Oriol Izquierdo
Profesor de la Escola de Llibreria y de la Universitat Ramon Llull
Millán, José Antonio (coord.) (2016). La lectura en España: informe 2017. Madrid: Federación de Gremios de Editores de España. 230 p. Disponible en: http://www.fge.es/lalectura/docs/La_Lectura_en_Espana.pdf. [Consulta: 31/05/2017].
Hacía mucho tiempo que no leía informes sobre el libro y la lectura, lo que en alguna vida anterior había sido práctica regular obligada por razones profesionales. Y me ha sorprendido encontrar en este de ahora suficientes elementos de interés, más que no con los que recuerdo haber tropezado en ninguno de los antiguos. Debe influir, seguro, que el coordinador sea José Antonio Millán, escritor y lector, buen conocedor de los libros y de la edición, curioso de todo tipo de páginas, tanto de papel como virtuales. El informe es una iniciativa de la Federación de Gremios de Editores de España y se lleva a cabo por tercera vez; los anteriores, también bajo la dirección de Millán, llevan las fechas de 2002 y 2008, y tenían un planteamiento muy similar al de este: un pórtico entre académico y literario (con firmas como Umberto Eco o Victoria Camps, entre más, en el primer volumen; solo una, de Roger Chartier, en el segundo), una recopilación de artículos sobre «La situación actual», donde no faltan radiografías sectoriales (siempre de la oferta editorial, de los puntos de venta de libros o de las bibliotecas), y un último bloque que se hace eco de «La voz de los expertos», donde destaca alguna aportación sobre la presencia del libro en la escuela y sobre la lectura digital, entre otros. No son, pues, aquellos tradicionales anuarios cargados de datos dedicados a la edición o al comercio del libro, sino que pretenden, a partir de un cierto estado fáctico de la cuestión, dar elementos para un análisis crítico del presente y, sobre todo, para apuntar tendencias de futuro. Por eso debe tener sentido que estos informes no hayan sido anuales sino que obedezcan a una cadencia temporal más dilatada.
Si entre el primer y el segundo informe transcurren seis años, entre el segundo y este han pasado nueve. Y no son unos años cualesquiera: en las palabras institucionales preliminares, el presidente de la Federación, el editor catalán Daniel Fernández, explicita que el último presenta «el paisaje tras la batalla de la durísima crisis económica y social que hemos sufrido en estos últimos años». Después, las breves palabras introductorias del coordinador apuntan otro hecho que en seguida nos llama la atención: lamenta la dificultad con la que han chocado muchos de los colaboradores, dada «la carestía de datos, tanto en el ámbito de la educación como en algunos de los más importantes operadores digitales»; nos llama la atención, digo, que la mayoría de datos que se nos ofrecen daten del período 2010-2014, y raramente lleguen más a esta parte, a pesar de las herramientas con que cuenta el sector del libro —el SINLI y el DILVE—, gracias a las cuales puede obtenerse información como quien dice en tiempo real sobre la venta geolocalizada de cada título.
Las voces de autoridad convocadas en el pórtico de este informe son las de Alberto Manguel y Darío Villanueva, ahora director de la Real Academia Española. Manguel, actualmente director de la Biblioteca Nacional de Argentina, hace una digresión sugerente, no podía ser de otra manera, sobre los libros de las bibliotecas fundacionales de las ciudades, a partir de la historia de Buenos Aires, y sobre la figura del lector Quijano/Quijote. Después, Villanueva hace un elogio de la lectura literaria que, en esta primera era de los nativos digitales, puede llegar a ser un canto del cisne, si no es que la educación pone remedio: «La literatura dejará de existir, al menos con la plenitud que le es consustancial, en el momento en que no contemos con individuos capaces de saber leerla desde esa complejidad de los dos códigos que la obra literaria incorpora: el código lingüístico y, sobre él, el código especial de convenciones propiamente literarias». No es un pronóstico nada banal.
Los cuatro artículos dedicados a radiografiar la situación actual presentan una panorámica donde se repiten tres leitmotiv: en primer lugar, el impacto de la crisis (que cifran en una caída de facturación del 25,4 % en el caso de las librerías independientes, o con una disminución de todos los parámetros en las bibliotecas públicas: número de puntos de servicio, horarios, personal y una reducción de hasta dos tercios en las compras); en segundo lugar, el impacto de la digitalización; y, finalmente, unas diferencias regionales que dificultan las conclusiones generales. Por lo que a «La oferta editorial de libros» se refiere, los dos datos que me parecen más relevantes entre los que aporta Antonio María Ávila son la relación entre el número de títulos publicados en 2015 (80.000) y el número de títulos vivos (586.000), con un crecimiento de más del 20 % y cerca de un 6 %, respectivamente, en relación con el 2015; el otro es que la mitad de la producción editorial proviene de editoriales pequeñas, el 26 % de las medianas y el 22 % de las grandes, completamente a la inversa que los porcentajes de facturación. Por lo que a «Los puntos de venta de libros y publicaciones periódicas» se refiere, José Manuel Anta remarca que el principal impacto de la digitalización está «en las fórmulas que los compradores utilizan para conocer y seleccionar los títulos que luego comprarán, y en los medios que utilizarán para realizar de forma efectiva esa compra», es decir, por ejemplo, que podría ser que las librerías se convirtieran en aparadores presenciales de una oferta que se compra en línea. José A. Gómez-Hernández dedica buena parte del capítulo sobre «Las bibliotecas» a hacer memoria sucinta de la historia de estos equipamientos, del siglo XIX a esta parte; así se entiende con toda su carga la conclusión final: «La clave para su futuro es que se asuma esta nueva imagen según la cual, además de proporcionar contenidos, ayudan a las personas en el difícil proceso de usar información y transformarla en conocimiento». La cuarta aportación es un panorama general sobre «Hábitos lectores y políticas habituales de lectura», especialmente pertinente en tiempos de supuestos planes de fomento, que Luis González abre con una afirmación contundente («Esta dinámica sigue olvidando que la pieza primordial del fomento de la lectura reside en el modelo de sistema educativo, como experiencia de formación que debería girar en torno al desarrollo de competencias lectoras») y cierra con una sentencia lapidaria, y me temo que indiscutible («No es demostrable el nexo de causalidad entre las políticas y la mayor fortaleza del hábito lector»).
A continuación, siete expertos hacen sentir su voz sobre aspectos, podríamos decir, de acciones concretas a la invitación lectora. Destaco las afirmaciones a mi parecer más relevantes. Fernando Trujillo observa «El sistema educativo», a partir de la comparación de LOMCE y LOE en relación con la presencia de la lectura, y concluye que «si el hábito lector es un problema, lo es para los propios docentes, pues diversos estudios confirman que no leen». En «Librerías: desapariciones, permanencias, metamorfosis», Jorge Carrión reclama la «necesidad de diferenciar entre las librerías y los supermercados de libros» y se pregunta, a raíz de las formas de visibilidad que adopta la lectura en las redes, si «está significando la creación de una nueva generación de lectores o la amplificación de la comunidad de los lectores ya existentes». Inés Miret y Mònica Baró elogian, con datos de estudios internacionales, las «Bibliotecas escolares a pie de página». De forma parecida, Jesús Arana elogia de los «Clubes de lectura» la vocación «que esa cultura del diálogo que representan termine impregnando la ciudad en su conjunto». En «La próxima lectura: modelos de recomendación en línea», Julieta Lionetti nos descubre el algoritmo de recomendación de libros, enumera los principales recursos de prescripción en línea y afirma, sin matices, que «los lectores siempre encuentran su próxima lectura».
Cierran esta parte del informe y el volumen dos aportaciones que deben releerse. Primero, «El translector: lectura y narrativas transmedia en la nueva ecología de la comunicación», de Carlos A. Scolari, donde describe el nuevo espacio de relación con la narrativa que crea el actual entorno multimedia (que el producto Sherlock Holmes ejemplifica con claridad). Finalmente, a «Diario ilustrado de un lector contemporáneo» José Antonio Millán se observa a sí mismo y, sin la pretensión de hacer de anécdotas categorías, apunta algunas de las mutaciones que las actuales ayudas y entornos de la lectura operan en los lectores. Hoy en día, reconoce, cuando leemos ampliamos con consultas a través del teléfono, la tableta o el PC lo que el texto nos sugiere que consultemos, «mientras el papel aguarda con su pálido rostro desencajado, esperando que volvamos a él más sabios, puede, pero también levemente fuera del estado de ánimo y de concentración previstos por el autor», transformados, pues, añado, en lectores menos atentos, menos pacientes, menos reflexivos. Lo que explica muchas cosas.
No estará de más que hagamos un comentario final sobre las imágenes que, en simples portadillas separadoras entre capítulos, ilustran el volumen con gracia, sabiduría e ironía. Es otro detalle donde se aprecia, seguro, la mano de Millán.
La edición en línea del informe 2017, con los anexos íntegros, puede consultarse aquí. También son consultables en línea los informes del 2008 y del 2002.
Nota. Esta reseña se publica simultáneamente en Blog de l’Escola de Llibreria.