biografía

Susan Sontag (Nueva York, 1933-2004) estudió Filosofía y Letras en diversas ciudades, dedicándose a la docencia hasta 1964. Desde entonces vivió de la escritura con obras de ficción (The Volcano Lover, In America), teatro y sobre todo ensayos (Against Interpretation, On Photography). Considerada una figura decisiva y polémica de la cultura reciente, dirigió cuatro largometrajes y un montaje de Waiting for Godot de Beckett durante el sitio de Sarajevo, donde realizó labores humanitarias.

sinopsis

A la luz de la cobertura mediática que se dio a los ataques del 11 de septiembre, Sontag analiza la función de las imágenes violentas en los conflictos modernos, desde Goya o la Guerra Civil española hasta Vietnam y Ruanda. La obra evalúa las implicaciones éticas de la fotografía y disecciona la relación entre publicidad y morbo, entre historia nacional y memoria colectiva, pero también pone en duda el uso de las imágenes a la hora de representar un testimonio, una versión de lo ocurrido. De su crítica no saldrán bien parados los medios de comunicación del Primer Mundo, ni mucho menos los espectadores insensibilizados que los alimentan.

reseña

La naturaleza de la fotografía implica una reproducción de la realidad más subjetiva y selectiva de lo que cabría pensar. A la hora de retratar el sufrimiento humano, la intención testimonial del periodista no determina nada: la lectura que se hará de esa imagen la define todo un sistema mediático. La misma violencia puede convertir a las víctimas en objetos, en carne sin rostro, pero también en mártires. Con su simple publicación, las imágenes se pierden en una cultura del espectáculo de la que participamos como voyeurs, y es este sistema el que Sontag busca desentrañar.

La fotografía siempre deja algo fuera del papel, relegando guerras y abusos al limbo de la no-representación (como si no hubieran sucedido, según Guy Debord), y a su vez recordando las batallas clásicas según la versión de los vencedores. La autora argumenta que esta historia fragmentada, que los medios ofrecen como "realidad", acaba por naturalizar todo tipo de metanarrativas —el sistema capitalista, el imperialismo maniqueo—, sirviéndose estratégicamente de las imágenes de dolor. Sontag apunta aquí al descarado orientalismo de la cobertura bélica: se tratan como tabú las culpas nacionales, centrándose en grabar a un “otro” remoto como un exótico objeto más que como un sujeto.

Así, Europa ha construido su representación para que el orden mundial reciente nos parezca inevitable, invistiendo su ficción como "lo real". Para esto promueve una llamada "memoria colectiva", que Sontag denuncia como instrucción de masas, es decir, aquello que una sociedad decide que debe ser recordado, siempre de acuerdo con un discurso nacional bien calculado. Para legitimar el statu quo de un Primer Mundo neocolonial, la violencia debe localizarse lejos, fuera de Occidente, de manera que todo crimen interno quede pobremente documentado y mucho menos publicado.

Este mecanismo permite a los espectadores sentirse seguros ante una guerra lejana y, sugiere la autora, por este motivo son indiferentes a ella. No reaccionan porque el conflicto se presenta como inabarcable; lo único que sienten es impotencia. Pero apiadarse del que sufre es ignorar que nuestro privilegio nace de esos mismos expolios y masacres: la violencia mediatizada apela a diario a nuestra responsabilidad de recordar. La memoria es un acto ético, mucho más justo que la indignación o la compasión. Sontag advierte, pues, que la frustración no es el final de la acción sino el detonante: para despertar hace falta sentirse impotente.