la pobreza, trabajando lo necesario para vivir, con el fin de dedicarse precisamente a la piedad y a la contemplación. No hay que forzar las fuentes para decir que la forma de vida beguina y su interpretación del trabajo fue una de las fuentes de inspiración de la espiritualidad mendicante y, en general, del movimiento del Libre Espíritu. 10
Las beguinas de la época feudal se distinguieron de las siervas en su condición jurídica libre y en su desinterés por la maternidad. Pero, como las siervas, buscaron, con la pobreza, la relación de servicio, de servicio a la vida y al espíritu humanos. Su mediación con la contemplación fue precisamente la piedad, entendiendo (con María Zambrano) que “ piedad es el saber tratar adecuadamente con lo otro”. 11 La piedad es una relación de servicio que, entre las beguinas, consistió en ponerse al servicio del Dios Amor. La mística beguina lo muestra explorando y describiendo los caminos de conocimiento que llega a trazar el deseo de una mujer cuando tiene tiempo que dedicar a la tarea del ser (del suyo y del ajeno). Lo cual plantea la pregunta de hasta dónde queremos, quienes nos dedicamos a la historia, que el lenguaje moderno del trabajo invada las interpretaciones de la experiencia humana, o sea, invada lo simbólico, la lengua que hablamos.