Los poemas de Claudia Rodríguez –activista chilena, poeta, travesti y resentida– compendiados en Manifiesto horrorista y otros escritos (2015) y Dramas pobres (2016), se constituyen, en su mayoría, por una voz en primera persona del singular con muchas referencias autobiográficas (El Desconcierto 6:56). A partir de estas voces poéticas –y de entrevistas a la propia autora– se extrae la figura ficcional de la “travesti resentida”, ya que, tal y como constata Rodríguez, en su caso, “la escritura surgió por tomar consciencia del resentimiento” (El Desconcierto 1:30).

La figura de la travesti resentida reivindica en su poesía los afectos de rabia, culpa, vergüenza y fracaso (sentidos como consecuencia de la violencia sistémica sobre el cuerpo travesti), a través de la autoafirmación de su identidad monstruosa como paria consciente. En tanto que travesti, es una tránsfuga de género, que ocupa un espacio liminar, entre-deux. Para Rodríguez, “ser travesti no es necesariamente querer ser mujer. […] Una tiene derecho a ser un monstruo” (Presente LGBT 2’10’’-2’53’’). También para Susy Shock, la identidad travesti es un devenir constante que escapa de la fijeza y de la esencialidad: “no soy hombre, no soy mujer, hoy voy siendo travesti” (Shock en Wayar 25). La enunciación de la voz poética desde la monstruosidad constituye, de hecho, una frontera liminar –ya no únicamente entre los dos géneros normativos– sino entre lo humano y lo inhumano.

Cabe destacar la importancia de la dimensión afectiva en la poesía de Rodríguez, la cual pretende “demostrar el sentir travesti” (Rodríguez en Rojas 107). Para ello, la travesti resentida reivindica el derecho a sentir – que le ha sido negado –desde esa monstruosidad no normativa, desde su posición de paria/tránsfuga: “incluso llegué a sentir que […] era un derecho sentir” (Rodríguez en Rojas 104). Su escritura surge del odio recibido (“he sido tan odiada que tengo razones para escribir” (Rodríguez, Manifiesto horrorrista 5)), ante el cual la poesía se constituye como una manera de elaborar la rabia, para que “la palabra sea mi venganza” (Rodríguez en Wayar 42). De este modo, tanto poesía –escritura– como la autoafirmación de una identidad travesti, resentida y monstruosa suponen para la autora “un arma”. Tal y como escribe en uno de sus poemas: “Mi resistencia, mi arma, mi puñal, mi fusil es monstruosiarme; admitir que no soy otra cosa que un fracaso para cualquier modelo” (Rodríguez 2016 83). Se autoafirma como paria y es consciente de que su fuerza reside en su transfuguismo, en afirmarse como un sujeto desplazado, en transgredir los límites de la normatividad impuesta.

El corpus poético de Rodríguez supone un gran ejemplo de la importancia que tienen las “autobiografías de tránsfugas”, tal y como lo entiende y lo ha teorizado Martine Leivobici (2013). Exponer el entramado de sus afectos y de su experiencia particular en el mundo, aunque siempre fragmentados y ficcionalizados, constituye una manera no hegemónica de autoafirmarse y a través de la cual “se autoriza a sí misma a existir, a ser” (Pierce 185).