Hay dos ediciones críticas de La Ciudad de las Damas:
Monica Lange, Livre de la cité des dames: Kritische Text-edition auf Grund der sieben überlieferten “manuscrits originaux” des Textes, tesis doctoral, Universidad de Hamburgo, 1974.
Maureen C. Curnow, The Livre de la Cité des Dames by Christine de Pisan: A Critical Edition, 2 vols., tesis doctoral, Vanderbildt University, 1975, (basada en el manuscrito de la Bibliothèque Nationale de París, ms. fr. 607, el más antiguo, fechado en 1407), [“Dissertation Abstracts International”, 36 (1975-1976) 4536-4537ª].
Se conservan muchos manuscritos de esta obra (unos 25); hay uno autógrafo, revisado por Cristina hacia 1410, que perteneció a Isabel de Baviera (Londres, British Library, ms. Harley 4431).
Pizan, Cristina de, La Ciudad de las Damas, texto y trad. de Marie-José Lemarchand, Madrid, Siruela, 1995, 5-7 (libro 1, cap. 1).
Cristina de Pizan explica cómo una tarde, cansada de estudiar, se puso a leer un libro que le habían prestado, pensando que le distraería. Era un libro criticando a las mujeres. Lo deja porque su madre la llama a cenar; al día siguiente, reflexionando sobre ese y otros muchos libros misóginos, toma conciencia de que, leyéndolos, les reconoce más autoridad a esos escritores que a su experiencia femenina.
“Sentada un día en mi cuarto de estudio, rodeada toda mi persona de los libros más dispares, según tengo costumbre, ya que el estudio de las artes liberales es un hábito que rige mi vida, me encontraba con la mente algo cansada, después de haber reflexionado sobre las ideas de varios autores. Levanté la mirada del texto y decidí abandonar los libros difíciles para entretenerme con la lectura de algún poeta. Estando en esta disposición de ánimo, cayó en mis manos cierto extraño opúsculo, que no era mío sino que alguien me lo había prestado. Lo abrí entonces y vi que tenía como título Las Lamentaciones de Mateolo. Me hizo sonreír, porque, pese a no haberlo leído, sabía que ese libro tenía fama de discutir sobre el respeto hacia las mujeres. Pensé que ojear sus páginas podría divertirme un poco, pero no había avanzado mucho en su lectura, cuando mi buena madre me llamó a la mesa, porque había llegado la hora de la cena. Abandoné al instante la lectura con el propósito de aplazarla hasta el día siguiente. Cuando volví a mi estudio por la mañana, como acostumbro, me acordé de que tenía que leer el libro de Mateolo. Me adentré algo en el texto pero, como me pareció que el tema resultaba poco grato para quien no se complace en la falsedad y no contribuía para nada al cultivo de las cualidades morales, a la vista también de las groserías de estilo y argumentación, después de echar un vistazo por aquí y por allá, me fui a leer el final y lo dejé para volver a un tipo de estudio más serio y provechoso. Pese a que este libro no haga autoridad en absoluto, su lectura me dejó, sin embargo, perturbada y sumida en una profunda perplejidad. Me preguntaba cuáles podían ser las razones que llevan a tantos hombres, clérigos y laicos, a vituperar a las mujeres, criticándolas bien de palabra bien en escritos y tratados. No es que sea cosa de un hombre o dos, ni siquiera se trata de ese Mateolo, que nunca gozará de consideración porque su opúsculo no va más allá de la mofa, sino que no hay texto que esté exento de misoginia. Al contrario, filósofos, poetas, moralistas, todos -y la lista sería demasiado larga- parecen hablar con la misma voz para llegar a la conclusión de que la mujer, mala por esencia y naturaleza, siempre se inclina hacia el vicio. Volviendo sobre todas esas cosas en mi mente, yo, que he nacido mujer, me puse a examinar mi carácter y mi conducta y también la de otras muchas mujeres que he tenido ocasión de frecuentar, tanto princesas y grandes damas como mujeres de mediana y modesta condición, que tuvieron a bien confiarme sus pensamientos más íntimos. Me propuse decidir, en conciencia, si el testimonio reunido por tantos varones ilustres podría estar equivocado. Pero, por más que intentaba volver sobre ello, apurando las ideas como quien va mondando una fruta, no podía entender ni admitir como bien fundado el juicio de los hombres sobre la naturaleza y conducta de las mujeres. Al mismo tiempo, sin embargo, yo me empeñaba en acusarlas porque pensaba que sería muy improbable que tantos hombres preclaros, tantos doctores de tan hondo entendimiento y universal clarividencia -me parece que todos habrán tenido que disfrutar de tales facultades- hayan podido discurrir de modo tan tajante y en tantas obras que me era casi imposible encontrar un texto moralizante, cualquiera que fuera el autor, sin toparme antes de llegar al final con algún párrafo o capítulo que acusara o despreciara a las mujeres. Este solo argumento bastaba para llevarme a la conclusión de que todo aquello tenía que ser verdad, si bien mi mente, en su ingenuidad e ignorancia, no podía llegar a reconocer esos grandes defectos que yo misma compartía sin lugar a dudas con las demás mujeres. Así, había llegado a fiarme más del juicio ajeno que de lo que sentía y sabía en mi ser de mujer.”
Es muy interesante comparar este argumento de Cristina de Pizán con el de Virginia Woolf en Un cuarto propio (1929), otra de las obras maestras del ensayo femenino y feminista: “Profesores, maestros, sociólogos, clérigos, novelistas, ensayistas, periodistas, hombres sin más título que el de no ser mujeres, ahuyentaban mi simple y única pregunta: ¿por qué son pobres las mujeres? hasta convertirla en cincuenta preguntas; hasta que las cincuenta preguntas se precipitaron frenéticamente en medio de la corriente y fueron arrastradas por ella” (Virginia Woolf, Un cuarto propio, prólogo y trad. de María-Milagros Rivera Garretas, Madrid, horas y HORAS, 2003, p. 53).
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Dirección científica: Maria Milagros Rivera Garretas
Agradecimientos: La investigación para esta obra ha sido financiada por el Proyecto de Investigación del Instituto de la Mujer I + D titulado: "Entre la historia social y la historia humana: un recurso informático para redefinir la investigación y la docencia" (I+D+I 73/01).
Han contribuido a su elaboración y producción el Institut Català de la Dona de la Generalitat de Catalunya y la Agrupació de Recerca en Humanitats de la Universitat de Barcelona (22655).
Dirección técnica del proyecto: Dr. Óscar Adán
Producción ejecutiva: Dr. Sonia Prieto
Edición: Marta García
Correción: Gemma Gabarrò
Traducción al alemán: Doris Leibetseder
Traducción al catalán: David Madueño
Traducción al inglés: Caroline Wilson
Traducción al italiano: Clara Jourdan
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Cristina de Pizan (1364-1420), nació en Venecia. Su madre era hija del anatomista Mondino de Luzzi; su padre, el médico Tomasso di Benvenuto da Pizzano. A los tres o cuatro años, pasó a vivir en la corte de Carlos V de Valois, en París, donde su padre fue nombrado médico del rey. Recibió una educación humanista exquisita y tuvo acceso a la Bibliothèque Royale, recién instalada en una parte de lo que hoy es el Museo del Louvre. A los 25 años, madre de dos niños y una niña –María-, se quedó viuda de un hombre al que amaba -Etiénne Castel, notario del rey-. Se convirtió entonces en la primera escritora y escritor profesional de lengua francesa, autora de libros de todo tipo, destacando durante muchos años (1389-1429) su especialización en las mujeres. Han sido identificados 55 manuscritos autógrafos suyos. Murió en París en 1430.
Escribe el año 1405 Le Livre de la Cite des Dames, donde reivindica una genealogía femenina y propone una ginecotopía, un espacio segregado para las mujeres, producto de la conversación con tres damas alegóricas: Razón, Rectitud y Justicia.
A la hora de erigir una ciudad para las mujeres, Cristina recibe estas instrucciones:
“... cimientos sólidos, que levantes todo alrededor grandes muros altos y macizos con altas torres amplias y grandes, los bastiones con sus fosos y los andamios artificiales y naturales como conviene a una plaza bien defendida”.
Christine de Pizan, La ciutat de les dames. Traducción catalana de Mercè Otero. Barcelona, Edicions de l’Eixample, 1990, p. 36.
Reina de Francia, esposa de Carlos VI.