El
antifeminismo "rousseauniano".
Jean Jacques Rousseau es tal vez
una de las figuras antifeministas más claras de la época cuya influencia sobre
la obra de la Convención fue decisiva. Las obras en que más claramente refleja
esta concepción son La Nouvelle Héloïse, L`Emile y la Lettre
à d`Alembert.
El
punto de vista de Rousseau es claro: la naturaleza ha establecido una jerarquía
entre el hombre y la mujer y la sociedad debe respetarla. La mujer ha sido hecha
para la procreación, para pedir y ser dominada, su deber es someterse al hombre.
La educación de las mujeres debe tender a enseñar la sumisión y la obediencia.
Al mismo tiempo que nace y se desarrolla el principio de igualdad, centro
de la cultura iluminista, se estructura la teoría de la complementariedad entre
los sexos, de la segregación entre público y privado como territorios alternativamente
masculino y femenino.
A la madre rousseauniana corresponde, para que
pueda cumplir con su deber, la máxima tutela, y de ella forma parte la exclusión
de los derechos políticos. A esta separación anclada en una diferencia biológica
corresponde una doble moral en la que se fundamenta el bienestar social. La virtud
en la mujer se asocia a la modestia, la castidad y la dedicación a los hijos y
al marido. Del mantenimiento de esta jerarquía depende el orden social y la felicidad
humana.
El análisis de las desigualdades entre hombres y mujeres constituye
una excepción en el paradigma rousseauniano de la desigualdad, ya que como sabemos,
para Rousseau las desigualdades entre los hombres son producto de la sociedad
mientras al estado de naturaleza correspondería la igualdad entre todos los hombres.
Los más destacados revolucionarios fueron así mismo destacados antifeministas:
Robespierre, Babeuf, Marat, Hébert mantuvieron la idea de la inferioridad femenina,
reproduciendo la misoginia de Rousseau.