La transición de la Edad Media a la Moderna se refleja en un cambio en las actitudes y las mentalidades de las personas. En la Época medieval, la política, la ética y la moral son tuteladas por la religión. La modernidad se caracteriza por el cuestionamiento de la idea medieval de que Dios es el centro del universo, y el lugar de Dios es ocupado progresivamente por el hombre hasta convertirse en "la medida de todas las cosas".
Este cambio en las mentalidades se manifiesta en la reforma protestante que separa la religión de la moral. En el terreno político, la reforma protestante tiene como consecuencia el establecimiento del individuo como ente político. Esto significa que se abandona definitivamente el zoon politicon aristoteliano y, al mismo tiempo, esta individualización de la ética permite el inicio de la ciudadanía moderna con el reconocimiento de los derechos civiles.
Una de las preocupaciones de la modernidad es la fundamentación de un orden justo cuando éste ya no se basa en Dios. Esto se manifiesta en una filosofía que abandona la teología e intenta explicarlo todo a través de la razón. La razón es uno de los puntales del pensamiento moderno: ya sea el ilustrado, el de los autores contractualistas o el de la escuela del derecho natural o iusnaturalista.
En el terreno artístico, el endiosamiento de la individualidad se manifiesta en el paso de un arte medieval anónimo a los grandes pensadores renacentistas que se consagran al pensamiento individual y personal. Montaigne, por ejemplo, escribe sus ensayos en primera persona y en tono intimista, reflejando el subjetivismo de la época.