Centro de Ciencias Humanas y Sociales - CSIC
Alfred P. Sloan Foundation (2013). Trust and Authority In Scholarly Communications In The Light Of The Digital Transition. University of Tennessee & CIBER Research Team. Disponible: http://ciber-research.eu/download/20140115-Trust_Final_Report.pdf [Consulta: 02/07/2014]
Este nuevo informe del grupo CIBER, en colaboración con la Universidad de Tennessee, y preparado para la Fundación Alfred P. Sloan, trae a los lectores los resultados de un riguroso y amplio análisis de cuestiones que son cruciales en el ámbito de la comunicación científica y también de la evaluación: cómo se está usando la información en el entorno digital, hasta qué punto cambian los conceptos de confianza y autoridad de las fuentes y cómo afecta esto a lo que se lee, se cita y a los canales que se seleccionan para publicar. En definitiva, cómo el entorno digital podría estar modificando las reglas más estrictas de la comunicación científica tradicional.
El estudio es muy completo –combina diferentes metodologías para tratar el objeto de estudio-, sólido y de lectura más que recomendable para todos aquellos que trabajen en información y evaluación científica. En este sentido, está en línea con los trabajos previos de los dos equipos de trabajo participantes: el equipo de la Universidad de Tennessee, encabezado por Carol Tenopir, autora de trabajos de referencia en revistas científicas y en edición electrónica; y, por otra parte, el grupo de investigación CIBER, liderado por David Nicholas, que hasta 2011 formó parte de la University College of London (UCL) y que ahora es una empresa que realiza investigación independiente, capaz de captar fondos de las instituciones más prestigiosas y de realizar investigación de primer nivel.
Regresando al tema del estudio, los autores se plantean la pregunta inicial de qué ocurre si los pilares más importantes de la confianza se mueven como fruto del cambio hacia el entorno digital, la desintermediación en la información, la llegada de la generación Google, las redes sociales y las nuevas formas de publicación como el Open Access. Para averiguarlo se proponen el objetivo de identificar qué constituye la confianza en la mente de los investigadores que trabajan hoy en el entorno virtual.
Los autores afrontan este análisis formulando doce preguntas de investigación, relacionadas con la autoridad y la confianza que otorgan los investigadores a las fuentes que leen, citan y en las que publican, pero también a las redes sociales o a las publicaciones Open Access. Asimismo, el estudio trata de identificar si las prácticas de citación se están viendo alteradas por la facilidad de acceso a la literatura científica, si se están produciendo prácticas faltas de ética, si las medidas alternativas de impacto están siendo adoptadas por los investigadores, si se dan comportamientos variados en función de la edad, los países, etc. y si, en definitiva, los patrones de uso de información científica han cambiado en la última década.
Precisamente por la variedad de temas que abordan, los métodos utilizados son varios y están concatenados, de manera de los resultados de una fase permiten aprovechar al máximo el siguiente método empleado. Al margen de la amplísima revisión bibliográfica realizada, se llevaron a cabo dos análisis de logs, uno extensivo -realizado por CIBER cuando aún estaba integrado en UCL-, relativo al comportamiento de los usuarios en cuanto al uso de la información en el entorno digital y el otro, a escala mucho más pequeña, realizado sobre los usos de la información de un editor internacional. Los datos procedentes de ambos análisis les permitieron identificar cuestiones relevantes relacionadas con la confianza en las fuentes y la calidad. De hecho, estas cuestiones fueron objeto de análisis en el segundo de los métodos empleados, el de los focus group. Estos grupos de discusión fueron constituidos en torno a editoriales científicas (Taylor&Francis, Sage, BioMed Central, Thomson Reuters, Wiley y Thomson Reuters) con sede en Estados Unidos o en el Reino Unido.
Fueron invitados a formar parte de los grupos los distintos integrantes de los equipos editoriales (evaluadores, editores, miembros del consejo de redacción, etc.) y participaron en ellos 66 personas. Esta metodología permitió seguir identificando los asuntos más significativos en torno a la autoridad y la confianza en las fuentes y orientó en el diseño de las entrevistas (tercer método) realizadas con investigadores. Las 87 entrevistas realizadas estuvieron centradas en las motivaciones de los investigadores para seleccionar las referencias que habían incluido en sus últimas publicaciones, en cómo las encontraron y en cómo juzgaron su "confiabilidad". Tanto la fase de focus group como de entrevistas es considerada por los autores del informe como una fase de investigación cualitativa, que dio paso a otra más cuantitativa. Los principales resultados de ambos métodos permitieron elaborar un cuestionario que, este sí, fue difundido ampliamente a la comunidad científica. Se contactó con los autores que habían publicado con Elsevier, Sage, Wiley y Taylor & Francis, y BioMed Central incluyó un enlace al cuestionario. Participaron 3.650 autores que respondieron a las 24 preguntas del cuestionario relacionadas con los hábitos de lectura, las prácticas de difusión, las prácticas de citación y el perfil del investigador.
El informe presenta los resultados para cada una de las variables que se han estudiado, esto es, la confianza en relación con el uso, la lectura, la cita y la publicación de información científica, la influencia de la facilidad de acceso, de las redes sociales académicas, de las publicaciones en abierto, de la disponibilidad de datos, de los preprints, las prácticas faltas de ética, el uso o aceptación de las nuevas medidas de impacto (altmetrics), la diversidad de actitudes según las variables demográficas y, finalmente, los cambios a lo largo del tiempo.Desde luego, la lectura de los resultados merece una atención detallada. Pero resultan muy expresivas las conclusiones generales, resumidas en las líneas que siguen.
Los distintos estudios realizados han tenido como contexto todas las variables de un entorno digital nuevo que, aparentemente, podría condicionar o cambiar los hábitos de los investigadores. Pero los resultados muestran un afianzamiento de los valores tradicionales en el uso –entendido este en sentido amplio- de las fuentes. Parece que la mayor variedad de información, la inmediatez para conseguirla, la posibilidad de obtener indicadores de visibilidad o influencia de todas ellas no ha servido, al menos de momento, para cambiar los elementos de juicio por los cuales, los investigadores elegimos las fuentes. El peer review se sigue presentando como elemento fundamental a la hora de confiar en una fuente, si bien se conocen bien –cada vez mejor- las limitaciones que tiene. Y todo ello a pesar de los muchos estudios que vaticinaban la "muerte" de las revistas y el valor de los artículos basado solo en la opinión de la comunidad científica, desestimando así la labor editorial. Sí es cierto, como apuntaba el artículo Is peer review in decline?1 que las características de la red y de los medios de comunicación a que ha dado lugar permite difundir más amplia y rápidamente la información científica, pero cuando se trata de elegir fuentes es necesario, más que nunca, contar con algún elemento de juicio y ese es –sigue siendo- el peer review. El otro filtro que permite seleccionar mejor entre la avalancha de información es la red de contactos personales que, conjuntamente, va validando las fuentes y haciéndolas más o menos recomendables para los investigadores.
Tal y como apuntan los autores, las convenciones y tradiciones de cada disciplina siguen teniendo el peso más determinante en los hábitos de evaluación y uso de la información.
Entre las conclusiones también destaca la división entre los académicos acerca del valor que tiene el factor de impacto de una revista, la utilidad para la difusión que se da a las redes sociales pero no la confiabilidad y el uso predominante de Google o Google Scholar para buscar información, en detrimento de otras herramientas.
La lectura del resumen, el reconocimiento del autor y el título de la revista son elementos clave para seleccionar un material que va a ser citado. Las revistas Open Access, a la luz de los resultados, son examinadas cuidadosamente por los investigadores antes de ser citadas pues entran dentro de las fuentes más nuevas o de autoridad menos reconocida. Es contundente la conclusión de que la información obtenida de redes sociales no se cita porque se consideran más fiables otras fuentes. En general, el valor que se otorga a las redes sociales está relacionado con la facilidad para obtener información actualizada y también con la fluidez de contacto con miembros de la red personal. El estudio evidencia diferencias de actitud hacia las redes sociales entre investigadores jóvenes y senior, como era de esperar. Los autores del informe llegan a señalar "there is no doubt that mentors worked hard to make sure that younger scholars fully understood the conventions of their disciplines and abided by them" (p. 57). Tampoco caben dudas de lo que prima al elegir una revista para publicar: revistas internacionales y de alto impacto, en respuesta a los requerimientos de las políticas de evaluación institucionales. El pragmatismo se impone.
En lo que concierne al Open Access, el estudio identifica algunas cuestiones críticas y que son objeto de un intenso debate en los ámbitos político y académicos. Los investigadores confían en las revistas OA, cuando siguen el sistema de revisión por expertos y cuando son revistas asentadas. Se podría decir que son conservadores y que les genera dudas un sistema que implica publicar después de haber pagado. Por otra parte, también se identifica una mayor inclinación hacia publicaciones OA por parte de investigadores que proceden de los países en desarrollo o trabajan en ellos. La percepción de los investigadores estadounidenses y británicos con respecto al OA es más negativa que la del resto y esto será en el futuro cercano algo controvertido, desde el momento en que tanto la Oficina de Política Científica y Tecnológica de Estados Unidos2 como la Wellcome Trust3 en el Reino Unido apoyan abiertamente el movimiento OA y lo están promoviendo activamente. Paradójicamente, en algunos de los países que apoyan abiertamente la Declaración de Berlín, los sistemas de evaluación de la actividad científica siguen estando basados en sistemas de información cerrados que apenas incluyen revistas de acceso abierto. El investigador se ve obligado a elegir entre publicar en revistas que serán bien consideradas en sus evaluaciones o publicar en abierto, tal y como promueven las políticas públicas (por ej. la Ley de la Ciencia en España)4.
Finalmente, cabe hacer una mención a Altmetrics o métricas alternativas a las tradicionales. Los resultados son claros: apenas se conocen estas medidas, apenas son usadas y reconocidas y si prevalece alguna de estas métricas son las de uso (descargas, por ejemplo) y no las menciones en redes sociales.
En definitiva, los cimientos de la comunicación científica no parecen moverse tanto como se esperaba al multiplicarse los canales de la información científica. Se adoptan algunas de las ventajas que proporcionan, se producen o producirán algunos ajustes en relación con las políticas públicas (caso del Open Access) pero, en general, se observa que el superávit de información científica solo puede afrontarse con filtros rigurosos y estos, en esencia, siguen siendo los mismos de siempre. Algo que nos recuerda al principio lampedusiano de cambiar todo para que todo siga igual.