
Jorge Franganillo
Facultat d’Informació i Mitjans Audiovisuals
Universitat de Barcelona (UB)
Bluesky: @franganillo.es
Messarra, Luca; Freeland, Chris; Ziskina, Juliya (eds.). (2024). Vanishing culture: a report on our fragile cultural record. <https://blog.archive.org/wp-content/uploads/2024/10/Vanishing-Culture-2024.pdf> [Consulta: 25/01/2025].
En una era marcada por la abundancia y la inmediatez, el informe Vanishing Culture, compilado por Luca Messarra, Chris Freeland y Juliya Ziskina, nos recuerda una verdad inquietante: lo que parece inmutable, ya sea en la red o en los formatos tradicionales, puede desvanecerse fácilmente. Y es que, aunque podamos pensar que los recursos digitales son eternos e inagotables, su naturaleza intrínseca los hace muy frágiles, y esa vulnerabilidad amenaza con borrar fragmentos significativos de nuestra historia cultural.
El informe nos hace reflexionar sobre la responsabilidad que tenemos en la construcción de un futuro en el que el pasado no caiga en el olvido. Curiosamente, incluso la estética pixelada del documento refuerza ese mensaje. Esta estética retro no solo evoca, con cierta nostalgia, la idea de software obsoleto y perdido, sino que ilustra la transformación de los soportes en los que hemos depositado la memoria colectiva a lo largo de la historia: de la arcilla al pergamino, de este al papel y, ahora, al píxel. Ahora bien, este cambio de soportes es más que un cambio tecnológico: implica una profunda transformación en cómo preservamos y accedemos al conocimiento. El informe nos propone entonces un ejercicio de arqueología digital y nos invita a redescubrir la importancia de aquellos elementos del pasado digital que, pese a parecer insignificantes a primera vista, configuran una parte fundamental de nuestro legado tecnológico y cultural.
Estructurado en dos partes, además de un prefacio (p. 1–2) y una sección de líneas de investigación futura (p. 127–128), el documento examina la problemática desde diversas perspectivas. La primera parte, centrada en la preservación de los soportes y de la memoria pública, analiza la transición del modelo de propiedad al de licencias y streaming. En el contexto de la nueva economía capitalista, poseer un producto se ha vuelto una idea casi anticuada. Ahora prima el acceso a un servicio. Este cambio, impulsado por intereses corporativos, tiene consecuencias profundas: no solo amenaza el derecho a poseer y preservar la cultura, sino que además pone el patrimonio cultural colectivo a merced de las plataformas digitales y de sus algoritmos de recomendación, no siempre neutrales.
Esta primera parte presenta datos preocupantes sobre la pérdida de contenido web y la progresiva desaparición de software y juegos históricos. Y arroja un dato dramático: casi el 90% de los juegos anteriores a 2010 son hoy inaccesibles sin recurrir a la piratería o a mercados de segunda mano (pág. 20), lo que dificulta la búsqueda y el disfrute de este patrimonio digital. El informe, lejos de simplificar la pérdida de cultura digital con una única etiqueta, la aborda desde varias perspectivas y emplea términos como vanishing culture (cultura desvaneciente, p. 2) para enmarcar el problema global; web vanishing (desaparición de sitios web, p. 13) para referirse específicamente a la pérdida de contenido web; endangered URLs (URLs en peligro, p. 20) para alertar sobre la precariedad de las páginas no archivadas; y commercial unavailability (indisponibilidad comercial, p. 25) para destacar el papel de la industria en la desaparición de videojuegos. Esta variedad terminológica refleja la complejidad del fenómeno y la necesidad de abordarlo desde distintos ángulos. Sin una acción decidida por parte de individuos, instituciones y legisladores, advierte el informe, esta fragmentación digital conducirá a la pérdida irremisible de grandes partes de nuestra historia cultural (p. 29–31).
La segunda parte del informe, articulada en una serie de ensayos, toma un cariz más personal. Varios especialistas en preservación comparten experiencias y reflexiones sobre la pérdida y la salvaguarda del patrimonio cultural, en una amplia variedad de formatos y soportes, como libros olvidados (p. 37–39), filminas educativas (p. 84–87), publicaciones en medios sociales (p. 103–106) o tarjetas perforadas para tejer (p. 110–116). Estas historias dan un rostro humano a la problemática y la conectan con nuestro día a día. Resulta especialmente impactante la reflexión de Katie Livingston sobre la preservación de los libros de cocina (p. 47–50), que revela cómo estos objetos, aparentemente banales, pueden convertirse en una ventana abierta a la historia y la identidad de las comunidades. En conjunto, estos ensayos nos recuerdan que la preservación no sólo es una cuestión de datos y tecnologías, sino también de personas, recuerdos y emociones.
El informe no se limita a diagnosticar y describir el problema, sino que además propone soluciones. Subraya la importancia de los archivos digitales, como Internet Archive, que, pese a sus limitaciones, se convierte en un bastión contra la desaparición del patrimonio digital. El ciberataque que sufrió esta biblioteca digital en octubre de 2024, durante la elaboración de este informe (como se explica en el prólogo), demuestra la vulnerabilidad de estas instituciones y la necesidad urgente de protegerlas. Además, el documento llega en un momento clave: estas amenazas digitales evolucionan constantemente y ya no tienen suficiente con bloquear el acceso a la información, sino que, encima, atacan a los sistemas que permiten su preservación. Esto abre un nuevo frente en la batalla por la salvaguarda de la cultura.
Se pone énfasis, además, en la importancia de la legislación y la regulación, alentando a la ciudadanía a participar activamente en la preservación. Apoyar los archivos públicos (p. 29) y publicar las propias obras con licencias Creative Commons (p. 31), como se ha hecho con este mismo informe, son dos formas de contribuir a la salvaguardia del patrimonio cultural. Cabe destacar que, tal y como apunta el apartado sobre líneas de investigación futura (p. 127–128), la magnitud de la pérdida cultural, tanto física como digital, todavía no se ha cuantificado del todo. Se necesita investigar más para comprender el impacto de la falta de políticas de preservación digital a gran escala en bibliotecas, archivos y otras instituciones, y estas páginas ofrecen algunas ideas para futuras investigaciones.
Para profesionales de la archivística y la preservación digital, Vanishing Culture es una lectura imprescindible que ofrece información valiosa e ideas para reflexionar. Deja bastante claro que preservar la cultura va más allá de digitalizar, sin más; requiere un enfoque más amplio que tenga en cuenta el contexto, el acceso, la interpretación y el valor del contenido digital. No podemos dejar que nuestra historia digital se diluya en un océano de datos olvidados o desorganizados.
Este informe es, en definitiva, un toque de atención sobre el futuro de la memoria colectiva. Es una lectura esencial para cualquiera que se preocupe por la cultura, la historia y el conocimiento en la era digital. ¿Qué queremos legar, pues, a las futuras generaciones? Es probable que todo lo que consideramos esencial para la humanidad acabe encontrando su camino hacia la posteridad.
Pero quizá también hay que asumir que la pérdida, el olvido y la reinvención forman parte del ciclo vital de la cultura. Como declaró Pierre Boulez, con su habitual contundencia, reivindicando el presente y cuestionando el peso del pasado: «Vivimos en un siglo de bibliotecas, ahogados por montañas de documentos. […] Condenan a los talibanes por destruirlo todo, pero se destruyen civilizaciones para poder seguir adelante». Tal vez la clave, entonces, no esté solo en acumular y preservar, sino también en saber desprenderse, para que lo nuevo florezca de los restos de lo desaparecido.
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