Cruz con alma de madera y cubierta de plata sobredorada de 140 x 75 x 35 cm de disposición trapezoidal que cuenta con cuatro brazos exentos de decoración a excepción de la marca de Gerona, la flor de lis y los diez medallones que sobresalen del perfil del objeto. En ellos se dispusieron una serie de esmaltes de forma lobulada en los que se representaban diferentes personajes relacionados con la Pasión y Redención de Cristo. En el verso de la cruz aparece Cristo en bulto, clavado con tres clavos, portando la corona de espinas y la toalla sobredoradas organizando el resto del repertorio iconográfico. En los brazos de la misma cara, aparecen la Virgen y San Juan, así como el pelícano y Adán saliendo de la tumba mientras que el reverso estaría presidido por la imagen del Agnus Dei que se acompañaría con la imagen de los cuatro evangelistas.
La cruz relicario originaria de Sant Joan de les Abadesses, actualmente expuesta en el Museo Episcopal de Vic (MEV), es uno de los ejemplos que se conservan de cruces llevadas a cabo entre los siglos XIII y XV en los talleres de Gerona (Dalmases Balañà, 1992, 89; MEV, 2018c). Un momento en el que tanto las cruces relicario, las diseñadas para permanecer en el altar o aquellas que acompañaban las procesiones se convirtieron en la máxima expresión simbólica de la religión cristiana ya que se consideraron la representación del sentimiento y el dolor de Cristo Salvador (Dalmases Balañà, 2008, 64).
Ese crecimiento en la producción quedó reflejado en la documentación donde aparecían citados un gran número de ejemplos llevándose a cabo una diferenciación entre las cruces procesionales y aquellas que sirvieron como contenedor de algún tipo de reliquia. Un método de llevar a cabo una ordenación que en ocasiones no se pudo aplicar de una manera tajante ya que ciertos ejemplares, entre los que se encuentra la cruz de Sant Joan, contaban con ambas funcionalidades (Gudiol Cunill, 1933, 556-557; Dalmases Balañà, 1992, 89; 2008, 64-65).
La cruz de Sant Joan se sometería a una restauración en 2018 dando como resultado una muestra clara de esa doble funcionalidad al ser hallados dos reconditorios en la asta vertical con reliquias (MEV, 2018a; MEV, 2018b; MEV, 2018d) que mostrarían su uso estático en la zona del altar haciendo la función de relicario, pero también como parte de la liturgia procesional (Crispí Caton y Montraveta Rodríguez, 2012, 122-123; MEV, 2018c). Se habría convertido, por lo tanto, en uno de esos ejemplos híbridos, de los que en el presente estudio se trabajará su funcionalidad como relicario que se debe poner en relación con los elementos esmaltados con los que contó. Es decir, las nueve placas de esmalte en las que se representan diferentes temas que se pueden relacionar con una de las reliquias que contenía (Dalmases Balañà, 2008, 65-68; Porch Gardella, 2008, 83-85; Crispí Caton y Montraveta Rodríguez, 2012, 122-123; MEV, 2018e) ya que en el anverso, ocupando el medallón central, aparecía la figura del Agnus Dei acompañado por los cuatro Evangelistas mientras que en el verso sería la figura en bulto de Cristo quien, des del centro de la composición, organizara la pieza. Una imagen que quedaría flanqueada por la figura del pelícano, la escena de Adam y su salida del sepulcro y, en los laterales, la Virgen y San Juan. Un repertorio iconográfico que remite a la Pasión y Redención ya que los personajes que allí aparecen formaron parte de esos instantes (Dalmases Balañà, 1992, 91-96; Crispí Caton y Montraveta Rodríguez, 2012, 122-123; MEV, 2018c).
Esa iconografía y las reliquias recientemente descubiertas junto a la ubicación con la que contaba la cruz, el altar de San Juan, han llevado a reflexionar sobre su funcionalidad (Crispí Caton y Montraveta Rodríguez, 2012, 122-123; MEV, 2018c). Sería desde ese altar desde donde la cruz se entendió como un elemento devocional ya que contaba con la reliquia de la Vera Cruz. Una reliquia que había estado en contacto con Jesús y que por lo tanto se había convertido en un acceso a la purificación del alma y la ascensión al Más Allá. Esa reliquia se dispuso envuelta en tela de lino blanca y dos pergaminos en los que se describía el objeto verificando que se trataba de una astilla del Sagrado Madero. Algo sumamente interesante que se presenta como reflejo de otros ejemplos de cruces de altar, con uso procesional esporádico, que contaban con algún tipo de reliquia como fueron la de la catedral de Tortosa, la correspondiente al monasterio de Sant Cugat del Vallès, la de la parroquia de la Santa Paz o las dos que forman parte de la colección del Museo Nacional de Arte de Cataluña (Dalmases Balañà, 1992, 90; MEV, 2018a).
Todas ellas comparten no sólo marco cronológico con el ejemplar de Sant Joan sino que también se convirtieron en un elemento de veneración al poseer una reliquia de la Vera Cruz. Una veneración que, tal y como apunta Ángel Luís Molina (2015, 9-13), se conoce como dulía y se tornó en un aspecto fundamental para la religiosidad popular despertando un gran fervor que llevaría a los cristianos a emprender importantes peregrinaciones y reforzar sus creencias en dichos objetos. Es decir, esas reliquias o las cruces relicario se convertirían en una expresión del favor divino que tendría Cristo antes de su muerte y que conservaban tanto sus restos corporales como aquellos objetos con los que había estado en contacto. Por lo tanto, contaron con una virtus de carácter taumatúrgico que las convertiría en un objeto, por una parte, de gran valor económico-político, pero también en uno de los centros de devoción de los fieles.
Obviamente no todas las reliquias contaron con el mismo interés por parte de la comunidad ya que aquellas más importantes fueron las que se relacionaron con la figura de Cristo y, entre todas ellas, la más destacada fue la de la Vera Cruz o Lignum Crucis. Un elemento que a lo largo de la Edad Media contaría con un gran número de adeptos dado que el fiel consideraba que a través de la reliquia de la cruz Cristo se presentaba de una más directa ofreciendo al hombre mayores garantías para satisfacer su protección espiritual (Molina Molina, 2015, 9-10).
Sería por lo tanto ese carácter milagroso lo que llevó a la veneración de esas reliquias que aparecerían masivamente en el ámbito hispano tras el siglo XII ya que hasta ese momento los espacios religiosos no contaron con un gran número a pesar de ser un requerimiento obligatorio para su consagración. Pero, con la llegada de las Cruzadas, la obertura que éstas supusieron a una nueva perspectiva religiosa y el saqueo de Constantinopla, ese aspecto cambió ya que se desarrolló una nueva perspectiva en la que Jerusalén y Tierra Santa pasaron a ser considerados puntos de contacto con la piedad por la relevancia que tenían en relación con la figura de Jesús. La piedad que proporcionaría el acercamiento a ambos lugares propició que, durante la Baja Edad Media, el número de peregrinaciones se acrecentara y las reliquias se convirtieran en algo mucho más difundido por todo el continente europeo (Marín Ruiz de Assín, 2004, 28-34; Molina Molina, 2015, 11-13).
Así, las reliquias, se convertirían en uno de los bienes más preciados de Occidente y de Oriente, lugar donde se originó ese culto gracias a Elena, madre de Constantino. Como apuntó en el 395 Ambrosio de Milán en su discurso fúnebre a Teodosio, Jacopo de la Voragine en la Leyenda Dorada o Juan Crisóstomo, durante la búsqueda del Santo Sepulcro la progenitora de Constantino, encontró tres cruces, los clavos y el titulis crucis. De entre las tres identificó la correspondiente a Cristo y tras dar con ella decidió partirla por la mitad dejando una de las partes en Jerusalén y trasladando la restante a la capital del Imperio (Sánchez Herrero, 2002, 33; Marín Ruíz de Assín, 2004, 19-20; Molina Molina, 2015, 12-13).
A partir de ese hecho, supuestamente acontecido en el siglo IV, se empezaron a crear toda una serie de relatos que justificarían el desmembramiento de la misma en pequeñas astillas que se repartirían por diversas iglesias pasando a formar esas estaurotecas que no eran más que cruces con un vano para colocar la reliquia y que, con el paso del tiempo como demuestra el ejemplo de Sant Joan de les Abadesses, serían identificadas como cruces relicario (Marín Ruíz de Assín, 2004, 22; Molina Molina, 2015, 13; Pérez Vidal, 2010, 196).
El ejemplo de Sant Joan de les Abadesses, entre otros muchos, permite ver como en el siglo XIII ese cambio -y otros- en la espiritualidad tuvo un gran impacto a nivel devocional y artístico. Se llevaría a cabo una gran proliferación de imágenes u objetos que sirvieran como estímulo a la meditación sobre el sufrimiento humano de Cristo en su muerte con un carácter místico añadido que se originaría en los escritos de San Bernardo (Pérez Vidal, 2010, 196). Origen de una literatura mística que sería testimonio de una aproximación individual a Jesús gracias a la meditación ante la imagen de Cristo en la Cruz y que justificaría la disposición de la de Sant Joan en el altar la mayor parte del año, así como la repetición de ese tema iconográfico en las producciones artísticas desarrolladas más allá del siglo XII (Pérez Vidal, 2010, 197).
Esa función estática se combinó con la procesional en días específicos que, a pesar de que en el caso de Sant Joan no se pueda dictaminar con seguridad, se debe relacionar con las festividades del ciclo de la Natividad y el de Pascua. En ese último se llevó a cabo la Adoración de la Cruz, momento en el que el objeto saldría en procesión por las inmediaciones del espacio, desfilando supuestamente ante los ojos de suspicaces visitantes que formarían parte de la representación del drama litúrgico (Pérez Vidal, 2010, 206-207). Una representación en la que el desplazamiento de la Cruz haría alusión no sólo a esas peregrinaciones por lugares santos que se llevaron a cabo en Jerusalén, sino que era una manera de acercarse de Jesús, a su piedad y hacerlo presente satisfaciendo esa necesidad de proteccionismo espiritual con la que contaban los cristianos. Algo que además se relacionaba con la reliquia ya que la proximidad que ésta había tenido con el Salvador enfatizaba ese acercamiento que el creyente buscaba haciendo que la cruz se convirtiera en una manera de invivir el calvario (Galtier Martí, 2008, 350-355; Fernández Conde, 1982, 314-315). De manera que esa procesionalidad como la meditación frente la imagen del Crucificado se convirtieron en una posibilidad de acercamiento a la figura de Cristo con el objetivo de salvaguardar su alma. Dos maneras de relacionarse con un objeto que quedan perfectamente aunadas en el ejemplo de Sant de Joan de les Abadesses y que le hicieron contar con un protagonismo destacado dentro de la devoción del monasterio teniendo en cuenta ese cambio de concepción por el cual la proximidad individual había cobrado gran relevancia.
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Museo Episcopal de Vic [MEV] (2018):
a. El tresor ocult. Del laboratori a l’exposició [Vídeo]. Vic: Youtube.
b. La creu de Sant Joan de les Abadesses. Descoberta de relíquies (2018) Museo Episcopal de Vic [Video]. Vic: Youtube.
c. La creu de Sant Joan de les Abadesses. Una obra d’art excepcional (2018) Museo Episcopal de Vic [Video]. Vic: Youtube.
d. La creu de Sant Joan. Procés de conservació/restauració (2018) Museo Episcopal de Vic [Video]. Vic: Youtube.
e. La técnica del esmalte de baja talla (2018) Museo Episcopal de Vic [Video]. Vic: Youtube.
Cruz de Sant Joan de les Abadesses, Monasterio de Sant Joan de les Abadesses, PAISAJES ESPIRITUALES, http://www.ub.edu/proyectopaisajes/index.php/es/item3-liturgia. Consultado el lunes 23 de diciembre del 2024 Repositori Digital de la Universitat de Barcelona URI: http://hdl.handle.net/2445/125926