La diferencia de ser mujer

Investigación y enseñanza de la historia

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La escritura y la lectura: la política en lengua materna, M.-Elisa Varela Rodríguez.
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  • Testamento y codicilo de Isabel I de Castilla, llamada la Católica. Isabel I de Castilla.

Testamento y codicilo de Isabel I de Castilla, llamada la CatólicaflechaIsabel I de Castilla.

Fragmentos
Fuentes
Publicado en De la Torre y del Cerro, A.; Alsina, E. (viuda de la Torre), Testamentaría de Isabel la Católica, Barcelona, 1974.
Regesto

Isabel I, reina de Castilla, llamada también Isabel la Católica dicta su testamento en lengua materna el 12 de octubre de 1504 y, tres días antes de morir, el 23 de noviembre firma autógrafamente sus últimas voluntades en Medina del Campo.. Isabel declara heredera universal de todos sus reinos y de todos sus bienes a su hija primogénita, la princesaJuana I de Castilla, archiduquesa de Austria y duquesa de Borgoña. Manda que si la princesa Juana está ausente de sus reinos, o no puede gobernarlos, que los gobierne, por ella, el rey Fernando, su padre, hasta que el infante Carlos, su nieto, hijo primogénito de Juana y Felipe el Hermoso cumpla veinte años y pueda gobernar los reinos.

Versión

En el nombre de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y una esencia divina, Creador y Gobernador universal del Cielo y de la Tierra [...] y de la gloriosa Virgen María, su madre, Reina de los Cielos y Señora de los Ángeles, nuestra señora y abogada, de aquel príncipe de la Iglesia y caballería angelical san Miguel, y del mensajero celestial el arcángel san Gabriel y [...] especialmente de aquel santo precursor de nuestro redentor Jesucristo, san Juan Bautista, y a los muy bienaventurados príncipes de los apóstoles san Pedro y san Pablo con todos los otros apóstoles señaladamente del muy bienaventurado san Juan Evangelista […], al cual santo apóstol y evangelista yo tengo por mi abogado especial en esta presente vida y así lo espero tener en la hora de mi muerte, y en aquel terrible juicio y estrecho examen, y más terrible contra los poderosos cuando mi alma será presentada ante la silla y trono real del Juez Soberano […], que según nuestros merecimientos a todos nos ha de juzgar, en uno con el bienaventurado y digno hermano suyo el apóstol Santiago […], con mi bien amado y especial abogado san Francisco, con los gloriosos confesores y grandes amigos de nuestro señor san Jerónimo, doctor glorioso, y santo Domingo [...] y con la bienaventurada santaMaríaMagdalena a quien asimismo yo tengo por mi abogada; porque si es cierto que hemos de morir, es incierto cuando y donde moriremos, por ello debemos vivir y estar preparados como si en cualquier momento hubiésemos de morir.

23. Además sepan cuantos esta carta de testamento vieren como yo doña Isabel, por la gracia de Dios, reina de[...] Castilla, de León, de Aragón, de Sicilia, de Granada [...], estando enferma de mi cuerpo de la enfermedad que Dios me quiso dar e sana e libre de mi entendimiento [...], ordeno esta mi carta de testamento y postrera voluntad queriendo imitar al buen rey Ezequías queriendo disponer de mi casa como si luego la hubiese de dejar.

24. Y primero encomiendo mi espíritu en las manos de nuestro señor Jesucristo [...].

25. Y quiero y mando que mi cuerpo sea sepultado en el monasterio de San Francisco, que está en la Alhambra de la ciudad de Granada, siendo vestida con el hábito del bienaventurado pobre de Jesucristo san Francisco, en una sepultura baja que no tenga relieve alguno, salvo una losa llana con letras esculpidas en ella; pero quiero y mando que si el rey, mi señor, eligiere sepultura en cualquier otra iglesia o monasterio de cualquier otra parte o lugar de mis reinos, que mi cuerpo sea allí trasladado y sepultado junto al cuerpo de su señoría porque la pareja que formamos en vida, la formen nuestras almas en el cielo y la representen nuestros cuerpos en el suelo. Y quiero y mando [...] que las exequias sean sencillas, y lo que se hubiese gastado en unas grandes exequias se destine a vestir pobres y, la cera que hubiese ardido en demasía se envíe a aquellas iglesias pobres que consideren mis albaceas para que arda ante el Sacramento.

26. También quiero y mando que si falleciera fuera de la ciudad de Granada, que sin tardanza lleven mi cuerpo entero como estuviera a la ciudad de Granada. Y si por la distancia del camino o por el tiempo no se pudiese llevar a dicha ciudad de Granada, que en tal caso lo pongan y depositen en el monasterio de San Juan de los Reyes de la ciudad de Toledo. Y si dicha a dicha ciudad de Toledo no se pudiese llevar, que se deposite en el monasterio de San Antonio de Segovia. Y si a dicha ciudad de Toledo y de Segovia no se pudiese llevar, que se deposite en el monasterio de san Francisco más cercano al lugar donde falleciera y, que esté allí depositado hasta que se pueda trasladar a la ciudad de Granada y, encargo a mis albaceas que hagan el traslado lo antes posible.

27. También mando que, antes de cualquier otra cosa, sean pagadas todas las deudas de cualquier tipo que sean –sueldos y casamientos de criados y criadas-, que las paguen los albaceas, en el mismo año de mi fallecimiento, de mis bienes muebles, y si no se pueden pagar antes de fin de año, que se paguen lo más pronto posible. Y si los bienes muebles no bastaran para pagar las deudas, que las paguen de las rentas del reino [...], que no se dejen de pagar para que mi alma se vea descargada de ellas [...].

28. También mando que después de cumplidas y pagadas las deudas, se digan por mi alma en iglesias y monasterios observantes de mis reinos y señoríos veinte mil misas, en aquellos que mis albaceas consideren oportuno, y que den a dichas iglesias y monasterios las limosnas que consideren apropiado [...].

29. También mando que una vez pagadas las deudas, se distribuya un millón de maravedíes para casar doncellas pobres y, otro millón de maravedíes para que doncellas pobres puedan dedicarse a la vidareligiosa, y que en ese santo estado quieran servir a Dios.

30. También mando que se vistan doscientos pobres para que sean especiales rogadores por mi alma.

31. También mando que en el año de mi fallecimiento sean redimidos doscientos cautivos necesitados, que estén en manos de infieles.

[...]

32. También mando, que por las muchas necesidades que desde mi llegada al trono tuvimos el rey, mi señor, y yo, he tolerado que algunos grandes caballeros y señores se hayan apoderado de alcabalas, tercias, pechos y derechos pertenecientes a la Corona y Patrimonio Real de mis reinos.

También mando que se dé limosna para la Catedral de Toledo y para Nuestra Señora de Guadalupe.

Y en cuanto a las concesiones de la villa de Moya y de otros vasallos que hicimos a Andrés Cabrera, marqués de Moya, y a la marquesa, Beatriz de Bovadilla, por la lealtad con que nos sirvieron para recobrar y acceder a la corona y, por los grandes servicios que me han hecho los encomiendo al rey, mi señor, y a la princesa, mi muy querida y muy amada hija [...].

Y también, conformándome con lo que debo y estoy obligada por derecho a hacer, ordeno, establezco e instituyo heredera universal de todos mis reinos, tierras y señoríos y de todos mis bienes a la ilustrísima princesa doña Juana, archiduquesa de Austria, duquesa de Borgoña, mi querida y muy amada hija primogénita, heredera y sucesora legítima de mis reinos, tierras y señoríos y, que a mi muerte se intitule reina [...].

[...]

Y también, considerando cuan estoy obligada a mirar por el bien común de mis reinos y señoríos, tanto por la obligación que como reina y señora de ellos les debo, como por los muchos servicios que mis súbditos y vasallos moradores de ellos, con gran lealtad, me han hecho; y considerando, también, que la mejor herencia que puedo dejar a la Princesa y al Príncipe, mis hijos, es dar orden a mis súbditos que les tengan el amor y les sirvan lealmente como al Rey, mi señor, e a mí nos han servido [...].

Y, viendo como el Príncipe, mi hijo, por ser de otra nación y de otra lengua si no se conformase con las leyes, fueros, usos y costumbres de estos reinos y, él o la Princesa, mi hija, no los gobernasen por dichas leyes, fueros, usos y costumbres no serían obedecidos ni servidos como debían y no les tendrían el amor que yo querría que les tuviesen [...] ; y conociendo que cada reino tiene sus leyes, fueros, usos y costumbres y es mejor gobernado por sus naturales: Por ello, queriendo por remedio para que los dichos Príncipe y Princesa, mis hijos, gobiernen estos reinos como deben [...], ordeno y mando que de aquí adelante no se conceda ni alcaldías, ni tenencias, castillos, fortalezas, ni jurisdicciones, oficios de justicia, ni oficios de ciudades ni de villas, ni oficios de hacienda, los de la casa y corte a persona alguna o personas que no sean naturales de estos reinos; y que los oficiales ante los que los naturales de estas tierras tengan que presentarse por cualquier asunto relacionado con estas tierras sean habitantes de estos territorios. [...].

[...]

Y también, por si a mi muerte la dicha princesa, mi hija, no se encuentra en mis reinos [...] o estando en ellos no quisiera o no pudiera gobernarlos, siguiendo lo acordado en las Cortes de Toledo de 1502 y de Madrid y Alcalá de Henares de 1503, se establece que en dichos casos el rey, mi señor, deba regir, gobernar y administrar mis reinos y señoríos por la mencionada princesa, mi hija […]; teniendo en cuenta la grandeza y excelente nobleza y virtudes del rey, mi señor, y la gran experiencia que tiene en el gobierno de los reinos […]; ordeno y mando que cada vez que la dicha princesa, mi hija, no esté en mis reinos [...] o estando no quisiera o no pudiera ocuparse del gobierno de los reinos [...] en dichos casos el rey, mi señor, administre, rija y gobierne los mis mencionados reinos y, que tenga la administración y gobierno por la dicha Princesa, hasta que el infante Carlos, mi nieto, hijo primogénito y heredero de los dichos príncipe y princesa, haya cumplido veinte años. Y suplico al rey, mi señor, quiera aceptar el encargo de gobernar y regir mis reinos y señoríos como yo espero que lo hará […].

Y asimismo, ruego y mando muy afectuosamente a la mencionada princesa, mi hija, [...] y al Príncipe, su marido, que siempre sean muy obedientes y sujetos al rey, mi señor, y que no le desobedezcan y que lo sirvan, traten y acaten con toda reverencia y obediencia, dándole y haciéndole dar todo el honor que buenos y obedientes hijos deben dar a su buen padre, y sigan sus mandatos y consejos como de ellos se espera que harán de tal manera que en todo lo que se refiera a su señoría, parezca que yo no hago falta y que estoy viva […].

Y también, ruego y encargo a los dichos príncipe y princesa, mis hijos, que así como el rey, mi señor, y yo siempre nos tuvimos gran amor, unión y concordia, así ellos tengan tal amor, unión y concordia como yo de ellos espero. [...]

Y quiero y mando que cuando la dicha princesa doña Juana, mi muy cara y amada hija, fallezca, le suceda en estos mis reinos el infante Carlos, mi nieto, su hijo legítimo y de dicho don Felipe, su marido, y que sea rey y señor de mis reinos. […]

Y dejo por albaceas y ejecutores de este mi testamento y última voluntad al rey, mi señor, porque por el gran amor que a su Señoría le tengo y me tiene, será más pronto ejecutado […]

[Codicilo]

En nombre de la Santa e Indivisible Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sepan cuantos esta carta de codicilo vieren que yo doña Isabel, por la gracia de Dios reina de Castilla, de León, […].

[La reina dispone –en diecisiete capítulos- entre otras cosas]: X. También mando que se examinen los poderes de algunos reformadores, ya que, al reformar los monasterios de sus reinos, de religiosos y de religiosas, algunos se han excedido en sus poderes, y de ello se ha derivado gran escándalo, daño y peligros para sus almas y sus conciencias. Y que de ahora en adelante se les ayude a los reformadores para cumplir sus atribuciones en función del poder atribuido y no más.

XI. También mando que en cuanto que el Papa nos concedió las Islas y Tierra Firme del Mar Océano descubiertas y por descubrir [América y las islas cercanas], y como fue mi intención procurar, inducir y atraer a los pueblos que las pueblan a la fe católica, y enviar a las Islas y Tierra Firme prelados y religiosos y clérigos y otras personas doctas... para instruir a los moradores de aquellas tierras en la fe católica, y enseñarles buenas costumbres. A demás suplico al rey mi señor muy afectuosamente, y encargo y mando a la princesa, mi hija, y al príncipe, su marido, que así lo hagan y cumplan, y que esto sea su principal fin y en ello ponga mucha diligencia, y que no consientan ni den lugar a que los indios, vecinos y moradores de las Indias y Tierra Firme, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas ni bienes, antes al contrario que sean bien y justamente tratados, y si han recibido algún agravio que lo remedien y provean para que no se sobrepase en cosa alguna lo que en las cartas apostólicas de dicha concesión se mandaba y establecía.

[...]

XV. También mando, que se digan veinte mil misas de requiem por las almas de todos aquellos que murieron a mi servicio, y que se digan en iglesias y monasterios, allí donde a mis albaceas les pareciese que se dirán más devotamente, y que den para ello la limosna que mejor consideraran.

XVI. También mando, que todo aquello que yo ahora doy a los criados y criadas de la reina doña Isabel, mi señoramadre, que en gloria esté, se de a cada uno de ellos de por vida.

XVII. Y digo y declaro que esta es mi voluntad, la cual quiero que valga como codicilo, y si no valiese como codicilo quiero que valga como cualquiera otra última voluntad, o como mejor pueda e deba valer. Y para que esto sea firme y no haya ningún asomo de duda, otorgo esta carta de codicilo ante Gaspar Grizio, mi secretario, y los testigos que lo firmaron y sellaron con sus sellos; que fue otorgada en la villa de Medina del Campo, el 23 de noviembre del año de nuestro Salvador Jesucristo de 1504, y lo firmé con mi nombre antes los testigos y lo mandé sellar con mi sello.

Yo la Reina [firma autógrafa y rúbrica]

Transcripción

22. En el nombre de Dios topoderoso, Padre e Fijo e Spiritu Sancto, tres personas e una essençia divinal, Criador e Governador universal del Cielo e de la Tierra e de todas las cosas visibles e ynvisibles, de la gloriosa Virgen María, su madre, Reyna de los Çielos e Señora de los Angeles, nuestra Señora e abogada, e de aquel muy exçelente príncipe de la Iglesia e cavalleria angelical sanct Miguel, e del glorioso mensagero çelestial el arcangel sanct Gabriel e a honra de todos los sanctos e sanctas […], speçialmente de aquel muy sancto precursor e pregonero de nuestro Redemptor Jhesuchristo sanct Juan Baptista, e de los muy bienaventurados Prínçipes de los Apóstolos sanct Pedro e sanct Pablo con todos los otros apóstolos señaladamente del muy bienaventurado sanct Juan Evangelista […], al qual sancto apóstol e evangelista yo tengo por mi abogado speçial en esta presente vida e asi lo espero tener en la hora de mi muerte en aquel muy terrible juizio e estrecha examinaçion, e más terrible contra los poderosos, quando mi anima sera presentada ante la silla e trono real del Juez Soberano […], que segund nuestros mereçimientos a todos nos ha de juzgar, en uno con el bienaventurado e digno hermano suyo el apostol Santiago […] e con el […] otrosí mio muy amado e speçial abogado sanct Francisco, con los gloriosos confessores e grandes amigos de nuestro señor sanct Geronimo, doctor glorioso, e sancto Domingo […], e con la bienaventurada sancta María Madalena a quien asymismo yo tengo por mi abogada […]; porque así como es çierto que avemos de morir, así nos es incierto quando ni donde moriremos, por manera que devemos bivir e así estar aparejados como si en cada hora oviésemos de morir.

23. Por ende, sepan quantos esta carta de testamento vieren como yo doña Ysabel, por la gracia de Dios reyna de Castilla, de León […], estando enferma de mi cuerpo de la enfermedad que Dios me quiso dar e sana e libre de mi entendimiento […], ordeno esta mi carta de testamento e postrimera voluntad queriendo ymitar al buen rey Ezechías queriendo disponer de mi casa commo si luego la oviese de dexar.

24. E primeramente encomiendo mi spíritu en las manos de nuestro Señor Jhesuchristo […] por su muy sancta Incarnaçión e Natividad e Passión e Muerte e Resurreçión […] le plega no entrar en juizio con su sierva, más haga conmigo segund aquella grand misericordia suya, […] e si ninguno ant’El se puede justificar, quanto menos los que de grandes reynos e estados avemos de dar cuenta e yntervengan por mi ante su clemençia los muy excelentes méritos de su muy gloriosa Madre e de los otros sus sanctos e sanctas, mis devotos e abogados, speçialmente mis devotos e speçiales patronos e abogados sanctos suso nombrados con el susodicho bienvaventurado de la Cavalleria angelical el arcangel sanct Miguel […].

25. E quiero e mando que mi cuerpo sea sepultado en el monasterio de Sanct Francisco, que es en la Alhanbra de la çibdad de Granada, seyendo de religiosos o de religiosas de dicha orden, vestida en el habito del bienaventurado pobre de Jhesuchristo sant Francisco, en una sepultura baxa que no tenga vulto alguno salvo una losa baxa en el suelo llana con sus letras esculpidas en ella; pero quiero e mando que si el Rey, mi señor, eligiere sepultura en otra qualquier iglesia o monasterio de qualquier otra parte o lugar d’estos mis reynos que mi cuerpo sea allí trasladado e sepultado junto con el cuerpo de su Señoría porque el ayuntamiento que tovimos biviendo e que nuestras ánimas, espero en la misericordia de Dios ternan en el Çielo, lo tengan e representen nuestros cuerpos en el suelo. E quiero e mando que ninguno vista xerga por mí e que en las obsequias que se fezieren por mí donde mi cuerpo estoviere, las hagan llanamente sin demasías e que no aya en el vulto, gradas ni chapiteles ni en la iglesia entoldaduras de lutos ni demasía de hachas salvo solamente treze hachas que ardan en cada parte en tanto que se hiziere el ofiçio divino e se dixeren las missas e vigilias en los días de las obsequias, e lo que se avía de gastar en luto para las obsequias se convierta en vestuario a pobres, e la çera que en ellas se avía de gastar sea para que arda ant’el Sacramento en algunas iglesias pobres onde a mis testamentarios bien visto fuere.

26. Item quiero e mando que si falleçiere fuera de la çibdad de Granada, que luego, sin detenimiento alguno, lleven mi cuerpo entero como estoviere a la çibdad de Granada. E si acaesçiere que por la distancia del camino o por el tienpo no se podiere llevar a la dicha çibdad de Granada, que en tal caso lo pongan e depositen en el monasterio de Sanct Juan de los Reues de la çibdad de Toledo. E si a la dicha çibdad de Toledo no se podiere llevar, se deposite en el monasterio de Sanct Antonio de Segovia. E si a la dicha çibdad de Toledo ni de Segovia no se podiere llevar, que se deposite en el monasterio de Sanct Francisco más çercano de donde yo falleçiere e que este allí depositado fasta tanto que se pueda llevar e trasladar a la çibdad de Granada, la qual translaçion encargo a mis testamentarios que hagan lo más presto que ser podiere.

27. Item mando que ante todas cosas sean pagadas todas las debdas e cargos así de préstidos como de raçiones e quitaçiones e acostamientos e tierras e tenençias e sueldos e casamientos de criados e criadas e descargos de serviçios e otros qualesquier linages de debdas e cargos e yntereses de qualquier qualidad que sean que se fallare yo dever allende las que dexo pagadas, las quales mando que mis testamentarios aberiguen e paguen e descarguen dentro del año que yo falleçiere de mis bienes muebles, e si dentro del dicho año no se podieren acabar de pagar e cunplir, que lo cunplan e paguen pasado el dicho año lo más presto que se podieren, sobre lo qual les encargo sus consçiençias. E si los dichos bienes muebles para ello no bastaren, mando que las paguen de la renta del reyno e que por ninguna neçesidad que se ofrezca no se dexen de cunplir e pagar el dicho año por manera que mi ánima sea descargada d’ellas e los conçejos e personas a quien se devieren sean satisfechos e pagados enteramente de todo lo que les fuere debido. E si las rentas de aquel año no bastaren para ello mando que mis testamentarios vendan de las rentas de reyno de Granada los maravedís de por vida que vieren ser menester para lo acabar todo de cunplir e pagar e descargar.

28. Item mando que después de cunplidas e pagadas las dichas debdas, se digan por mi ánima en iglesias e monasterios observantes de mis reynos e señoríos veynte mill missas a donde a los dichos mis testamentarios pareçiere que devotamente se dirán, e que les sea dado en limosna lo que a los dichos mis testamentarios bien visto fuere.

29. Item mando que después de pagadas las dichas debdas, se distribuya un cuento de maravedís para casas donzellas menesterosas, e otro cuento de maravedis para con que se puedan entrar en religión algunas donzellas pobres que en aquel sancto estado querrán servir a Dios.

30. Item mando que demás e allende de los pobres que se avían de vestir de lo que se avía de gastar en las obsequias, sean vestidos dozientos pobres porque sean speçiales rogadores a Dios por mí, e el vistuario sea qual mis testamentarios vieren que cunple.

31. Item mando que dentro del año que yo falleçiere sean redimidos dozientos captivos de los neçessitados, de qualesquier que estovieren en poder de ynfieles porque nuestro Señor me otorgue jubileo e remissión de todos mis pecados e culpas, la qual redenpçión sea fecha por persona digna e fiel qual mis testamentarios para ello deputaren.

[…]

32. Otrosí, por quanto a causa de las muchas neçessidades que al Rey, mi señor e a mí ocurrieron después que yo subçedí en estos mis reynos e señoríos, yo he tollerado taçítamente que algunos grandes e cavalleros e personas d’ellos ayan llevado las alcavalas e terçias e pechos e derechos pertenesçientes a la Corona e Patrimonio Real de los dichos mis reynos en sus lugares e tierras, e dando liçençia de palabra a algunos d’ellos para las llevar por los serviçios que me fezieron; por ende porque los dichos grandes e cavalleros e personas a causa de la dicha tolerancia e liçencia que yo he tenido e dado no puedan dezir que tienen o han tenido uso, costumbre o prescripçión que pueda prejudicar al derecho de la dicha Corona e Patrimonio Real e a los reyes que después de mis días subçedieren en los dichos mis reynos para lo llevar, tener ni aver adelante. […].

[...]

33. Otrosí, conformándome con lo que devo e soy obligada de derecho, ordeno e establezco e ynstituyo por mi universal heredera de todos mis regnos e tierras e señoríos e de todos mis bienes rayzes después de mis días a la illustríssima prinçesa doña Juana, archiduquesa de Austria, duquesa de Borgoña, mí muy cara e muy amada hija primogénita, heredera e sucessora legítima de los dichos mis regnos e tierras e señoríos, la qual luego que Dios me llevare, se yntitule de reyna. E mando […] los que allí se hallaren presentes luego e los absentes dentro del término que las leyes d’estos mis reynos disponen en tal caso, ayan e reçiban e tenga a la dicha prinçesa doña Juana, mi hija, por reyna verdadera e señora natural propietaria de los dichos mis reynos e tierras e alçen pendones por ella faziendo la solennidad que en tal caso se requiere e debe me acostunbra fazer e así la nombren e yntitulen d’ende en adelante e le den e presten e exhiban e fagan dar e prestar e exhibir toda la fidelidad e lealtad e obediençia e reverençia e subgeçión e vasallage que como sus súbditos e naturales vasallos le deven e son obligados a le dar e prestar e al illustrísimo prínçipe don Filipo, mi muy caro e muy amado fijo, como su marido. […]. E veyendo como el Príncipe, mi hijo, por ser de otra naçión e de otra lengua si no se conformase con las dichas leyes e fueros e usos e costumbres d’estos dichos mis reynos e Él e la Prinçesa, mi hija, no los governasen por las dichas leyes e fueros e usos e costumbres no serían obedeçidos ni servidos como devían e podrían d’ellos tomar algund escándalo e no les tener el amor que yo querría que les toviesen para con todo mejor servir a Nuestro Señor e governarlos mejor e ellos poder ser mejor servidos de sus vasallos; e conoçiendo que cada reyno tiene sus leyes e fueros e usos e costumbres e se govierna mejor por sus naturales […]

[…]

34. Otrosí, por quanto las Yslas e Tierra Firme del mar Oçéano e yslas de Canaria fueron descubiertas e conquistadas a costa d’estos mis reynos e con los naturales d’ellos, e por esto es razón que’l trato e provecho d’ellas se aya e trate e negoçie d’estos mis reynos de Castilla e León e en ellos e a ellos venga todo lo que de allá se traxiere; por ende, ordeno e mando que así se cunpla, así en las que fasta aquí son descubiertas como en las que se descubrieren de aquí adelante, e no en otra parte alguna.

35. Otrosí, por cuanto puede acaesçer que al tiempo que nuestro Señor d’esta vida presente me llevare, la dicha Prinçesa, mi hija, no esté en estos mis reynos o después que a ellos veniere en algund tiempo aya de yr e estar fuera d’ellos o estando en ellos no quiera o no pueda entender en la governaçión d’ellos; e los procuradores de los dichos mis reinos en las Cortes de Toledo […], por su petiçión me suplicaron e pedieron por merçed que mandase proveer çerca d’ello e que ellos estavan prestos e aparejados de obedesçer e cunplir todo lo que por mi fuese çerca d’ello mandado como buenos e leales vasallos e naturales, lo qual yo después ove hablado a algunos prelados e grandes de mis reynos e señoríos e todos fueron conformes e les paresçió que en qualquier de los dichos casos el Rey, mi señor, devía regir e governar e administrar los dichos reynos e señoríos por la dicha Prinçesa, mi hija; por ende, queriendo remediar e proveer como devo e soy obligada para quando los dichos casos o alguno d’ellos acaesçieren, e evitar las diferençias e disensiones que se podrían seguir entre mis súbditos e naturales de los dichos rreynos e quanto en mí es proveer a la paz e sosiego e buena governaçión e administraçión de la justiçia d’ellos; acatando la grandeza e exçelente nobleza e esclareçidas virtudes del Rey, mi señor, e la mucha esperiençia que en la governaçion d’ellos ha tenido e tiene e quanto es serviçio de Dios e utilidad e bien común d’ellos, que en qualquier de los dichos casos sean por su Señoría regidos e governados, ordeno e mando que cada e quando la dicha Prinçesa, mi hija no estoviere en estos dichos mis reynos o después que a ellos veniere en algund tiempo aya de yr e estar fuera d’ellos o estando en ellos no quisiere o no podiere entender en la governaçión d’ellos, que en qualquier de los dichos mis reynos e señoríos e tenga la governción e administraçion d’ellos por la dicha Prinçesa, segund dicho es, fasta en quanto que el ynfante don Carlos, mi nieto, hijo primogénito heredero de los dichos Prínçipe e Prinçesa, sea de hedad legítima, a lo menos de veynte años cunplidos, para los regir e governar, e seyendo de la dicha hedad estando en estos mis reynos a la sazón o veniendo a ellos para los regir, los rija e govierne e administre e en qualquier de los dichos casos segund e como dicho es. […].

[...]

36. E asimismo ruego e mando muy afectuosamente a la dicha Prinçesa, mi hija, porque merezca alcançar la bendiçión de Dios e la del Rey, su padre, e la mía, e al dicho Prínçipe, su marido, que siempre sean muy obedientes e subjetos al Rey, mi señor, e que no le salgan de obediençia, dándole e faziéndole dar todo el honor que buenos eobedientes hijos deven dar a su buen padre, e sigan sus mandamientos e consejos como d’ellos se espera que lo harán de manera que todo lo que a su Señoría toca parezca que yo no hago falta e que soi biva, […]

[...]

37. Otrosí, ruego e encargo a los dichos Prínçipe e Prinçesa, mis hijos, que así como el Rey, mi señor, e yo siempre estovimos en tanto amor e unión e concordia, así ellos tenga aquel amor e unión e conformidad como yo d’ellos espero; […]

[...]

38. Otrosí, suplico muy afectuosamente al Rey, mi señor, e mando a la Prinçesa, mi hija, e al dicho Prínçipe, su marido, que ayan por muy encomendados para se servir d’ellos e para los honrrar e acreçentar e hazer merçedes a todos nuestros criados e criadas, continos, familiares e servidores, en espeçial al Marqués e Marquesa de Moya e al comendador don Gonçalo Chacon e don Garçilaso de la Vega, comendador mayor de León, e a Antonio de Fonseca e Juan Velázquez, los quales nos servieron mucho e muy lealmente. […]

[...]

39. Item, mando que se den e tornen a los dichos Prínçipe e Prinçesa, mis hijos, todas las joyas que ellos me han dado; e que se de al monasterio de Sanct Antonio de la çibdad de Segovia la reliquia que yo tengo de la saya de Nuestro Señor; e que todas las otras reliquias mías se den a la Iglesia de la çibdad de Granada.

40. E para cunplir e pagar las debdas e cargos susodichos e las otras mandas e cosas en este mi testamento contenidas, mando que mis testamentarios tomen luego e distribuyan todas las cosas que yo tengo en los alcáçeres de la çibdad de Segovia e todas las ropas e joyas e otras cosas de mi cámara e de mi persona e qualesquier otros bienes que yo tengo donde podieren ser avidos, salvo los ornamentos de mi capilla, sin las cosas de oro e plata, que quiero e mando que sean llevadas e dadas a la Iglesia de la çibdad de Granada; pero suplico al Rey, mi señor, se quiera servir de todas las dichas joyas e cosas o de las que a su Señoría más agradaren porque veyéndolas pueda aver más contina memoria del singular amor que a su Señoría sienpre tove e aún porque sienpre se acuerde que ha de morir e que lo espero en el otro siglo e con esta memoria pueda más sancta e justamente bivir.

41. E dexo por mis testamentarios e executores d’este mi testamento e última voluntad al Rey, mi señor, porque segund el mucho e grande amor que a su Señoría tengo e me tiene, será mejor e más presto executado; e al muy reverendo yn Christo padre don fray Françisco Ximénez, arçobispo de Toledo, mi confesor e del mi Consejo; e a Antonio Fonseca, mi contador mayor; e a Juan Velázquez, contador mayor de la dicha Prinçesa, mi hija, e del mi Consejo; e al reverendo yn Christo padre don fray Diego de Deça, obispo de Pallençia, confessor del Rey, mi señor, e del mi Consejo; e a Juan López de Leçárraga, mi secretario e contador. E porque por ser muchos testamentarios, si se oviese de esperar a que todos se oviesen de juntar para entender en cada cosa de las en este mi testamento contenidas, […]

[...]

42. Item, mando que luego que mi cuerpo fuere puesto e sepultado en el monasterio de Sancta Isabel de la Alhambra de la çibdad de Granada, sea luego trasladado por mis testamentarios al dicho monasterio el cuerpo de la reyna e prinçesa doña Ysabel, mi hija, que aya sancta gloria.

43. Item, mando que se haga una sepultura de alabastro en el monasterio de Sancto Thomás, çerca de la çibdad de Ávila, onde está sepultado el prínçipe don Juan, mi hijo, que aya sancta gloria, para su enterramiento, segund bien visto fuere a mis testamentarios.

[...]

44. E mando que este mi testamento original sea puesto en el monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe para que cada e quando fuere menester verlo originalmente lo puedan allí fallar, e que antes que allí se lleve se hagan doss traslados d’el signados de notario público en manera que fagan fe, e que el uno d’ellos se ponga en el monasterio de Sancta Isabel de la Alhambra de Granada, onde mi cuerpo ha de ser sepultado, e el otro en la iglesia cathedral de Toledo para que allí lo puedan ver todos los que d’el se entendieren aprovechar.

45. E porque esto sea firme e non venga en dubda, otorgué este mi testamento ante Gaspar de Grizio, notario público, mi secretario, e lo firmé de mi nombre e mandé sellar con mi sello estando presentes llamados e rogados por testigos los que lo sobrescrivieron e çerraron con sus sellos pendientes, los quales me lo vieron firmar de mi nonbre e lo vieron sellar con mi sello, que fue otorgado en la villa de Medina del Canpo, a doze días del mes de otubre año del nasçimiento del nuestro Salvador Jhesuchristo de mill e quinientos e quatro año.

Yo la Reyna [Rubricado]

[Sello de placa]

[…]

[Codicilo]

[…]. Sepan quantos esta carta de codiçillo vieren, como yo donna Ysabel, […]

[…]

X. Item, por quanto en el reformar de los monasterios d’estos mis regnos, así de religiosos como de religiosas, algunos de los reformadores exçeden los poderes que para ello tienen, de que se siguen muchos escándalos e dannos e peligros de sus ánimas e consçiençias, por ende mando que se vean los poderes que cada uno d’ellos tiene e toviere de aquí adelante para fazer las dichas reformaçiones, e conforme a ellos se les de favor e ayuda, e no en más.

XI. Item, por quanto al tiempo que nos fueron conçedidas por la sancta Se Apostólica las Yslas e Tierra Firme del Mar Oçéano, descubiertas e por descubrir, nuestra prinçipal yntençión fue […], de procurar de ynduzir e traer los pueblos d’ellas e les convertir a nuestra sancta fe cathólica, e enviar a las dichas Islas e Tierra Firme prelados e religiosos e clérigos e otras personas doctas e temerosas de Dios, para ynstruir los vezinos e moradores d’ellas en la fe cathólica, e les ensennar e doctrinar buenas costumbres, e poner en ello la diligençia devida, segund más largamente en las letras de la dicha conçessión se contiene, por ende suplico al rey mi sennor muy afectuosamente, e encargo e mando a la dicha prinçesa, mi hija, e al dicho prínçipe, su marido, que así lo hagan e cunplan, e que este sea su prinçipal fin, e que en ello pongan mucho diligençia, e no consientan nin den lugar que los yndios, vezinos e moradores de las dichas Yndias e Tierra Firme, ganadas e por ganar, reçiban agravio alguno en sus personas ni bienes, más manden que sean bien e justamente tratados, e si algund agravio han reçebido lo remedien e provean por manera que no se exçeda en cosa alguna lo que por las letras apostólicas de la dicha conçessión nos es iniungido e mandado.[…]

XV. Item mando, que se digan veyntemill missas de requiem por las ánimas de todos aquellos que son muertos en mi serviçio, las quales se digan en iglesias e monasterios observantes, onde a mis testamentarios paresçiere que más devotamente se dirán, e den para ello la limosna que bien visto les fuere.

XVI. Item, mando, que todo aquello que yo agora do a los criados e criadas de la reyna donna Ysabel, mi sennora e madre, que aya sancta gloria, se de a cada uno d’ellos por su vida.

XVII. E digo e declaro que esta es mi voluntad, la qual quiero que vala por codiçillo, e si no valiere por codiçillo quiero que vala por qualquier mi última voluntad, o como mejor pueda e deva valer. E por que esto sea firme e no venga em dubda, otorgué esta carta de codiçillo ante Gaspar de Grizio, mi secretario, e los testigos que lo sobreescrivieron e sellaron con sus sellos; que fue otorgada en la villa de Medina del Canpo, a veynte e tres días del mes de novienbre (de cancelado) ano del nasçimiento del Nuestro Salvador Ihesu Christo de mill e quinientos e quatro annos, e lo firmé de mi nombre ante los dichos testigos e lo mandé sellar con mi sello.

Yo la Reyna (firma autógrafa y rúbrica).

Temas: La escritura y la lectura: la política en lengua materna

Autoras

M.-Elisa Varela Rodríguez
M.-Elisa Varela Rodríguez

Medievalista y paleógrafa. Se ocupa del estudio del libro y de la cultura escrita en la Baja Edad Media, y del estudio del comercio bajomedieval catalán en el Mediterráneo.

Nació en septiembre de 1958 en Saviñao-Monforte de Lemos (Lugo). Realizó el bachillerato en el Instituto Narciso Monturiol de Barcelona, y la licenciatura en Historia Medieval en la Facultad de Geografía e Historia de la Universitat de Barcelona, se doctoró en esta Universidad en julio de 1995. En el penúltimo curso de la licenciatura se integró en el proyecto Duoda dirigido por M.-Milagros Rivera Garretas del CIHD. Sigue siendo investigadora de este proyecto en el Centro de Investigación de Mujeres Duoda de la Universidad de Barcelona, y en la actualidad es vicedirectora del citado Centro. Es profesora de la Facultat de Lletras de la Universitat de Girona, en la que forma parte del grupo de investigación Estudis Culturals, y es investigadora del proyecto coordinado Historias de vidas de mujeres. Coronas de Aragón y Castilla (siglo XV).

Sus trabajos más destacados son: El control de los Bienes: Los libros de cuentas de los mercaderes Tarascó (1329-1348), Barcelona, 1996, “Palabras clave de Historia de las Mujeres en Cataluña (siglos IX-XVIII)”, en Duoda, 12, 1997 El libro de Horas de Carlos V, Madrid, 2000, Mujeres que leen, mujeres que escriben: Letradas en la Baja Edad Media, Barcelona, 2001, El Oficio de la Toma de Granada, Granada, 2003, Aprender a leer, aprender a escribir: Lectoescritura femenina (siglos XIII-XV), Madrid, 2004.

Introducción

Los reinos peninsulares occidentales se encuentran a la muerte de Isabel I de Castilla, llamada la Católica (Madrigal de las Altas Torres, Ávila, 22 de abril de 1451- Medina del Campo, 26 de noviembre de1504), ante un futuro poco tranquilizador. Se deben respetar las costumbres, fueros y derechos de los distintos territorios y de los diversos grupos sociales. El final del siglo XV no cierra la larga etapa de conflictos y guerras en tierras de la Corona de Castilla y el siglo XVI continuará en parte la misma dinámica bélica. La larga guerra de expansión cristiana sobre territorio andalusí, se cierra en 1492 con la conquista del reino y ciudad de Granada. Pero, los problemas sociales, económicos y de convivencia entre las distintas etnias y religiones y la estructuración del territorio de los reinos no se acaba en esta fecha, sino que se alargará como un inmensa sombra hacia el futuro. Culminará con la expulsión del pueblo judío y de la población morisca, con las diferentes revueltas y reclamaciones nobiliarias. La labor de la Inquisición en las tierras castellanas irá creando una psicosis de inseguridad y de miedo bastante generalizado entre las gentes que se darán cuenta de que casi nadie se encuentra a salvo de su largo brazo –desde cualquier campesina y artesana a Teresa de Jesús, y a Hernando de Talavera, etc. Se multiplicarán los procesos en busca de cualquier vestigio o sospecha de prácticas no católicas, es decir de cualquier indicio de no ser cristiana o cristiano viejo. Las tierras castellanas se arriesgan a perder la experiencia y saberes que las mujeres y los hombres de las tres culturas y las tres religiones del Libro habían aportado a lo largo de siglos de convivencia.

La crónica de Hernando del Pulgar, la Crónica de la Guerra de Granada y otras ilustran claramente la situación de los reinos castellanos, las sombras y las luces que acompañan a las mujeres y hombres de estas tierras a lo largo del siglo XV y las perspectivas que se abren y proyectan hacia el siglo XVI. Y a la complejidad étnico-religiosa y social de los reinos peninsulares se añadirá la de las nuevas tierras conquistadas y luego colonizadas desde las islas Canarias al continente americano –distintas naciones indias, distintas organizaciones familiares y sociales, distintas cosmovisiones y tradiciones culturales, científicas y sistemas de creencias. Se va configurando la idea y se va caminando hacia unos tiempos nuevos.

El documento testamentario de Isabel I de Castilla

La historiografía tradicional ha estudiado, con bastante detenimiento, la situación política, social, económica y étnico-religiosa de los reinos peninsulares de los siglos XV y XVI. Se ha ocupado menos de las transformaciones culturales y mentales que se estaban llevando a cabo, el peso de la escritura y lectura en lengua materna en el paso de la baja edad media a la edad moderna. Se ha estudiado la evolución económica de las mujeres y hombres campesinos y de las pobladoras y pobladores de villas y ciudades. La evolución y estructura de la población, de las rentas, de los precios y salarios. Se ha hecho y se hace historia social, pero yo al analizar, someramente, el testamento de Isabel I de Castilla quiero valorar otros hechos y establecer otras relaciones. Las relaciones que se establecen a partir del orden simbólico de la madre a partir de la obra ordenadora de la madre, de aquella que nos da la vida, que da la medida y nos da la autoridad, con la que nos une un vínculo divino, con la que nos mediremos en una relación de disparidad y a la que no debemos juzgar.

También valoraré el gran peso que tienen a lo largo de la vida y del reinado de Isabel, y por extensión del de Fernando, aspectos tan importantes para la vida y para el ser mujer como el gusto por la relación, por el amor, por la amistad, por el pacto, por el trabajo del conflicto.

El testamento de Isabel I –a pesar de ser un documento con una redacción en la que pesa mucho el formulario diplomático de esta fuente histórica, y que está redactado con un lenguaje bastante estereotipado- da cuenta, en ocasiones, entre líneas, pero en otras ocasiones de forma clara y reiterada del permanente cuidado y mimo que pone la reina en las disposiciones que afectan a su hija. De la posición mediadora con el rey, Fernando, para que Juana se apoye en la experiencia política de su padre y acepte las decisiones que este tome, insistiendo mucho en el respeto y amor que ella le tenía y le tuvo a lo largo de la vida, para que le sirvieran a la princesa Juana.

El testamento de la reina muestra el amor y respeto que le unía con el rey Fernando. La reina le concedía gran autoridad no sólo en su papel de caballero y hombre de armas -en la guerra o en los actos bélicos simbólicos o reales (torneos y batallas)-, sino en las cuestiones de gobierno. Autoridad fundada en su larga experiencia y en su sentido común, ella pudo afirmar su supremacía política soslayando, unas veces, trabajándolo otras, el conflicto que provocaba la posición atribuida a los hombres en el matrimonio. Su relación con Fernando pudo haber tenido en algún momento en cuenta los postulados de Alfonso de Madrigal, el Tostado. Alfonso de Madrigal había sugerido que ya que “el hombre no podía escapar a las trabas del amor, lo mejor que podía hacer era buscar una buena mujer, porque el amor y la amistad unían muy profundamente a los individuos entre sí, y con Dios, y porque amar era tener un amigo que, al mismo tiempo, era otro y uno mismo”, pero tuvo sobre todo en cuenta el amor que los unió casi desde la primera vez que se encontraron en Valladolid –el 14 de octubre de 1469- y la amistad que lograron a lo largo de su convivencia. Isabel y Fernando dejaron en manos de sus colaboradores la elaboración de sus respectivas funciones, de sus competencias y grados de poder. Pero cuidaron y disfrutaron, muchas veces, de su relación como lo recogen algunas crónicas, entre el rey y reina no avia división nin enojo, ante cada dia de aquellos comían en la sala pública juntos, hablando en cosas de plazer como sobre las mesas se hace, y dormían juntos…, … las voluntades estavan con entrannable amor igualadas. …el amor tenia juntas las voluntades Este cuidado no quiere decir que no se produjeran conflictos, tanto en la convivencia como en los aspectos relativos al gobierno de su casa y del reino. Las mismas crónicas señalan que los reyes estaban en desacuerdo en numerosas ocasiones cuando alguno de ellos pretendía beneficiar a alguna o alguno de sus consejeros o habitante de sus reinos, y otros muchos y grandes obstáculos dificultaron la relación, pero parece que su voluntad de pacto y concertación pudo casi siempre sobre los conflictos.

El testamento de Isabel I de Castilla nos da muestras de esta relación primigenia y privilegiada de la madre con sus hijas. A pesar del lenguaje un tanto estereotipado del testamento como acto documental, vemos una relación que la reina cuida especialmente. Isabel instituye heredera universal de sus reinos a la muerte de su hijo Juan a la infanta Juana. Isabel es consciente que le transmite a su hija una pesada carga para la que no ha sido especialmente preparada ni educada. Había sido preparado su hermano el infante Juan, que era el heredero y futuro rey de Castilla, a su muerte, y a la de su hermana Isabel y su hijo Miguel, la herencia recae con todo su peso en Juana.

La reina Isabel I había educado a Juana de forma esmerada como a sus hermanas las princesas Isabel, María y Catalina. Pero se las había educado para ser princesas, no para ser las herederas del trono de un reino que se encuentra en un período complejo de su historia. Isabel sabe lo duro que es, ella tampoco era la heredera de Castilla, y no pudo o no supo evitar el duro enfrentamiento que le costó tanto dolor y pérdidas a ella, a su familia y a las y los habitantes de Castilla para reivindicar y ganar su derecho a reinar, y tiene plena conciencia de que toda preparación es poca para desempeñar tal cargo, ha tenido que llevar a cabo un duro aprendizaje, renunciando a veces a los dictados de su corazón, a sus deseos. Pero siempre ha procurado y procurará mantener y demostrar, afirmando eso sí sus derechos, una gran corrección de cara a la institución monárquica y a la persona que encabeza la representación del reino.

No quisiera dejar de lado y eludir uno de los temas sobre los que la historiografía ha tratado, y en el que mantiene aún ahora discrepancias; me refiero al papel que tuvo o se atribuye a la reina Isabel en relación con la Inquisición. ¿Por qué la reina apoyó la labor de la Inquisición?, las y los historiadores no coinciden al analizar la relación y el papel de Isabel al favorecer más o menos la instauración y actuación de la Inquisición por las tierras de la Corona de Castilla. Posiblemente la reina buena conocedora del valor y peso de las y los conversos, algunas y algunos muy próximos a ella misma y a las instituciones de gobierno del reino, intentase evitar las muertes que provocaban las revueltas populares contra los conversos en campos y ciudades castellanos. En los primeros tiempos de instauración de la Inquisición cesaron las revueltas y represalias contra las y los conversos, se evitaron las matanzas masivas de estos castellanos y castellanas, pero se inició un período de control ideológico que generará un miedo profundo y atávico durante generaciones al poder de la Inquisición. Seguramente se causaron menos muertes pero creo que ello no justifica de manera alguna el intento de solucionar el problema que había creado una parte de los conversos y conversas al controlar una parte del poder en el reino de Castilla y al renegar de su catolicismo. Algunos de los conversos y conversas se enriquecieron mucho, acapararon un gran número de cargos públicos de distinta importancia e índole, y retornaron a su antigua fe –el judaísmo- haciéndolo de forma pública y un tanto fanática. ¿Por qué las y los pobladores cristianos viejos de Castilla y Andalucía no soportan en determinado momento el comportamiento de las y los conversos? Primero, porque lo que se está planteando es un problema social, económico y de poder, algunas y algunos conversos están alterando la tradicional composición socio-económica y de poder en el campo, en villas y ciudades de la corona castellana, al monopolizar muchos de los cargos desde los de los concejos a los del Consejo Real, y en segundo lugar, y ello es muy importante, existe un problema de ideas, de pensamiento y de conocimiento. La Europa occidental cristiana se halla en un momento de inseguridad, se han replanteado algunas teorías en algunos campos del saber (entre otros en geografía, astronomía, etc.), y otros ámbitos del conocimiento, como el de la filosofía y la religión, se encuentran en un momento de incertidumbre, de reformulación, y tal vez por ello reaccionan cerrándose e imponiendo sus verdades y prácticas de forma agresiva y violenta. Y Castilla que había quedado bastante al margen de la intolerancia y barbarie religiosas (contra la herejía cátara, contra los templarios, contra las y los “espirituales”, contra las y los místicos, contra formas de entender el hecho religioso y la fe y contra prácticas sobre todo femeninas, pero también masculinas, mucho más libres) en este momento se apunta a ellas –con toda la fuerza que le da la nueva estructura de poder que están articulando Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón- porque en sus tierras se mezclan, ahora, toda una serie de elementos que las favorecerán. Pero, creo, que algunas historiadoras e historiadores podemos estar de acuerdo en que no se incluyen entre los elementos que favorecen la intolerancia y persecución religiosas factores de odio biológico como lo entendemos hoy, es decir, no hay antisemitismo, no hay racismo, hay antijudaísmo, hay persecución fanática de las ideas y de las prácticas religiosas y hay también un odio secularmente consentido y buscado contra los judíos.

La diferencia de ser mujer

La información que podemos extraer del testamento y codicilo de Isabel I de Castilla es variada, alguna ya recogida por la historiografía tradicional. Pero entre los temas que no han sido tratados, o lo han sido desde perspectivas muy distintas, yo destacaría, en primer lugar, la relación de la reina con sus hijas e hijos, la relación con el rey, el interés por el buen gobierno de los reinos, el cuidado para mediar en los conflictos o en las futuras tensiones entre la futura reina Juana y Fernando el Católico, la insistencia en el amor, el papel de la lengua materna y la escritura en esta lengua tanto en los reinos peninsulares como en América. El papel que otorga a la formación y a la experiencia. El cuidado y el intento de que se escuche a los distintos grupos socio-económicos que forman sus reinos, sin llegar a conseguirlo en muchas ocasiones por la gran dificultad de aunar deseos e intereses tan diversos. El valor otorgado al buen gobierno de la casa y por extensión del reino, a la buena organización, a la previsión. Pero, también, y como contraste el valor otorgado al guerrero, al que arriesga su vida en la batalla y en la guerra, a su marido, el rey Fernando.

Parte de la historiografía coincide en señalar el profundo enamoramiento de Isabel y Fernando desde la primera vez que se reúnen, y del amor y, posiblemente, pasión que hubo entre ellos. La pareja formada por Isabel y Fernando fue una pareja fuerte, a pesar de algunas diferencias de temperamento, carácter y de las dificultades por la que pasó su unión por las infidelidades del rey, y ante otras múltiples situaciones difíciles. Isabel acepta y recibe a su cargo a los hijos e hijas naturales que Fernando había tenido, y se compromete no sólo a garantizarles su crianza y su dote, sino a sostener a sus madres. Sin duda este debió ser una decisión difícil para la reina, porque como escribe su hija, Juana, en una carta fechada el 3 de mayo de 1505, la reina, como ella, era una mujer celosa, hasta que el tiempo la cure.

Isabel y Fernando tomarán muchas decisiones juntos, y juntos estarán también ante los numerosos problemas y dificultades que les plantea el gobierno de sus reinos, incluso están cerca el uno del otro en situaciones de guerra, como cuando Isabel espera a su marido en el campamento general, mientras se lucha ante Toro contra el rey de Portugal en 1476. Fernando ataca al ejército portugués el 1 de marzo del año citado mandando las milicias populares y pone en fuga a las tropas portuguesas. Isabel, mientras, esperará el resultado de la batalla en el campamento o cuartel general. Al poco de conocer la noticia de la victoria manda organizar fiestas de acción de gracias en las ciudades y villas del reino y promete construir en Toledo, la iglesia y el monasterio de San Juan de los Reyes, que se comienza en 1478.

Me interesa subrayar aquí que la historiografía recoge el hecho mencionando la presencia de la reina rodeada de catorce damas. Isabel estaba siempre rodeada de mujeres, su madre, sus hijas, sus damas, doncellas y un sinnúmero de mujeres que estaban a su servicio y al de su Casa. En momentos importantes para ella las fuentes escritas o/ y iconográficas la muestran rodeada de damas, tal como la muestra el bajo relieve de la Entrada en Granada –en el que se cuentan nueve o diez mujeres.

Isabel estuvo rodeada desde la muerte de su padre, Juan II, de mujeres, en algunos momentos coinciden un buen número en el espacio en el que se mueve la infanta Isabel, futura Isabel I. En Arévalo, hacia 1454, un poco después de la muerte de su padre, están entre otras su abuela, su madre, su tía María –hermana de su padre- reina de Aragón durante casi veinte años, mujer poderosa, había gobernado bien y con sabiduría Aragón mientras Alfons V, el Magnànim, residía en la corte de Nápoles. María venía a Arévalo para mediar y negociar con su sobrino, Enrique IV, en nombre de su cuñado el rey Juan de Navarra –hermano de Alfons V-. María reina de Aragón y María, la hermana de Alfons V, el Magnànim, primera mujer de Juan II habían sido dos mujeres importantes para la historia de Castilla, ambas reinas y primas, habían mediado en muchos momentos, algunos de ellos cruciales, en las variables y a veces difíciles relaciones entre Aragón-Cataluña y Castilla.

Isabel se siente acompañada por muchas mujeres de confianza que le pueden dar consejo sobre todo mientras está en Arévalo y en Madrigal donde pasa una parte de su infancia, pero también estará acompañada por algunas mujeres cuando en 1461 su hermano, el rey Enrique IV, la traslada a ella y a su hermano Alfonso a la corte.

Seguramente esta compañía y envolvimiento femenino en Madrigal y Arévalo durante sus primeros diez años de vida proporcionaron a la infanta Isabel, futura Isabel I, la estabilidad y el aplomo necesarios para el futuro. Las historias de sus dos familias le serían a buen seguro contadas y explicadas por algunas de estas mujeres y le proporcionarían a Isabel un fuerte orgullo de su linaje real, un gran sentido de cuales eran sus legítimos derechos, y un fuerte sentido de responsabilidad. También le enseñarían la importancia del cuidado del cuerpo, la importancia de la belleza, del adorno, la importancia de presentarse convenientemente vestida en público, y la importancia de un porte regio. Isabel, a diferencia de otras infantas e infantes reales castellanas y castellanos, había disfrutado en este ambiente de Madrigal y Arévalo, rodeada de su abuela, su madre y de otras damas de una mayor estabilidad e intimidad familiar, había disfrutado también de una gran atención y cuidado de las relaciones personales y de una larga permanencia en un espacio físico, un “palacio”, construido con una medida muy humana, muy lejos de lo que luego será por ejemplo el palacio de El Escorial u otros grandes palacios, tal vez menos actos para la crianza de las y los infantes reales.

Isabel ideó y/o intentó llevar a cabo una política distinta en algunos asuntos a la del rey Fernando II de Aragón, a pesar de que algunos y algunas historiadoras les cueste percibir o abarcar la diferencia al trazar un perfil general del reinado. La política ideada y trazada por Isabel analizada de cerca sí era diferente. Como mujer que era se interesó mucho más por las relaciones. Dedicó una parte importante de su tiempo y de su estar en el gobierno de Castilla a dibujar un complejo mundo de relaciones que le permitieron en muchos casos desencallar grandes asuntos de estado. Entabló relación con algunas mujeres poderosas y algunas otras que no lo eran tanto, y algunas las estableció por necesidad, necesidad de gobierno, de su Casa y del reino, pero otras muchas las estableció por el gusto de estar en relación con otra mujer. Con su antigua doncella Beatriz de Bobadilla y con su nueva doncella –ya siendo reina- Juana de Mendoza, con ambas parece que tenía la reina gran intimidad y una relación de confianza, que les permitía moverse con gran libertad dentro de lo que eran las relaciones en la corte castellana del momento.

Esta estrecha relación la percibimos por ejemplo en la promesa que hacia 1466 realiza Beatriz de Bobadilla a la entonces princesa Isabel, cuando Enrique IV pretende y quiere obligarla a casarse con el viejo pero riquísimo, el converso, Pedro Girón, aunque el rey decía querer mucho a su hermana Isabel.

La estrecha relación de Isabel con sus doncellas y con otras damas de la Corte y de la nobleza castellana o no propiciaron en muchos casos la petición de mediación para asuntos diversos, tuviesen o no que ver con el gobierno del reino. Así, Beatriz de Bobadilla, ya condesa de Moya, mediará ante su marido Andrés Cabrera, y éste tendrá un papel destacado en la adhesión de la ciudad de Segovia a los jóvenes príncipes en 1473.

Otro claro ejemplo lo constituye la mediación de la propia reina, Isabel, a petición de la infanta portuguesa, Beatriz. Ambas se reúnen e inician conversaciones en marzo de 1479, en la frontera, en la población de Alcántara, para organizar y establecer la paz definitiva entre Castilla y Portugal, después de largos años de enemistad por las apetencias territoriales del monarca portugués, aprovechando, primero, los momentos de debilidad producidos por las luchas entre partidarios de Ia futura Isabel I y de su sobrina Juana, la Beltraneja; y aprovechando, más tarde, y apoyando las pretensiones de Juana, la Beltraneja, que le permitían disimular a Alfonso de Portugal sus intentos de conquista de tierras castellanas. Dos mujeres, Isabel I de Castilla y la infanta de Portugal, Beatriz, median en un conflicto que se había convertido en casi intestino, y seguramente acuerdan una política de unión entre ambas familias que se concretará años más tarde, y que servirá para aplacar las ansias guerreras de los nobles y caballeros de ambos reinos. La reina castellana podía, seguramente, por su rango y situación no aceptar la mediación, pero Isabel valoraba mucho la relación entre mujeres para rechazar la oferta, y además ella seguramente se podía sentir próxima a una mujer portuguesa, su madre era una portuguesa que vivió hasta su muerte, en Arévalo, en tierras castellanas. Isabel sabía que podía entenderse con una mujer portuguesa. Ambas sabían que su mediación sería más positiva y efectiva para conseguir la larga y ansiada paz, que la que pudiesen llevar a cabo algunos de sus consejeros, con los de Alfonso de Portugal. Además si los nobles de ambos reinos y Fernando de Aragón y los suyos aceptaron la mediación de ambas mujeres es porque sabían que ésta daría fruto y traería la paz.

Isabel tiene mucho en cuenta en su política cómo se relacionan las personas entre ellas y tiene también en cuenta, como ha dicho la ex secretaria de Estado americana Madeleine Albright, una mujer que ha estado en la política segunda, la masculina, pero en un lugar de gran relevancia de la política internacional, ha señalado claramente algunas diferencias de su ser mujer a la hora de actuar incluso en la política segunda. Albright señala que como mujer y lo ha percibido en algunas otras mujeres -y nosotras lo hemos visto al analizar algunos retazos de la trayectoria vital de Isabel I de Castilla-, tienen, o pueden tener, una mayor capacidad de visión periférica, son o somos capaces de tener en cuenta, de abordar aspectos que no están en todo momento presentes ante nosotras y de desarrollar o intentar desarrollar algún tipo de consenso.

Isabel aunque le otorga autoridad a su marido Fernando como rey y como político, también le reconoce autoridad a otras mujeres. Le reconoce a la Latina, Beatriz Galindo, su maestría en el latín y le confía a su hijo e hijas para que les enseñe esta disciplina, y ella misma se convierte en su alumna, y le reconoce también su autoridad a mujeres como Beatriz de Bobadilla, Juana de Mendoza, etc., su saber de mediadoras, y su saber como organizadoras como doncellas y como encargadas de asuntos concretos, como Juana de Mendoza como responsable del hospital de campaña fundado por la reina.

La reina procurará mantener las sendas que se había trazado al llegar al trono y otras que iba trazando al ir viviendo, las sendas que ella elige, y las que le sugieren y señalan el rey, su marido, sus consejeras, consejeros y aquellas y aquellos dedicados a las tareas de gobernar rectamente su Casa y su Reino. Habrá al menos dos momentos en su vida que la reina se guiará por la política del deseo, se pondrá en el centro, su vida ordenará el mundo, “traerá al mundo el mundo”. Hay al menos dos deseos grandes que la futura reina Isabel I quiere y realizará, el primero, más bien, los dos, son dos deseos de amor, el amor, o la búsqueda de amor, la guía en la elección de su futuro marido, y segundo, el otro deseo, es el amor al saber, al conocimiento, la curiosidad innata. Este, segundo deseo, lo desarrollará en parte, ya de adulta, siendo reina. Buscará a la latinista Beatriz Galindo, conocida como la Latina, para que enseñe al infante y a las princesas, pero también para que le enseña bien a ella latín como sabía su padre, el rey Juan. Isabel desea dominar el latín para así poder conocer más y mejor y entender bien la literatura y los tratados de su gusto. La educación de Isabel estuvo, inicialmente, a cargo de algunos de los franciscanos observantes del convento situado extramuros de la villa de Arévalo. En este convento estuvieron entre otros Alfonso de Madrigal el Tostado, erudito y teólogo, y también Lope de Barrientos, obispo de Cuenca –confesor de Juan II-, al que el viejo rey encomendará la supervisión de la educación de la futura Isabel I y del infante Alfonso.

Isabel sabemos que recibió el acostumbrado “adiestramiento en las artes domésticas” reservado a las mujeres, pero, como ya hemos comentado no le enseñaron a leer y a escribir bien, ni en latín, ni en castellano, su lengua materna. Isabel aprenderá a leer y a escribir bien en ambas lenguas ya de adulta y reinando. Su lengua materna, el castellano, sería la lengua que le escucharía a su ama de cría, a su aya y a otras damas castellanas de la corte; pero también escucharía, ya, desde el vientre materno, portugués, era la lengua de su madre, una de las lenguas que se hablaban en su casa. Parece ser que tampoco le enseñaron de niña a leer y a escribir en esta lengua. Si sabemos que en castellano –y puede que también algunas veces en portugués- escucharía las numerosas leyendas, cuentos, poemas, historias y relatos sobre la vida de caballeros que luchan contra los infieles, numerosas historias de vidas de santas y santos. Vidas de santas que le tenían que servir de modelo de perfección a cualquier niña, cuanto más a una princesa. Pero es posible que Isabel, una niña y después una adolescente muy activa y de vivo carácter aprendiera enseguida con estas vidas el gusto por la acción, más que por la pasividad, y aprendiera a admirar aquellas mujeres que conseguían dominar su voluntad y ser disciplinadas. Lo vería también en una historia de vida que empezaba a circular por tierras peninsulares, tanto castellanas como catalano-aragonesas, la vida de Juana de Arco. La vida de Juana, conocida en Castilla como la poucella (la doncella) tuvo una gran aceptación en Castilla. En el ámbito de la corte sabemos que el propio Juan II la admiraba sobremanera, y también otros cortesanos. Entre ellos cabría citar a Chacón, el autor de la crónica de don Álvaro de Luna, al propio Álvaro de Luna, y a uno de los estimados consejeros del rey, su secretario Rodrigo Sánchez de Arévalo. Sánchez de Árevalo había estado como embajador en la corte papal y en la corte francesa, y había conocido directamente los hechos de Juana de Arco. No sabemos con certeza si entre los consejeros de Juan II que intervinieron en la educación de la infanta y del infante, estaría el citado clérigo Rodrigo Sánchez de Arévalo –diplomático y escritor-, y decidido partidario –por su propia experiencia personal- de darle a Isabel una educación formal, pero si pudo también influir en la gran admiración de Isabel por Juana de Arco. Juana de Arco era para Isabel un modelo de vida de acción, uno de los anhelos de la princesa. Fuese cual fuese la educación formal que recibiese Isabel, casi inexistente al menos en su infancia, fue una niña afortunada no la apartaron del entorno de su abuela, su madre y de las otras mujeres que formaban la corte de Arévalo, no la apartaron de las diversas y ricas realidades de la vida que le posibilitaba el vivir en una villa pequeña, pero que era cruce de caminos comerciales importantes. Variadas y ricas realidades vitales que ella sin duda debió captar con rapidez, porque era –según recoge un buen número de crónicas y la historiografía- una niña inteligente, curiosa, observadora, que debió apreciar lo mucho que aprendió viendo el mundo desde el lugar de su infancia ─Arévalo─ rodeada de muchas mujeres y de algunos hombres que le prestarían atención y afecto. Isabel empezaría a descubrir desde esta villa interior castellana, como la Iglesia y la religión, con sus festividades, sus ceremonias y su ritual, marcaban los días, las horas, los acontecimientos y los ciclos del año. La religión marcaba e influía en el comportamiento, afectaría incluso a las emociones, e intentaba explicar las relaciones humanas, el mundo natural y el universo. Isabel vivió en el seno de una familia piadosa, en contacto con frailes devotos, habituada a la devoción que marcaban las iglesias de Arévalo, cuyas campanas regían sus días. La iglesia parroquial de la villa, como era tradicional en otras muchas poblaciones de la corona de Castilla -había asentado sus cimientos sobre los restos de la antigua mezquita- estaba dedicada a san Miguel, el arcángel militante. Otra de las iglesias de Arévalo estaba dedicada a santa María de la Encarnación, porque la doctrina de la Encarnación era rechazada por los musulmanes. San Miguel y Santa María de la Encarnación significarán en Arévalo como en otras ciudades, villas y pueblos castellanos la afirmación cristiana frente a los “infieles”. Isabel como muestra su testamento tendrá entre sus preferencias estas devociones, y probablemente influirá –no sabemos en que medida- para que las mezquitas de Granada lleven esos nombres.

Isabel, ya reina, nota la falta y se preocupa por no haber recibido la instrucción que marcaban los espejos de príncipes y, como hemos señalado, alguno de los consejeros de su padre y posteriormente suyos. Debía de haber aprendido las letras, que completaban la educación de alguien como ella de alta cuna, porque ello redundaría en la buena imagen real, y también el latín necesario para entender mejor los mejores escritos sobre leyes y artes del gobierno y de la guerra, el latín que Juan II –su padre- había aprendido. Para dar ejemplo, la reina aprendió letras y latín. Isabel era una gran lectora e impulso el relativamente nuevo arte de la imprenta.

Isabel I gobierna como mujer, se ocupa de su Casa y del Reino de forma diferente –a como lo hace su hermano el rey Enrique-. Siendo ya reina, y por tanto siendo la cabeza de la familia real tiene que concertar los matrimonios del infante y de las princesas sus hijas. Como madre, intenta además de concertar bodas de estado, que estos compromisos cuenten, de alguna manera, con la mínima aprobación de sus hijas. Así sabemos que ocurrió en el caso de de su primogénita, Isabel, al quedarse viuda. Isabel I había prometido a la infanta no abocarla a un nuevo matrimonio, y permitirle llevar una vida de retiro y vida espiritual intensa en el convento o casa de su elección. Isabel intercederá ante su hija al ver los argumentos que el legado portugués esgrime: éste recurre a las cualidades de la princesa, al cariño que le profesaban los portugueses y al gran respaldo moral que ello significaría para las gentes de este reino y, además, añade que la princesa está en edad y disposición de proporcionar el heredero que le hace falta al trono portugués. Isabel I a pesar de haber dado su palabra de madre y de reina, y a pesar de saber que la princesa estaba volcada en un proyecto espiritual concreto, estaba vinculada a la forma de vida beata -experiencia que daba una dimensión espiritual profunda a la vida de algunas mujeres que no querían profesar en una orden monástica, a aquellas que se querían mantener de alguna manera en el mundo de las laicas-, llega a un entendimiento y pacto con su hija. La reina sabía que la princesa Isabel tenía una voluntad firme y decidida y sólo su intervención como madre y como reina la harían cambiar de razón de vida. La reina, evidentemente no presentó, como hacían algunos de los consejeros, razones meramente políticas, sino razones religiosas, la princesa podía con su posición –de nuevo de reina de Portugal influir decisivamente para que se adoptara una política de unidad religiosa como la de Castilla, en un momento en el que las embarcaciones estaban preparadas para salir hacia las costas de la India, y cuando Portugal estaba siendo el refugio de numerosos conversos que huían de la Inquisición. Éstas y otras razones de orden político-religioso y familiar —y sería, sin duda, una de ellas el hecho de ayudar a su madre como reina- convencieron a la joven princesa Isabel que accedió a casarse con Manuel de Portugal y a darle los herederos que este esperaba.

El testamento y otra documentación permiten también apreciar la estrecha y especial relación que establecerá la reina Isabel con su hija Juana. Relación que probablemente es mediada por la de la propia madre de la reina Isabel I, Isabel de Portugal, parece que la reina identificaba formas de hacer de su madre en el comportamiento, a veces difícil de interpretar de su hija Juana. Rememoraba así sus añorados años en Madrigal y en Arévalo, el período que yo llamo del espacio “entre mujeres” eran los años sesenta del siglo XV, Isabel I tenía entonces once años. De nuevo, unos años más tarde recobra este espacio, a los dieciséis años se vuelve a encontrar con su hermano, Alfonso –al que estaba muy unida desde niña- y con su madre en Arévalo, sus damas, doncellas, criadas y sirvientas. Al calor del que ella considera su hogar, organizará los festejos con motivo del onceavo cumpleaños del rey-niño Alfonso en Arévalo, libre de las miradas escudriñadoras de la corte de Enrique IV. En este villa siente de nuevo la vida cerca y organiza la fiesta de cumpleaños de su hermano pequeño, el infante, Alfonso. En la fiesta se lleva a cabo una representación poética de disfraces de gran colorido, lo que se denomina un momo. Isabel le encarga el texto personalmente a Gómez Manrique, uno de los grandes poetas del momento, que compuso un texto que se ha conservado.

Gómez Manrique además de poeta, es un hombre de confianza de los Reyes, y es también un buen testigo de la Castilla de su tiempo, y desempeñó el cargo de corregidor de Toledo. Su libro Regimiento de príncipes, publicado en 1482, se lo dedica a Isabel y Fernando. Hace en su tratado numerosas recomendaciones para el buen gobierno, entre otras la de que es necesario castigar menos… y … reducir los brotes de crueldad o de avaricia en la práctica de gobierno. Muy interesantes son algunas de las recomendaciones que le hace a la reina, Isabel, el poeta señala que ésta debe anteponer las tareas de gobierno a las prácticas piadosas, a las oraciones y los sacrificios y mortificaciones en su cuerpo. La dedicación de Isabel al gobierno de su Casa y de Castilla, y a la organización de los nuevos territorios conquistados es incuestionable, pero además, Gómez Manrique la dibuja como una soberana con una honda preocupación por su vida espiritual y religiosa, preocupación que sabemos que transmite a sus hijas. Preocupación que se percibe, claramente, en su testamento, el momento en el que ha de preparar su alma para que sea recibida en el Paraíso. La preocupación por la vida espiritual posiblemente era transmitida por algunas generaciones de mujeres de la familia real. Muchas infantas castellanas ingresaron en conventos o pasaron largas temporadas en ellos, un claro ejemplo es la hermana de Isabel, Catalina que estuvo en un convento en Madrigal, y la hija primogénita de Isabel I, la infanta Isabel pasó largas temporadas en un beaterio en Madrigal.

Pero Isabel no sólo era una mujer preocupada por la vida espiritual, también era, según las fuentes y la historiografía, una mujer a la que gustaban las fiestas y espectáculos. Si como ya hemos mencionado el cumpleaños de su pequeño hermano Alfonso le brindó, a la entonces princesa, la ocasión de organizar una fiesta-representación teatral, no fue esta la única ocasión en que la vemos, ya sea como princesa o después como reina disponiendo o participando en festejos. Como reina no descuidaba, cuando la ocasión lo requería, brillantes puestas en escena que subrayasen la importancia de su papel de soberana, y la importancia de la monarquía. Isabel parece que sabía utilizar muy bien y sabía cuáles eran los efectos de la propaganda. El hecho que recojo a continuación así lo muestra. El 3 de abril de 1475, organiza en Valladolid un gran torneo en el que consigue reunir a lo más destacado de la nobleza castellana, que competirán ante gran número de pobladoras y pobladores de la ciudad castellana. El desfile, y el propio torneo, son brillantes, y destacan en el combate el duque de Alba y el rey Fernando. La reina comparece rodeada de un cortejo de catorce damas y llega al estrado montada en una jaca blanca, que lleva una guarnición elaborada totalmente en plata y con flores de oro, con un vestido de brocado y con una corona. Isabel tenía entonces veinticuatro años, y los cronistas la describen como una mujer hermosa, especialmente Hernando del Pulgar, y en alguna de las pinturas que la retratan, vemos que era una mujer con una hermosa cabellera muy rubia y con ojos azules. Imaginamos que la seducción ejercida por la reina en este acto y en otros momentos debió ser realmente importante, además ella sabía muy bien cómo se valoraba a las reinas, princesas, príncipes y los símbolos de posición y poder; entendió rápidamente el poder y la autoridad implícitos en una demostración de esplendor.

Entendió el peso del color, de lo visual en la sociedad y en la cultura de su tiempo. Lo demuestra en muchas ocasiones, por ejemplo, en Alcalá, cuando casi se despedía la primavera y se asomaba el verano del año 1472, durante una de las visitas de unos embajadores borgoñones. Isabel recibe a los embajadores ataviada con terciopelos, satenes y joyas. Y en la audiencia posterior aparece vestida, aún, con mayor elegancia y exquisitez, luciendo el gran collar de rubíes, rodeada de damas y cortesanos. Mandó agasajar espléndidamente a los representantes de Borgoña, hubo danzas y, como era costumbre –cuando Fernando estaba ausente-, la reina sólo bailó con sus damas. La visita de los embajadores se prolongó y ello permitió a los visitantes apreciar los magníficos vestidos y capas de la reina. En una corrida de toros ofrecida a los visitantes, la reina se presentó con un traje carmesí, cuya falda estaba adornada con bandas de oro, y una capa de satén plisado, y con un collar de oro y una gran corona circundada por otra incrustada de joyas. El arnés de su caballo era de plata dorada; los borgoñones estaban fuertemente impresionados, Isabel, reina de Castilla, era una gran señora.

Para acabar diríamos que una de las razones que guían el corazón y la mente de Isabel I en los últimos años de su reinado, ya bastante enferma, y en los últimos días de su vida, como recoge su testamento, es el amor y la preocupación por su hija, la reina Juana I. Isabel se preocupa, sufre y se ocupa, en los días cercanos a su muerte, y quiere trazar unas líneas de actuación, con sus disposiciones testamentarias, que establezcan de forma clara los derechos de Juana y los de su marido, Felipe el Hermoso. Isabel continua intentando entender las razones y/o sinrazones que mueven el comportamiento de su hija, y quiere ayudarla y mediar entre ella y el entorno, en ocasiones, francamente hostil que envuelve a la princesa. Un entorno casi sin mujeres y hombres de su confianza que puedan ayudarle y aconsejarle en las difíciles decisiones que debe tomar a diario como heredera del trono de Castilla y como princesa consorte del soberano de los Países Bajos, Felipe el Hermoso. Juana como señala Bethany Aram no dispone en el pleno sentido de la palabra de una Casa propia, o más bien, no le han permitido ni le permitirán disponer de un cuerpo de damas y criadas y sirvientas y también de consejeras, consejeros, asesores y funcionarios que la asistiesen en su Casa, nombradas y nombrados por ella y de su exclusiva confianza. Es probable que Juana acabase desarrollando algún tipo de comportamiento cuasi-patológico provocado en parte por la intriga permanente de cuantos lo rodeaban. Su padre, Fernando, actuó, en muchas ocasiones, por las para él inapelables razones de estado y por intereses personales, y su marido, Felipe también. Juana sólo pudo contar mientras ésta vivió con su madre, que le servía de sostén y apoyo directo o bien a través de sus consejeras y consejeros.

El testamento de Isabel I da cuenta entre líneas, a través, de una reiteración permanente del cuidado y del mimo que pone la reina en las disposiciones que afectan a su hija. Isabel ha mediado entre el rey, Fernando, y Juana, y lo continua haciendo en el testamento. Le ruega y le manda a su hija que se apoye en la experiencia política de su padre y acepte las decisiones que éste tome, insistiendo mucho en el respeto y amor que ella le tenía y le tuvo a lo largo de la vida, para que le sirvieran a la princesa Juana.

Indicaciones didácticas

Sería interesante que las alumnas y alumnos valorasen y comparasen el testamento de Isabel I de Castilla con el de su marido Fernando II de Aragón. Podrán apreciar como detrás de un formulario diplomático y de un lenguaje estereotipado se percibe la diferencia sexual en la historia, como pueden encontrarse las diferencias sustanciales entre el ser mujer y ser hombre en las postrimerías de la Edad Media. Verán como el testamento de Isabel está trabado en gran parte alrededor de la relación madre-hija. El testamento permite valorar que lo más importante es su relación como madre, como reina y como madre, con su hija Juana. Como madre porque en no pocas ocasiones entran en conflicto las formas de hacer de ambas, y como reina porque sabe que el hacer de Juana no es comprendido –por ella misma en ocasiones- pero sobre todo por el rey Fernando, y por otras y otros que tienen gran peso en las decisiones que tocan al gobierno de las mujeres y hombres no sólo castellanos, sino también los de las nuevas tierras descubiertas, y ello pone en peligro a Juana I como reina y el gobierno y el futuro de la monarquía en Castilla. Verán como Isabel se pone en juego como mujer y entra en relación con un número apreciable mujeres y con hombres en el ejercicio del poder de gobierno y en el ejercicio de la autoridad, y todo ello lo hace en lengua materna.

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Notas al texto

  1. Isabel murió en Medina del Campo el 26 de noviembre de 1504, a los cincuenta y tres años.

  2. Reino de León.

  3. Reino de Aragón.

  4. Reino de Sicilia. Isabel I llevó el título de reina de Sicilia por su matrimonio con Fernando de Aragón, rey de Sicilia desde 1468, es decir, un año antes de su boda.

  5. Fortaleza y palacio de los reyes de Granada.

  6. Había sido doncella de Isabel cuando ésta era princesa.

  7. Con esta expresión se conocían los reinos de León y de Castilla.

  8. El 13 de diciembre de 1474, en Segovia, Isabel es proclamada “reina y propietaria” de Castilla, y a Fernando se le reconoce como su “legítimo marido”. La concordia de Segovia de 15 de enero de 1475 establece las normas para el gobierno del reino: Según las leyes y la costumbre usada y guardada en España, estos reinos debía heredar la reina, como hija legítima del rey don Juan, aunque fuese mujer, por cuanto era heredera por derecha línea descendiente de los reyes de Castilla y León, y que no podía pertenecer a ningún otro heredero, aunque fuese varón, si era transversal. Asimismo, se determinó que a ella, como a propietaria, pertenecía la gobernación del reino […]. Vid., PULGAR, H. DEL, Crónica de los Reyes Católicos, ed. de J. de Carriazo, 2 vols., Madrid, 1943, cap. XXI.

  9. Se ha considerado tradicionalmente como la fecha de cierre de la incorporación de los territorios andalusís a los reinos de Castilla y de Aragón, y también puede considerarse la fecha el inicio de la expulsión de la población musulmana de las tierras de la Península.

  10. El tratado de Alcoçavas –4 de septiembre de 1479- pone fin a la guerra (interior y exterior) iniciada después de la muerte de Enrique IV, Isabel y Fernando quedan reconocidos como reyes de Castilla; Juana la Beltraneja renuncia a sus supuestos o no derechos y se la obliga a pasar el resto de su vida en un convento en Coimbra (donde muere el año 1530), Castilla acepta la expansión portuguesa en África, y se concierta el casamiento del infante Alfonso, príncipe heredero de Portugal, con la infanta Isabel, hija de los Reyes Católicos.

  11. Durante del reinado de los reyes, Isabel I de Castilla, y Fernando II de Aragón se inicia el largo éxodo obligado de los hombres, mujeres, niños y niñas de religión judía pero naturales de los distintos reinos en que se dividía la Península. Los reyes firmaron el decreto de expulsión que debía cumplirse a lo largo del año 1492.

  12. La Inquisición castellana empezó a funcionar a partir de 1478.

  13. Entendido el concepto en su acepción más amplia de conjunto de saberes y experiencias que una generación traspasa a la siguiente.

  14. Entiendo por colonización la organización territorial, administrativa y político-religiosa de las nuevas tierras conquistadas.

  15. A lo largo de los últimos siglos medievales y en los inicios de la Edad Moderna se produce lo que las historiadoras e historiadores llamamos la ampliación del horizonte geográfico. Algunos países de la Europa Occidental toman la iniciativa de explorar la inmensidad oceánica, para dar salida, en parte, al retroceso del mundo cristiano occidental ante el avance turco. A lo largo del siglo XV y XVI se llevan a cabo numerosas expediciones formadas por hombres y por algunas mujeres que permiten conocer tierras nuevas, y las ponen bajo el dominio político de las monarquías de los países a los que pertenecen. En esta dinámica se enmarca la incorporación de las Islas Canarias a la Corona de Castilla.

  16. Como siempre señala Clara Jourdan de la Librería de Mujeres de Milán.

  17. Isabel le contesta en una ocasión a Fernando: … que jamás ni por ningún motivo había querido causar la menor contrariedad a su amadísimo consorte, por cuya alegría y honor sacrificaría digna y debidamente, no sólo la corona, sino la propia salud. Y le ruega: que no se separase de la amante esposa, causando la desgracia de la que ni podía ni quería vivir lejos del amadísimo consorte. Y Fernando escucha los argumentos y permanece al lado de la reina. PÉREZ DE GUZMÁN, F., Generaciones y Semblanzas, ed. R. B. TATE, Londres, 1950, pp. 40-41, cit. en LYSS, P. K., op. cit., p. 104.

  18. Vid. LYSS, P. K., Isabel La Católica. Su vida y su tiempo, Madrid, Neréa, p. 103.

  19. Isabel y Fernando se ven por primera vez en la mansión señorial de Juan de Vivero, en la que se aloja la joven princesa, y este edificio albergará más tarde la futura cancillería real, la Real Cancillería de Valladolid.

  20. Anónimo, Crónica incompleta de los Reyes Católicos (1469-1476), ed. Julio PUYOL, Madrid, 1934, p. 145.

  21. PULGAR, H. del, Crónica, cap. 22.

  22. Probablemente, entre los momentos delicados por los que debieron pasar en su convivencia cabría citar cuando la reina conoce las infidelidades de su marido, y con una gran muestra de amor y generosidad acoge y se encarga de las hijas ilegítimas de Fernando.

  23. A partir de 1468, después de la muerte de su pequeño hermano, el infante Alfonso, cambia el encabezamiento de sus cartas, ahora será: Isabel, por la gracia de Dios princesa e legítima heredera subcesora de estos reynos de Castilla y León.

  24. Parece que hacia la mitad de su reinado renace en la política de la reina Isabel y sus consejeros un ideal de cruzada, influenciada, sin duda, por aquellos y aquellas que representaban la parte del espíritu religioso castellano, menos abierto y libre. La historiografía coincide en señalar que la reina tuvo un papel importante en el fortalecimiento de la autoridad real y en la guerra de Granada, sobre todo a partir de 1486; pero tampoco hay que soslayar la influencia de un rígido espíritu religioso, poco dialogante y abierto, y éste acabará, en ciertos momentos, impregnando la actividad política de la reina y de algunas y algunos de los que apoyaron la política de la corona en estos años. Isabel I impulsó la reforma de la Iglesia, se reformaron todos los monasterios, conventos y demás casas de religiosas y religiosos, desde 1478 se implantó la Inquisición en sus territorios. Esta senda marcada por la influencia de algunos eclesiásticos intransigentes parece que condujo el quehacer político del reino, aunque tardará, aun, en apagarse la llama de la libertad que conservaban y llevaban muchas mujeres y hombres religiosos o laicos que habían estado, y algunas y algunos todavía estaban cerca de la reina. Pero la vía de la política reformadora e intransigente cristalizará en dos medidas que fueron especialmente negativas para sus reinos, y tendrá profundas repercusiones, la expulsión de los judíos y el endurecimiento de las medidas contra los musulmanes de Granada. La historiografía ha subrayado especialmente estas dos acciones del reinado de Isabel y ha centrado en ella el peso de estas acciones. Pero, por un lado, la reina no reinaba sola, sino con el rey y un buen número de consejeros laicos y eclesiásticos, y por otro, es necesario subrayar que ella había auspiciado en otros momentos y había apoyado una política mucho más respetuosa y dialogante. Y, sin bien, es posible que la reina influenciada por el renacer del ideal de cruzada, que domina la política de buena parte del final de su reinado, matrocinara y autorizara la empresa de Colón, también es cierto que se preocupará hasta el final de su vida, y de forma explícita en su testamento, para evitar los abusos de los colonizadores en las nuevas tierras contra los indios sus pobladores naturales.

  25. Revueltas de Toledo (1449), Ciudad Real (1449 y de nuevo en 1477), Sepúlveda (1468 y 1472), Segovia (1473, 1474) en diversas poblaciones de Andalucía a partir de 1473 (Córdoba, Cabra, Jerez, etcétera).

  26. Tal como dice Diego de Valera –historiador, teórico de la caballería cristiana y mayordomo de la reina Isabel- cuando habla de Córdoba … Los nuevos cristianos de esta ciudad eran muy ricos y se les veía continuamente comprar cargos públicos, de los que se valían con soberbia, de tal manera que los cristianos viejos no lo podían soportar… Cfr. LÓPEZ MARTÍNEZ, N., Los judaizantes y la Inquisición, Burgos, 1953.

  27. Se acentúan los cambios en la concepción del espacio y del tiempo.

  28. Entre otras cuestiones que sobrevuelan esta época histórica en toda Europa, y a modo de ejemplo, quisiera mencionar algunas: se cuestiona, aún, con mayor intensidad el papel de las criaturas humanas en la tierra, en el mundo (comienzan a aflorar, más, elementos contrapuestos entre la fe y la razón) siguen articulándose nuevas formas de poder, y se cuestiona el valor de la libertad individual frente al poder del Estado, etc.

  29. Isabel escogió estar con Fernando como mujer y como reina, y desea y quiere estar junto a él, si así el rey lo desea, también en la tumba. Lo recoge así el testamento: […]; pero quiero e mando que si el Rey, mi señor, eligiere sepultura en otra qualquier iglesia o monasterio de qualquier otra parte o lugar d’estos mis reynos que mi cuerpo sea allí trasladado e sepultado junto con el cuerpo de su Señoría porque el ayuntamiento que tovimos biviendo e que nuestras ánimas, espero en la misericordia de Dios, ternan en el Çielo, lo tengan e representen nuestros cuerpos en el suelo. Vid. A. de la TORRE y del CERRO y Engracia ALSINA, viuda de la Torre, Testamentaría de Isabel la Católica, op. cit., pp. 63-64.

  30. Luchas que se enmarcan en el conflicto con Portugal y los intentos del monarca luso de ocupar tierras castellanas, y también apoyar las presuntas pretensiones al trono de la sobrina de Isabel I, Juana, llamada La Beltraneja. El enfrentamiento se prolonga hasta la derrota de los portugueses en Albuera en febrero de 1479 .

  31. Fernando sería para Isabel como aquellos caballeros cristianos cuyas andanzas permanecían vivas en los romances y las leyendas populares y que empezaban a estar de moda en la Corte. No sabemos cuantas veces habría oído Isabel durante su niñez en Madrigal y Arévalo esos poemas orales e incluso relatos de algunos de los caballeros –o de algún soldado de la guarnición de Arévalo- sobre las hazañas fronterizas contra los musulmanes. Estos relatos, romances, poemas, leyendas y alguna crónica transmitirían la nostalgia por un pasado heroico y no demasiado lejano, y el deseo de imitación y de dedicar la vida a la conquista.

  32. Numerosos retratos o figuraciones de Isabel I recogen este cuidado y belleza de la reina, según los cánones de la época. El maestro de Manzanillo, un pintor castellano del siglo XV, recoge en una tabla a los reyes. La tabla de este maestro refleja detalles de los reyes que cronistas e historiadores han resaltado: la tez muy blanca de la reina, su cabello rubio, sus ojos claros. Los ojos y cabello oscuro de Fernando. Una descripción detallada de la reina Isabel –a los veinte años- la hace su secretario, el cronista Hernando del Pulgar: Bien compuesta en su persona y en la proporción de sus miembros, muy blanca y rubia; los ojos entre verdes y azules, el mirar gracioso y honesto, las facciones del rostro bien puestas, la cara toda muy hermosa y alegre. La descripción de H. del Pulgar y la tabla que recoge este retrato de los reyes nos trasmiten una imagen bastante coincidente. También otro retrato conservado en Madrigal recoge estos años próximos a su boda, de los jóvenes monarcas, bien parecidos y ambos muy próximos en edad.

  33. Isabel nunca se construyó un gran palacio real, su corte fue esencialmente itinerante, pero en cambio gracias a su matrocinio hemos recibido como legado al urbanismo y al arte algunas magníficas construcciones de hospitales y monasterios. Los monarcas castellanos no centraron, tampoco durante el reinado de Isabel y Fernando, ni ligaron su poder a ningún palacio, esta concepción del palacio como símbolo del poder real, es más propios de otras monarquías como la francesa. En la Península será una idea que se impondrá en la Edad Moderna. Pero para dar cuenta de la actividad constructiva y artística en general matrocinada por la reina, sólo recordar aquí entre los monasterios el de San Juan de los Reyes de Toledo, y entre los hospitales, el de los Reyes Católicos en Santiago de Compostela y el de la Santa Cruz de Toledo. El interés de la reina por la asistencia se percibe claramente en la preocupación por organizar -que sepamos- uno de los primeros hospitales de campaña de la historia. Hospital instalado en el frente, en la frontera de lucha contra los musulmanes, para la asistencia de los heridos. Detrás de este hospital estará siempre el Hospital de la Reina, allí donde se encuentre Isabel para disponer de una asistencia más cuidada. Estos hospitales estaban equipados con abundante material sanitario, cuya responsable es nada menos que la doncella de la reina, Juana de Mendoza. Sabemos por Pedro Mártir de Angleria, el cronista italiano, que la reina visitaba casi todos los días estos hospitales, especialmente el de campaña siempre que se hallaba en el campamento o cuartel general cerca del frente. Cfr. DUMONT, J., La “incomparable” Isabel la Católica, op. cit., p. 143.

  34. Incluso el emblema de los reyes, símbolo del nuevo orden, de la nueva monarquía muestra esta diferencia. El emblema une el jugo del poder, símbolo de Fernando, con el haz de flechas, símbolo de la justicia, emblema de Isabel. Este emblema que se reproducirá en numerosos monumentos y en la moneda corriente, el real de plata, se acompaña a veces de la divisa que le sugiere Nebrija a Fernando Tanto monta. Divisa que hace referencia al nudo gordiano que Alejandro Magno cortó tras haber intentado en vano desatarlo, con lo que el sentido de la divisa es “tanto monta cortar como desatar”.

  35. Vid. RIVERA GARRETAS, M.- Milagros, Mujeres en relación. Feminismo 1970-2000, Barcelona: Icária, 2001.

  36. Beatriz de Bobadilla había sido doncella Isabel cuando era princesa de Castilla, mantuvo con ella una estrecha relación de confianza hasta el punto que Beatriz le había prometido a Isabel utilizar su daga y matar con sus propias manos a Pedro Girón si Enrique conseguía sus propósitos de obligar a la princesa a casarse con él. Pedro Girón ya viejo era muy rico y fue uno de los aspirantes a casarse con la joven princesa que entonces tenía tan sólo quince años. Isabel estaría, seguramente, horrorizada, y sin duda ello propiciaría la promesa de Beatriz de salvarla in extremis del trance. Isabel se ocupó, como en el caso de otras damas, de buscarle marido entre los nobles y altos funcionarios de la Corte y Reino. Beatriz se casó con el gobernador de Segovia y de su alcázar, Andrés Cabrera, conde de Moya. La actividad de la reina y en algunos casos también del rey para propiciar el enlace de damas de la corte con altos funcionarios, nobles y personajes de grandes linajes está bien documentado. La reina, y en este caso también el rey, fueron padrinos de bautismo del antiguo gobernador musulmán de Baza, Al-Nayar, cuando se convirtió al cristianismo, con el nombre de Pedro de Granada, y propiciaron, también, su matrimonio con la dama de la corte María de Mendoza. Esta privilegiada relación de Isabel con algunas de las mujeres de su entorno le permitió gobernar su Casa y el Reino de otra manera, de una manera diferente a la que la había hecho su padre, a la de su hermano, Enrique, y a la de su marido, Fernando.

  37. El propio Enrique escribía: Muy virtuosa mi señora y hermana […], vos suplico siempre se acuerde de mí, puesto que no tenys persona en este mundo que tanto vos quiera como yo... Carta autógrafa del Archivo General de Simancas, citada por AZCONA, T. de, La elección y reforma del episcopado español en tiempo de los Reyes Católicos, Madrid: C.S.I.C., 1960, p. 119.

  38. Cfr. DUMONT, J., La “incomparable” Isabel la Católica, pp. 39-40.

  39. CALVO, J.-M., “Madeleine Albright. La mujer que fue Estados Unidos”, en El País Semanal, núm. 1447. Domingo 20 de junio de 2004, p. 17.

  40. Isabel empezó a estudiar latín durante la guerra de Granada, parece que al cabo de un año, ya sabía lo suficiente como para poder percibir, si algún predicador o muchacho del coro no pronunciaba correctamente, y tomaba nota para corregirlo posteriormente. Vid. LYSS, P. K., Isabel la Católica su vida y su tiempo, op. cit., p. 246.

  41. CIGARINI, L., La política del deseo, Barcelona, 1996.

  42. Diótima, Traer al mundo el mundo, Barcelona, 1996

  43. Pero afortunadamente para la reina Isabel no siempre hizo caso, o no del todo, a las razones de estado de su hermano y rey Enrique IV y sí a las de su corazón. Así lo hará al escoger a su marido, huyendo de las ventas matrimoniales a que quería obligarla Enrique. Isabel será quien se case y será por tanto la que escoja, se casará con quien ella quiera. La princesa está bien informada, y es una mujer guapa, y escogerá a un hombre que ella considera también atractivo, al heredero de Aragón, Fernando. Recoge así una idea inicial del propio Enrique de unir Castilla y Aragón. Su corazón puede en la decisión, pero las razones de estado lo apoyan, su decisión traerá aparejada una gran ventaja política. Aragón dejará de apoyar a los grupos nobiliarios castellanos que se oponían a la autoridad real. Isabel concertará un matrimonio de amor y de razón, como lo demostrará toda la historia posterior de Isabel y Fernando llamados los Reyes Católicos.

  44. No sé la relación que pudo tener Isabel con el Tostado en Arévalo, pero la reina a la muerte de Alfonso de Madrigal, en 1455, promovió la publicación de sus escritos. Vid. LISS, P. K., Isabel la Católica. Su vida y su tiempo, Madrid, 1992, p. 20.

  45. Entre los libros que poseyó la reina Isabel aparece un ejemplar del tratado que escribió Barrientos contra la magia. Al igual que el obispo Isabel detestaba la magia y la adivinación.

  46. Chacón apunta en su crónica el entusiasmo con que Álvaro de Luna y el propio rey Juan II acogieron en la Corte a los enviados de Juana de Arco; y evoca la profunda impresión de Luna por las hazañas de la doncella de Orléans, hasta el punto de llevar consigo una carta suya que mostraba en la corte como si se tratase de una reliquia sagrada. Vid. LYSS, P. K., op. cit., p. 21.

  47. Rodrigo Sánchez de Arévalo ha asistido a una escuela elemental en la que se educaba a niñas y niños, la escuela que había abierto los dominicos en Santa María de Nieva con el matrocinio de la reina Carolina, la abuela paterna de Isabel.

  48. Según el humanista Juan de Lucena el papel ejemplarizante de la reina era tal que ¿Non vedes cuántos comenzan a aprender admirando su Realeza? Lo que los reyes hacen, bueno o malo, todos ensayamos de hacer […]. Jugaba el Rey, eramos todos tahures; studia la Reyna, somos agora studiantes. Vid. LUCENA, J. de, “Carta de […] exhortaría a las letras”, en Opúsculos literarios de los siglos XIV a XVI, ed. A. PAZ y MELIA, Madrid, 1893, pp. 215-216. Cit. en LYSS, P. K., op. cit., p. 246.

  49. La reina impulsó, por ejemplo, la publicación de las obras de Alfonso de Madrigal el Tostado.

  50. Y aunque como era costumbre las infantas tendrían que servir para reforzar el papel de su linaje y el de la Corona de Castilla con los otros reinos, no las somete al como llaman algunas autoras y autores al “bailes de maridos” que su hermano Enrique la había sometido a ella misma.

  51. Sobre los beaterios castellanos y estas formas de vida y piedad Vid. MUÑOZ, A., Mujer y Experiencia Religiosa en el Marco de la Santidad Medieval, Madrid, Asociación Cultural Al-Mudayna, 1988; Las mujeres en el cristianismo medieval. Imágenes teóricas y cauces de actuación religiosa, ed. a cura de Ángela Muñoz Fernández, Madrid, Asociación Cultural Al-Mudayna, 1989. MUÑOZ, A., Santas y Beatas neocastellanas: ambivalencias de la religión y políticas correctoras del poder, Madrid, Dirección General de la Mujer de la Comunidad Autónoma de Madrid, 1994.

  52. Ambas villas castellanas estaban protegidas por murallas y torres en medio del paisaje de las tierras de cultivo de la meseta castellana. Por ambas pasaban rutas comerciales muy transitadas, y ambas estaban también cerca de Medina del Campo, en la que, dos veces al año, se celebraba una de las grandes ferias europeas del momento. Las ferias eran durante la edad media un gran acontecimiento, e Isabel debió aprovechar y disfrutar, sin duda, de esta feria. Estas villas eran bien representativas del reino de Castilla en cuanto que en ellas se producía, como en otras muchas poblaciones, una mezcla de culturas y una amplia red de relaciones entre gentes de distintas religiones y procedencias.

  53. DUMONT, J., La “incomparable” Isabel la Católica, Madrid, 1993, p. 30.

  54. Vid. DUMONT, J., Op. cit., p. 16. Según el autor citado en este beaterio estuvo María Briceño la primera maestra de Teresa de Ávila, p. 17.

  55. Isabel era una buena amazona, desde niña habría montado y recibido lecciones de equitación, las fuentes la describen o muestran en mulas de gran alzada o caballos con ricos arneses. Desde pequeña vio montar a su padre, hermano y a los más grandes nobles castellanos y a musulmanes de alto rango que visitaban Arévalo desde Granada, y eran recibidos como huéspedes de la corte con todos los honores; éstos preferían cabalgar y montar, al estilo moro, a la jineta –con la silla baja, los estribos cortos y las rodillas en alto sobre caballos no muy grandes pero muy veloces.

  56. Estos son algunos de los rasgos que plasma el Maestro de Manzanillo (siglo XV) en su tabla Los Reyes Católicos con santa Elena y santa Bárbara. La tabla procede de una iglesia de la provincia de Zamora, y formaba parte de la puerta de una armario. Ha sido serrada por la parte inferior, en la que parece que se encontraba dos amohadones con dos coronas. En esta tabla aparece Isabel con uno de sus magníficos collares con grandes perlas, no parece sin embargo que este sea el famoso collar de balajes y perlas que había sido su regalo de bodas, y que había pertenecido a su suegra Juana Enríquez, y a las reinas de Aragón-Cataluña. Esta preciosa joya se parece mucho a la que se ve en un retrato de Isabel y Fernando de busto, ambos son jóvenes, y la reina lleva al cuello unos hilos de oro de los que cuelga una magnífica pieza con rubíes y una perla en forma de lágrima. El pintado en la tabla del maestro de Manzanillo es una joya importante pero no coincide con el descrito entre los regalos que llevaban los emisarios del rey de Aragón para la petición de mano de Isabel para su hijo Fernando, se describe así el collar: … un macizo torzal de hilos de oro, que pesaba más de tres marcos y del que pendían hasta quince colgantes: siete gruesos y amoratados rubíes y ocho ovaladas y grisáceas perlas, todo ello como marco al adorno central, consistente en un balaje gordísimo, horadado, que sustentaba una maravillosa perla en forma de pera. Este collar fue posteriormente empeñado en Valencia junto con otras joyas como aval de tres préstamos que alcanzaban los 60.000 florines de oro. No sabemos que pensaría la joven princesa de dieciocho años al recibir de su prometido un regalo semejante, pero es improbable que quedase indiferente, sobre todo al conocer su buen gusto para el vestido y el adorno. En cualquier caso, parece que la tabla del Maestro de Manzanillo recoge a los reyes en una fecha cercana a su boda; y a pesar de las limitaciones técnicas los muestra en el esplendor de la juventud.

  57. Estos embajadores venían a establecer una alianza con Castilla.

  58. Los borgoñones estiman que debía pesar más de 120 marcos.

  59. ARAM, B., La reina Juana. Gobierno, piedad y dinastía, Madrid, 2001.

  60. AZCONA, T. DE, Isabel la Católica. Estudio crítico de su vida y su reinado, Madrid: B.A.C., 1993, p. 882.

  61. Insiste en el testamento: dándole e faziéndole dar (se refiere al rey Fernando) todo el honor que buenos e obedientes hijos deven dar a su buen padre, e sigan sus mandamientos e consejos como d’ellos se espera que lo harán de manera que todo lo que a su Señoría toca parezca que yo no hago falta e que soi biva. Vid. A. de la TORRE y del CERRO y Engracia ALSINA, viuda de la Torre, Testamentaría de Isabel la Católica, op. cit., p. 79. Como dice Diana Sartori, es el imperativo de la autoridad materna, que le dice –en este caso a Juana- que actuara siempre como si ella estuviese presente. Vid. Diana SARTORI, “Entre el deseo y la realidad. La tentación del bien”, en Duoda. Revista de Estudios Feministas, 27, pp. 98-99.

  62. Con esta expresión se conocían los reinos de León y de Castilla.

  63. El 13 de diciembre de 1474, en Segovia, Isabel es proclamada “reina y propietaria” de Castilla, y a Fernando se le reconoce como su “legítimo marido”. La concordia de Segovia de 15 de enero de 1475 establece las normas para el gobierno del reino: Según las leyes y la costumbre usada y guardada en España, estos reinos debía heredar la reina, como hija legítima del rey don Juan, aunque fuese mujer, por cuanto era heredera por derecha línea descendiente de los reyes de Castilla y León, y que no podía pertenecer a ningún otro heredero, aunque fuese varón, si era transversal. Asimismo, se determinó que a ella, como a propietaria, pertenecía la gobernación del reino […]. Vid., PULGAR, H. DEL, Crónica de los Reyes Católicos, ed. de J. de Carriazo, 2 vols., Madrid, 1943, cap. XXI.

  64. Se ha considerado tradicionalmente como la fecha de cierre de la incorporación de los territorios andalusís a los reinos de Castilla y de Aragón, y también puede considerarse la fecha el inicio de la expulsión de la población musulmana de las tierras de la Península.

  65. El tratado de Alcoçavas –4 de septiembre de 1479- pone fin a la guerra (interior y exterior) iniciada después de la muerte de Enrique IV, Isabel y Fernando quedan reconocidos como reyes de Castilla; Juana la Beltraneja renuncia a sus supuestos o no derechos y se la obliga a pasar el resto de su vida en un convento en Coimbra (donde muere el año 1530), Castilla acepta la expansión portuguesa en África, y se concierta el casamiento del infante Alfonso, príncipe heredero de Portugal, con la infanta Isabel, hija de los Reyes Católicos.

  66. Durante del reinado de los reyes, Isabel I de Castilla, y Fernando II de Aragón se inicia el largo éxodo obligado de los hombres, mujeres, niños y niñas de religión judía pero naturales de los distintos reinos en que se dividía la Península. Los reyes firmaron el decreto de expulsión que debía cumplirse a lo largo del año 1492.

  67. La Inquisición castellana empezó a funcionar a partir de 1478.

  68. Entendido el concepto en su acepción más amplia de conjunto de saberes y experiencias que una generación traspasa a la siguiente.

  69. Entiendo por colonización la organización territorial, administrativa y político-religiosa de las nuevas tierras conquistadas.

  70. A lo largo de los últimos siglos medievales y en los inicios de la Edad Moderna se produce lo que las historiadoras e historiadores llamamos la ampliación del horizonte geográfico. Algunos países de la Europa Occidental toman la iniciativa de explorar la inmensidad oceánica, para dar salida, en parte, al retroceso del mundo cristiano occidental ante el avance turco. A lo largo del siglo XV y XVI se llevan a cabo numerosas expediciones formadas por hombres y por algunas mujeres que permiten conocer tierras nuevas, y las ponen bajo el dominio político de las monarquías de los países a los que pertenecen. En esta dinámica se enmarca la incorporación de las Islas Canarias a la Corona de Castilla.

  71. Como siempre señala Clara Jourdan de la Librería de Mujeres de Milán.

  72. Isabel le contesta en una ocasión a Fernando: … que jamás ni por ningún motivo había querido causar la menor contrariedad a su amadísimo consorte, por cuya alegría y honor sacrificaría digna y debidamente, no sólo la corona, sino la propia salud. Y le ruega: que no se separase de la amante esposa, causando la desgracia de la que ni podía ni quería vivir lejos del amadísimo consorte. Y Fernando escucha los argumentos y permanece al lado de la reina. PÉREZ DE GUZMÁN, F., Generaciones y Semblanzas, ed. R. B. TATE, Londres, 1950, pp. 40-41, cit. en LYSS, P. K., op. cit., p. 104.

  73. Vid. LYSS, P. K., Isabel La Católica. Su vida y su tiempo, Madrid, Neréa, p. 103.

  74. Isabel y Fernando se ven por primera vez en la mansión señorial de Juan de Vivero, en la que se aloja la joven princesa, y este edificio albergará más tarde la futura cancillería real, la Real Cancillería de Valladolid.

  75. Anónimo, Crónica incompleta de los Reyes Católicos (1469-1476), ed. Julio PUYOL, Madrid, 1934, p. 145.

  76. PULGAR, H. del, Crónica, cap. 22.

  77. Probablemente, entre los momentos delicados por los que debieron pasar en su convivencia cabría citar cuando la reina conoce las infidelidades de su marido, y con una gran muestra de amor y generosidad acoge y se encarga de las hijas ilegítimas de Fernando.

  78. A partir de 1468, después de la muerte de su pequeño hermano, el infante Alfonso, cambia el encabezamiento de sus cartas, ahora será: Isabel, por la gracia de Dios princesa e legítima heredera subcesora de estos reynos de Castilla y León.

  79. Parece que hacia la mitad de su reinado renace en la política de la reina Isabel y sus consejeros un ideal de cruzada, influenciada, sin duda, por aquellos y aquellas que representaban la parte del espíritu religioso castellano, menos abierto y libre. La historiografía coincide en señalar que la reina tuvo un papel importante en el fortalecimiento de la autoridad real y en la guerra de Granada, sobre todo a partir de 1486; pero tampoco hay que soslayar la influencia de un rígido espíritu religioso, poco dialogante y abierto, y éste acabará, en ciertos momentos, impregnando la actividad política de la reina y de algunas y algunos de los que apoyaron la política de la corona en estos años. Isabel I impulsó la reforma de la Iglesia, se reformaron todos los monasterios, conventos y demás casas de religiosas y religiosos, desde 1478 se implantó la Inquisición en sus territorios. Esta senda marcada por la influencia de algunos eclesiásticos intransigentes parece que condujo el quehacer político del reino, aunque tardará, aun, en apagarse la llama de la libertad que conservaban y llevaban muchas mujeres y hombres religiosos o laicos que habían estado, y algunas y algunos todavía estaban cerca de la reina. Pero la vía de la política reformadora e intransigente cristalizará en dos medidas que fueron especialmente negativas para sus reinos, y tendrá profundas repercusiones, la expulsión de los judíos y el endurecimiento de las medidas contra los musulmanes de Granada. La historiografía ha subrayado especialmente estas dos acciones del reinado de Isabel y ha centrado en ella el peso de estas acciones. Pero, por un lado, la reina no reinaba sola, sino con el rey y un buen número de consejeros laicos y eclesiásticos, y por otro, es necesario subrayar que ella había auspiciado en otros momentos y había apoyado una política mucho más respetuosa y dialogante. Y, sin bien, es posible que la reina influenciada por el renacer del ideal de cruzada, que domina la política de buena parte del final de su reinado, matrocinara y autorizara la empresa de Colón, también es cierto que se preocupará hasta el final de su vida, y de forma explícita en su testamento, para evitar los abusos de los colonizadores en las nuevas tierras contra los indios sus pobladores naturales.

  80. Revueltas de Toledo (1449), Ciudad Real (1449 y de nuevo en 1477), Sepúlveda (1468 y 1472), Segovia (1473, 1474) en diversas poblaciones de Andalucía a partir de 1473 (Córdoba, Cabra, Jerez, etcétera).

  81. Tal como dice Diego de Valera –historiador, teórico de la caballería cristiana y mayordomo de la reina Isabel- cuando habla de Córdoba … Los nuevos cristianos de esta ciudad eran muy ricos y se les veía continuamente comprar cargos públicos, de los que se valían con soberbia, de tal manera que los cristianos viejos no lo podían soportar… Cfr. LÓPEZ MARTÍNEZ, N., Los judaizantes y la Inquisición, Burgos, 1953.

  82. Se acentúan los cambios en la concepción del espacio y del tiempo.

  83. Entre otras cuestiones que sobrevuelan esta época histórica en toda Europa, y a modo de ejemplo, quisiera mencionar algunas: se cuestiona, aún, con mayor intensidad el papel de las criaturas humanas en la tierra, en el mundo (comienzan a aflorar, más, elementos contrapuestos entre la fe y la razón) siguen articulándose nuevas formas de poder, y se cuestiona el valor de la libertad individual frente al poder del Estado, etc.

  84. Isabel escogió estar con Fernando como mujer y como reina, y desea y quiere estar junto a él, si así el rey lo desea, también en la tumba. Lo recoge así el testamento: […]; pero quiero e mando que si el Rey, mi señor, eligiere sepultura en otra qualquier iglesia o monasterio de qualquier otra parte o lugar d’estos mis reynos que mi cuerpo sea allí trasladado e sepultado junto con el cuerpo de su Señoría porque el ayuntamiento que tovimos biviendo e que nuestras ánimas, espero en la misericordia de Dios, ternan en el Çielo, lo tengan e representen nuestros cuerpos en el suelo. Vid. A. de la TORRE y del CERRO y Engracia ALSINA, viuda de la Torre, Testamentaría de Isabel la Católica, op. cit., pp. 63-64.

  85. Luchas que se enmarcan en el conflicto con Portugal y los intentos del monarca luso de ocupar tierras castellanas, y también apoyar las presuntas pretensiones al trono de la sobrina de Isabel I, Juana, llamada La Beltraneja. El enfrentamiento se prolonga hasta la derrota de los portugueses en Albuera en febrero de 1479 .

  86. Fernando sería para Isabel como aquellos caballeros cristianos cuyas andanzas permanecían vivas en los romances y las leyendas populares y que empezaban a estar de moda en la Corte. No sabemos cuantas veces habría oído Isabel durante su niñez en Madrigal y Arévalo esos poemas orales e incluso relatos de algunos de los caballeros –o de algún soldado de la guarnición de Arévalo- sobre las hazañas fronterizas contra los musulmanes. Estos relatos, romances, poemas, leyendas y alguna crónica transmitirían la nostalgia por un pasado heroico y no demasiado lejano, y el deseo de imitación y de dedicar la vida a la conquista.

  87. Numerosos retratos o figuraciones de Isabel I recogen este cuidado y belleza de la reina, según los cánones de la época. El maestro de Manzanillo, un pintor castellano del siglo XV, recoge en una tabla a los reyes. La tabla de este maestro refleja detalles de los reyes que cronistas e historiadores han resaltado: la tez muy blanca de la reina, su cabello rubio, sus ojos claros. Los ojos y cabello oscuro de Fernando. Una descripción detallada de la reina Isabel –a los veinte años- la hace su secretario, el cronista Hernando del Pulgar: Bien compuesta en su persona y en la proporción de sus miembros, muy blanca y rubia; los ojos entre verdes y azules, el mirar gracioso y honesto, las facciones del rostro bien puestas, la cara toda muy hermosa y alegre. La descripción de H. del Pulgar y la tabla que recoge este retrato de los reyes nos trasmiten una imagen bastante coincidente. También otro retrato conservado en Madrigal recoge estos años próximos a su boda, de los jóvenes monarcas, bien parecidos y ambos muy próximos en edad.

  88. Isabel nunca se construyó un gran palacio real, su corte fue esencialmente itinerante, pero en cambio gracias a su matrocinio hemos recibido como legado al urbanismo y al arte algunas magníficas construcciones de hospitales y monasterios. Los monarcas castellanos no centraron, tampoco durante el reinado de Isabel y Fernando, ni ligaron su poder a ningún palacio, esta concepción del palacio como símbolo del poder real, es más propios de otras monarquías como la francesa. En la Península será una idea que se impondrá en la Edad Moderna. Pero para dar cuenta de la actividad constructiva y artística en general matrocinada por la reina, sólo recordar aquí entre los monasterios el de San Juan de los Reyes de Toledo, y entre los hospitales, el de los Reyes Católicos en Santiago de Compostela y el de la Santa Cruz de Toledo. El interés de la reina por la asistencia se percibe claramente en la preocupación por organizar -que sepamos- uno de los primeros hospitales de campaña de la historia. Hospital instalado en el frente, en la frontera de lucha contra los musulmanes, para la asistencia de los heridos. Detrás de este hospital estará siempre el Hospital de la Reina, allí donde se encuentre Isabel para disponer de una asistencia más cuidada. Estos hospitales estaban equipados con abundante material sanitario, cuya responsable es nada menos que la doncella de la reina, Juana de Mendoza. Sabemos por Pedro Mártir de Angleria, el cronista italiano, que la reina visitaba casi todos los días estos hospitales, especialmente el de campaña siempre que se hallaba en el campamento o cuartel general cerca del frente. Cfr. DUMONT, J., La “incomparable” Isabel la Católica, op. cit., p. 143.

  89. Incluso el emblema de los reyes, símbolo del nuevo orden, de la nueva monarquía muestra esta diferencia. El emblema une el jugo del poder, símbolo de Fernando, con el haz de flechas, símbolo de la justicia, emblema de Isabel. Este emblema que se reproducirá en numerosos monumentos y en la moneda corriente, el real de plata, se acompaña a veces de la divisa que le sugiere Nebrija a Fernando Tanto monta. Divisa que hace referencia al nudo gordiano que Alejandro Magno cortó tras haber intentado en vano desatarlo, con lo que el sentido de la divisa es “tanto monta cortar como desatar”.

  90. Vid. RIVERA GARRETAS, M.- Milagros, Mujeres en relación. Feminismo 1970-2000, Barcelona: Icária, 2001.

  91. Beatriz de Bobadilla había sido doncella Isabel cuando era princesa de Castilla, mantuvo con ella una estrecha relación de confianza hasta el punto que Beatriz le había prometido a Isabel utilizar su daga y matar con sus propias manos a Pedro Girón si Enrique conseguía sus propósitos de obligar a la princesa a casarse con él. Pedro Girón ya viejo era muy rico y fue uno de los aspirantes a casarse con la joven princesa que entonces tenía tan sólo quince años. Isabel estaría, seguramente, horrorizada, y sin duda ello propiciaría la promesa de Beatriz de salvarla in extremis del trance. Isabel se ocupó, como en el caso de otras damas, de buscarle marido entre los nobles y altos funcionarios de la Corte y Reino. Beatriz se casó con el gobernador de Segovia y de su alcázar, Andrés Cabrera, conde de Moya. La actividad de la reina y en algunos casos también del rey para propiciar el enlace de damas de la corte con altos funcionarios, nobles y personajes de grandes linajes está bien documentado. La reina, y en este caso también el rey, fueron padrinos de bautismo del antiguo gobernador musulmán de Baza, Al-Nayar, cuando se convirtió al cristianismo, con el nombre de Pedro de Granada, y propiciaron, también, su matrimonio con la dama de la corte María de Mendoza. Esta privilegiada relación de Isabel con algunas de las mujeres de su entorno le permitió gobernar su Casa y el Reino de otra manera, de una manera diferente a la que la había hecho su padre, a la de su hermano, Enrique, y a la de su marido, Fernando.

  92. El propio Enrique escribía: Muy virtuosa mi señora y hermana […], vos suplico siempre se acuerde de mí, puesto que no tenys persona en este mundo que tanto vos quiera como yo... Carta autógrafa del Archivo General de Simancas, citada por AZCONA, T. de, La elección y reforma del episcopado español en tiempo de los Reyes Católicos, Madrid: C.S.I.C., 1960, p. 119.

  93. Cfr. DUMONT, J., La “incomparable” Isabel la Católica, pp. 39-40.

  94. CALVO, J.-M., “Madeleine Albright. La mujer que fue Estados Unidos”, en El País Semanal, núm. 1447. Domingo 20 de junio de 2004, p. 17.

  95. Isabel empezó a estudiar latín durante la guerra de Granada, parece que al cabo de un año, ya sabía lo suficiente como para poder percibir, si algún predicador o muchacho del coro no pronunciaba correctamente, y tomaba nota para corregirlo posteriormente. Vid. LYSS, P. K., Isabel la Católica su vida y su tiempo, op. cit., p. 246.

  96. CIGARINI, L., La política del deseo, Barcelona, 1996.

  97. Diótima, Traer al mundo el mundo, Barcelona, 1996

  98. Pero afortunadamente para la reina Isabel no siempre hizo caso, o no del todo, a las razones de estado de su hermano y rey Enrique IV y sí a las de su corazón. Así lo hará al escoger a su marido, huyendo de las ventas matrimoniales a que quería obligarla Enrique. Isabel será quien se case y será por tanto la que escoja, se casará con quien ella quiera. La princesa está bien informada, y es una mujer guapa, y escogerá a un hombre que ella considera también atractivo, al heredero de Aragón, Fernando. Recoge así una idea inicial del propio Enrique de unir Castilla y Aragón. Su corazón puede en la decisión, pero las razones de estado lo apoyan, su decisión traerá aparejada una gran ventaja política. Aragón dejará de apoyar a los grupos nobiliarios castellanos que se oponían a la autoridad real. Isabel concertará un matrimonio de amor y de razón, como lo demostrará toda la historia posterior de Isabel y Fernando llamados los Reyes Católicos.

  99. No sé la relación que pudo tener Isabel con el Tostado en Arévalo, pero la reina a la muerte de Alfonso de Madrigal, en 1455, promovió la publicación de sus escritos. Vid. LISS, P. K., Isabel la Católica. Su vida y su tiempo, Madrid, 1992, p. 20.

  100. Entre los libros que poseyó la reina Isabel aparece un ejemplar del tratado que escribió Barrientos contra la magia. Al igual que el obispo Isabel detestaba la magia y la adivinación.

  101. Chacón apunta en su crónica el entusiasmo con que Álvaro de Luna y el propio rey Juan II acogieron en la Corte a los enviados de Juana de Arco; y evoca la profunda impresión de Luna por las hazañas de la doncella de Orléans, hasta el punto de llevar consigo una carta suya que mostraba en la corte como si se tratase de una reliquia sagrada. Vid. LYSS, P. K., op. cit., p. 21.

  102. Rodrigo Sánchez de Arévalo ha asistido a una escuela elemental en la que se educaba a niñas y niños, la escuela que había abierto los dominicos en Santa María de Nieva con el matrocinio de la reina Carolina, la abuela paterna de Isabel.

  103. Según el humanista Juan de Lucena el papel ejemplarizante de la reina era tal que ¿Non vedes cuántos comenzan a aprender admirando su Realeza? Lo que los reyes hacen, bueno o malo, todos ensayamos de hacer […]. Jugaba el Rey, eramos todos tahures; studia la Reyna, somos agora studiantes. Vid. LUCENA, J. de, “Carta de […] exhortaría a las letras”, en Opúsculos literarios de los siglos XIV a XVI, ed. A. PAZ y MELIA, Madrid, 1893, pp. 215-216. Cit. en LYSS, P. K., op. cit., p. 246.

  104. La reina impulsó, por ejemplo, la publicación de las obras de Alfonso de Madrigal el Tostado.

  105. Y aunque como era costumbre las infantas tendrían que servir para reforzar el papel de su linaje y el de la Corona de Castilla con los otros reinos, no las somete al como llaman algunas autoras y autores al “bailes de maridos” que su hermano Enrique la había sometido a ella misma.

  106. Sobre los beaterios castellanos y estas formas de vida y piedad Vid. MUÑOZ, A., Mujer y Experiencia Religiosa en el Marco de la Santidad Medieval, Madrid, Asociación Cultural Al-Mudayna, 1988; Las mujeres en el cristianismo medieval. Imágenes teóricas y cauces de actuación religiosa, ed. a cura de Ángela Muñoz Fernández, Madrid, Asociación Cultural Al-Mudayna, 1989. MUÑOZ, A., Santas y Beatas neocastellanas: ambivalencias de la religión y políticas correctoras del poder, Madrid, Dirección General de la Mujer de la Comunidad Autónoma de Madrid, 1994.

  107. Ambas villas castellanas estaban protegidas por murallas y torres en medio del paisaje de las tierras de cultivo de la meseta castellana. Por ambas pasaban rutas comerciales muy transitadas, y ambas estaban también cerca de Medina del Campo, en la que, dos veces al año, se celebraba una de las grandes ferias europeas del momento. Las ferias eran durante la edad media un gran acontecimiento, e Isabel debió aprovechar y disfrutar, sin duda, de esta feria. Estas villas eran bien representativas del reino de Castilla en cuanto que en ellas se producía, como en otras muchas poblaciones, una mezcla de culturas y una amplia red de relaciones entre gentes de distintas religiones y procedencias.

  108. DUMONT, J., La “incomparable” Isabel la Católica, Madrid, 1993, p. 30.

  109. Vid. DUMONT, J., Op. cit., p. 16. Según el autor citado en este beaterio estuvo María Briceño la primera maestra de Teresa de Ávila, p. 17.

  110. Isabel era una buena amazona, desde niña habría montado y recibido lecciones de equitación, las fuentes la describen o muestran en mulas de gran alzada o caballos con ricos arneses. Desde pequeña vio montar a su padre, hermano y a los más grandes nobles castellanos y a musulmanes de alto rango que visitaban Arévalo desde Granada, y eran recibidos como huéspedes de la corte con todos los honores; éstos preferían cabalgar y montar, al estilo moro, a la jineta –con la silla baja, los estribos cortos y las rodillas en alto sobre caballos no muy grandes pero muy veloces.

  111. Estos son algunos de los rasgos que plasma el Maestro de Manzanillo (siglo XV) en su tabla Los Reyes Católicos con santa Elena y santa Bárbara. La tabla procede de una iglesia de la provincia de Zamora, y formaba parte de la puerta de una armario. Ha sido serrada por la parte inferior, en la que parece que se encontraba dos amohadones con dos coronas. En esta tabla aparece Isabel con uno de sus magníficos collares con grandes perlas, no parece sin embargo que este sea el famoso collar de balajes y perlas que había sido su regalo de bodas, y que había pertenecido a su suegra Juana Enríquez, y a las reinas de Aragón-Cataluña. Esta preciosa joya se parece mucho a la que se ve en un retrato de Isabel y Fernando de busto, ambos son jóvenes, y la reina lleva al cuello unos hilos de oro de los que cuelga una magnífica pieza con rubíes y una perla en forma de lágrima. El pintado en la tabla del maestro de Manzanillo es una joya importante pero no coincide con el descrito entre los regalos que llevaban los emisarios del rey de Aragón para la petición de mano de Isabel para su hijo Fernando, se describe así el collar: … un macizo torzal de hilos de oro, que pesaba más de tres marcos y del que pendían hasta quince colgantes: siete gruesos y amoratados rubíes y ocho ovaladas y grisáceas perlas, todo ello como marco al adorno central, consistente en un balaje gordísimo, horadado, que sustentaba una maravillosa perla en forma de pera. Este collar fue posteriormente empeñado en Valencia junto con otras joyas como aval de tres préstamos que alcanzaban los 60.000 florines de oro. No sabemos que pensaría la joven princesa de dieciocho años al recibir de su prometido un regalo semejante, pero es improbable que quedase indiferente, sobre todo al conocer su buen gusto para el vestido y el adorno. En cualquier caso, parece que la tabla del Maestro de Manzanillo recoge a los reyes en una fecha cercana a su boda; y a pesar de las limitaciones técnicas los muestra en el esplendor de la juventud.

  112. Estos embajadores venían a establecer una alianza con Castilla.

  113. Los borgoñones estiman que debía pesar más de 120 marcos.

  114. ARAM, B., La reina Juana. Gobierno, piedad y dinastía, Madrid, 2001.

  115. AZCONA, T. DE, Isabel la Católica. Estudio crítico de su vida y su reinado, Madrid: B.A.C., 1993, p. 882.

  116. Insiste en el testamento: dándole e faziéndole dar (se refiere al rey Fernando) todo el honor que buenos e obedientes hijos deven dar a su buen padre, e sigan sus mandamientos e consejos como d’ellos se espera que lo harán de manera que todo lo que a su Señoría toca parezca que yo no hago falta e que soi biva. Vid. A. de la TORRE y del CERRO y Engracia ALSINA, viuda de la Torre, Testamentaría de Isabel la Católica, op. cit., p. 79. Como dice Diana Sartori, es el imperativo de la autoridad materna, que le dice –en este caso a Juana- que actuara siempre como si ella estuviese presente. Vid. Diana SARTORI, “Entre el deseo y la realidad. La tentación del bien”, en Duoda. Revista de Estudios Feministas, 27, pp. 98-99.

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