El sentido femenino de la perfección en Teresa de Cartagena y Teresa de Jesús
La significación libre de la propia experiencia
Teresa de Cartagena (hacia 1425 –después de 1478 ) y Teresa de Jesús ( 1515 - 1582 ) fueron dos mujeres que, con un siglo de diferencia, compartieron signos existenciales importantísimos; tantos, que Teresa de Cartagena ha sido considerada precursora de Teresa de Jesús. 1 Destacan entre estos signos la estirpe judía del padre y no de la madre, el amor a la lectura, el talento para la escritura, el sentido del valor político de la espiritualidad y de la mística, y, sobre todo, la fe en la veracidad de la propia experiencia. 2 La fe en la veracidad de la propia experiencia distanció a ambas pensadoras de la nueva empiria o empirismo de la ciencia moderna, una empiria esta no fundada en el reconocimiento de autoridad a la experiencia real vivida y descifrada, sino fundada en la fe en el experimento de laboratorio, un experimento, el de laboratorio, hecho en condiciones condicionadas, condicionadas por la pretensión del hombre moderno de controlar el azar, azar que las mujeres espirituales sabemos que es intrínsecamente libre. Todo ello llevó a esas dos Teresas a desarrollar una sensibilidad espiritual finísima hacia la riqueza ofrecida por las diferencias incondicionales, las diferencias que acaecen, que se dan porque sí, porque es así, y que reclaman una búsqueda confiada de caminos y de lenguajes que ayuden a vivir, entender y expresar libremente esas diferencias.La primera diferencia con la que la criatura humana se encuentra al ser traída al mundo por su madre es la diferencia sexual. Esta es la diferencia humana primera y la primera fuente de riqueza humana. 3
Los términos de la expresión “ diferencia sexual ” son, como es probablemente sabido, de la segunda mitad del siglo XX. 4 Nacieron en el movimiento político de las mujeres de esos años, particularmente en Francia y en Italia, fruto de la insatisfacción, las contradicciones y el sufrimiento (en forma de alienación y de aburrimiento) que el lenguaje científico generó entre parte de las universitarias jóvenes de esos años, insatisfacción derivada de la costumbre moderna y postmoderna de hablar científicamente en un neutro pretendidamente universal que ignoraba o prohibía la experiencia y la palabra femenina libres. La diferencia sexual es distinta del género: el género es un conjunto de normas de existencia y de conducta que dicen lo que debe ser una mujer, o lo que debe ser un hombre, en cierto lugar y tiempo. La diferencia sexual es lo que una mujer o un hombre dice libremente que es su ser mujer u hombre, y lo dice no por la prepotencia del decir, sino partiendo de sí, de su propia experiencia, experiencia que ella o él descifra teniendo en cuenta a lo otro. El movimiento hacia lo otro vuelve político y común el partir de sí, partir de sí que, de otra manera, se queda en el testimonio, la denuncia, la protesta o el narcisismo.
Tanto Teresa de Cartagena como Teresa de Jesús se distinguieron como místicas y como escritoras precisamente por el esfuerzo sostenido de significación libre de su experiencia, experiencia que entendieron siempre como experiencia sexuada, es decir, femenina libre, no neutra. En otras palabras, ellas fueron conscientes de que nadie nace en neutro, y reconocieron el valor universal y mediador de este hecho, un hecho, por lo demás, recibido y, al mismo tiempo, escogido. Teresa de Cartagena repite una y otra vez en sus obras expresiones análogas a esta:“E yo, haziendo cuenta con mi pobre juyzio, estando presente la espirençia, la qual en esta çiençia me haze saber más de lo que a(l)prendo, hallo que...”. 5 En la obra de Teresa de Jesús son innumerables las advertencias del tipo: "No diré cosa que, en mí o por verla en otras, no la tenga por experiencia" (CV, Prólogo, 3).
Pienso que la metáfora de la honra que recorre la obra de santa Teresa, y de la que tanto se ha escrito en términos sociales de desigualdad, está también y sobre todo por la diferencia de ser mujer, diferencia libre que el absolutismo (masculino) del siglo XVI combatió violentamente por todos los medios a su alcance para, separándose de la cosmogonía feudal, intentar convertirla en una deshonra de la condición humana.
La sexuación del deseo de perfección
Se suele decir que la primera versión del Camino , la del códice autógrafo conocido como Códice de El Escorial, llamó la atención por la libertad con la que santa Teresa escribió sobre las mujeres, corrigiendo poco después ella misma lo censurado por fray García de Toledo sobre esta cuestión y otras, al reescribir la obra en el códice, también autógrafo, de Valladolid. Al decir esto, se suele aludir a la“penosa situación” de las mujeres en la España y en la Europa del siglo XVI. Sin desdecirlo y sin olvidar que el relato de las penalidades de las mujeres tranquiliza a sus opresores y a sus críticos mucho más que el relato de su libertad, yo voy a preguntarme en este texto por una experiencia femenina concreta, genuinamente libre, que es la experiencia del deseo (y del anhelo) de perfección. Entiendo que si bien la perfección es, en abstracto, una, su vivencia y la expresión de su vivencia es o femenina o masculina, es decir, es dos: es sexuada, sin determinismo alguno, ya que el cuerpo señala una posibilidad de ser, sin obligar a nada. La idea o conciencia de la sexuación de la perfección aparece repetidamente en el Camino . Dice Teresa de Jesús (en CV, 37.3), hablando de la excelencia del Padrenuestro como oración con cuya ayuda sencilla se puede llegar a la perfección:“Mas miren que estas dos cosas, que es darle nuestra voluntad y perdonar, que es para todos. Verdad es que hay más y menos en ello, como queda dicho: los perfectos darán la voluntad como perfectos y perdonarán con la perfección que queda dicha: nosotras, hermanas, haremos lo que pudiéremos, que todo lo recibe el Señor ”. Basta, pues, un gesto, casi un ademán, para hacer orden simbólico, y Teresa de Jesús sabe que ha de ser un ademán finísimo, porque sabe también que vive en un mundo en el que la diferencia sexual es temida, como muestra el hecho de que la caza de brujas sea el signo distintivo de la Europa moderna y, por qué no aunque de modo distinto, es decir, con medios más simbólicos que sociales, también del Occidente postmoderno. 6También en las obras de Teresa de Cartagena se percibe una y otra vez su conciencia de la sexuación de lo creado. Escribió en la Admiraçión operum Dey, su segundo libro conservado, que es el primer tratado escrito en lengua castellana por una mujer en defensa precisamente del valor y capacidad de las mujeres por su ser mujeres (no a pesar de su sexo) para hacer ciencia libremente, es decir, sin medidor medido:
“Dezidme, virtuosa señora, ¿quál varón de tan fuerte e valiente persona ni tan esforçado de coraçón se pudiera hallar en el tienpo pasado, ni creo que en este que nuestro llamamos, que osara llevar armas contra tan grande e fuerte prínçipe como fue Olinfernes, cuyo exérçito cobría toda la haz e término de la tierra, e no ovo pavor de lo fazer vna muger? E bien sé que a esto dirán los varones que fue por espeçial graçia [e] yndustria que Dios quiso dar a la prudente Iudit. E yo así lo digo, pero segund esto, bien paresçe que la yndustria e graçia soberana exçeden a las fuerças naturales e varoniles, pues aquello que grant exérçito de onbres armados no pudieron hazer, e fízolo la yndustria e graçia de vna sola mujer. E la yndustria e graçia ¿quién las ha por pequeñas preminençias syno quien no sabe qué cosas son?” 7
En la actualidad, como al comienzo de la modernidad, es decir, como en los siglos XV y XVI, los siglos de Teresa de Cartagena y de Teresa de Jesús, tenemos miedo de las diferencias, porque tememos que traigan desigualdad y exclusión. La modernidad ha impuesto un pensamiento único, un pensamiento y una política hostil a las diferencias (aunque no a las desigualdades, más bien al contrario). Pero precisamente una de las determinaciones grandes de esas dos Teresas (como de muchas místicas y algunos místicos de su tiempo) fue la de detener en lo posible la supresión de lo femenino libre impuesta por la modernidad, 8 la supresión, por tanto, de la diferencia sexual femenina. Esta determinación es lo que ha hecho que, casi sin querer, bastantes feministas no particularmente religiosas del siglo XX hayamos amado su escritura, desde Edith Stein hasta Rosa Rossi o Diana Sartori, por ejemplo. Teresa de Jesús defendió el sentido libre del ser mujer muy especialmente (aunque no solo) en el Camino de perfección . Teresa de Cartagena, en su segunda obra conservada, la Admiraçión operum Dey o Admiración de las obras de Dios , que es, como he dicho, el primer tratado conocido escrito en lengua castellana por una mujer en el contexto de la Querella de las mujeres, para defender y explicar la capacidad femenina de escribir y hacer ciencia originalmente, o sea, con soberanía, no copiando ni emulando los modos históricamente masculinos de hacerlo ni sirviéndose de ellos como medida de grandeza.
Hay una manera, históricamente más femenina que masculina, de entender la perfección. Consiste en hacer, en obrar, en actuar espiritualmente sobre algo ya creado, sobre algo recibido que, precisamente, una perfecciona. Hay una manera, históricamente más masculina que femenina, de entender la perfección que consiste en hacer, en obrar, en actuar espiritualmente sobre una tabula rasa, creando ex nihilo es decir, desde la nada. Ambas maneras entendidas como tendencias en el tiempo, sin determinismo alguno.
En el origen de esta bifurcación está la madre, cada madre concreta y personal y, con ella, la autoridad (que es distinta del poder) que le sea o no le sea reconocida a su obra, obra (la obra materna) que consiste en cuerpos que hablan, es decir, cuerpos humanos, cuerpos que han aprendido de ella el orden simbólico, y en relaciones primarias. A la madre se le puede llamar con este nombre, que es el nombre común de una relación necesaria para la vida, o se le puede llamar Dios, o Diosa, o Materia primera. 9
La manera históricamente más femenina que masculina de practicar y de entender la perfección, reconoce la obra de la madre y busca, mediante el camino espiritual, perfeccionarla, acabarla, completarla, llevarla a su cumplimiento, cumplimiento que es el amor, en cuya estela fue creada. Reconoce que el cuerpo es un don de la madre, un don del que se hace responsable quien lo recibe y lo goza continuando la obra de ella en una secuencia relacional que hace genealogía política. La obra de cada madre es un cuerpo de mujer, un cuerpo de hombre, cada sexo con su dimensión infinita singular.
Las dos Teresas de las que estoy hablando investigaron caminos de perfección del cuerpo de mujer, porque lo que primero recibe cada ser humano es precisamente la diferencia sexual. En cambio, quienes pretendieron en su tiempo o han pretendido después obtener la perfección de algo no recibido sino creado ex nihilo, de la nada, abstraen la diferencia sexual, que les resulta indiferente o molesta. ¿Para qué abstraer la diferencia sexual? Para contribuir a la homogeneización de la sociedad y, de este modo, facilitar la gobernabilidad de las personas y su control desde las instancias del poder. Este fue, en realidad, el fundamento del poder impuesto a las sociedades de Occidente por el absolutismo moderno.
Pero las místicas como Teresa de Cartagena o Teresa de Jesús no buscaron el dominio sino su propia salvación; salvación que Teresa de Jesús describió de muchas maneras, de entre las que escojo la que dice que consiste en llegar a ser“almas reales”.“Son estas personas, que Dios las llega a este estado, almas generosas, almas reales” –escribe– (CV, 6.4). Para Teresa de Cartagena, su salvación consistió en transformarse hasta resucitar: en transformar la relación con su enfermedad (la sordera) en un signo del amor singular de Dios hacia ella. Escribió hacia el final de su difícil camino hacia el amor a su cuerpo enfermo:“Mi deseo es ya conforme con mi pasyón, y mi querer con mi padesçer son asy abenidos, que nin yo deseo oyr nin me pueden hablar, nin yo deseo que me hablen. Las que llamaua pasyones agora las llamo resureçiones”. 10 Resurrección aquí en la tierra que María Zambrano equipararía con libertad: "la vida no se compone exclusivamente de infortunios," –escribió en su libro España, sueño y verdad – "y, aunque se compusiera, sería menester abrir paso a una energía propiamente creadora que transforme la desdicha haciéndola punto de partida de una resurrección." 11 Al leer a esas dos Teresas, se presiente que ellas sabían algo que a mi generación le sería descubierto por otra mística, esta del siglo XX, Simone Weil. Simone Weil afirmó que el poder degrada a quien lo sufre, sí, pero degrada también a quien lo ejerce: “Tal es la naturaleza de la fuerza ” –escribió–. “El poder que posee de transformar a los hombres en cosas es doble y se ejerce en dos sentidos: petrifica diferentemente, pero por igual, las almas de los que la sufren y de los que la manejan.” 12 Ni Teresa de Cartagena ni Teresa de Jesús enseñaron a transformar a los hombres en cosas, sino a transformarse a sí mismas conociendo el Amor que es Dios, lo cual hicieron aprendiendo a“mirar dentro de sí a este Señor ” (CV, 26.8).
La independencia simbólica
¿Cómo lo hicieron? ¿Dónde lo aprendieron? ¿Cómo documentar estas afirmaciones?Teresa de Jesús enseñó a sus monjas y amigas la independencia simbólica, y lo hizo sin tregua. Lo hizo inculcándoles la oración, a un tiempo mental y vocal, porque la comparecencia de la oración en la criatura humana, de la oración con sintaxis, es decir, con relación y sentido, cuando aprende a hablar, inaugura y señala en ella la comparecencia de lo simbólico, que no es ni más ni menos que el sentido libre de la vida y de las relaciones. ¿Qué era para una mujer de la temprana edad moderna la independencia simbólica? Fiarse, según escribió Cristina de Pizán a principios del siglo XV,“de lo que sentía y sabía en mi ser de mujer ”, 13 es decir, fiarse del orden simbólico de la madre, 14 sin medirse, ni siquiera luchando en contra, con el régimen históricamente masculino de significado dominante en su época, fuera de poderosos o de letrados o de ciertos prelados o de ciertos maridos: sin atenerse –escribe santa Teresa–“como muchas veces acaece con decirnos: [...] 'no es para mujeres, que les podrán venir ilusiones', 'mejor será que hilen', 'no han menester estas delicadeces' [sic], 'basta el Paternóster y Avemaría'” (CV, 21.2). La oración es, para Teresa de Jesús, el cimiento de la perfección: oración entendida como expresión de lo que la realidad es, según su experiencia de mujer. Escribe, por ejemplo en un pasaje decisivo del Camino (CV, 27.7):
“Yo no hablo ahora en que sea mental o vocal para todos; para vosotras digo que lo uno y lo otro habéis menester: este es el oficio de los religiosos. Quien os dijere que esto es peligro, tenedle a él por el mismo peligro y huid de él; y no se os olvide, que por ventura habéis menester este consejo. Peligro será no tener humildad y las otras virtudes; mas camino de oración, camino de peligro, nunca tal Dios quiera. El demonio parece ha inventado poner estos miedos, y así ha sido mañoso a hacer caer a algunos que tenían oración, al parecer.”
“Tener oración ” es –insisto– tener independencia simbólica:“quedaremos señoras” –escribe refiriéndose a la independencia de sentido que da el perder el miedo, incluido el miedo a la muerte–:“Procurad no temerla y dejaros toda en Dios, venga lo que viniere. ¿Qué va en que muramos? De cuantas veces nos ha burlado el cuerpo ¿no burlaríamos alguna de él? Y creed que esta determinación importa más de lo que podemos entender; porque de muchas veces que poco a poco lo va[ya]mos haciendo, con el favor del Señor, quedaremos señoras de él. Pues vencer un tal enemigo es gran negocio para pasar en la batalla de esta vida. Hágalo el Señor como puede. Bien creo que no entiende la ganancia sino quien ya goza de la victoria, que es tan grande –a lo que creo–, que nadie sentiría pasar trabajo por quedar en este sosiego y señorío.” (CV, 11.5).
A finales del siglo XIV, en 1390, un tribunal de la Inquisición había juzgado y condenado a muerte en Milán a dos mujeres, Sibila y Pierina, que declararon que veneraban una divinidad que ellas llamaron “ Señora del juego” y, también, “Madonna Oriente”.--> 15 Con “ Señora del juego” se referían al juego simbólico y al señorío femenino en este juego en el que participamos durante la vida entera mujeres y hombres para seguir siendo“almas reales” (CV, 6.4), es decir, para vivir con sentido la realidad que cambia. Con “Madonna Oriente”, Sibila y Pierina aludían a la Aurora (inspiradora, en el siglo XX, del pensamiento de María Zambrano), la Mater Matutao Madre de la Mañana de la cultura latina clásica y medieval, tres de los muchos nombres de la que trae la luz y da a luz, tres de los muchos nombres de la relación necesaria para la vida que es la madre.
Teresa de Cartagena enseñó la independencia simbólica enseñando la práctica de la admiración. Consistió esta práctica precisamente en la admiración de lo creado, como indica el título de su segundo libro conservado: Admiraçión operum Dey o Admiración de las obras de Dios . Este fue el signo que ella eligió para expresar su sentido femenino de la perfección, entendido –repito– como perfección de algo recibido, de algo ya creado por otro o por otra, algo que es admirado por quien lo recibe. La admiración de lo creado, Teresa de Cartagena la sexuó: ella escribe de una admiración hacia la criatura mujer, hacia la criatura que nace mujer y escoge serlo (sabiendo que no es objeto de elección). 16 Otros han escrito de la admiración a la criatura hombre, otros y otras de la admiración de lo creado interpretado en neutro pretendidamente universal.
Para hacerlo, tuvo que salvar el obstáculo que era la declaración de herejía, por dos concilios de principios del siglo XIII, de la doctrina medieval de los dos infinitos, en su versión amalriciana, doctrina muy popular entonces, que defendía la divinidad de la materia prima o materia primera, es decir, de la obra de la madre. 17 Pero antes, entre 1163 y 1173 , Hildegarda de Bingen, entre otras y otros, había escrito un Liber divinorum operum o Libro de las obras divinas, que contribuyó a que esta tradición, teológicamente más femenina que masculina, no se perdiera.
¿Por qué es esta tradición de la admiración como camino de perfección más femenina que masculina? Porque enseña a admirar la libertad de espíritu como mujeres, libertad de espíritu consistente en la humildad (“humilldat voluntaria”, dice Teresa de Cartagena) 18 y en el desapego del yo. Lo hace en una Europa cuya cultura, también religiosa, se estaba orientando hacia el individualismo llamado precisamente moderno, individualismo que, como prepotencia de la subjetividad y del yo, degrada la humildad y la apertura a lo otro que el cuerpo femenino señala siendo un cuerpo abierto a lo otro y que escoge, si lo escoge, albergar a lo otro, incluido a Dios, como indica ese misterio tan amado por las mujeres cristianas de todos los tiempos que es la Encarnación del verbo.
Escribió, por ejemplo, Teresa de Cartagena:“De ser la henbra ayudadora del varón, leémoslo en el Génesy, que después que Dios ovo formado el onbre del limo de la tierra e ovo yspirado en él espíritu de vida, dixo: 'No es bueno que sea el onbre solo; hagámosle adjutorio semejante a él.' E bien se podría aquí argüir quál es de mayor vigor, el ayudado o el ayudador: ya vedes lo que a esto responde la razón. Mas porque estos argumentos e quistiones hazen a la arrogançia mundana e vana e non aprovechan cosa a la devoçión e huyen mucho del propósito e final entençión mía, la qual no es, ni plega a Dios que sea, de ofender al estado superior e onorable de los prudentes varones, ni tanpoco fauoresçer al fimíneo, mas solamente loar la onipotençia e sabiduría e magnifiçençia de Dios, que asy en las henbras como en los varones puede yspirar e fazer obras de grande admiraçión e magnifiçençia a loor y gloria del santo Nonbre”. 19
Teresa de Jesús perfeccionó la práctica de la admiración desarrollando lo que esta práctica contiene de desapego del yo. Escribió (CV, 12.1-2):“ Trabajo grande parece todo –y con razón–, porque es guerra contra nosotros mismos. [...] Torno a decir que está el todo o gran parte en perder cuidado de nosotros mismos y nuestro regalo; que quien de verdad comienza a servir al Señor, lo menos que le puede ofrecer es la vida; pues le ha dado su voluntad ¿qué teme?”
Teresa de Cartagena no desconocía esta parte del camino de perfección espiritual. Había escrito, refiriéndose a su Arboleda de los enfermos:“E quando escriuí aquel tractado que trata de aquesta yntelectual Luz e sobredicha çiençia, la qual es alabança e conoçer a Dios e a mí misma e negar mi voluntad e conformarme con la voluntad suya”. 20
La admiración de lo creado y el desapego del yo son, precisamente, los signos principales de que una criatura, sea hombre o mujer, sigue en la genealogía materna en la que fue dado o dada a luz. El yo destructivo y autodestructivo, el yo moderno y postmoderno que, con su subjetividad, impide el avance en el camino de perfección, surge cuando se abandona o se menosprecia la genealogía materna. Porque la subjetividad es una sujeción del espíritu. Teresa de Jesús lo recuerda irónicamente cuando les dice a sus compañeras de San José de Ávila, refiriéndose a su elección de no casarse, es decir, de no asumir un rol socialmente predeterminado:“mirad de qué sujeción os habéis librado, hermanas” (CV, 26.4).
La obra de la madre no consiste en sujetos sino en cuerpos que hablan (es decir, que han aprendido de ella el orden simbólico) y en relaciones primarias, todo ello abierto a lo infinito. A llevar este legado a su cumplimiento mediante el amor aprendido al aprender a hablar, se orienta y dedica el sentido femenino de la perfección. Este es, en mi opinión, uno de los sentidos principales del Camino , un sentido recogido ya en el título, que dice: camino de, no camino a ni hacia, es decir, camino de perfección de algo ya creado por la madre.