5.3.2. Identidad personal y grupal
En este punto, el papel de la privacidad tal y como se viene entendiendo es fundamental ya que, si desde la Psicología Social se contempla la identidad como un conjunto de informaciones, sentimientos y creencias sobre nosotros mismos que se configuran a través de nuestra interacción con los demás, entonces los mecanismos reguladores de tal interacción -y así actúan los mecanismos de privacidad- resultan decisivos para mostrar y mostrarnos quiénes somos. Tres aspectos son claves en este punto y en ellos encontramos otras funciones de la privacidad:
Autoidentidad
Para Altman (1975) es ésta una de las funciones principales de la privacidad ya que de ella dependen en gran medida el resto. Efectivamente, la función psicológica que permite a la persona establecer un sentido de identidad personal, autodefinirse y autoposicionarse con respecto a su mundo sociofísico resulta clave para el desarrollo de la interacción social con otras personas, enfrentarse efectivamente a ese mundo y, a su vez, para desarrollarse como persona inserta en él.
Autoevaluación
Pero la autoidentidad depende en buena parte de la capacidad de la persona para autoevaluarse. La posibilidad de poder “retirarse” para efectuar esta autoevaluación posibilita, según Westin (1967), el desarrollo de la identidad personal mientras que para Altman (1975) este elemento cumple una función de relación entre el yo y los otros al permitir, en terminología de Goffman, “estar entre bastidores” para ensayar y evaluar nuevas conductas sociales, sea como repertorio o para “recomponer” el self ante un “daño social” sufrido.
Autonomía personal
En definitiva, de lo que se está hablando es de la posibilidad que ofrece la privacidad de garantizar la autonomía de las personas en su relación con el resto. Proshansky, Ittelson y Rivlin (1983) recogen esta idea al hablar de la libertad de elección de la persona en su relación con el medio como concepto clave para entender no sólo la privacidad sino también la territorialidad y el hacinamiento. En el trasfondo de este desarrollo se encuentra una concepción del ser humano como organismo cognoscente y dirigido a una meta, que satisface sus necesidades a través de interacciones e intercambios con su medio sociofísico, tratando de organizarlo de modo que aumente al máximo su capacidad de elección en él.