La Historia que se escribe tiene, por lo general, la intención de relatar, interpretándola, la experiencia humana en el tiempo. En el tiempo, la criatura humana que protagoniza y padece la historia, no se presenta como un ser o persona abstracta, sino como una mujer o un hombre; porque la criatura humana es sexuada, siempre y en todas partes.
Que en el mundo hay y solo hay mujeres y hombres, niñas y niños, la gente lo aprendemos al aprender a hablar. Al enseñarnos a hablar –es decir, al enseñarnos la lengua materna-, la madre nos enseña a referirnos a las niñas en femenino y a los niños en masculino. Percibiendo el hecho de la diferencia sexual, aprendemos a observar y a apreciar la historia en grande, ya que el mundo lo enriquecen las interpretaciones y las expresiones libres del hecho de ser mujer y del hecho de ser hombre: una cualidad humana indispensable e irreducible, que lo marca todo.
Sobre la irreductibilidad de la diferencia de los sexos: Librería de Mujeres de Milán, El final del patriarcado. Ha ocurrido y no por casualidad, trad. de María-Milagros Rivera Garretas, Barcelona, Llibreria Pròleg, 1996.
Ocurre, sin embargo, que, cuando leemos una obra científica de Historia, constatamos que su autor o su autora casi nunca habla en femenino y en masculino sino en neutro: en ese neutro pretendidamente universal que tanto y con tanta razón denunció el feminismo, y que el positivismo del siglo XIX ha impuesto como lenguaje científico. Son obras de historia que no registran –separándose de este modo de la lengua materna aprendida en la infancia- el hecho histórico fundamental que es que la historia la hacemos y la padecemos mujeres y hombres. Por eso, sus libros llevan títulos como El hombre medieval o La filosofía del hombre o Los indios del Caribe o El niño en la literatura renacentista.
No lo hacen por una cuestión de economía del lenguaje ni de falta de espacio, pues generalmente son obras que se explayan en todo tipo de detalles de moderado interés, sino por una cuestión política: desde el Humanismo y el Renacimiento, la cultura llamada occidental ha perseguido y persigue con perseverancia las expresiones libres de la diferencia de ser mujer en la historia; pretendiendo, en cambio, contra toda evidencia de los sentidos, que el lenguaje neutro incluye también a las mujeres. Pero, como da la casualidad de que el lenguaje neutro no es neutro sino que coincide con el lenguaje masculino, ocurre que, cuando una lectora se acerca a una obra científica de historia con la esperanza de saber algo acerca de su pasado, la opacidad es total. En ella, las mujeres no se ven porque el lenguaje masculino nos priva de nuestro infinito propio.
Hay, pues, hoy, entre la historia y los libros científicos de historia, entre la vida y la historiografía, una desconexión fundamental, un agujero por el que se escapan muchas cosas: tantas, que cada vez más gente prefiere leer novela histórica y no ensayo para conocer un episodio del pasado. La desconexión consiste en que el fundamento de la historia viva son las relaciones de los sexos, y, en cambio, el fundamento de las obras científicas de Historia son las acciones de un hombre neutro pretendidamente universal: un hombre curioso, que no es, en realidad, ni hombre ni mujer.
Sin embargo, fuera de los ámbitos regidos por el positivismo científico, las mujeres han escrito siempre historia teniendo en cuenta el sentido libre de su ser mujer. Lo han hecho sobre todo en el entre-mujeres, estuviera este en los conventos y monasterios, en las instituciones de canonesas, en el mundo de las beguinas y beatas, en las cortes femeninas de la realeza, de la nobleza y de la burguesía, en los grupos feministas, en relaciones duales entabladas y sostenidas en cualquier sitio y tiempo, en las fundaciones culturales, educativas o políticas femeninas, etc. Los textos de la trovadora Anónima 2, de Cristina de Pizán y de Teresa de Cartagena, son unos pocos ejemplos de ello.
En sus relatos de historias vividas, ellas escribieron en femenino para referirse a las mujeres y en masculino para referirse a los hombres. Con este gesto político expresado en la lengua, le dejaron abierta a ellas y a ellos su dimensión infinita propia, dimensión infinita en la que es posible la libertad.
Decir que cada sexo tiene su infinito propio, implica entender que existen en el mundo dos infinitos, el femenino y el masculino. Esto choca con la costumbre actual de dar por supuesto, sin pensarlo mucho, que el infinito es solo uno, como es solo uno Dios o sola una la cumbre o solo uno el presidente o el principio del pensamiento o del ser. Y, sin embargo, la cosmogonía de la Europa feudal se formó en torno a dos principios creadores, cada uno de los cuales era entendido como de alcance cósmico. Estos principios creadores eran el principio femenino y el principio masculino. Esta manera de ver el mundo se expresó, por ejemplo, en una teoría que se llama la doctrina de los dos infinitos. Decía esta doctrina que en el mundo hay dos infinitos, que son: la materia primera o materia prima y Dios. La materia primera es el principio creador femenino, Dios es el principio creador masculino.
Paolo Lucentini, L’eresia di Amalrico, en Werner Beierwaltes, ed., Eriugena redivivus. Zur Wirkungsgeschichte seines Denkens im Mittelalter und im Übergang zur Neuzeit, Heidelberg, Carl Winter – Universitätsverlag, 1987, 174-191. Guy-H. Allard, L’attitude de Jean Scot et de Dante à l’égard du thème des deux infinis: Dieu et la matière première, Ibid., 237-253. María-Milagros Rivera Garretas, Una cuestión de oído. De la historia de la estética de la diferencia sexual, en Marta Bertran Tarrés, Carmen Caballero Navas, Montserrat Cabré i Pairet, María-Milagros Rivera Garretas y Ana Vargas Martínez, De dos en dos. Las prácticas de creación y recreación de la vida y la convivencia humana, Madrid, Horas y horas, 2000, 103-126. La ha estudiado también Teresa Gràcia Sahuquillo en trabajos desafortunadamente inéditos.
Esta teoría, apegada a la vida en su sexuación, fue perseguida a partir del siglo XIII por la jerarquía eclesiástica católica, que se sirvió para ello de la escolástica, de las universidades y de la tortura y la pena de muerte.
La doctrina de los dos infinitos fue, en su versión amalriciana, condenada por el IV Concilio de Letrán (1215). La versión de la teología en lengua materna –Guillerma de Bohemia, Margarita Porete, por ejemplo-, que usó la expresión “endiosamiento”, fue condenada por santo Tomás de Aquino, que se burló de quienes decían que “totum mundum esse Deum”, confundiendo él la alteridad que está dentro de la criatura con la pretensión de ser ella Dios. Margarita Porete fue quemada en la Place de la Grève de París en 1310.
Algunas mujeres se hicieron, sin embargo, depositarias de la memoria de la doctrina de los dos infinitos y, de maneras distintas según sus circunstancias históricas, la recordaron en sus escritos a lo largo de los siglos siguientes, hasta la actualidad.
Con el fin de percibir la actualidad de la teoría o doctrina de los dos infinitos, puede ser muy interesante leer y comentar un fragmento de la novela de Clarice Lispector titulada Cerca del corazón salvaje(1944), en el que revive la memoria de la materia primera como principio creador femenino de alcance cósmico. Porque la teoría de lo dos infinitos ayuda a desentrañar un enigma de la política de nuestro tiempo, enigma que se expresa con la metáfora del “techo de cristal”. El techo de cristal aparece cuando una mujer no puede lograr algo –algo que desea- porque ocurre que ella no es un hombre: algo –el ser un hombre- que ella no podría, en sustancia, llegar a ser, aunque pueda emularle o parecerlo. En una política que coincida con la teoría de los dos infinitos, no hay techo de cristal, ya que ni la mujer es entendida como la medida del hombre, ni el hombre es entendido como la medida de la mujer: ella tendría su infinito propio, él, el suyo.
“¿En qué radicaba a fin de cuentas su divinidad? Hasta en las menos dotadas habla la sombra de aquel conocimiento que no se adquiere con la inteligencia. Inteligencia de las cosas ciegas. Poder de la piedra que al caer empuja a otra que va a caer en el mar y mata un pez. A veces se encontraba el mismo poder en mujeres recién madres y esposas, tímidas hembras del hombre, como la tía, como Armanda. Y, sin embargo, tenían una gran fuerza, la unidad en la flaqueza... Tal vez estaba exagerando, tal vez la divinidad de las mujeres no fuera específica y estaba sólo en el hecho de que existían. Sí, sí, ahí estaba la verdad: aquellas mujeres existían más que los demás, eran el símbolo de la cosa en la propia cosa. Y la mujer descubrió que era un misterio en sí misma. Había en todas ellas una cualidad de materia prima, alguna cosa que podía acabar definiéndose pero que jamás acababa haciéndolo porque su misma esencia era la del ‘cambio’. ¿A través de ella exactamente no se unía acaso el pasado al futuro y a todos los tiempos?” Y, más adelante: “No exagerar su importancia, en todo vientre de mujer puede nacer un hijo. ¡Qué bella y qué mujer es, serenamente materia-prima, a pesar de todas las otras mujeres!” (Cerca del corazón salvaje, trad. de Basilio Losada, Madrid, Siruela, 2002, p. 143 y 145).
Dama tocando el arpa
Una juglaresa
Cristina de Pizan escribiendo en su estudio
Las tres virtudes ─Razón, Rectitud y Justicia─ se le aparecen a Cristina de Pizan
Construcción de las murallas de la Ciudad de las Damas
Rectitud, Cristina y damas ilustres ante la Ciudad de las Damas
Autógrafo de Juana de Mendoza, escrito en una bella letra humanista (s. XV)
Comienzo del libro Admiración de las obras de Dios, de Teresa de Cartagena, dedicado a Juana de Mend...
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Dirección científica: Maria Milagros Rivera Garretas
Agradecimientos: La investigación para esta obra ha sido financiada por el Proyecto de Investigación del Instituto de la Mujer I + D titulado: "Entre la historia social y la historia humana: un recurso informático para redefinir la investigación y la docencia" (I+D+I 73/01).
Han contribuido a su elaboración y producción el Institut Català de la Dona de la Generalitat de Catalunya y la Agrupació de Recerca en Humanitats de la Universitat de Barcelona (22655).
Dirección técnica del proyecto: Dr. Óscar Adán
Producción ejecutiva: Dr. Sonia Prieto
Edición: Marta García
Correción: Gemma Gabarrò
Traducción al alemán: Doris Leibetseder
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Traducción al inglés: Caroline Wilson
Traducción al italiano: Clara Jourdan
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María-Milagros Rivera GarretasNació en Bilbao, bajo el signo de Sagitario, en 1947. Tiene una hija nacida en Barcelona en 1975. Es catedrática de Historia Medieval y una de las fundadoras de la revista y del Centro de Investigación en Estudios de las Mujeres Duoda de la Universidad de Barcelona, que ha dirigido entre 1991 y 2001. También contribuyó a fundar en 1991 la Llibreria Pròleg, la librería de mujeres de Barcelona, y, en 2002, la Fundación Entredós de Madrid. Ha escrito: El priorato, la encomienda y la villa de Uclés en la Edad Media (1174-1310). Formación de un señorío de la Orden de Santiago (Madrid, CSIC, 1985); Textos y espacios de mujeres. Europa, siglos IV-XV (Barcelona, Icaria, 1990 y 1995; trad. alemana, de Barbara Hinger, Orte und Worte von Frauen, Viena, Milena, 1994, y Munich, Deutscher Taschenbuch Verlag, 1997); Nombrar el mundo en femenino. Pensamiento de las mujeres y teoría feminista (Barcelona, Icaria, 2003, 3º ed.; trad. italiana, de Emma Scaramuzza, Nominare il mondo al femminile, Roma, Editori Riuniti, 1998); El cuerpo indispensable. Significados del cuerpo de mujer (Madrid, horas y HORAS, 1996 y 2001); El fraude de la igualdad (Barcelona, Planeta, 1997 y Buenos Aires, Librería de Mujeres, 2002); y Mujeres en relación. Feminismo 1970-2000 (Barcelona, Icaria, 2001). |
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Clarice Lispector (Ucrania 1920 - Río de Janeiro 1977) escribió en lengua brasileña las novelas místicas más interesantes del siglo XX, como La manzana en la oscuridad (1961), La pasión según G.H. (1964) o La hora de la estrella (1977).
Los siglos XV y XVI se han considerado una etapa de progreso para la humanidad, a causa de la expansión cultural que se materializa en el terreno de las artes y los avances científicos. Triunfa el humanismo, afirmando al mundo y el hombre como centro de las cosas. Sin embargo éste es un humanismo excluyente, ya que prescinde de las mujeres, para las cuales no fue una época de progreso, sino de regresión, como confirma la “teoría de los Renacimientos” de Joan Kelly.
La dio a luz en la ciudad de Burgos María de Saravia, en el primer tercio del siglo XV. SU padre fue Pedro de Cartagena. Formó parte de una importante familia hebrea conversa de esa ciudad: los Ha-Leví. Pasó su infancia y adolescencia en Burgos, en el barrio de Entramas Puentes -o sea entre los puentes del Arlanzón y del Vena-, en el palacio y torre del Canto, situado en la calle Cantarranas la Menor. Se formó en su casa y en la Universidad de Salamanca, donde estudió algunos años. Se casó con el señor de Hormaza (Burgos). Parece que no fue madre. Se dedicó a su escritura y a su espiritualidad, dedicación en la que estaba en 1453. Fue quizá canonesa agustina en el monasterio de San Ildefonso de la ciudad de Burgos. Escribió al menos dos libros, titulados Arboleda de los enfermos y Admiración de las obras de Dios, dedicados a Juana de Mendoza, mujer de Gómez Manrique. Vivía todavía en 1478.