La información que podemos extraer del testamento y codicilo de Isabel I de Castilla es variada, alguna ya recogida por la historiografía tradicional. Pero entre los temas que no han sido tratados, o lo han
sido desde perspectivas muy distintas, yo destacaría, en primer lugar, la relación de la reina con sus hijas e hijos, la relación con el rey, el interés por el buen gobierno de los reinos, el cuidado para mediar en los conflictos o en las futuras tensiones entre la futura reina Juana y Fernando el Católico, la insistencia en el amor, el papel de la lengua materna y la escritura en esta lengua tanto en los reinos peninsulares como en América. El papel que otorga a la formación y a la experiencia. El
cuidado y el intento de que se escuche a los distintos grupos socio-económicos que forman sus reinos, sin llegar a conseguirlo en
muchas ocasiones por la gran dificultad de aunar deseos e intereses tan diversos. El valor otorgado al buen gobierno de la
casa y por extensión del reino, a la buena organización, a la previsión. Pero, también, y como contraste el valor otorgado al
guerrero, al que arriesga su vida en la batalla y en la guerra, a su marido, el rey Fernando.
Parte de la historiografía coincide en señalar el profundo enamoramiento de Isabel y Fernando desde la primera vez que se
reúnen, y del amor y, posiblemente, pasión que hubo entre ellos. La pareja formada por Isabel y Fernando fue una pareja fuerte, a pesar de algunas diferencias de temperamento,
carácter y de las dificultades por la que pasó su unión por las infidelidades del rey, y ante otras múltiples situaciones
difíciles. Isabel acepta y recibe a su cargo a los hijos e hijas naturales que Fernando había tenido, y se compromete no sólo
a garantizarles su crianza y su dote, sino a sostener a sus madres. Sin duda este debió ser una decisión difícil para la reina, porque como escribe su hija, Juana, en una carta fechada el 3 de mayo de 1505, la reina, como ella, era una mujer celosa, hasta que el tiempo la cure.
Isabel y Fernando tomarán muchas decisiones juntos, y juntos estarán también ante los numerosos problemas y dificultades que
les plantea el gobierno de sus reinos, incluso están cerca el uno del otro en situaciones de guerra, como cuando Isabel espera a su marido en el campamento general, mientras se lucha ante Toro contra el rey de Portugal en
1476. Fernando ataca al ejército portugués el 1 de marzo del año citado mandando las milicias populares y pone en fuga a las tropas portuguesas. Isabel, mientras,
esperará el resultado de la batalla en el campamento o cuartel general. Al poco de conocer la noticia de la victoria manda
organizar fiestas de acción de gracias en las ciudades y villas del reino y promete construir en Toledo, la iglesia y el monasterio de San Juan de los Reyes, que se comienza en 1478.
Isabel escogió estar con Fernando como mujer y como reina, y desea y quiere estar junto a él, si así el rey lo desea, también en la tumba. Lo recoge así el testamento: […]; pero quiero e mando que si el Rey, mi señor, eligiere sepultura en otra qualquier iglesia o monasterio de qualquier
otra parte o lugar d’estos mis reynos que mi cuerpo sea allí trasladado e sepultado junto con el cuerpo de su Señoría porque el ayuntamiento que tovimos biviendo e que nuestras ánimas, espero en la misericordia de Dios, ternan en el Çielo,
lo tengan e representen nuestros cuerpos en el suelo. Vid. A. de la TORRE y del CERRO y Engracia ALSINA, viuda de la Torre, Testamentaría de Isabel la Católica, op. cit., pp. 63-64.
Luchas que se enmarcan en el conflicto con Portugal y los intentos del monarca luso de ocupar tierras castellanas, y también
apoyar las presuntas pretensiones al trono de la sobrina de Isabel I, Juana, llamada La Beltraneja. El enfrentamiento se prolonga hasta la derrota de los portugueses en Albuera en
febrero de 1479 .
Fernando sería para Isabel como aquellos caballeros cristianos cuyas andanzas permanecían vivas en los romances y las leyendas populares y que empezaban a estar de moda en la Corte. No sabemos cuantas veces habría oído Isabel durante su niñez en Madrigal y Arévalo esos poemas orales e incluso
relatos de algunos de los caballeros –o de algún soldado de la guarnición de Arévalo- sobre las hazañas fronterizas contra
los musulmanes. Estos relatos, romances, poemas, leyendas y alguna crónica transmitirían la nostalgia por un pasado heroico y no demasiado lejano, y el deseo de imitación y de dedicar la vida a la conquista.
Me interesa subrayar aquí que la historiografía recoge el hecho mencionando la presencia de la reina rodeada de catorce damas. Isabel estaba siempre rodeada de mujeres, su madre, sus hijas, sus damas, doncellas y un sinnúmero de mujeres que estaban a su servicio y al de su Casa. En momentos importantes
para ella las fuentes escritas o/ y iconográficas la muestran rodeada de damas, tal como la muestra el bajo relieve de la
Entrada en Granada –en el que se cuentan nueve o diez mujeres.
Isabel estuvo rodeada desde la muerte de su padre, Juan II, de mujeres, en algunos momentos coinciden un buen número en el
espacio en el que se mueve la infanta Isabel, futura Isabel I. En Arévalo, hacia 1454, un poco después de la muerte de su padre, están entre otras su abuela, su madre, su tíaMaría –hermana de su padre- reina de Aragón durante casi veinte años, mujer poderosa, había gobernado bien y con sabiduría Aragón mientras Alfons V, el Magnànim,
residía en la corte de Nápoles. María venía a Arévalo para mediar y negociar con su sobrino, Enrique IV, en nombre de su cuñado el rey Juan de Navarra –hermano
de Alfons V-. María reina de Aragón y María, la hermana de Alfons V, el Magnànim, primera mujer de Juan II habían sido dos mujeres importantes para la historia de Castilla, ambas
reinas y primas, habían mediado en muchos momentos, algunos de ellos cruciales, en las variables y a veces difíciles relaciones
entre Aragón-Cataluña y Castilla.
Isabel se siente acompañada por muchas mujeres de confianza que le pueden dar consejo sobre todo mientras está en Arévalo y en Madrigal donde pasa una parte de su infancia, pero también estará acompañada por
algunas mujeres cuando en 1461 su hermano, el rey Enrique IV, la traslada a ella y a su hermano Alfonso a la corte.
Seguramente esta compañía y envolvimiento femenino en Madrigal y Arévalo durante sus primeros diez años de vida proporcionaron a la infanta Isabel, futura Isabel I, la estabilidad y el aplomo necesarios para el futuro. Las historias de sus dos familias le serían
a buen seguro contadas y explicadas por algunas de estas mujeres y le proporcionarían a Isabel un fuerte orgullo de su linaje real, un gran sentido de cuales eran sus legítimos derechos, y un fuerte sentido de responsabilidad. También le enseñarían la importancia del cuidado del cuerpo, la importancia de la belleza, del adorno, la importancia de presentarse convenientemente vestida en público, y la importancia de un porte regio. Isabel, a diferencia
de otras infantas e infantes reales castellanas y castellanos, había disfrutado en este ambiente de Madrigal y Arévalo, rodeada
de su abuela, su madre y de otras damas de una mayor estabilidad e intimidad familiar, había disfrutado también de una gran atención y cuidado de las relaciones personales y de una larga permanencia en un espacio físico, un “palacio”, construido con una medida muy
humana, muy lejos de lo que luego será por ejemplo el palacio de El Escorial u otros grandes palacios, tal vez menos actos para
la crianza de las y los infantes reales.
Numerosos retratos o figuraciones de Isabel I recogen este cuidado y belleza de la reina, según los cánones de la época. El maestro de Manzanillo, un pintor castellano del siglo XV, recoge en una tabla a los reyes.
La tabla de este maestro refleja detalles de los reyes que cronistas e historiadores han resaltado: la tez muy blanca de la reina, su cabello rubio, sus ojos claros. Los ojos y cabello oscuro de Fernando. Una descripción detallada de la reina Isabel –a
los veinte años- la hace su secretario, el cronista Hernando del Pulgar: Bien compuesta en su persona y en la proporción de sus miembros, muy blanca y rubia; los ojos entre verdes y azules, el mirar
gracioso y honesto, las facciones del rostro bien puestas, la cara toda muy hermosa y alegre. La descripción de H. del Pulgar y la tabla que recoge este retrato de los reyes nos trasmiten una imagen bastante coincidente.
También otro retrato conservado en Madrigal recoge estos años próximos a su boda, de los jóvenes monarcas, bien parecidos y ambos muy próximos en edad.
Isabel nunca se construyó un gran palacio real, su corte fue esencialmente itinerante, pero en cambio gracias a su matrocinio hemos recibido como legado al urbanismo y al arte algunas magníficas construcciones de hospitales y monasterios. Los monarcas castellanos no centraron,
tampoco durante el reinado de Isabel y Fernando, ni ligaron su poder a ningún palacio, esta concepción del palacio como símbolo del poder real, es más propios de otras monarquías como la francesa. En la Península será una idea que se impondrá en la Edad Moderna.
Pero para dar cuenta de la actividad constructiva y artística en general matrocinada por la reina, sólo recordar aquí entre los monasterios el de San Juan de los Reyes de Toledo, y entre los hospitales, el de los Reyes
Católicos en Santiago de Compostela y el de la Santa Cruz de Toledo. El interés de la reina por la asistencia se percibe claramente en la preocupación por organizar -que sepamos- uno de los primeros hospitales de campaña de la historia.
Hospital instalado en el frente, en la frontera de lucha contra los musulmanes, para la asistencia de los heridos. Detrás de este hospital estará siempre el Hospital de la Reina, allí donde se encuentre Isabel para disponer de una asistencia más cuidada. Estos hospitales estaban equipados con abundante material sanitario, cuya responsable es nada menos que la doncella de la reina, Juana de Mendoza. Sabemos por Pedro Mártir de Angleria, el cronista italiano, que la reina visitaba casi todos los días estos hospitales, especialmente el de campaña siempre que se hallaba en el campamento o cuartel
general cerca del frente. Cfr. DUMONT, J., La “incomparable” Isabel la Católica, op. cit., p. 143.
Isabel ideó y/o intentó llevar a cabo una política distinta en algunos asuntos a la del rey Fernando II de Aragón, a pesar
de que algunos y algunas historiadoras les cueste percibir o abarcar la diferencia al trazar un perfil general del reinado.
La política ideada y trazada por Isabel analizada de cerca sí era diferente. Como mujer que era se interesó mucho más por las relaciones. Dedicó una parte importante de su tiempo y de su estar en el
gobierno de Castilla a dibujar un complejo mundo de relaciones que le permitieron en muchos casos desencallar grandes asuntos
de estado. Entabló relación con algunas mujeres poderosas y algunas otras que no lo eran tanto, y algunas las estableció por
necesidad, necesidad de gobierno, de su Casa y del reino, pero otras muchas las estableció por el gusto de estar en relación
con otra mujer. Con su antigua doncella Beatriz de Bobadilla y con su nueva doncella –ya siendo reina- Juana de Mendoza, con ambas parece que tenía la reina gran intimidad y una relación de confianza, que les permitía moverse con gran libertad dentro de lo que eran las relaciones en la corte castellana del momento.
Incluso el emblema de los reyes, símbolo del nuevo orden, de la nueva monarquía muestra esta diferencia. El emblema une el jugo del poder, símbolo de Fernando, con el haz de flechas, símbolo de la justicia, emblema de Isabel. Este emblema que se reproducirá en
numerosos monumentos y en la moneda corriente, el real de plata, se acompaña a veces de la divisa que le sugiere Nebrija a
Fernando Tanto monta. Divisa que hace referencia al nudo gordiano que Alejandro Magno cortó tras haber intentado en vano desatarlo, con lo que
el sentido de la divisa es “tanto monta cortar como desatar”.
Vid. RIVERA GARRETAS, M.- Milagros, Mujeres en relación. Feminismo 1970-2000, Barcelona: Icária, 2001.
Esta estrecha relación la percibimos por ejemplo en la promesa que hacia 1466 realiza Beatriz de Bobadilla a la entonces princesa Isabel, cuando Enrique IV pretende y quiere obligarla a casarse con el viejo pero riquísimo, el converso, Pedro Girón, aunque el rey decía querer mucho a su hermana Isabel.
Beatriz de Bobadilla había sido doncella Isabel cuando era princesa de Castilla, mantuvo con ella una estrecha relación de confianza hasta el punto que Beatriz le había prometido a Isabel utilizar
su daga y matar con sus propias manos a Pedro Girón si Enrique conseguía sus propósitos de obligar a la princesa a casarse con él. Pedro Girón ya viejo era muy rico y fue uno de los aspirantes a casarse con la joven princesa que entonces tenía tan sólo quince años. Isabel estaría, seguramente, horrorizada, y sin duda ello propiciaría la promesa
de Beatriz de salvarla in extremis del trance. Isabel se ocupó, como en el caso de otras damas, de buscarle marido entre los
nobles y altos funcionarios de la Corte y Reino. Beatriz se casó con el gobernador de Segovia y de su alcázar, Andrés Cabrera,
conde de Moya. La actividad de la reina y en algunos casos también del rey para propiciar el enlace de damas de la corte con altos funcionarios, nobles y personajes de grandes linajes está bien documentado. La reina, y en este caso también el rey, fueron padrinos de bautismo del antiguo gobernador musulmán de Baza, Al-Nayar, cuando se
convirtió al cristianismo, con el nombre de Pedro de Granada, y propiciaron, también, su matrimonio con la dama de la corteMaría de Mendoza. Esta privilegiada relación de Isabel con algunas de las mujeres de su entorno le permitió gobernar su Casa y
el Reino de otra manera, de una manera diferente a la que la había hecho su padre, a la de su hermano, Enrique, y a la de
su marido, Fernando.
El propio Enrique escribía: Muy virtuosa mi señora y hermana […], vos suplico siempre se acuerde de mí, puesto que no tenys persona en este mundo que
tanto vos quiera como yo... Carta autógrafa del Archivo General de Simancas, citada por AZCONA, T. de, La elección y reforma del episcopado español en tiempo de los Reyes Católicos, Madrid: C.S.I.C., 1960, p. 119.
La estrecha relación de Isabel con sus doncellas y con otras damas de la Corte y de la nobleza castellana o no propiciaron
en muchos casos la petición de mediación para asuntos diversos, tuviesen o no que ver con el gobierno del reino. Así, Beatriz de Bobadilla, ya condesa de Moya, mediará ante su marido Andrés Cabrera, y éste tendrá un papel destacado en la adhesión de la ciudad de Segovia a
los jóvenes príncipes en 1473.
Cfr. DUMONT, J., La “incomparable” Isabel la Católica, pp. 39-40.
Otro claro ejemplo lo constituye la mediación de la propia reina, Isabel, a petición de la infanta portuguesa, Beatriz. Ambas se reúnen e inician conversaciones en marzo de 1479, en la frontera, en la población de Alcántara, para organizar y establecer la paz definitiva entre Castilla y Portugal, después de largos años de enemistad por las apetencias territoriales del monarca portugués,
aprovechando, primero, los momentos de debilidad producidos por las luchas entre partidarios de Ia futura Isabel I y de su sobrina Juana, la Beltraneja; y aprovechando, más tarde, y apoyando las pretensiones de Juana, la Beltraneja, que le permitían disimular
a Alfonso de Portugal sus intentos de conquista de tierras castellanas. Dos mujeres, Isabel I de Castilla y la infanta de Portugal, Beatriz, median en un conflicto que se había convertido en casi intestino, y seguramente acuerdan una política
de unión entre ambas familias que se concretará años más tarde, y que servirá para aplacar las ansias guerreras de los nobles
y caballeros de ambos reinos. La reina castellana podía, seguramente, por su rango y situación no aceptar la mediación, pero Isabel valoraba mucho la relación entre mujeres para rechazar la oferta, y además ella seguramente se podía sentir
próxima a una mujer portuguesa, su madre era una portuguesa que vivió hasta su muerte, en Arévalo, en tierras castellanas. Isabel sabía que podía entenderse con una
mujer portuguesa. Ambas sabían que su mediación sería más positiva y efectiva para conseguir la larga y ansiada paz, que la que pudiesen llevar a cabo algunos de sus consejeros, con los de Alfonso de Portugal. Además si los nobles de ambos
reinos y Fernando de Aragón y los suyos aceptaron la mediación de ambas mujeres es porque sabían que ésta daría fruto y traería la paz.
Isabel tiene mucho en cuenta en su política cómo se relacionan las personas entre ellas y tiene también en cuenta, como ha
dicho la ex secretaria de Estado americana Madeleine Albright, una mujer que ha estado en la política segunda, la masculina, pero en un lugar de gran relevancia de la política internacional,
ha señalado claramente algunas diferencias de su ser mujer a la hora de actuar incluso en la política segunda. Albright señala
que como mujer y lo ha percibido en algunas otras mujeres -y nosotras lo hemos visto al analizar algunos retazos de la trayectoria
vital de Isabel I de Castilla-, tienen, o pueden tener, una mayor capacidad de visión periférica, son o somos capaces de tener en cuenta, de abordar aspectos que no están en todo momento presentes ante nosotras
y de desarrollar o intentar desarrollar algún tipo de consenso.
CALVO, J.-M., “Madeleine Albright. La mujer que fue Estados Unidos”, en El País Semanal, núm. 1447. Domingo 20 de junio de 2004, p. 17.
Isabel aunque le otorga autoridad a su marido Fernando como rey y como político, también le reconoce autoridad a otras mujeres. Le reconoce a la Latina, Beatriz Galindo, su maestría en el latín y le confía a su hijo e hijas para que les enseñe esta disciplina, y ella misma se convierte en su alumna, y le reconoce también su autoridad a mujeres como Beatriz de Bobadilla, Juana de Mendoza, etc., su saber de mediadoras, y su saber como organizadoras como doncellas y como encargadas de asuntos concretos, como
Juana de Mendoza como responsable del hospital de campaña fundado por la reina.
Isabel empezó a estudiar latín durante la guerra de Granada, parece que al cabo de un año, ya sabía lo suficiente como para poder percibir, si algún predicador o muchacho del coro no pronunciaba correctamente, y tomaba nota para corregirlo posteriormente.
Vid. LYSS, P. K., Isabel la Católica su vida y su tiempo, op. cit., p. 246.
La reina procurará mantener las sendas que se había trazado al llegar al trono y otras que iba trazando al ir viviendo, las sendas
que ella elige, y las que le sugieren y señalan el rey, su marido, sus consejeras, consejeros y aquellas y aquellos dedicados
a las tareas de gobernar rectamente su Casa y su Reino. Habrá al menos dos momentos en su vida que la reina se guiará por la política del deseo, se pondrá en el centro, su vida ordenará el mundo, “traerá al mundo el mundo”. Hay al menos dos deseos grandes que la futura reina Isabel I quiere y realizará, el primero, más bien, los dos, son dos deseos de amor, el amor, o la búsqueda de amor, la guía en la elección de su futuro marido, y segundo, el otro deseo, es el amor al saber, al conocimiento, la curiosidad innata. Este, segundo deseo, lo desarrollará en parte, ya de adulta, siendo reina. Buscará a la latinista Beatriz Galindo, conocida como la Latina, para que enseñe al infante y a las princesas, pero también
para que le enseña bien a ella latín como sabía su padre, el rey Juan. Isabel desea dominar el latín para así poder conocer más y mejor y entender bien la literatura y los tratados de su gusto. La educación de Isabel estuvo, inicialmente, a cargo de algunos de los franciscanos observantes del convento situado extramuros de la villa de Arévalo. En este convento estuvieron entre otros Alfonso de Madrigal el Tostado, erudito
y teólogo, y también Lope de Barrientos, obispo de Cuenca –confesor de Juan II-, al que el viejo rey encomendará la supervisión de
la educación de la futura Isabel I y del infante Alfonso.
CIGARINI, L., La política del deseo, Barcelona, 1996.
Diótima, Traer al mundo el mundo, Barcelona, 1996
Pero afortunadamente para la reina Isabel no siempre hizo caso, o no del todo, a las razones de estado de su hermano y rey Enrique IV y sí a las de su corazón.
Así lo hará al escoger a su marido, huyendo de las ventas matrimoniales a que quería obligarla Enrique. Isabel será quien
se case y será por tanto la que escoja, se casará con quien ella quiera. La princesa está bien informada, y es una mujer guapa, y escogerá a un hombre que ella considera también atractivo, al heredero de Aragón, Fernando. Recoge así una idea inicial del propio Enrique de unir Castilla y Aragón. Su corazón puede en la decisión,
pero las razones de estado lo apoyan, su decisión traerá aparejada una gran ventaja política. Aragón dejará de apoyar a los
grupos nobiliarios castellanos que se oponían a la autoridad real. Isabel concertará un matrimonio de amor y de razón, como lo demostrará toda la historia posterior de Isabel y Fernando llamados los Reyes Católicos.
No sé la relación que pudo tener Isabel con el Tostado en Arévalo, pero la reina a la muerte de Alfonso de Madrigal, en 1455, promovió la publicación de sus escritos. Vid. LISS, P. K., Isabel la Católica. Su vida y su tiempo, Madrid, 1992, p. 20.
Entre los libros que poseyó la reina Isabel aparece un ejemplar del tratado que escribió Barrientos contra la magia. Al igual que el obispo Isabel detestaba la magia y la adivinación.
Isabel sabemos que recibió el acostumbrado “adiestramiento en las artes domésticas” reservado a las mujeres, pero, como ya
hemos comentado no le enseñaron a leer y a escribir bien, ni en latín, ni en castellano, su lengua materna. Isabel aprenderá
a leer y a escribir bien en ambas lenguas ya de adulta y reinando. Su lengua materna, el castellano, sería la lengua que le
escucharía a su ama de cría, a su aya y a otras damas castellanas de la corte; pero también escucharía, ya, desde el vientre materno, portugués, era la lengua de su madre, una de las lenguas que se hablaban en su casa. Parece ser que tampoco le enseñaron de niña a leer y a escribir en esta lengua. Si sabemos que en castellano –y puede que también algunas veces en portugués- escucharía
las numerosas leyendas, cuentos, poemas, historias y relatos sobre la vida de caballeros que luchan contra los infieles, numerosas historias de vidas de santas y santos. Vidas de santas que le tenían
que servir de modelo de perfección a cualquier niña, cuanto más a una princesa. Pero es posible que Isabel, una niña y después una adolescente muy activa y de vivo carácter aprendiera enseguida con estas vidas el gusto por la acción, más
que por la pasividad, y aprendiera a admirar aquellas mujeres que conseguían dominar su voluntad y ser disciplinadas. Lo vería
también en una historia de vida que empezaba a circular por tierras peninsulares, tanto castellanas como catalano-aragonesas, la vida de Juana de Arco. La
vida de Juana, conocida en Castilla como la poucella (la doncella) tuvo una gran aceptación en Castilla. En el ámbito de la corte sabemos que el propio Juan II la admiraba sobremanera, y también otros cortesanos. Entre ellos cabría citar a Chacón, el
autor de la crónica de don Álvaro de Luna, al propio Álvaro de Luna, y a uno de los estimados consejeros del rey, su secretario Rodrigo Sánchez de Arévalo. Sánchez de Árevalo había estado como
embajador en la corte papal y en la corte francesa, y había conocido directamente los hechos de Juana de Arco. No sabemos con certeza si entre
los consejeros de Juan II que intervinieron en la educación de la infanta y del infante, estaría el citado clérigo Rodrigo Sánchez de Arévalo –diplomático y escritor-, y decidido partidario –por
su propia experiencia personal- de darle a Isabel una educación formal, pero si pudo también influir en la gran admiración de Isabel por Juana de Arco. Juana de Arco era para Isabel un modelo de vida de acción, uno de los anhelos de la princesa. Fuese cual fuese la educación formal que recibiese Isabel, casi inexistente al menos en su infancia, fue una niña afortunada no la apartaron del entorno de su abuela, su madre y de las otras mujeres que formaban la corte de Arévalo, no la apartaron de las diversas y ricas realidades de la vida que le posibilitaba el vivir en una villa pequeña, pero que era cruce de caminos comerciales importantes. Variadas y ricas
realidades vitales que ella sin duda debió captar con rapidez, porque era –según recoge un buen número de crónicas y la historiografía-
una niña inteligente, curiosa, observadora, que debió apreciar lo mucho que aprendió viendo el mundo desde el lugar de su infancia
─Arévalo─ rodeada de muchas mujeres y de algunos hombres que le prestarían atención y afecto. Isabel empezaría a descubrir
desde esta villa interior castellana, como la Iglesia y la religión, con sus festividades, sus ceremonias y su ritual, marcaban
los días, las horas, los acontecimientos y los ciclos del año. La religión marcaba e influía en el comportamiento, afectaría
incluso a las emociones, e intentaba explicar las relaciones humanas, el mundo natural y el universo. Isabel vivió en el seno
de una familia piadosa, en contacto con frailes devotos, habituada a la devoción que marcaban las iglesias de Arévalo, cuyas campanas regían sus días. La iglesia parroquial de la villa, como era tradicional en otras muchas poblaciones de la corona de Castilla -había asentado sus cimientos
sobre los restos de la antigua mezquita- estaba dedicada a san Miguel, el arcángel militante. Otra de las iglesias de Arévalo
estaba dedicada a santaMaría de la Encarnación, porque la doctrina de la Encarnación era rechazada por los musulmanes. San Miguel y Santa María de la Encarnación significarán en Arévalo como en otras ciudades, villas y pueblos castellanos la afirmación cristiana frente a los “infieles”. Isabel como muestra su testamento tendrá entre sus preferencias estas devociones, y probablemente influirá –no sabemos en que medida- para que las mezquitas
de Granada lleven esos nombres.
Chacón apunta en su crónica el entusiasmo con que Álvaro de Luna y el propio rey Juan II acogieron en la Corte a los enviados
de Juana de Arco; y evoca la profunda impresión de Luna por las hazañas de la doncella de Orléans, hasta el punto de llevar consigo una carta suya que mostraba en la corte como si se tratase de una reliquia sagrada. Vid. LYSS, P. K., op. cit., p. 21.
Rodrigo Sánchez de Arévalo ha asistido a una escuela elemental en la que se educaba a niñas y niños, la escuela que había abierto los dominicos en Santa María de Nieva con el matrocinio de la reina Carolina, la abuela paterna de Isabel.
Isabel, ya reina, nota la falta y se preocupa por no haber recibido la instrucción que marcaban los espejos de príncipes y, como hemos señalado, alguno de los consejeros de su padre y posteriormente suyos.
Debía de haber aprendido las letras, que completaban la educación de alguien como ella de alta cuna, porque ello redundaría en la buena imagen real, y también el latín necesario para entender
mejor los mejores escritos sobre leyes y artes del gobierno y de la guerra, el latín que Juan II –su padre- había aprendido. Para dar ejemplo, la reina aprendió letras y latín. Isabel era una gran lectora e impulso el relativamente nuevo arte de la imprenta.
Según el humanista Juan de Lucena el papel ejemplarizante de la reina era tal que ¿Non vedes cuántos comenzan a aprender admirando su Realeza? Lo que los reyes hacen, bueno o malo, todos ensayamos de hacer
[…]. Jugaba el Rey, eramos todos tahures; studia la Reyna, somos agora studiantes. Vid. LUCENA, J. de, “Carta de […] exhortaría a las letras”, en Opúsculos literarios de los siglos XIV a XVI, ed. A. PAZ y MELIA, Madrid, 1893, pp. 215-216. Cit. en LYSS, P. K., op. cit., p. 246.
La reina impulsó, por ejemplo, la publicación de las obras de Alfonso de Madrigal el Tostado.
Isabel I gobierna como mujer, se ocupa de su Casa y del Reino de forma diferente –a como lo hace su hermano el rey Enrique-.
Siendo ya reina, y por tanto siendo la cabeza de la familia real tiene que concertar los matrimonios del infante y de las princesas sus hijas. Como madre, intenta además de concertar bodas de estado, que estos compromisos cuenten, de alguna manera, con la mínima aprobación de
sus hijas. Así sabemos que ocurrió en el caso de de su primogénita, Isabel, al quedarse viuda. Isabel I había prometido a la infanta no abocarla a un nuevo matrimonio, y permitirle llevar una vida de retiro y vida espiritual intensa en el convento o casa de su elección. Isabel intercederá ante su hija al ver los argumentos que el legado portugués esgrime: éste recurre a las cualidades de la princesa, al cariño que le profesaban los portugueses y al gran respaldo moral que ello significaría para las gentes de este reino
y, además, añade que la princesa está en edad y disposición de proporcionar el heredero que le hace falta al trono portugués. Isabel I a pesar de haber dado su palabra de madre y de reina, y a pesar de saber que la princesa estaba volcada en un proyecto espiritual concreto, estaba vinculada a la forma de vidabeata -experiencia que daba una dimensión espiritual profunda a la vida de algunas mujeres que no querían profesar en una orden monástica, a aquellas que se querían mantener de alguna manera en
el mundo de las laicas-, llega a un entendimiento y pacto con su hija. La reina sabía que la princesa Isabel tenía una voluntad firme y decidida y sólo su intervención como madre y como reina la harían cambiar de razón de vida. La reina, evidentemente no presentó, como hacían algunos de los consejeros, razones meramente políticas, sino razones religiosas,
la princesa podía con su posición –de nuevo de reina de Portugal influir decisivamente para que se adoptara una política de unidad religiosa como la de Castilla, en un momento en el que las embarcaciones estaban preparadas para salir hacia las costas de la India,
y cuando Portugal estaba siendo el refugio de numerosos conversos que huían de la Inquisición. Éstas y otras razones de orden político-religioso y familiar —y sería, sin duda, una de ellas el hecho de ayudar a su madre como reina- convencieron a la joven princesa Isabel que accedió a casarse con Manuel de Portugal y a darle los herederos que este esperaba.
Y aunque como era costumbre las infantas tendrían que servir para reforzar el papel de su linaje y el de la Corona de Castilla con los otros reinos, no las somete al como llaman algunas autoras y autores al “bailes de
maridos” que su hermano Enrique la había sometido a ella misma.
Sobre los beaterios castellanos y estas formas de vida y piedadVid. MUÑOZ, A., Mujer y Experiencia Religiosa en el Marco de la Santidad Medieval, Madrid, Asociación Cultural Al-Mudayna, 1988; Las mujeres en el cristianismo medieval. Imágenes teóricas y cauces de actuación religiosa, ed. a cura de Ángela Muñoz Fernández, Madrid, Asociación Cultural Al-Mudayna, 1989. MUÑOZ, A., Santas y Beatas neocastellanas: ambivalencias de la religión y políticas correctoras del poder, Madrid, Dirección General de la Mujer de la Comunidad Autónoma de Madrid, 1994.
El testamento y otra documentación permiten también apreciar la estrecha y especial relación que establecerá la reina Isabel con su hija Juana. Relación que probablemente es mediada por la de la propia madre de la reina Isabel I, Isabel de Portugal, parece que la reina identificaba formas de hacer de su madre en el comportamiento, a veces difícil de interpretar de su hija Juana. Rememoraba así sus añorados años en Madrigal y en Arévalo, el período que yo llamo del espacio “entre mujeres” eran los años sesenta del siglo XV, Isabel I tenía entonces once años.
De nuevo, unos años más tarde recobra este espacio, a los dieciséis años se vuelve a encontrar con su hermano, Alfonso –al
que estaba muy unida desde niña- y con su madre en Arévalo, sus damas, doncellas, criadas y sirvientas. Al calor del que ella considera su hogar, organizará los festejos
con motivo del onceavo cumpleaños del rey-niño Alfonso en Arévalo, libre de las miradas escudriñadoras de la corte de Enrique IV. En este villa siente de nuevo la vida cerca y organiza la fiesta de cumpleaños de su hermano pequeño, el infante, Alfonso. En la fiesta se lleva a cabo una representación poética de disfraces de gran colorido, lo que se denomina un momo. Isabel le encarga el texto personalmente a Gómez Manrique, uno de los grandes poetas del momento, que compuso un texto que
se ha conservado.
Ambas villas castellanas estaban protegidas por murallas y torres en medio del paisaje de las tierras de cultivo de la meseta
castellana. Por ambas pasaban rutas comerciales muy transitadas, y ambas estaban también cerca de Medina del Campo, en la
que, dos veces al año, se celebraba una de las grandes ferias europeas del momento. Las ferias eran durante la edad media
un gran acontecimiento, e Isabel debió aprovechar y disfrutar, sin duda, de esta feria. Estas villas eran bien representativas del reino de Castilla en cuanto que en ellas se producía, como en otras muchas poblaciones,
una mezcla de culturas y una amplia red de relaciones entre gentes de distintas religiones y procedencias.
DUMONT, J., La “incomparable” Isabel la Católica, Madrid, 1993, p. 30.
Gómez Manrique además de poeta, es un hombre de confianza de los Reyes, y es también un buen testigo de la Castilla de su tiempo, y desempeñó el cargo de
corregidor de Toledo. Su libro Regimiento de príncipes, publicado en 1482, se lo dedica a Isabel y Fernando. Hace en su tratado numerosas recomendaciones para el buen gobierno,
entre otras la de que es necesario castigar menos… y … reducir los brotes de crueldad o de avaricia en la práctica de gobierno.
Muy interesantes son algunas de las recomendaciones que le hace a la reina, Isabel, el poeta señala que ésta debe anteponer las tareas de gobierno a las prácticas piadosas, a las oraciones y los sacrificios y mortificaciones
en su cuerpo. La dedicación de Isabel al gobierno de su Casa y de Castilla, y a la organización de los nuevos territorios conquistados
es incuestionable, pero además, Gómez Manrique la dibuja como una soberana con una honda preocupación por su vida espiritual y religiosa, preocupación que sabemos que transmite a sus hijas. Preocupación que se percibe, claramente, en su testamento, el momento en el que ha de preparar su alma para que sea recibida en el Paraíso. La preocupación por la vida espiritual posiblemente era transmitida por algunas generaciones de mujeres de la familia real. Muchas infantas castellanas ingresaron en conventos o pasaron largas temporadas en ellos, un claro ejemplo es la hermana de Isabel, Catalina que estuvo en un convento en Madrigal, y la hija primogénita de Isabel I, la infanta Isabel pasó largas temporadas en un beaterio en Madrigal.
Vid. DUMONT, J., Op. cit., p. 16. Según el autor citado en este beaterio estuvo María Briceño la primera maestra de Teresa de Ávila, p. 17.
Pero Isabel no sólo era una mujer preocupada por la vida espiritual, también era, según las fuentes y la historiografía, una mujer a la que gustaban las fiestas y espectáculos. Si
como ya hemos mencionado el cumpleaños de su pequeño hermano Alfonso le brindó, a la entonces princesa, la ocasión de organizar una fiesta-representación teatral, no fue esta la única ocasión en que la vemos, ya sea como princesa o después como reina disponiendo o participando en festejos. Como reina no descuidaba, cuando la ocasión lo requería, brillantes puestas en escena
que subrayasen la importancia de su papel de soberana, y la importancia de la monarquía. Isabel parece que sabía utilizar muy bien y sabía cuáles eran los efectos de la propaganda. El hecho que recojo a continuación
así lo muestra. El 3 de abril de 1475, organiza en Valladolid un gran torneo en el que consigue reunir a lo más destacado
de la nobleza castellana, que competirán ante gran número de pobladoras y pobladores de la ciudad castellana. El desfile,
y el propio torneo, son brillantes, y destacan en el combate el duque de Alba y el rey Fernando. La reina comparece rodeada de un cortejo de catorce damas y llega al estrado montada en una jaca blanca, que lleva una guarnición elaborada totalmente en plata y con flores de oro, con un vestido de brocado y con una corona. Isabel tenía entonces veinticuatro años, y los cronistas la describen como una mujer hermosa,
especialmente Hernando del Pulgar, y en alguna de las pinturas que la retratan, vemos que era una mujer con una hermosa cabellera muy rubia y con ojos azules. Imaginamos que la seducción ejercida por la reina en este acto y en otros momentos debió ser realmente importante, además ella sabía muy bien cómo se valoraba a las reinas,
princesas, príncipes y los símbolos de posición y poder; entendió rápidamente el poder y la autoridad implícitos en una demostración de esplendor.
Isabel era una buena amazona, desde niña habría montado y recibido lecciones de equitación, las fuentes la describen o muestran en mulas de gran alzada o caballos
con ricos arneses. Desde pequeña vio montar a su padre, hermano y a los más grandes nobles castellanos y a musulmanes de alto
rango que visitaban Arévalo desde Granada, y eran recibidos como huéspedes de la corte con todos los honores; éstos preferían cabalgar y montar, al estilo moro, a la jineta –con la silla baja, los estribos cortos y las rodillas en alto sobre caballos no muy grandes pero muy veloces.
Estos son algunos de los rasgos que plasma el Maestro de Manzanillo (siglo XV) en su tabla Los Reyes Católicos con santa Elena y santa Bárbara. La tabla procede de una iglesia de la provincia de Zamora, y formaba parte de la puerta de una armario. Ha sido serrada por la parte inferior, en la que parece que se encontraba dos amohadones con dos coronas.
En esta tabla aparece Isabel con uno de sus magníficos collares con grandes perlas, no parece sin embargo que este sea el
famoso collar de balajes y perlas que había sido su regalo de bodas, y que había pertenecido a su suegra Juana Enríquez, y a las reinas de Aragón-Cataluña. Esta preciosa joya se parece mucho a la que se ve en un retrato de Isabel
y Fernando de busto, ambos son jóvenes, y la reina lleva al cuello unos hilos de oro de los que cuelga una magnífica pieza con rubíes y una perla en forma de lágrima. El pintado
en la tabla del maestro de Manzanillo es una joya importante pero no coincide con el descrito entre los regalos que llevaban
los emisarios del rey de Aragón para la petición de mano de Isabel para su hijo Fernando, se describe así el collar: … un macizo torzal de hilos de oro, que pesaba más de tres marcos y del que pendían hasta quince colgantes: siete gruesos
y amoratados rubíes y ocho ovaladas y grisáceas perlas, todo ello como marco al adorno central, consistente en un balaje gordísimo,
horadado, que sustentaba una maravillosa perla en forma de pera. Este collar fue posteriormente empeñado en Valencia junto con otras joyas como aval de tres préstamos que alcanzaban los
60.000 florines de oro. No sabemos que pensaría la joven princesa de dieciocho años al recibir de su prometido un regalo semejante, pero es improbable que quedase indiferente, sobre todo
al conocer su buen gusto para el vestido y el adorno. En cualquier caso, parece que la tabla del Maestro de Manzanillo recoge a los reyes en una fecha cercana a su boda; y a pesar de las limitaciones técnicas los muestra en el esplendor de la juventud.
Entendió el peso del color, de lo visual en la sociedad y en la cultura de su tiempo. Lo demuestra en muchas ocasiones, por
ejemplo, en Alcalá, cuando casi se despedía la primavera y se asomaba el verano del año 1472, durante una de las visitas de
unos embajadores borgoñones. Isabel recibe a los embajadores ataviada con terciopelos, satenes y joyas. Y en la audiencia posterior aparece vestida,
aún, con mayor elegancia y exquisitez, luciendo el gran collar de rubíes, rodeada de damas y cortesanos. Mandó agasajar espléndidamente
a los representantes de Borgoña, hubo danzas y, como era costumbre –cuando Fernando estaba ausente-, la reina sólo bailó con sus damas. La visita de los embajadores se prolongó y ello permitió a los visitantes apreciar los magníficos vestidos y capas de la reina. En una corrida de toros ofrecida a los visitantes, la reina se presentó con un traje carmesí, cuya falda estaba adornada
con bandas de oro, y una capa de satén plisado, y con un collar de oro y una gran corona circundada por otra incrustada de
joyas. El arnés de su caballo era de plata dorada; los borgoñones estaban fuertemente impresionados, Isabel, reina de Castilla, era una gran señora.
Estos embajadores venían a establecer una alianza con Castilla.
Los borgoñones estiman que debía pesar más de 120 marcos.
Para acabar diríamos que una de las razones que guían el corazón y la mente de Isabel I en los últimos años de su reinado,
ya bastante enferma, y en los últimos días de su vida, como recoge su testamento, es el amor y la preocupación por su hija, la reina Juana I. Isabel se preocupa, sufre y se ocupa, en los días cercanos a su muerte, y quiere trazar unas líneas de actuación,
con sus disposiciones testamentarias, que establezcan de forma clara los derechos de Juana y los de su marido, Felipe el Hermoso. Isabel continua intentando entender las razones y/o sinrazones que mueven el comportamiento de su hija, y quiere ayudarla y mediar entre ella y el entorno, en ocasiones, francamente hostil que envuelve a la princesa. Un entorno casi sin mujeres y hombres de su confianza que puedan ayudarle y aconsejarle en las difíciles decisiones que
debe tomar a diario como heredera del trono de Castilla y como princesa consorte del soberano de los Países Bajos, Felipe el Hermoso. Juana como señala Bethany Aram no dispone en el pleno sentido
de la palabra de una Casa propia, o más bien, no le han permitido ni le permitirán disponer de un cuerpo de damas y criadas y sirvientas y también de consejeras, consejeros, asesores y funcionarios que la asistiesen en su Casa,
nombradas y nombrados por ella y de su exclusiva confianza. Es probable que Juana acabase desarrollando algún tipo de comportamiento cuasi-patológico provocado en parte por la intriga
permanente de cuantos lo rodeaban. Su padre, Fernando, actuó, en muchas ocasiones, por las para él inapelables razones de
estado y por intereses personales, y su marido, Felipe también. Juana sólo pudo contar mientras ésta vivió con su madre, que le servía de sostén y apoyo directo o bien a través de sus consejeras y consejeros.
ARAM, B., La reina Juana. Gobierno, piedad y dinastía, Madrid, 2001.
AZCONA, T. DE, Isabel la Católica. Estudio crítico de su vida y su reinado, Madrid: B.A.C., 1993, p. 882.
El testamento de Isabel I da cuenta entre líneas, a través, de una reiteración permanente del cuidado y del mimo que pone la reina en las disposiciones que afectan a su hija. Isabel ha mediado entre el rey, Fernando, y Juana, y lo continua haciendo en el testamento. Le ruega y le manda a su hija que se apoye en la experiencia política de su padre y acepte las decisiones que éste tome, insistiendo mucho en el respeto y amor que ella le tenía y le tuvo a lo largo de la vida, para que le sirvieran a la princesa Juana.
Insiste en el testamento: dándole e faziéndole dar (se refiere al rey Fernando) todo el honor que buenos e obedientes hijos deven dar a su buen padre, e sigan sus mandamientos e consejos como d’ellos se
espera que lo harán de manera que todo lo que a su Señoría toca parezca que yo no hago falta e que soi biva. Vid. A. de la TORRE y del CERRO y Engracia ALSINA, viuda de la Torre, Testamentaría de Isabel la Católica, op. cit., p. 79. Como dice Diana Sartori, es el imperativo de la autoridad materna, que le dice –en este caso a Juana- que actuara siempre como si ella estuviese presente. Vid. Diana SARTORI, “Entre el deseo y la realidad. La tentación del bien”, en Duoda. Revista de Estudios Feministas, 27, pp. 98-99.