A los catorce años yo era alumna de un internado de Appenzell. Lugares por los que Robert Walser había dado muchos paseos cuando estaba en el manicomio, en Herisau, no lejos de nuestro instituto. Murió en la nieve. Hay fotografías que muestran sus huellas y la posición del cuerpo en la nieve. Nosotras no conocíamos al escritor. Ni siquiera nuestra profesora de literatura lo conocía. A veces pienso que es hermoso morir así, después de un paseo, dejarse caer en un sepulcro natural, en la nieve de Appenzell, después de casi treinta años de manicomio en Herisau. 

Jaeggy, Fleur

1989
beati anni del castigo
2011
Ressenya
Morillo, M.
Ed. cit
Los hermosos años del castigo
Traducción del italiano de Juana Bignozzi
Tusquets Editores S.A., Barcelona, 1991
ISBN: 84-339-7027-5 D.L.: B. 10.548-1991

biografía

Es poco lo que puede decirse acerca de la biografía de Fleur Jaeggy, pues ella misma se ha encargado de que así sea: nació en Zurich y vive en Milán, constatan sucintamente las solapas de sus libros.

Se dice que es una mujer tímida, que sufre al ser fotografiada. Se sabe que recientemente, en Barcelona, donde estuvo para presentar su último trabajo, Proleterka (Tusquets), no se dejó fotografiar. Una mujer, en fin, poco amiga de la plaza pública, que escribió en secreto muchos años antes de publicar su primera novela (Il dito in bocca, 1968), quizá reivindicando calladamente que el oficio de escritor no es publicar sino escribir; o tal vez para honrar a esa larga lista de Bartlebys que prefirieron no publicar. Pero a pesar de acceder a publicar, publica poco: seis novelas en más de treinta años; además de las ya citadas,L´angelo custode, 1971; Le statue d´acqua, 1980; la obra que nos ocupa y La paura del cielo, 1994. Afín a H. Melville, al heroico escribiente pero también a Billy Budd, y a R. Walser.

Con tímpanos fieles al repicar de su máquina de escribir como nuestra añorada Martín Gaite se resiste ella también a las nuevas tecnologías. ¿Una "rara avis"? 

sinopsis

Los hermosos años de castigo es el recuerdo, en boca de una mujer adulta, de una parte de su infancia y la adolescencia transcurridas en internados femeninos de Suiza. Pero sobre todo, es la historia de su estancia en el Bausler Institut, en Appenzell, pocos años después de la Segunda Guerra Mundial. Y decir Bausler Institut para la anónima narradora de estas memorias es casi sinónimo de Frédérique, la nueva alumna que un día inesperadamente irrumpe en el refectorio del colegio con todo su afilado esplendor y su aire de otro mundo, de otra naturaleza incluso. De este modo, en aquello que parecía una autobiografía, un diario íntimo hilvanado a conciencia en el que la narradora ejercía también de protagonista, se inmiscuye Frédérique, la chica rara, verdadera protagonista de la narración.

Con una dosificación soberbia de la información y una palabra que seduce por lo que no dice y calla, Jaeggy nos encierra, a través de la memoria metálica y las aforísticas reflexiones de su narradora, en un mundo extraño, alejado de la realidad, escenario de delirios, "un lugar no alcanzado por las deformaciones humanas", un microcosmos hecho de ambigüedades, afín a aquél del atribulado Törless de Musil. Un mundo distorsionado donde "la infancia es vetusta", la obediencia voluptuosa y el amor mudo, impronunciado, como el más bello de los pensamientos 

reseña

Los hermosos años del castigo es quizá el libro más conocido de Jaeggy. Cuando se publicó en Italia, en 1989, obtuvo un gran éxito de público pero también fue muy bien recibido por la crítica.

Los hermosos años del castigo es un libro de una belleza terrible y temible. Es el miedo que producen las cosas descarnadas, las cosas puras. En este sentido, el inicio de la novela no podría ser más premonitorio: el viejo escritor encerrado pasea solo por la nieve. Se deja caer. Muere. Jaeggy comparte con Walser no sólo el paisaje próximo al manicomio en el que el escritor estuvo recluido más de veinte años, cercano a un internado donde la autora estudió y que es el escenario principal del relato, sino temas como la locura, el suicidio y el colegio.

El asunto en sí, la historia de la muchacha que, con una madre-padre católica de inclinaciones teutónicas que desde la exótica distancia dispone y ordena su vida y un padre-madre protestante que habita hoteles y tiene amigos viejos, ve marchitarse su juventud en colegios femeninos y un día se siente fascinada por la nueva, la de la "frente alta donde podían tocarse los pensamientos", el asunto en sí, digo, es simple, sencillo, lo enjundioso está en la adecuación del lenguaje a la trama y en el lenguaje mismo, que todo lo transforma.

Me aventuro a decir que una de las causas posibles de esa terrible belleza es la tensión conceptual del lenguaje de Jaeggy, la antinomia que practica: "Una Arcadia de la enfermedad". Como ella misma indica en una entrevista para el suplemento literario de El País del sábado 13/03/04 en un artículo, por cierto muy acertadamente titulado: "Fleur Jaeggy, la pasión fría" (después del cual encontrar otro mejor es muy difícil): "una cierta glacialidad también revela sentimientos". Tensión presente en la contención con la que escribe; en sus frases, eficaces como píldoras: la cantidad necesaria en el momento adecuado. En ese mismo artículo, se dice que Jaeggy, en la elaboración de sus novelas, practica el "corta y pega"; y añadiría yo que quizás practica más lo primero que lo segundo, pues se intuye tal la densidad de lo que corta y no pega, de lo que sabe y calla, que está más que si estuviera escrito. El lenguaje evoca una ausencia. En esa ausencia el silencio habla. Se diría que hereda mucho de la actitud del escribiente de Melville por todo cuanto preferiría no decir, o no escribir, y no dice, o no escribe; de ahí la justa parquedad de su escritura, hecha de renuncia, y su estilo, lacónico.

Hay, en Los hermosos años del castigo, muchos temas interesantes y dignos de análisis. El mundo enfermo, desvinculado de la realidad, de los colegios que conforman media vida de la narradora; ese otro lado del mundo donde se está protegido y cuidado, y donde el tiempo no existe, está embalsamado con el aire amniótico de los oscuros pasillos: "Nos retiramos a nuestros cuartos, la vida la hemos visto pasar a través de las ventanas". Siempre un reflejo, un reflejo que parece relegado a los balcones, o la mujer ventanera y la imaginación como vivencia: "Hemos imaginado el mundo". ¿Qué otra cosa puede imaginarse si no es la propia muerte? La relación con la familia distante. La herencia católica y protestante.

La inversión de los roles tradicionales en la figura de los padres de ella. La casi caricatura de esa misma inversión en los Hofstetter. Las figuras masculinas. La ausencia de madres, total en Micheline y en Marion, parcial en ella y en Frédérique. El cuerpo femenino que adolece: fascinación y rechazo. La chica rara. Perfecta. Homoerotismo (que no homosexualidad) o ¿cómo no enamorarse? La conquista, una batalla. Perfección y locura. Ascetismo anoréxico. ¿Frédérique trasunto de Fleur?

La escritura de Jaeggy necesita un lector sin prisas, un lector amoroso y lento que pasee por las páginas como Walser por la nieve si lo que se quiere es captar el alma, que no está cifrada, y cubrir el alcance de las reflexiones que la autora pone en boca de la narradora. Un lector, quizá, de otro siglo.

Morillo, M. (2004). "Fleur Jaeggy. Los hermosos años del castigo". Lletra de Dona in Centre Dona i Literatura. Barcelona, Centre Dona i Literatura, Universitat de Barcelona.

https://www.ub.edu/lletradedona/esnode/282
Edita: Centre Dona i Literatura
(cc-by-nc-sa 3.0)
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