La
mujer en el discurso educativo liberal-burgués: educación para las mujeres
vr. instrucción para los hombres.
La educación de la mujer en el proyecto educativo español de este período
estuvo profundamente influenciado por las ideas de Rousseau
y, muy especialmente, por la de pedagogos de finales del siglo XVIII y principios
del XIX, como Pestalozzi (1746-1827) o Fröebel
(1782-1852). Para éstos pensadores, la función social de la mujer condicionaba
en gran medida el tipo de educación que debía recibir. Siendo su función
primordial el mantenimiento y desarrollo de la especie, su educación debería
primar todos aquellos aspectos "morales" que permitieran reproducir los
valores y normas que sustentaban el orden social. La "educación" de las
mujeres, por tanto, debería subrayar los principios de obediencia y modestia,
según ellos ya implícitos de forma natural en el espíritu femenino.
La dualidad educación-instrucción era una de las diversas formas en que
el sistema liberal-burgués expresaba su patriarcalismo implícito. La insistencia
en una enseñanza diferente para hombres y mujeres derivaba del concepto
liberal que otorgaba a ambos sexos determinados campos de actuación bien
delimitados.
Para el hombre, la esfera de lo público es el espacio natural donde desarrolla
su actividad. Una esfera que en teoría está regulada por los principios
de igualdad y libertad. Por tanto, su educación es concebida como una preparación
para el desarrollo de las actividades que allí se realizan. La preparación
para el hombre debía garantizar el futuro desarrollo de sus libertades individuales,
por lo que en su instrucción debe primar todo lo relativo a su aprendizaje
intelectual y social. La instrucción masculina está destinada a la producción
de ciudadanos libres e independientes, por tanto ésta debe ser universal,
completa, pública, gratuita y libre.
Las mujeres, según los pensadores liberales, son las responsables -de forma
natural- del cuidado y educación moral de los futuros ciudadanos, por lo
que necesitan de una educación y una atención específica que les permita
desempeñar su función socializadora cerca de los niños y colaborar en la
construcción social a través de su tarea fundamental: la reproducción social.
Para la mujer no es necesaria una instrucción de carácter intelectual dado
que no entra dentro de sus funciones naturales el intervenir activamente
allí donde son necesarias: el espacio público. Desde el liberalismo, las
mujeres son concebidas como las portadoras de lo moral, por lo que su educación
debe garantizar la difusión, en el ámbito doméstico, de los principios morales
y religiosos que sirven de sustento a un sistema de valores determinado.
A las mujeres se les ofrecerá siempre un programa diferente, enfatizando
la inconveniencia moral de la coeducación y la necesidad de dirigir su enseñanza
de manera que se institucionalizara la diferencia de género. De este modo,
se aseguraba la exclusión de la mujer de los diversos ámbitos de la esfera
pública burguesa: la política, los negocios, las profesiones liberales,
las letras, etc...
Las esferas propias del hombre y de la mujer quedan plasmadas en los programas
de estudio durante este periodo, en los cuales las labores propias de su
sexo ocupan un lugar preeminente en la educación de las niñas, a costa del
saber intelectual. Durante los primeros veinte años del siglo XIX, lo único
que se les enseñaba a las niñas en las pocas escuelas femeninas que existían
era coser y rezar. El Reglamento de 1821 consideró
deseable, en teoría, la enseñanza de las primeras letras a las niñas, aunque
se dejó en manos de la dirección provincial la responsabilidad por velar
de su cumplimiento.
Con la vuelta de Fernando VII se reproducían todos los prejuicios del Antiguo
Régimen relativos a los contenidos de la educación femenina. El Plan
Calomarde (1825) recomendaba un programa basado en la enseñanza cristiana,
la lectura de catecismos, escribir medianamente y las labores propias de
su sexo. Por lo que se refiere a la enseñanza media, el Plan dejaba al arbitrio
de "padres o tutores...quienes las proporcionarán lo que su interés y obligación
de educarlas cristianamente les inspiren, y la que crean puedan darles sin
riesgo de que se vicien".
No será hasta la promulgación de la Ley Moyano cuando
se reglamente el plan de estudios de las niñas en la misma sección que la
de los niños, aunque se conserva la habitual división sexuada de los saberes,
ya que sólo obliga a impartir en común las primeras letras, matemáticas
y religión. En el nivel primario superior, los estudios se separan, reservando
a los hombres asignaturas tales como agricultura, comercio, geometría, etc.,
mientras las mujeres impartirán clases tales como doctrina cristiana, lectura,
gramática, dibujo para labores, higiene doméstica y "rudimentos" de historia
y geografía españolas.