Generalmente los disolventes comerciales son de gran pureza y por lo tanto no requieren purificación adicional. A pesar de ello, para determinados trabajos resulta imprescindible un tratamiento previo del disolvente. Si las reacciones químicas a realizar son muy sofisticadas, la purificación del disolvente es de gran importancia para obtener un buen resultado. El agua es el contaminante más habitual en los disolventes orgánicos, y puede afectar a la cinética de la reacción y también a la estabilidad, tanto de los productos de partida y/o catalizadores como a la del producto esperado. Por otro lado, procesos bioquímicos u otros que puedan estar afectados por bacterias, virus o partículas muy pequeñas requieren disolventes muy puros y es por ello por lo que se usan sistemas de filtración o de ósmosis inversa.
Los métodos convencionales de purificación son la destilación y la filtración.