Prólogo. La semilla de un método viviente, por María-Milagros Rivera Garretas
El descubrimiento de la historia viviente
La práctica de la
historia viviente nació en el año
2005, en el contexto de la
Librería de mujeres de Milán (
Italia) en un grupo de la política de las mujeres que entonces se llamaba Comunità di pratica e riflessione pedagogica e di ricerca storica. Como todo nacimiento verdadero, no salió de la nada sino de una gestación lenta y apasionante compartida por una
madre (
Marirì Martinengo) con las pocas que formaban esta
comunidad de historiadoras y amigas:
Luciana Tavernini,
Laura Minguzzi y
Marina Santini, acompañadas a veces por otras que iban y van entrando en el grupo y, también, saliendo de él cuando la apuesta es demasiado alta o por otros motivos. Pocas y amigas, "Pocas, pero bastantes”
1, como en las fundaciones revolucionarias de
Teresa de Jesús (
1515-
1582)
2 o del feminismo radical del último tercio del siglo XX como, por ejemplo, Rivolta Femminile (
1970)
3. En el año
2006, el grupo cambió de nombre y pasó a llamarse Comunità di storia vivente.
Nació la
historia viviente con la publicación por
Marirì Martinengo del libro titulado
La voce del silenzio. Memoria e storia di Maria Massone, donna “sottratta" 4. El libro reconstruye la historia de la
abuela paterna de
Marirì,
Maria Massone, una
mujer que a los 31 años y después de cinco maternidades en seis años fue internada (
1895) hasta su
muerte (
1924) en una supuesta
Casa de
Salud. Así,
Maria Massone fue borrada de la
memoria de la
familia que ella misma había fundado, sustraída silenciosamente de su mundo y de la historia por algo de su ser
mujer que amenazaba en sus arbotantes las pretensiones de la clase social a la que ella pertenecía, la burguesía. Al principio del libro,
Marirì Martinengo escribió su idea esencial: "Hay una
historia viviente anidada en cada una y cada uno de nosotros, formada por
memorias, por
afectos, por
signos en el inconsciente; no creo que solo tenga valor histórico lo que está afuera, lo que otro ha certificado, la famosa
historia objetiva. Yo narro una
historia viviente que no rechaza la
imaginación, una
imaginación que hunde sus raíces en la experiencia personal, historia más verdadera porque no borra las razones del
amor, no expulsa las relaciones de su proceso cognitivo”
5. Yo leí enseguida este libro porque algunas del Centro de Investigación Duoda de la Universidad de Barcelona teníamos ya entonces una
relación política con
Marirì Martinengo. Unos meses más tarde fui a presentarlo en la Librería de mujeres de
Milán y, al preparar el texto, traduciendo el párrafo que he citado, recuerdo que me detuve un tiempo precisamente en las palabras "
historia viviente", sin entender por qué no estaba en cursiva la
palabra "viviente", como a mí me parecía que tenía que estar porque, que aquello fuera historia, me resultaba evidente, y lo revolucionario era, en cambio, la idea de una
historia viviente. Dudé bastante entre ser fiel como traductora y ser fiel a la genialidad de la idea. Y dejé la
vacilación.
La
vacilación era el signo de la importancia misma de la idea: el signo de la sombra, de la oscuridad mezclada ya de
luz. El libro, en realidad, es una muestra de que lo que más cuesta aceptar todavía hoy (
2016), es que la
historia viviente sea historia, no que esté viva y que vivifique. Le cuesta aceptarlo a la historiografía masculina tradicional y, también, a una parte importante de la historiografía de las mujeres, la nacida de los estudios de
género. Es así a pesar de que la
historia viviente no tiene pretensiones totalitarias, es decir, no pretende ser la única manera de escribir historia: no pretende ni llenar un vacío ni tampoco proponer un nuevo paradigma.
La vida de las entrañas
Lo que la
historia viviente pretende es, en mi opinión, buscar y encontrar la
verdad histórica por el
camino de la
diferencia sexual, es decir, por el
camino del
sentido libre del ser
mujer u hombre: por el
camino de las
entrañas, por usar las palabras indispensables de
Zambrano, ya que es en las
entrañas donde echa sus raíces la
diferencia sexual, donde radica su
sentir. Pero las
entrañas no entran en el conocimiento universitario: son demasiado sucias, inciertas, malolientes, deformes, volubles, tajantes, oscuras y molestas. Son molestas precisamente por su vinculación inevitable con la
verdad de la madre y de la lengua materna. La
madre no entra o entra a duras penas en el conocimiento universitario actual. La universidad se concibió a sí misma a finales del siglo XII como
Alma Mater (
madre nutricia), y le cuesta dejar el sitio a la madre.
Así, la Historia se dirime hoy entre la
verdad pactada, o sea la verdad del lenguaje acordado por los Estados, y la
verdad de la madre y de la lengua materna. La
verdad del lenguaje acordado es segura, asegurada como está por la
fuerza de los Estados que la acuerdan; la
verdad de la lengua materna es incierta y
delicada, como somos delicadas e inciertas las madres. Hoy en día, sin embargo, la obsesión por la seguridad delata algo feo. En este
estado de cosas, la
verdad incierta y
delicada de las madres suscita una
curiosidad que preocupa a la
verdad pactada. Por eso, se puede decir que estamos viviendo en la historiografía y en la política una
batalla por lo simbólico en la que compiten por el
sentido de la
verdad histórica, por un lado, la historia de raíz positiva y social, y, por otro, la
historia viviente. No porque sean dos historias antagónicas sino porque el paradigma de lo social pretende desde que nació ser total, escribir una historia total, y en esto ha fracasado, afortunadamente, aunque le cueste reconocerlo. Ha fracasado porque era una pretensión vana, tomada quizás sin saberlo de las ideologías totalitarias del siglo XX. Hay mucho en la
vida humana que no cabe en el paradigma de lo social sino que está más allá, no en contra de lo social, y que nunca ha dejado de existir, aunque fuera oscuramente, a su lado, al lado de lo social. En este más allá (no en contra) está, entre otras cosas, la
historia viviente 6.
Por eso, porque la historia social y la
historia viviente no forman una antinomia del pensamiento sino que son dos propuestas y dos apuestas dispares, la
batalla por lo simbólico no se libra en la historiografía como una contraposición
dialéctica sino como un movimiento de las
entrañas: un movimiento de las
entrañas que no conduce a acuerdos y desacuerdos escribibles sino a encuentros y desencuentros espirituales al modo de las afinidades electivas. En este libro, por ejemplo, se discuten y se objetan en el debate cosas que no han sido ni siquiera dichas. No es demencia sino
aurora, aurora de lo oscuro que deja boquiabierta, todavía inconexa entre el blanco, el gris y el rosa.
A lo oscuro de las
entrañas se le ha llamado, entre pensadoras del siglo XX y de hoy, la
vida pasiva 7. Y con la
vida pasiva, la llamada de las
entrañas 8. En uno de sus textos autobiográficos,
Zambrano dijo de su filosofía: "Yo siempre he ido al rescate de la pasividad, de la receptividad. Yo no lo sabía, pero desde hacía muchos años yo también andaba haciendo alquimia"
9. La
vida pasiva es lo que en mí no me deja hacer con éxito lo que no tiene que ser hecho por mí, aunque lo parezca, y lo impide, a la vez, custodiando bajo la superficie de las cosas un
deseo mío vital que allí no puede acceder a la
luz; es lo que en mí no me deja ser feliz cuando hago muy
bien las cosas equivocadas, custodiando pasivamente mi
deseo de
grandeza en el hacer activo que esté en ese momento a mi alcance.
Hacer cuentas con la
vida pasiva es necesario para hacer simbólico. La propia
palabra "simbólico" lo indica; deriva del griego συν−βαλλειν, que significa "lanzar con": el "con" es lo oscuro de las
entrañas, oscuro inseparable de la
palabra que, lanzada, hace simbólico. Esto tiene consecuencias importantes en la acción y, por tanto, en la historia y en la política. Cuando las palabras son lanzadas al aire sin el peso de las
entrañas, sin su suciedad, sin su
impotencia, vuelan, ideológicas, e inmolan vidas, sacrificadas a la idea desmaterializada. La suciedad no tenida en cuenta se desborda entonces aterradora en destrucción y
sangre.
La
historia viviente rescata y redime la
vida pasiva, la
vida de las entrañas 10. Y no la de las
entrañas de cualquiera, no la de las entrañas de "las otras", sino las propias. Esto es una revolución en la
escritura de Historia: una revolución que deja por fin atrás la pretensión decimonónica de objetividad, sin afectar en nada al uso, para escribir historia, de la erudición más exquisita.
¿Para qué rescatar la
vida de las entrañas? Para que la historia no olvide la
vida pasiva, la imposibilidad de la acción al lado de su posibilidad y, así, haga simbólico y sea fecunda. Todos los textos de este libro que tratan de la
historia viviente, que son los de
Laura Minguzzi,
Luciana Tavernini, Marina Santini,
Marirì Martinengo y, como promesa, los de
Marina Canal,
Piera Moretti y
Désirée Urizio, han nacido y han sido escritos después de un proceso difícil de
indagación en lo profundo de la propia experiencia,
indagación en busca de los nudos, obstáculos y grumos oscuros del
desorden simbólico que le interceptaban la interpretación
libre de la Historia a cada historiadora concreta. Esta
indagación no es solitaria sino que ha sido hecha siempre en
relación: en relación dentro de la
Comunidad de historia viviente o fuera de ella en una
relación dual de confianza. Que la
indagación en lo profundo de la
vida de las entrañas se haga en
relación es importantísimo, porque de ello depende que la práctica de la
historia viviente sea política. A su vez, que sea política implica que la historia que finalmente se escribe es historia común, no solo una historia personal, aunque lo sea también. La
relación da el contexto y contextualiza los hallazgos de
luz que cada
autora persigue y obtiene investigando los nudos de su experiencia. Así, las autoras de este libro ofrecen y proponen interpretaciones generales de períodos y de acontecimientos históricos como la reurbanización y migraciones de los años sesenta en Europa, las guerras del siglo XX, el genocidio en
Istria a finales de la segunda
guerra mundial, o la influencia de los
abusos sexuales difusos y casi indecibles de hombres socialmente
bien considerados en la perpetuación del patriarcado y, con él, de la dificultad femenina de hablar como
mujer 11.
El método viviente
Así, la
historia viviente siembra las semillas de un método de conocimiento que se puede llamar el
método viviente, entendiendo la
palabra método como lo que es: un
camino en movimiento. Es un método de búsqueda de la
verdad en la
práctica de la relación más que en la supuesta objetividad y el rigor positivistas. Es un método femenino que interpreta la Historia desde la propia historia, pasada por el cedazo del contraste con otras mujeres que están comprometidas en el mismo proceso. Es un método que mide la Historia con la
libertad femenina y, en los resultados de la medición, funda interpretaciones de los acontecimientos orientadas por el orden simbólico de la
madre. Es un método que aflojando o desatando los
nudos vitales de la propia historiadora, intenta liberar tanto el
sentido de la
vida y de la
verdad de la historiadora como la veracidad histórica.
Es un método que responde a la
necesidad personal, compartida por un número indeterminado de mujeres y de hombres de hoy, de que la historia sea la historia de las mujeres:
12 de que, como escribió
Zambrano en
1958 hablando de la democracia, "la sociedad sea adecuada a la persona humana; su espacio adecuado y no su lugar de
tortura"
13. Por eso, no separa la historia de la historiadora de la historia que la historiadora escribe, como ya no separamos, ni al hablar ni al estudiar la lengua, el
significante del significado, dejando caer así de paso el estructuralismo lingüístico, que construyó una antinomia de lo que no lo es
14. Por eso, el
método viviente no pretende llegar a una historia total sino mantenerse apegado a la incertidumbre y a la delicadeza de la
verdad de la madre y de la lengua materna. La
madre es la materia, la sustancia. “Y como la sustancia:” –ha escrito
Zambrano– “nagotable, prolífica, desbordante de toda forma, plena de promesas. Pues las sustancias vivientes, siendo acto, poseen una
potencia nunca enteramente actualizada; señal de
vida. El cristal aparece como la identificación plena de forma y materia, de
potencia y acto; el cristal es la imagen del acto puro. Mas no vive. Lo viviente nunca se actualiza del todo y sólo cuando ha pasado por completo, deja una imagen fija. Pero aun esa imagen se desdibuja, cambia como dotada de
vida ella misma, cuando la miramos y según desde dónde la miramos. Y cambia, mas no como la imagen de una montaña a la cual damos la vuelta a su alrededor. Todo lo que estuvo vivo, desde el momento que lo miramos, vuelve a estarlo, lo restituimos a la vida con sólo atender a ello un instante. Lo vivo, aunque ya no lo esté, revive al contacto de la vida”
15.
En consecuencia, en los textos que forman este libro se dicen cosas desdibujadas y, por ello, apasionantes, de la
vida y de la Historia. Entresaco algunas: “Entre las ganancias simbólicas de la práctica de la
historia viviente, quiero mencionar, aparte de la de haber recibido voz y
palabra sobre mi experiencia, el haber obtenido justicia,
necesidad universal que ha encontrado una salida positiva a través de un recorrido político de crecimiento en
relación y no reivindicando ni abriendo
conflictos destructivos” (
Laura Minguzzi). “Sé que he tocado algo verdadero porque se ha dado en mí un cambio visible. La práctica de la
historia viviente transforma. Consigo hablar partiendo de mí y las citas de otras y otros, que sigo usando, ya no son un escondite sino un diálogo en el que yo soy el sujeto que abre la interlocución” (
Luciana Tavernini). “La práctica de la
historia viviente abre la posibilidad de releer de otro modo la historia desde el punto de vista femenino, indagando en los nudos personales que fatigosamente vamos reencontrando dentro de nosotras y les decimos a las otras las cuales, a su vez, nos devuelven, en un diálogo continuo, en una reactivación continua, nuestras palabras. Nos comprometemos a destilar un relato que valga también para otras y otros” (
Marina Santini). “Sea cual sea la respuesta a esto que para mí sigue siendo un enigma, tal vez su renuncia, aunque le haya costado mucho y le haya impedido una comunicación fluida con nosotras sus hijas e hijos, seguramente le permitió preservar su única forma de
libertad: la capacidad de estar cerca de sí, de nutrirse con la
música, la
lectura de libros de
espiritualidad, las bellas fotos de
familia, los recuerdos, el
silencio” (
Marina Canal). “La
lectura del número de
DWF sobre la
historia viviente ha vuelto a sacar a la superficie este nudo de la
relación con la
madre que creía ya resuelto y me ha obligado a darme cuenta de que tenía que ser indagado todavía más en profundidad para entender quién soy yo ahora. Cada vez que voy a
Fratta Polesine a ver a mis hermanas y veo sus ojos brillar de
alegría, pienso que he mantenido la promesa que le hice a mamá y esto me da
fuerza” (
Piera Moretti). “Ahora mi
deseo es todavía más grande: hay un significado simbólico universal que obtener del éxodo istriano y de los graves hechos ocurridos a finales de la segunda
guerra mundial a lo largo de la frontera italiana oriental, en
Istria,
Dalmacia y
Venecia Julia. Ahora el propósito de mi investigación es el de ir más allá de los innumerables relatos, los recuerdos, los testimonios, los escritos literarios, más allá del plano de los sentimientos y de las reivindicaciones de justicia y liberar de falsas interpretaciones esta historia que marcó profundamente no solo la
vida de mi padre y de sus
parientes exiliados, cuyos descendientes están hoy esparcidos por todo el mundo, sino también la mía y la de mis hermanos. El éxodo de
Istria, región italiana, habitada por gente que hablaba italiano en dialecto véneto-triestino, es un nudo no solo de mi
vida y de la de mi
familia sino de la historia. Querría que emerja en toda su complejidad, con la confianza de que solo la
verdad podrá restituir
sentido y salida positiva a esas trágicas vicisitudes” (
Désirée Urizio).
Este bello libro revolucionario va precedido por la invitación de la Asociación
Le Vicine di casa, promotora del encuentro, y por una introducción de
Alessandra De Perini. Los dos textos resumen los aspectos esenciales e innovadores de la práctica de la
historia viviente y reconstruyen amorosamente los veinte años de reflexión, intercambio e investigación que han llevado a las miembras de la
Comunidad al momento decisivo que aquí se presenta. Les sigue una desafortunada
lectura de
Tiziana Plebani en la que, confundiendo incluso los ejemplos de
biografía e historia personal que las autoras habían incluido en el número de la revista
DWF precisamente para mostrar las diferencias entre ellas, intenta demostrar que la
historia viviente sobre la que está hablando no existe, porque –escribe– “en conclusión, la afirmación de nuestras amigas milanesas sobre lo
imprescindible de la
relación entre la historiadora y su objeto de investigación procede en el lecho ya señalado de la mejor tradición de la reflexión sobre la historia”. Ciertamente, eso de lo que ella escribe no es
historia viviente. Es más
bien una mezcla contradictoria de algunas palabras que salen en el libro con la historiografía patriarcal, con la historia del
género y con el paradigma de lo social, cuyo marco ella considera fijo, reduciéndose la
libertad a la confrontación dentro de él. En consecuencia, con su
lectura no dialogan directamente las autoras del libro; lo que hacen es mostrar y concretar el
sentido de su práctica y los cambios que esta ha generado, evitando contraposiciones estériles y prefiriendo la interlocución con las mujeres presentes en el encuentro, como muestran las intervenciones en el debate. Además, en un texto posterior y teniendo en cuenta las objeciones recibidas en diversas ocasiones, aclaran todavía más su novedad. La
lectura de
Tiziana Plebani es, sin embargo, útil como ejemplo de lo que ocurre cuando la historia moribunda se enfrenta con la
historia viviente: ni la roza ni la alcanza.
La práctica de la historia viviente, Comunità di Storia Vivente di Milano
Viernes
26 settembre 2014 (17:00-19:30)
Centro Culturale Candiani, sala de conferencias, cuarto piso.
Le Vicine di casa, en colaboración con el
Servizio Cittadinanza delle Donne e Culture delle differenze del Ayuntamiento de
Venecia y con el
Centro Culturale Candiani de
Mestre, organizaron para el viernes
26 settembre un encuentro público con
Laura Minguzzi,
Luciana Tavernini y
Marina Santini, de la
Comunidad de Historia Viviente de
Milán, autoras, con
Marirì Martinengo,
María-Milagros Rivera Garretas y otras, de un número monográfico de la
revista DWF titulado
La práctica de la historia viviente (núm. 95, julio-septiembre 2012), punto de referencia de la reflexión de este encuentro. Lo presenta
Alessandra De Perini. Dialoga con las autoras invitadas
Tiziana Plebani.
Partiendo de la afirmación de
Marirì Martinengo: “Hay una
historia viviente anidada en cada una y cada uno de nosotros", nace en
2006 una modalidad original e innovadora de hacer historia, una
escritura femenina de la historia que, en conflicto con la pretendida objetividad del relato histórico, desvela sus presupuestos ideológicos y asume la experiencia subjetiva, los recuerdos personales, los relatos, los lugares de los acontecimientos, junto con las fotos, cartas y objetos de uso cotidiano, como auténticas "fuentes". Esta
escritura intenta sacar a la
luz los nudos no resueltos del pasado, abriéndolo a una nueva
vida, y, para narrar la experiencia vivida, usa como instrumentos de
trabajo la
autoconciencia del feminismo de los orígenes, la
piedad, la
empatía, la
imaginación”.
Conscientes de que no toda la historia se puede contar, no todo es explicable, que hay un vacío en la historia que no hay que colmar sino aceptar e interrogar, las mujeres de la
Comunidad de historia viviente se han planteado el problema de las condiciones de una
lectura libre del pasado que sepa llevar el relato histórico a un nivel que lo haga válido para todas y todos.
¿Cómo
acompañar el pasado, en particular el de las mujeres, afuera de los equívocos culturales, de las interpretaciones prefabricadas y reductivas? ¿Cuál es el vínculo entre la
autobiografía y la historia colectiva, entre el vivir en primera persona los acontecimientos y el relatarlos de modo que otras y otros puedan reconocerlos como parte de su propia historia? ¿Cómo puede la política de las mujeres restituir espesor y
sentido imprevisto al relato del pasado?
La "práctica de la
historia viviente", que no hay que confundir con la simple
autobiografía ni con la historia oral, muestra que el pasado no es irreversible: se puede volver atrás para recoger del pasado lo que había quedado olvidado; se puede restituir justicia, dando nombre y visibilidad, volviendo a poner en el juego del presente lo que se había perdido y olvidado o había sido olvidado a la
fuerza. Esta práctica consiste en comprometerse a no tirar pedazos de la propia historia, superando la
necesidad de revancha o de resarcimiento de las injusticias sufridas o de la falta de testimonios. Se trata de concebir
la historia como fuente de fuerza subjetiva, no como fresco "objetivo" ni como reconstrucción plausible de los hechos que ocurrieron. "Hacer historia" significa estar disponible para bajar a las "
entrañas del propio tiempo", a los "delitos", a las zonas "infernales" del pasado, sacando a la
luz conflictos que devanar, heridas antiguas que curar. Inicialmente, el relato de esta historia es singular; sin embargo, luego se vuelve polifónico. El presente y el pasado no están separados rígidamente: las ganancias en
libertad del pasado pueden ser traídas a la
vida actual, y al revés: se puede releer el pasado a la
luz de la
libertad de la que se dispone en el presente.
Historia viviente es sobre todo una
historia ligada a la vida realmente vivida por quien hace investigación histórica: esta es la historia más desconocida y más apasionante, la historia más importante. Una narración que libera de los
conflictos no resueltos y, reforzando la subjetividad, da
autoridad a la
palabra pública femenina. Un "hacer
limpieza" cuya urgencia y
necesidad se sienten en este tiempo de crisis de la democracia para prefigurar una
comunidad de subjetividades libres.
Actas del encuento
Isabella Stevanato (bibliotecaria del
Centro-Donna)
Os traigo los saludos de la
responsable del
Centro Donna de
Venecia-
Mestre,
Gabriela Camozzi, que no ha podido venir y se disculpa. Un saludo especial a las
Vicine di casaque llevan ya muchos años colaborando con el
Centro Donna y juntas conseguimos siempre celebrar encuentros de gran calidad. Paso inmediatamente la
palabra a
Alessandra De Perini, que presentará a nuestras invitadas y dirá el
sentido de este encuentro sobre "La práctica de la
historia viviente".
Gracias por estar aquí y buen
trabajo.
Alessandra De Perini (asociación
Le Vicine di casa)
Bienvenidas y bienvenidos a este encuentro público. Veo presentes –y en nombre de
Las Vecinas de casa, asociación de la que formo parte desde hace más de veinte años, les doy las
gracias por venir – a
Grazia Sterlocchi de la
Settima Stanza de
Venecia, a
Adriana Sbrogiò de
Identità e Differenza de
Spinea, a
Loredana Aldegheri de la
Mag de
Verona con algunas amigas y colaboradoras, a
Luciana Talozzi y
Carla Neri de
Insieme arte-Amare Chioggia e il suo territorio, a
Antonella Cunico y otras amigas de
Femminile Plurale de
Vicenza, a algunas amigas de
Trento,
Maria Teresa Menotto y
Franca Marcomin, presidenta y vicepresidenta de la
Consulta delle cittadine, a
Chiara Puppini, delegada de la
Municipalità di Mestre Carpenedo, que se dedica desde hace muchos años a la investigación histórica y forma parte de
StoriaMestre, a
Luisella Conti de
Mirano, presidenta de las asociaciones de voluntariado de la Provincia de
Venecia, a
Renata Cibin, concejala de cultura de
Mirano, a
Loredana Mainardi, concejala de cultura de
Spinea, a
Vittoria Surian de la editorial Eidos, nacida en
1987 en
Mirano-
Venecia con el propósito de promover y valorar el genio artístico y literario de las mujeres.
Doy las
gracias al
Centro Culturale Candiani por poner a nuestra disposición esta sala bella y grande, al
Assessorato alla Cittadinanza delle Donne y Cultura delle differenze, en particular a la
responsable del
Centro-Donna Gabriela Camozzi y la bibliotecaria del Centro
Isabella Stevanato que nos ha traído sus saludos. A pesar de la falta de gobierno político en nuestra ciudad, estas mujeres, como otras y otros empleados municipales hacen con su
trabajo,
sentido de la responsabilidad y compromiso, que sigan funcionando los servicios de la
Administración.
Este encuentro se sitúa en el ciclo de las innumerables manifestaciones, iniciativas culturales y políticas de "
Mestre in centro" del Ayuntamiento de
Venecia que, cada año, en septiembre y octubre, implican a la ciudad entera.
Estamos aquí no solo para reflexionar sobre la
práctica de la historia viviente, a partir de la
lectura del
número 3 de la revista DWF de 2012 16, sino también para comprobar si hay en nuestro territorio
deseo de poner en marcha, también en nuestra ciudad, una práctica y un compromiso de pensamiento en esta dirección.
Os presento a nuestras invitadas:
Laura Minguzzi,
Luciana Tavernini y
Marina Santini de la
Comunidad de Historia Viviente de
Milán, que no se declaran "historiadoras de
profesión" pero tienen una larga práctica de enseñanza entrelazada con la investigación histórica y la política de la diferencia; y
Tiziana Plebani, historiadora,
escritora, de la
Società Italiana delle Storiche (SIS), a la que hemos pedido que lea el texto que debatiremos hoy aquí y que lo comente partiendo de sí, de su experiencia de historiadora que desde
2009, después de quince años dirigiendo la Conservación y Restauración, es
responsable del
servicio Histórico-Didáctico de la
Biblioteca Nazionale Marciana.
Tiziana es una
mujer comprometida política y culturalmente desde hace más de treinta años con nuestra ciudad de
Venecia-Mestre.
Hemos preparado un breve
perfil de las ponentes.
Este encuentro nace de nuestro
deseo, deseo de las
Vicine di casa, "mujeres del otro mundo", inactuales, "antiquísimas", de volver a reflexionar, después de varios años, sobre la
historia de las mujeres, que en nuestro
camino de toma de
conciencia fue una
mediación fundamental para orientarnos en el presente y reconocer figuras y genealogías femeninas de las que sacar
fuerza.
Creo que es una experiencia común a muchas la desilusión de no encontrar en el pasado huella alguna de sus semejantas, la humillación por la ausencia femenina de los libros de texto y el
deseo de cambiar las cosas. De ahí la búsqueda de figuras femeninas en las que reflejarse y modelos de mujeres fuertes y con
autoridad en las que inspirarse, y la
lectura apasionada de las grandes escritoras de ayer y de hoy, que para muchas de nosotras han sido maestras de
vida y de pensamiento.
Somos conscientes de lo inexacto que puede ser el hablar de "historia de las mujeres", como si hubiera dos historias, la de la historiografía oficial y la desconocida y olvidada del sexo femenino, sacada a la
luz por las investigaciones históricas recientes. Ahora que,
gracias al feminismo, se ha dado la vuelta al tópico según el cual las mujeres no están en la historia, desenmascarada la falsa narración de la "historia universal" basada en los grandes hombres, en las relaciones de
fuerza, las guerras y las luchas de
poder, sabemos que
la historia está escrita solo en una pequeñísima parte y que son otras fuerzas muy distintas las que determinan los acontecimientos y han de ser tenidas en cuenta. Ha sido un gran error el excluir de la historia el juego
libre de las relaciones entre mujeres y entre mujeres y hombres, el renunciar a la subjetividad y a los contextos relacionales del pasado en nombre del vínculo de la
verdad fáctica, verificable con documentos. El
corte de la diferencia nos restituye el
sentido más verdadero de la historia que está enraizada en el saber de la
vida, en las relaciones entre los sexos y las generaciones. En el
estado actual de los estudios, de la investigación y de la
conciencia obtenida –afirman
Marirì Martinengo y
Laura Minguzzi– el propósito, la apuesta de quien hace investigación histórica, mujeres y hombres, no es el de incluir a la
mujer en la historia ya existente, sino el de
escribir simbólicamente la historia, vivificada por la subjetividad femenina. Han pasado dos años desde la publicación
Italiana del texto que
Laura,
Luciana y Marina escribieron junto a
Marirì Martinengo,
María-Milagros Rivera y otras, pero no hay
pérdida de actualidad, porque su investigación tiene que ver con el nivel profundo, simbólico, de la realidad.
La
historia viviente se presenta como una práctica nueva. No nace de la nada. Hay un
camino.
El punto de partida son los años ochenta del siglo pasado. En
Italia se estaba difundiendo el feminismo de la diferencia, que tenía como referente a la Librería de mujeres de
Milán.
Laura Minguzzi,
Luciana Tavernini y
Marina Santini, en los años ochenta eran profesoras que deseaban estar
bien en el colegio con las alumnas y los alumnos, trabajando con
placer en
relación. En la Librería estaba
Marirì Martinengo, que en esos años había fundado con otras un
seminario de pedagogía de la diferencia: eran cursos dirigidos a profesoras que se transformaron muy pronto en un contexto ampliado en el que, superada la lógica de la subdivisión por materias, por categoría y grado, se discutía de cómo introducir en las escuelas el
lenguaje sexuado. Allí fue donde se comprendió lo central que era la
mediación femenina en la
escuela. A partir de aquella experiencia, unos años después se constituyó la
Comunidad de práctica y reflexión pedagógica y de investigación histórica, que se reunía en torno a la
autoridad de
Marirì Martinengo con la
intención de enfocar la atención en la historia, la más política de las materias, y de cambiar la historia que se enseña en la
escuela introduciendo en ella la
riqueza de estudios y de saber de
origen femenino. Sobre la base del común
amor a la historia, las mujeres de la
Comunidad empezaron así un
camino que las llevó a distanciarse de los manuales de historia, a abrir debate sobre el uso del lenguaje neutro, a abandonar el universalismo de los saberes prefabricados que no responden a las preguntas por el
sentido ni de quien enseña ni de quien se dispone a aprender. Empezaron a deshojar el pasado, fueron a ver los niveles femeninos de resistencia que las interpretaciones historiográficas reduccionistas y equívocas habían vuelto opacos, razonaron sobre la ausencia de la historia de las vidas cotidianas comunes de mujeres y hombres, ausencia que hacía de la historia un "planeta desierto, frío,
estéril, en el que gesticulaban marionetas". Descubrieron así un hilo continuo de
libertad femenina que atravesaba el pasado y llegaba hasta el presente, perceptible en algunas "huellas" dejadas en el tiempo: los
salones de piedra de las trovadoras, las
cortes de
amor feudales, las
cortes renacentistas, los
salones de las preciosas, los
salones ilustrados y del
risorgimento y, así, hasta las reuniones feministas de
autoconciencia de los años setenta. Reconocieron la importancia fundamental de los
contextos relacionales para entender los acontecimientos del pasado y asumieron
la libertad femenina como categoría historiográfica. La investigación histórica fue llevada a cabo con fines educativos y políticos: trabajar por un cambio de civilización. El hacer concretamente investigación las acercó a las especialistas del sector, las "historiadoras de
profesión". Se articuló así un intercambio entre competencias especializadas, por un lado, y
competencia pedagógica y didáctica por otro, pero después de un inicio prometedor, el diálogo se estancó y fue recuperado solo varios años más tarde.
En
1996 la publicación de
Libere di esistere 17 fue un primer punto de llegada de su
camino de investigación histórica en
relación.
La preferencia por la Edad Media se debe al
reconocimiento de esta época como una raíz profunda de nuestro ser mujeres y hombres que viven en el Occidente europeo; son los siglos en los que se da la síntesis entre la
herencia greco-romana, la cultura germánica y la
cristiana, en la que la lengua materna iba siendo en Europa lengua común "vulgar". Los siglos XII y XIII, en particular, se revelaron como tiempos de
libertad y
autoridad femenina en los que las voces de algunas mujeres (santas, visionarias, místicas, abadesas) eran escuchadas y acreditadas.
En
1996, precedido por una serie de encuentros en la Librería llamados "Té, historia y pastas", la
comunidad organizó el congreso
Cambia il mondo cambia la storia – La differenza sessuale nella ricerca storica e nell'insegnamento (Suplemento al número 60/2002 de "Via Dogana"), en el que yo misma participé junto con
Tiziana Plebani y algunas Vecinas de
casa. Las
Actas fueron editadas por
Marina Santini.
Siguen dos libros bellísimos de
Marirì Martinengo sobre las trovadoras, testigas de la
revolución de la relación entre los sexos que fue el
amor cortés, apreciadas y escuchadas por la
belleza de sus baladas y canciones en las
cortes de Europa como "maestras de civilización" (
Le Trovatore, poetesse dell'amor cortese; Le Trovatore II. Poetesse e poeti in conflitto, (
Quaderni di "Via Dogana",
Milán 1996 y 1999)
18.
Finalmente, en el
2005, después de años de investigación sobre su
abuela paterna
Maria Massone,
mujer "sustraída", como la define ella,
Marirì Martinengo publicó
La voce del silenzio. Memoria e storia di Maria Massone, donna "sottratta" (Génova, ECIG,
2005)
19. Al año siguiente, en el
XII Simposio internazionale delle filosofe (
Roma,
2006), la historiadora
María-Milagros Rivera reconoció en la investigación de
Marirì sobre su
abuela una modalidad innovadora de hacer historia y habló por primera vez públicamente de "
historia viviente" señalando en el libro de
Marirì el primer ejemplo de un texto de
historia viviente 20.
Fue un punto de inflexión. Desde ese
reconocimiento, De
Marirì propuso a las componentes de la
comunidad que llamaran "
Historia viviente" la práctica que hacían entre ellas, que consiste en asumir la
indagación interior como motor de un modo, no el único, de escribir las mujeres historia
21.
De esto nos hablarán más en profundidad las autoras que hemos invitado.
Ahora paso la
palabra a
Tiziana Plebani, que dialogará con nuestras invitadas partiendo de su experiencia de historiadora.
Tiziana Plebani (historiadora, escritora, de la Società Italiana delle Storiche). Comentario introductorio
Antes de comentar los textos que se suceden en el tomo de la revista, es bueno que yo ponga en común contenidos y temas con el fin de que quien todavía no lo haya leído pueda entender la propuesta formulada por las autoras y su puesta en juego.
En la introducción al tomo las amigas de la
Comunidad de práctica de la
historia viviente nos advierten del cambio de
camino respecto a su historia precedente: si antes habían "identificado en la
libertad femenina una categoría de la historia, conscientes de que han existido siempre mujeres libres que en su referirse a una semejante se sintieron autorizadas a expresar lo que pensaban o deseaban" y, por tanto, se habían dedicado a buscar las huellas de trovadoras y abadesas medievales que expresasen esa
libertad, desde
2006 han tomado otra dirección. Impulsadas por la afirmación de
Marirì Martinengo de que “hay una
historia viviente anidada en cada una y cada uno de nosotros”, en vez de buscar mujeres ilustres o mujeres oscuras en la historia, empezaron una investigación interior como motor de un modo de escribir historia las mujeres, de una investigación que pone en el centro el desvelamiento del sujeto que escribe historia, el cual se convierte así en el documento principal al que recurrir. En el trasfondo está la idea de
María-Milagros Rivera Garretas: “la historia más verdadera es la que expresa el
amor, no solo los datos de las fuentes tradicionalmente consideradas históricas, y el amor lo expresa relatando la historia que resulta del diálogo implacable entre la historiadora y la
relación (con una persona, con una cuestión, con una pregunta, con un
deseo) que están en el
origen de su propia
vocación de historiadora”
22.
Pero ¿de qué se parte para poner en marcha esta investigación? Las amigas milanesas responden: de la narración de episodios que hacen de
obstáculo dentro de cada una. Traer a la
luz este
obstáculo en
relación con otras te hace más
libre, les ha hecho más libres y, según ellas, es un
camino que conduce a la "
escritura femenina de la historia".
Así pues, en el tomo encontramos los relatos del núcleo de los obstáculos de cada una, su singular punto de partida.
Para
Marirì Martinengo, estos están en la ausencia, eliminación y
olvido de la figura de su
abuela:
gracias a la reconstrucción de su
vida, remontándose a los recuerdos de sus hermanas y de sus
parientes y al
trabajo de recuperación simbólica y biográfica, De
Marirì ha podido reconocer en esta figura femenina el
origen de su
deseo de saber, de interioridad, de sentimientos, de corporeidad liberada y de
belleza.
Laura Minguzzi: la
muerte violenta de su
madre, que es leída como respuesta al abandono de la tierra y del mundo campesino, resultaba contradictoria con su propia decisión de estudiar, de irse a la ciudad y entrar en el mundo de las letras. Unas vicisitudes que narran las heridas del paso de una
Italia agrícola a un contexto industrial. “Pero ¿a qué precio se ha llevado a cabo la modernización?” –se pregunta
Laura– “el precio es la
pérdida de mi
madre”
23.
Marina Santini ha elaborado el conflicto vivido entre la experiencia positiva de apoyo y valoración que le ofrecía su
maestra y el comportamiento clasista que esta profesora mostraba con las chicas de
origen humilde; esto le ha servido a
Marina para reflexionar, saliéndose del esquema igualitario y ratificando el valor de la disparidad pedagógica que sin embargo no puede significar sustraer potenciales y rescate a la otra, como, en cambio, ocurrió en este caso.
Luciana Tavernini reflexiona sobre el
obstáculo a la
palabra pública femenina, que es puesto en
relación con el vínculo entre
palabra y
verdad y, en concreto, en la
relación con la sexualidad y la figura materna. Lo que puede obstaculizar es la vivencia transmitida por la
madre de devaluación del acto sexual en el
origen de la
vida y de la
concepción y, sobre todo, una falta de
verdad sobre los
abusos sexuales: de ello se deriva una despotenciación de la capacidad de "decir el mundo", encallada en lo "no dicho".
Graziella Bernabò en
Scrivere biografie di donne nos
habla de la fecunda
relación que se entabla entre la
mujer que narra la
vida de la otra y la figura narrada, una
relación que conduce a un movimiento continuo entre "
empatía" (interpretada como vivir dentro la historia que se relata) y distancia (aquí significa no ponerse en posición de árbitro sino asumir una posición de concienciación y responsabilidad con respecto a lo que se narra).
Marirì Martinengo nos recuerda después el
origen de un librito suyo,
La signora del Monte, ricordi d'infanzia di un paese delle Langhe (Rivoli, Turín, Neos, 2011), explicando las razones de lo que ella llama una "historia personal", insistiendo en el valor de la
memoria y distinguiéndola de la práctica de la
historia viviente.
Para
María-Milagros Rivera Garretas la
historia viviente se refiere a la propia historiadora, a su experiencia personal que requiere ser dicha, si no, "se refugia en la
histeria sabia"
24; en cambio, la
historia viviente se apoya en la capacidad de pensar y de mostrarse sin separaciones, íntegramente, una habilidad que se aprende por el hecho de pertenecer al mismo sexo que la
madre. "La
historia viviente acierta a manejarse y a escribir en el lugar arriesgado en el que lo real y lo irreal se acercan. En este lugar está la experiencia concretísima de la historiadora: la experiencia que funda su
vocación por la historia y que reclama ser dicha y leída u oída en el presente para que la historiografía no decaiga y muera, para que consume finalmente la crisis en la que la historiografía está sumida desde la caída del muro de
Berlín en
1989"
25. De ello resulta la implicación política de dejar caer la antinomia público / privado que impide a lo privado permear y vivificar la lucha política.
Afrontemos ahora los nudos del discurso propuesto por las autoras, a través de mi
lectura, que ha sido facilitada por el conocimiento que ya tenía de su "cambio de ruta", cuya autenticidad reconozco y va acompañada de una
escritura hábil, aspecto que me suscita un interés específico porque cultivo una
escritura sobria y expresiva también de la historia.
Ante todo hay que reconocer que su recorrido tiene el gran valor de abrir muchas cuestiones, provocar
conflictos, planteando problemáticas de no poco alcance. No es posible quedarse indemne ni indiferente: sus tomas de posición, tan precisas y nítidas, piden a gritos respuestas, sobre todo me las piden a mí que soy historiadora, convocándome a volver a atravesar mi experiencia.
"No es el único modo de escribir historia", dicen nuestras amigas en la conclusión de la introducción al tomo, dejando así abierta una
puerta, por más que estrecha.Y este pasadizo deja un espacio de diálogo y me permite a mí, que no practico la
historia viviente o, más
bien, no la practico desde el punto de vista del relato de "obstáculos", posicionarme, moviéndome también yo entre
empatía y distancia, que son, por lo demás, instrumentos con los que trabajan los historiadores y las historiadoras. Esta es una perspectiva que tenemos en común y, por lo demás, la
empatía y la distancia sirven para afrontar el pasado a la
luz del presente, son los instrumentos de navegación para cruzar los tiempos históricos.
Para contestar a sus peticiones me he preguntado sobre lo que me había impresionado: os propongo, pues, que sigamos el hilo de mis razonamientos sobre las preguntas más candentes que me ha suscitado la práctica de la
historia viviente.
El primer tema es
la relación entre la historiadora y su objeto de investigación, ese diálogo que en el texto es descrito como "implacable". Me he preguntado si hay alguna diversidad con mi modo de indagar y de proceder, mi punto de partida, la pregunta que pone en marcha una investigación mía. Mi experiencia y lo que sé de otras y otros me llevan a decir que quienquiera que realmente haga investigación histórica, antes de empezar, se posiciona con respecto a su objeto, lo corteja, lo ama, encuentra dentro de sí las relaciones que piden que indague sobre ese tema concreto. Las necesidades del
trabajo histórico están muy presentes en el momento de arranque y se vuelven más claras y vibrantes en el proceder de la ruta. La subjetividad de quien está implicado o implicada –mi subjetividad– es puesta toda ella trabajar: sensibilidad, mirada, capacidades, arraigo de
género. Es precisamente todo esto lo que hace de la investigación una tensión saciante y una
fuente de
placer que reconozco en mí, tal y como fue expresado por
Natalie Zemon Davis: “La
investigación histórica es para mí un espacio de
alegría y de
pasión intelectual” (
La passione della storia. Un dialogo con Denis Crouzet, Roma, Viella, 2007). Esta
relación con el objeto de la propia investigación se ancla en mí (como en otras y otros) en el
placer que se prueba al adentrarse en vidas desconocidas, al afrontar lo distinto, al acercar fragmentos, huellas, al dar forma a vidas y contextos oscuros: casi una
obra de
obstetricia para traer a la
luz un mundo sumergido.
Desde hace ya décadas el papel crucial de la subjetividad de quien escribe historia no solo ha sido ampliamente estudiado sino reconocido como componente fundamental del estatuto científico mismo de la
disciplina sea por hombres (
Giovanni De Luna,
La passione e la ragione. Il mestiere dello storico contemporaneo,
Milán, Bruno Mondadori, 2004) sea por historiadoras. La irrupción del feminismo y de la historia de las mujeres ha aguzado la
conciencia de ello. No se trata por lo demás de un real descubrimiento de hoy: basta leer las páginas de
Jules Michelet, un gran historiador francés del siglo XIX, para ser transportados por una
escritura documentada pero llena de
pasión. Y la pasión tiene la gran capacidad de implicar a quien lee, de modo que la
relación se transforma: ya no es a dos (la historidora o el historiador y su objeto de investigación) sino que se abre a lo múltiple y pone en marcha el
deseo ajeno.
En conclusión, la afirmación de nuestras amigas milanesas sobre lo
imprescindible de la
relación entre la historiadora y su objeto de investigación procede en el álveo ya señalado de la mejor tradición de la reflexión sobre la historia. No obstante, hay que aclarar tanto la propia posición –yo hablo y
parto de una posición de oficio– como el "marco de
sentido": la subjetividad debe, pues, saber dialogar cerradamente con el estatuto de la historia, con una
comunidad científica que tiene sus reglas y la
necesidad de comprobaciones, que se pueden también transgredir, pero con las que hay que confrontarse, estando precisamente en
relación. Y sobre esto se ha sedimentado un terreno de amplio debate dentro de la
Società Italiana delle Storiche de la que formo parte.
El segundo tema afecta a la
historia y las entrañas. Lo que sé de mí, de mi modo de afrontar la
indagación histórica, inspirándome también en su metodología y ética, es que a lo largo de la investigación se viaja, se pasea, se dialoga, se emperra una y se discute con el propio
deseo, pero no por ello se acarician las
entrañas. Sé, y sabemos, que la materia pulsante de la
vida que se narra debe destilarse o, mejor, alcanzar a representarse, porque lo que se persigue al escribir historia no es el
amor, como dicen nuestras amigas, ni la
felicidad, la
paz o la ausencia de
conflictos, sino es la
verdad histórica, no la
verdad absoluta, obviamente, sino un recorrido de desvelamiento gradual "que se realiza progresivamente, colectivamente,
gracias al
trabajo de generaciones de estudiosos…
verdad como proceso" (
Angelo d'Orsi,
Piccolo manuale di storiografia,
Milán, Bruno Mondadori, 2002), porque esta
palabra abre una serie de cuestiones (sobre todo esto, es iluminador
Carlo Ginzburg,
Il filo e le tracce. Vero, falso, finto,
Milán, Feltrinelli,
2006).
Aunque las contaminaciones sean oportunas y los terrenos se crucen, filosofía, derecho, religión, literatura, antropología, arte e historia, cada ámbito disciplinar tiene metodologías, finalidades y perspectivas diversas. Los "géneros" nos sirven de marcos de
sentido con los que nos confrontamos sin dogmas ni sometimientos, pero reconociendo la
autoridad, el
trabajo y la tradición que nos han precedido.
Los propios nudos-obstáculo han de ser, pues, puestos al
servicio del análisis y gobernados con los instrumentos de hacer historia y así se vuelven productivos, más "generosos" y se disuelven en el flujo de la historia. Mis progenitores, por cultura y mentalidad, no sostuvieron, desafortunadamente, mi
deseo de estudio, sobre todo mi
madre no fue para mí una aliada, en comparación, por suerte, con una
abuela extraordinaria y "nutritiva". Una vez hube entrado en el mundo de los libros y del saber con un itinerario de fatiga y empeño, sentí fuertemente el
deseo de reescribir la historia del libro, demostrando que las mujeres pertenecieron plenamente al mundo de los saberes, su participación en la producción del libro, su peculiar
libertad como lectoras, rescatando también las prácticas orales de
transmisión de cultura. Nació de ahí un libro,
Il "genere" dei libri (
Milán, Franco Angeli, 2001), fruto de diez años de investigación, que conquistó un puesto reconocido en la historia de la
disciplina y que puso en movimiento otras muchas investigaciones. Mi historia personal –mi "
obstáculo"– es por lo demás una historia bastante corriente que elaboré,
gracias a la
autoconciencia, en la
relación con las amigas, el grupito y la política de las mujeres. Es indudable que esta rigurosa confrontación con las fuentes, con los instrumentos concretos del hacer historia, desde el punto de vista de la eficacia y del enriquecimiento de la historiografía y del estímulo al
deseo de otras, ha conmovido mucho más que lo que habría hecho un relato de las
entrañas, que pertenece a un horizonte bastante más restringido y que necesita, para ser transmitido, de un diálogo entre pocas. El trasfondo en el que me pongo es el de un uso "público" de la historia, dirigida a una multiplicidad de destinatarias y destinatarios.
La otra cuestión espinosa que nuestras amigas nos entregan, y que se asocia con las notas precedentes, es
la relación entre historia y memoria porque su narrar se adentra en la
memoria individual. Este es verdaderamente un tema crucial, sobre todo en nuestros días que ven un continuo uso político de la
memoria (
Eric Hobsbawm,
Nazioni e nazionalismo, Turín, Einaudi, 1991).
En la tradición historiográfica, la
memoria y la historia se han enfrentado largamente. La
memoria es la facultad humana de conservar huellas de las experiencias pasadas y de tener acceso a ellas mediante el recuerdo. Característica de la
memoria es su capacidad de reconstruir continuamente el pasado a través de las exigencias del presente. En otras palabras, es el presente lo que da forma al pasado, ordenando, reconstruyendo, seleccionando e interpretando sus legados. La
memoria está ya, por tanto, densamente entretejida de metaconstrucciones, no es una
fuente directa y menos aún algo a lo que podemos acceder sin instrumentos. Quien se ocupa de historia oral conoce
bien estos problemas (
Alessandro Portelli) y quien ha trabajado sobre la
memoria de las mujeres y del feminismo (
Luisa Passerini) conoce su
riqueza y también sus riesgos: la
necesidad de afinar el acercamiento no solo para no ser trastornadas por la
empatía sino todavía más para no caer en las trampas del relato autojustificativo, auto-consolador si no directamente seductor de quien escucha o lee.
Además, la
memoria es inestable y ambivalente, cambia con el transcurso del tiempo también en el relato de la misma persona.
Maurice Halbwachs, el gran estudioso de la
memoria colectiva, sostuvo, precisamente, que la historia empieza allí donde la
memoria termina (
La memoria collettiva,
Milán, Unicopli, 1987); por lo demás,
memoria e historia responden a lógicas no similares: la primera es movida por la exigencia de preservar la identidad (individual o de grupo); la historia, en cambio, es movida por el
deseo de conocer lo que sucedió. La
memoria tiende a hacer presente el pasado, mientras la historia –tomo prestadas las palabras de una gran historiadora que ha trabajado mucho sobre las
memorias de
guerra y de deportación,
Anna Rossi Doria–, partiendo de las preguntas del presente, sanciona respecto al pasado una
separación definitiva, "en cierto
sentido la
memoria rechaza la
muerte y la historia la acepta" (
Memoria e storia: il caso della deportazione, Soveria Mannelli, Rubbettino, 1998). La
relación con el tiempo, que es una categoría crucial de la historia, es, por tanto, fundamental. Aun así, la historia se nutre de las
memorias individuales y colectivas, interactúa con ellas y desde el siglo XX la historiografía ha, si no descubierto, ciertamente valorado e incrementado el uso de los llamados "ego-documentos",
memorias, diarios, autobiografías y recuerdos orales que se confrontan con la historia "oficial", con frecuencia produciendo otras historias que han echado por tierra y subvertido narraciones consolidadas. Las "fuentes de subjetividad" han entrado de manera difusa, por tanto, a formar parte de la "caja de herramientas" de los historiadores (sobre todo vinculadas con los estudios de historia social, del movimiento obrero, de la deportación y de la historia de las mujeres).
El uso de la
memoria sabe iluminar las zonas de sombra y es capaz de proyectarnos dentro de una vicisitud y captar su esencia. Una historia (sobre todo del presente) sin
memorias corre el riesgo de serlo sin pasiones, sin emociones.
Reconstruir hechos históricos usando solo fuentes subjetivas o de
memoria es, no obstante, una operación arriesgada y poco fehaciente. Se trata de fuentes con un fuerte
poder evocativo y con una materia muy difícil de tratar. La
memoria sola no basta, en especial si creemos
poder con ella "hacer justicia" (
Carlo Ginzburg: "En el mundo que habitamos, desgarrado por odios interminables, insistir exclusivamente sobre el
poder de la
memoria de restañar las heridas del pasado sería frívolo. La
memoria es una
fuerza ambivalente: puede producir
fidelidad u obstinación,
odio, intolerancia
ciega. La
memoria es, como
Platón tuvo a
bien decir de la
escritura, un pharmakon: una medicina y, al mismo tiempo, un veneno" (
Memoria e globalizzazione, "Quaderni Storici" 120,
2005).
Además, como han observado muchos estudiosos y estudiosas, entre estas
Annette Wieviorka,
autora de
L'era del testimone (
Milán, Raffaello Cortina Editore, 1999), asistimos desde hace tiempo a una transformación del vínculo entre
memoria e historia, en el
sentido de que la
memoria entra en conflicto con la historia, en su ambición de sustituirla con una
visión menos árida y más subjetiva de los hechos, pero privándose de contextos más amplios y de una criba más rigurosa; algunos advierten del carácter casi obsesivo que ha asumido la
memoria en las sociedades contemporáneas, como
Jacques Revel (gran historiador francés, especialista en historia sociocultural de la Edad Moderna): "es como si nuestras sociedades se hubieran convertido en empresas productoras de
memoria y emplean buena parte de su narcisista actividad en reflexionar sobre medios para fijar su imagen mientras están todavía vivas. Y mientras están obsesionadas por su
memoria, se han vuelto ampliamente ignorantes de su historia" (
La memoria e la storia, en
Enciclopedia Multimediale delle Scienze Filosofiche, 1995).
Además querría plantear otra cuestión que creo que todas han podido experimentar:
un exceso de narraciones individuales, de historias vividas, pensemos en la Shoah, produce un bajón de atención: un exceso de
dolor, de
entrañas, de emotividad tiene el riesgo de entregarnos a lo acostumbrado y a la indiferencia. Como ha escrito la historiadora
india Parita Mukta, se asiste a un "consumirse de las
memorias vividas": nos encontramos ante "un exceso de testimonios sobre la violencia que impregna cada aspecto de la
vida de nuestro tiempo" que va acompañado sin embargo "de un defecto de conocimiento del verdadero
sufrimiento" (
Il logoramento della memoria: etica, moralità e futuro, "Quaderni Storici",
2005).
Así pues, si en cada una de nosotras se encierra una historia sobre la que es oportuno trabajar, desatando nudos y obstáculos, no es igual de deseable que esto se convierta en narración pública. No todo, por lo demas, ha de codificarse en géneros de
escritura mientras permanece en el ámbito de los intercambios entre personas, en los relatos de los que se nutren las relaciones, los sentimientos, la
intimidad.
En el caso, encima, de nuestras amigas, lo que a mí me crea problema es que no se trata de usar la
fuente memorialística ajena, sino la propia. Hay en esto un exceso, un desbordar: ser sujeto y al mismo tiempo
fuente, testimonio y documento crea un cortocircuito, un relato todo interno, se arriesga la implosión. En la práctica de la
historia viviente la
medida es ofrecida por la
relación con otras, pero esto pone sobre la mesa una
medida bastante relativa y escasamente eficaz, porque toda ella circunscrita al interior del mismo paradigma, enfoque y método.
En los artículos del tomo he notado una percepción que considero morbosa de la
disciplina histórica, una acusación y prejuicios que no toman en consideración ni siquiera la gran tradición consolidada de historia hecha por las mujeres, incluida yo misma. Querría asegurar, por tanto, que no hay una historia con mayúscula, fría, construida solo con hechos, neutra y despersonalizadora que se opone a la
historia viviente. El laboratorio historiográfico es riquísimo, está atravesado por aproximaciones bastante diversificadas y por reflexiones que ramifican e interrogan la
disciplina. El campo de la historia está en perenne transformación, como escribió
Marc Bloch en los años treinta del siglo pasado: "La historia es la ciencia del cambio" (
Apologia della storia o mestiere di storico, Turín, Einaudi, 1969).
En los últimos años me he dedicado a la historia de los sentimientos con el
deseo de afirmar también a nivel teórico e historiográfico lo que siempre he
sentido dentro de mí: la relevancia de las emociones en los procesos cognitivos y sociales, la influencia del
cuerpo y su íntima conexión con la
mente contra la presunta superioridad o
separación de la parte racional (pensemos, en el campo filosófico, en
Martha Nussbaum,
L'intelligenza delle emozioni, o en
Roberta de Monticelli,
L'ordine del cuore,
Milán, Garzanti, 2008): a esto está dedicado mi último libro
Un secolo di sentimenti. Amori e conflitti generazionali nella Venezia del Settecento, (Istituto Veneto di Scienze Lettere ed Arti, 2012). Este
deseo mío no es, sin embargo, un
cuerpo extraño en el ámbito de la
disciplina sino que está plenamente integrado en las rutas de renovación de la historiografía (hay cuatro centros internacionales de
History of Emotions), donde tienen amplio espacio cuestiones de
género, de subjetividad y temáticas propiamente feministas. No es historia de las
entrañas sino una historia que intenta afrontar, con criterios, metodologías y aproximaciones interdisciplinares, la
riqueza de la experiencia humana.
He leído con mucho interés estos textos sobre la práctica de la
historia viviente: son
memorias reelaboradas con un uso bastante preciso y refinado de la
autoconciencia, cribada con el filtro del pensamiento de la diferencia. Son escrituras "militantes" que dan muchas ocasiones a la historia, en ese
continuum que podríamos entrever entre los dos polos de
memoria e historia, pero que se quedan por lo general en la vertiente de la
memoria o, más
bien, a través de una
escritura vigilada, pueden renovar un
género literario concreto: la
autobiografía política. Y un modelo de referencia solo puede ser la
escritura de
Carla Lonzi. Y por otra parte, hacen notar la urgencia de un relanzamiento de la práctica de la
autoconciencia, refundada con los instrumentos que tenemos hoy, con las necesidades de hogaño.
Si el horizonte en el que se proponen estos escritos afecta a una esfera de circulación pública, entonces se abre otra cuestión crucial: ¿por qué pensamos que es la historia la que debe transportar algunas narraciones que están fatigosamente en su álveo? ¿Por qué no podemos cambiar de registro, si queremos contar esta adherencia de vivencia,
entrañas, recorrido intelectual y político?
Las páginas de
Marirì tienen para mí el sabor de una
escritura literaria con una gran
potencia. Y no por casualidad
Luciana Tavernini concluye su artículo con una poesía, porque es eso lo que mejor representa sus palabras reencontradas.
Más que en el vínculo entre
memoria e historia la tensión que se puede crear –siempre que se quiera permanecer en una esfera de circulación pública de los textos– es la que hay entre
memoria y literatura. He escrito recientemente una
novela,
Un posto dove stare (Venecia, Toletta Edizioni, 2014) precisamente porque he comprendido que, aun partiendo de una historia de lo real, no habría podido restituir plenamente la puesta en juego, lo simbólico y la metáfora que estaban ocultos en el presente, cosas que la
imaginación y la creación de personajes de ficción me permitían en cambio expresar.
Concluiría por tanto con una invitación a nuestras amigas a ser en su radicalidad todavía más radicales, aferrando la
libertad de estar más allá de la historia.
Debate
Laura Minguzzi
Partiendo de la reflexión de
Tiziana Plebani, a la que sigo desde hace años, en concreto cuando escribe de
Venecia preocupándose por el
destino de esta ciudad, a la que también yo estoy muy vinculada por haber estudiado en la Università di Ca' Foscari, querría analizar las cuestiones de la objetividad / subjetividad de la
verdad histórica, diciendo las ganancias de nuestro
trabajo.
La historia "objetiva" que nos ha sido transmitida y enseñada no es verdadera sino verosímil, porque calla la experiencia femenina. Buscar y
amar la
verdad histórica significa
desear un contacto auténtico con los diversos contextos y las figuras del pasado: es
amor a la realidad. Como dice
Simone Weil en
La prima radice en
1943 (
Milán, SE, 1990), el logos no es solo
palabra, es también
relación, vínculo. Por eso es importante una
Comunidad que ofrezca interdependencia de miradas y de palabras, de retornos entre una y otra, entre el presente y el pasado; entre las historias mismas que narramos de nosotras, que representan las decisiones, los nudos-enredos que han condicionado pesadamente nuestras vidas y que hemos decidido revelar y hacer públicos. Éramos una
comunidad de cuatro; recientemente el grupo se ha ampliado a ocho; por eso estamos afrontando las contradicciones y las dificultades de nacer otra vez como
comunidad ampliada. Hace poco, dos del grupo se distanciaron y, después de dos años de
trabajo juntas, han seguido otro
camino.
Nuestra práctica es todavía un fruto de la
autoconciencia del primer feminismo. Hace falta
sentir desde dentro el impulso de afrontar con las otras, en
relación de confianza, un determinado nudo, y quererlo desenredar. Un impulso
imprescindible, que se transforma en
deseo profundo de abrirse a la
palabra pública, de plantearse preguntas y
desear encontrar respuestas nuevas, porque las que están disponibles no satisfacen. Luego viene el movimiento de la
escritura, que es importante porque la
escritura purifica, sirve para enfocar y finalmente depositar un simbólico femenino. En mi texto "La historia rechazada, historia como
vida significante", publicado en
DUODA y en
DWF excavando en la tragedia de mi
madre, he conseguido ver una conexión con la historia italiana de los años sesenta: fue ese un período de violenta transformación de
Italia de
país campesino en país industrializado. La política de desarraigo de
Italia de sus raíces campesinas provocó mucho
sufrimiento y empobrecimiento del
alma. Ahí ocurrió el
suicidio de mi
madre, que se negó a abandonar esos campos porque para ella eran su
vida misma. Hoy, después de un largo período de conflicto interior debido a la dificultad de aceptar esa trágica
muerte, a través de la práctica de la
historia viviente veo en el gesto extremo de mi
madre un acto de
revuelta y de
libertad femenina, no de resignación o desesperación. A pesar de carecer ella totalmente de
instrucción, había sostenido incondicionalmente mi
deseo de proseguir mis estudios y de vivir en la ciudad. Nuestros deseos eran ambos fuertes e irrenunciables: el mío, que nacía del
amor al estudio y la cultura, el suyo de seguir criando animales, ordeñar las vacas, hacer queso, cultivar el huerto, vender achicoria en el
mercado y cultivar los campos. Pero las decisiones económicas de ese período histórico –la industrialización de los años sesenta, el afincamiento urbano con la destrucción de la agricultura– no permitieron mantener ambos, y la obligación a la renuncia, a la disyuntiva, condujo a la tragedia. Así, con solo veinte años, perdí a mi
madre. El movimiento feminista de los años sesenta y setenta, nacido de nuestro
deseo de
libertad, trajo al mundo la figura de la "
madre simbólica", desvelando que éramos todas "huérfanas" de
madre. Hoy, sin embargo, cuando estamos escribiendo nuestra historia, no nos podemos ya llamar así.
Para mí, el
camino trazado por
Marirì Martinengo con La voz del
silencio.
Maria Massone,
mujer "sustraída", ha sido determinante. Me fie, seguí el pasadizo abierto por ella en el muro de los
afectos familiares y seguí andando. Me dije: se hace
camino al andar. Mediante el filtro de la
práctica de la relación que vuelve fiable mi relato, los años sesenta pueden ser ahora leídos de otra manera. No se trata de historia personal, porque afecta a hechos, personas y procesos en un contexto concreto. Como ha escrito
María-Milagros Rivera, historiadora española con la que estamos en
relación estrecha y a la que reconocemos
autoridad, los años sesenta en
Italia, después de mi relato, tienen una nueva clave interpretativa. Recuerdo que durante un debate público de
2006 en la Librería de mujeres de
Milán sobre el libro de
Marirì, una lectora dijo que la historia de su
abuela contada por ella era importante porque ofrecía un cuadro emblemático de una clase social, la clase
burguesa, y no era solo una historia personal porque desvelaba una realidad de mentiras, de encubrimientos y de compromisos típica de un momento histórico preciso, a la cual la
autora, a través de su subjetividad, restituía las características de una época.
Entre las ganancias simbólicas de la práctica de la
historia viviente, quiero enumerar, aparte de la de haber recibido voz y
palabra sobre mi experiencia, el haber obtenido justicia,
necesidad universal que ha encontrado una salida positiva a través de un recorrido político de crecimiento en
relación, y no reivindicando ni abriendo
conflictos destructivos. En el
sentido de que, si hubiera sostenido con mi hermano o mi padre una
relación conflictiva, culpándoles de la
muerte de mi
madre, habría perdido tiempo y energías. Desplazando, en cambio, el discurso a mi
madre y a mí, pude reanudar los hilos rotos e hice de ambas sujetos de la búsqueda de
verdad histórica. El
reconocimiento de
autoridad a
Marirì Martinengo me soltó la lengua y el nudo de
dolor que bloqueaba mi
palabra pública. Un agujero en el estómago que me quitaba
fuerza y confianza en mí y en las otras. La práctica de la narración en la
Comunidad de historia viviente se convirtió así en un tomar yo misma la responsabilidad del presente y del pasado, un rescate: dejé de hacer sitio a la
complicidad de la victimización o al
sentimiento de culpabilidad que paralizan la
mente y no liberan el pensamiento. Ha sido y es una práctica vivificante de la historia, campo de batalla por la narración de la realidad. Como ha reconocido
María-Milagros Rivera, a través de mi relato se puede sacar a la
luz una articulación crucial, un paso de la historia de
Italia que hizo época, y resignificarlo. Hoy es particularmente urgente repensar ese período, considerando el
estado actual de la economía y de la crisis de la idea de desarrollo y de modernización.
La
lectura del pasado cambia y se transforma si, al mismo tiempo, nosotras nos transformamos, si trabajamos para inscribir la
libertad femenina en la historia, para constituir una nueva civilización en la que los deseos femeninos sean decibles y realizables. Pero si no tenemos una
relación viva con la realidad y con la historia, la
historia viviente no se traduce en una transformación general.
Luciana Tavernini
Titularé mi intervención
El espesor invisible de los hechos. Cuando en
2005 salió el libro de
Marirì Martinengo,
La voce del silenzio. Memoria e storia di Maria Massone, donna "sottratta", yo lo consideré una historia personal que sacaba a la
luz de modo subjetivo las vicisitudes históricas de una
mujer de
vida "infinitamente oscura". Me parecía interesante el método de proceder mediante indicios y a través de la voz de testimonios, me parecía una denuncia de la sociedad patriarcal, veía hasta qué punto la cancelación de la
abuela había sido dañina también para la
nieta, que no la había siquiera conocido. Entendí solo más tarde que en ese libro estaba in nuce la propuesta de un nuevo inicio para la historia; fue cuando
María-Milagros Rivera Garretas, primero en el
Circolo della rosa de
Milán en junio de
2006 y después en
septiembre en
Roma en el XII Simposio de la Asociación Internacional de Filósofas (IAPh)
26 nos mostró que "Sacar a la
luz la historia que anida en cada una / cada uno de nosotros y sacarla con un método capaz de combinar la erudición crítica con el pensamiento que sabe descifrar lo que se siente (
Zambrano), puede –pienso– ser un momento de simbólico que no perpetúe el
odio y la venganza"
27.
Pensando en ella,
María-Milagros Rivera Garretas había devuelto a la
luz su experiencia de cómo la
guerra civil truncó los proyectos de
vida de su
madre y su padre, a pesar de que estuvieran del lado de los vencedores. Había así entendido que las explicaciones de la
Guerra civil española, basadas en el esquema vencedores / vencidos, eran inadecuadas y constituían una interpretación mecánicamente repetida. Había descubierto que en ella anida "la
necesidad de traer al mundo una
paz que no tenga como referente ni la
guerra ni la ausencia de
guerra". Su irrenunciable "no es el 'No a la guerra' sino cómo hacer para que la guerra se vuelva impensable"
28.
Milagros se dio cuenta de que era incapaz de aprender y de explicar la guerras y de que sentía
angustia y frustración al hablar del Holocausto porque, aunque suscitaba gran interés y participación en las clases, sentía que en el fondo "quedaba siempre, entre bastidores, el
odio al pueblo alemán por el delito cometido"
29. En realidad, si el
odio prevalece la historia se puede repetir, pero en las clases no conseguía ofrecer una interpretación de la historia que dejara pasar el
amor, poniendo en juego precisamente la experiencia personal que tenía al alcance de la mano y que, expresada, puede ir "más allá –no en contra– del esquema víctimas / verdugos",
guerra justa /
guerra injusta, superando el pensamiento dominante, "cuyo horizonte es la guerra o su ausencia"
30. La modificación interior de la historiadora sirve para hacer pensable un mundo sin guerras y permite encontrar mediaciones para decirlo.
La postura de
Milagros me llevó a entender que la investigación en la que la historiadora sondea nudos no resueltos no es un autoanálisis ni un análisis de grupo, sino que tiene la capacidad de sacar a la
luz elementos de simbólico que nos ayudan a leer el período en el que los nudos se han creado, porque los liberan de interpretaciones "apócrifas", por usar términos de
Zambrano, que esconden la "historia verdadera", y se consigue así modificar el presente.
Esta apuesta ha sido lo que me llevó a participar en el cambio de rumbo de
2006 en la práctica de investigación de nuestra
comunidad, donde reconozco a
Marirì Martinengo la
autoridad de quien emprendió la primera el
camino y tiene el
deseo fuerte de seguir descubriéndolo con nosotras.
Para este tipo de investigación, como dice
Annarosa Buttarelli en
Sovrane. L'autorità femminile al governo, "más que los hechos transmitidos –a los que en cualquier caso se hace siempre la referencia debida– cuenta lo que de ellos queda, lo que han producido en la
vida de quien los ha vivido, lo que han transformado o no podido transformar, las relaciones que los generaron, recorriendo todo el terreno que constituye el espesor invisible de los hechos. Se trata de una escucha de los hechos en posición de pasividad, de acogida de su querer decir (no limitarse a su análisis) para recibir la 'revelación' de su
sentido histórico y/o extrahistórico"
31.
Ha hecho falta tiempo, escucha mía y de las otras de la
Comunidad, para que yo pudiera dilucidar algunos de los nudos de los que he escrito en el artículo de
DUODA y de
DWF, no por casualidad titulado "Los grumos oscuros del
desorden simbólico".
Aquí hablaré solo de los que me impedían tomar públicamente la
palabra, fiándome de lo que sentía.
Sobre la importancia del
sentir como signo de veracidad, cito palabras de
Zambrano que pueden ayudar a comprender su
sentido:
"Todo, todo aquello que puede ser objeto del conocimiento, lo que puede ser pensado o sometido a experiencia, todo lo que puede ser querido, o calculado, es
sentido previamente
sentido de alguna manera; [...]. El
sentir, pues, nos constituye más que ninguna otra de las funciones psíquicas, diríase que las demás las tenemos, mientras que el
sentir lo somos. Y así, el signo supremo de veracidad, de
verdad viva ha sido siempre el
sentir; la
fuente última de legitimidad de cuanto el hombre dice, hace o piensa"
32.
Yo no tenía mayores dificultades de hablar en público, porque me servía de varias estrategias, de las que me di cuenta con la práctica de la
historia viviente y que reconocí en otras que cito en mi artículo.
Una estrategia es el uso de la
ironía sobre sí en todas las narraciones, también públicas: relatos cautivadores, fabuladores, divertidos, sobre todo miméticos.
Otra es probablemente el hacer, pero un hacer vinculado con el agradar: una dificultad, por tanto, de decir no, de rechazar las peticiones, también de hablar en público. Te dejas exprimir. También la decisión de decir que no cuando es de
verdad indispensable, está guiada por la
jerarquía de los
afectos más que por el propio
deseo.
Y para tomar la
palabra en público sobre temas que te importan, se
habla con las palabras de otra o de otro, casi una máscara que cela y, sin embargo, revela. Y explicando puntualmente los pensamientos y peripecias ajenas,
gracias a la porosidad que el lenguaje puede consentir, se deja filtrar algo de sí.
Una historia basada en los hechos podía solo decir que era una
mujer que hablaba en público, pero yo sabía que mi
palabra no tenía la
fuerza que viene del partir de sí, del fiarse de lo que se siente.
Intenté entender qué era lo que había minado esta
fuerza que con frecuencia reconozco en las niñas pequeñas y hoy en algunas jóvenes. Identifiqué primero un nexo entre
palabra pública femenina auténticamente ligada con el propio
sentir y el cambio ocurrido desde mediados de los años cincuenta y luego en los setenta en lo relativo a la sexualidad.
A partir de los años cincuenta empieza un desvelar los progenitores los misterios del nacimiento y la
concepción, pero a menudo se hace torpemente, generando un
sentimiento de
vergüenza de los orígenes y una devaluación de la capacidad del lenguaje de decir la
verdad, reduciéndolo a un mero instrumento de comunicación de la cotidianeidad, contacto afectivo, sonido agradable. No solo en mi experiencia sino también en la de otras amigas está el recuerdo de la quiebra de la confianza en que la
palabra de la
madre fuera
guía para el descubrimiento de la
verdad, determinada por el
sentimiento de haber sido engañadas y, luego, por el de miseria sobre el
origen.
Solo en los años setenta, con el feminismo, empieza a ser decible el nacimiento con narrativas que no disminuían el acontecimiento y a la vez no lo volvían prosaico, con invenciones vinculadas con la
relación, con el aquí y ahora.
Esto proporcionó a nuestras hijas una lengua capaz de decir lo que somos y hacemos y a no tener
miedo de hacerlo públicamente. Hay pues en este acontecimiento privado una fuerte cualidad pública.
Identifiqué después otra situación que dificulta el entender y fiarse de lo que se siente y, por tanto, el ser capaz de juzgar y de hablar en público.
Es la que tiene que ver con los
abusos sexuales, sobre todo si proceden de personas que la
madre valora. Son episodios muy difundidos y extremamente ambiguos. Aunque la joven encuentre el modo de evitar que la experiencia se repita, aun así queda dentro de ella la
duda sobre el comportamiento del hombre. ¿Quería hacerme
bien o hacerme daño? ¿Los gestos, son los del afecto? ¿Era yo importante para él o era sustituible? ¿Qué tenía de bueno, si mi
madre lo estimaba? Si mi
madre se equivocaba ¿cómo puedo fiarme de su
juicio? ¿Cómo hacer para hablar con ella, si lo que ha ocurrido es tan ambiguo? La
duda es también un modo de sustraerse a la reificación que la violencia de un
ser humano causa siempre en quien la padece. Además, en comparación con las trágicas narraciones de violencia contra las mujeres, lo que ha sucedido resulta insignificante y, sin embargo, sabemos cuánto nos ha marcado.
Ocurre que solo después de la
muerte de la
madre se consiga reconocer y juzgar lo ocurrido o, como le pasó a
Ornela Vorspi,
escritora albanesa que escribe en italiano y fue por ella narrado en el relato
Corona de Cristo (
El país donde nadie muere, Barcelona, Lumen,
2006) se puede hablar de ello en una lengua que la
madre no puede leer.
Este tipo de acosos es prácticamente invisible e indecible: además de crear una sexualidad distorsionada porque vinculada con el
placer de él y no con un descubrimiento recíproco, crean desconfianza en el propio
sentir y nos obligan a activar las estrategias de las que hablaba antes. He encontrado una similitud importante entre mi
camino y el de
Azar Nafisi, tanto por lo que ha relatado en
Cosas que he callado (Barcelona, Duomo editorial, 2010) como en su
obra como
escritora.
Sé que he tocado algo verdadero porque se ha dado en mí un cambio visible. La práctica de la
historia viviente transforma. Consigo hablar partiendo de mí y las citas de otras y otros, que sigo usando, ya no son un escondite sino un diálogo en el que yo soy el sujeto que abre la interlocución.
Es una tensión por la
verdad lo que me
guía. La
verdad obtenida no es, por tanto, algo estático, una explicación única y definitiva. Es una propuesta de
comprensión que otras/os pueden compartir, sobre todo en un intercambio vivo "de dos en dos", como he aprendido en el feminismo.
Tampoco significa que aquel nudo no siga planteando preguntas.
He seguido preguntándome por qué aquel
médico, que ahora sé que abusó de mi ingenuidad y de la confianza de mi
madre, y me hizo daño, no mostraba signo alguno de culpabilidad.
Leyendo
Questa guerra è una guerra di religione de
Simone Weil, he encontrado una explicación, a la que puedo añadir un punto de vista mío. No os resumo el texto: merece ser leído íntegramente. Fue escrito entre finales de
1942 y la primera mitad de
1943.
Simone Weil se pregunta cómo afrontan los hombres el problema del
bien y del mal. Identifica tres modos. El segundo es el que iluminó mis interrogantes. El método para no
sentir el peso del problema moral, de la elección entre el
bien y el mal, es el de la
idolatría, que "consiste en delimitar un ámbito social en el que la pareja
bien y mal ya no tiene derecho de entrar. En la
medida en la que es partícipe de ese ámbito, el hombre deja de estar sometido a esta pareja.
El recurso a este método es frecuente. Un científico, un artista, en cuanto tales, creen con frecuencia que están desligados de toda obligación, desde el momento en el que han hecho de la ciencia o del arte un espacio precintado en el que la
virtud y el vicio no penetran. Lo mismo le pasa también a veces al soldado o al sacerdote: se explican así los saqueos de ciudades y la
Inquisición. En
sentido general, esta técnica de la compartimentación ha llevado a cometer, a lo largo de los siglos, muchas monstruosidades a hombres que no parecían en absoluto monstruos"
33.
Esta era la posición de aquel estimado y prestigioso profesional de la
salud. Yo puedo añadir que quien elimina para sí la diferencia entre vicio y
virtud, entre
bien y mal, infecta también la capacidad de distinguirlo en quien padece el mal. A mí, por ejemplo, me resultó posible considerar culpable a aquel hombre solo después del largo
camino del que os he hablado: aquella confusión me había embridado durante años.
Marina Santini
Son tantísimas las cosas que se han dicho que ahora a mí me gustaría escucharos a vosotras. Pruebo a puntualizar solo un par de cosas. Lo primero que quiero decir es esto: la práctica de la
historia viviente abre la posibilidad de releer de otro modo la historia desde el punto de vista femenino, indagando en los nudos personales que fatigosamente vamos reencontrando dentro de nosotras y les decimos a las otras las cuales, a su vez, nos devuelven, en un diálogo continuo, en una reactivación continua, nuestras palabras. Nos comprometemos a destilar un relato que valga también para otras y otros; por tanto, no es solo historia individual. Hemos descubierto una manera de leer la historia de las mujeres distinta con respecto a la construida sobre la contraposición entre vencedores y vencidos, citada antes por
Luciana Tavernini remitiéndose al texto de
María-Milagros Rivera. Aquí había un nudo evidente. Pienso en la
obra reciente de
Anna Bravo (
La conta dei salvati. Storie di sangue risparmiato: dalla Grande Guerra al Tibet, Bari, Laterza, 2013) que de la Resistencia italiana entre
1943 y
1945, fue a mirar no la más conocida lucha armada contra el nazifascismo sino la lucha más oculta, silenciosa y desarmada que se desarrolló por todas partes del Centro-Norte (cuarteles, escuelas, fábricas, campos, casas, conventos, calles, lugares de
trabajo y lugares de encarcelamiento) en los que fue posible decir no a la opresión y a la
vergüenza, salvar una
vida y salvar la propia
conciencia. Este es un ejemplo de lo que de distinto puede decir una
mujer sobre la
guerra.
Lo otro que quiero decir afecta al modo de leer, al
corte con el que se narra la historia. Ha sido citado mi texto en el que digo que uno de mis nudos, ciertamente no traumático como los de
Laura y de
Luciana, era la
relación entre la justicia, por una parte, y la
preferencia, por otra. He vivido siempre de modo muy conflictivo la
preferencia por mí o por otras, también cuando más tarde practiqué yo misma la
preferencia con mis alumnas, fiel a la práctica feminista por la cual el "preferir" a una
chica sobre un chico significaba también darle ese "más" que necesitaba para valorarse, medirla de un modo distinto que a otras y otros. Esto, que me creó problemas de
niña y durante mi
vida laboral, fue leído por las amigas de la
Comunidad de historia viviente en una clave completamente distinta. De modo que esa
preferencia, que yo consideraba discriminadora, de hecho no excluía sino que hacía crecer y, por tanto, aquello en lo que me convertí después se lo debo precisamente a esa
maestra por la que había sido preferida. Así me reconcilié con esa
maestra, a la que antes recordaba con fastidio y ahora, en cambio, reconozco como figura positiva en mi
camino a pesar de todos sus defectos: ella me hizo salir adelante. Esta modalidad subjetiva de interrogar la historia que hemos identificado, abre vías nuevas no solo a la investigación histórica sino también a la
escritura de la historia, por lo que aunque sea cierto que se trata de una
escritura que está entre la literatura y la historia, es una escritura que quizás nos acerque más a la historia. Esto quería precisar. Luego tal vez con vuestras preguntas volveré a intervenir.
Alessandra
El tema es difícil, muy interesante, para mí y algunas aquí presentes sin
duda apasionante. Nosotras hemos preparado preguntas, pero quizás sea mejor oír de vosotras que estáis aquí y habéis escuchado qué impresiones tenéis, qué observaciones, críticas o consideraciones deseáis plantear en este contexto.
Mariella
¿Cómo trabajáis en vuestra práctica, también con respecto a la
escritura?
Grazia Sterlocchi (asociación La settima stanza)
Os doy muchísimas
gracias a todas, porque cada una se ha revelado con una
plenitud que aprecio mucho con todas las diferencias de discurso. Yo quiero decir solo dos cosas. La primera es esta: a propósito de la intervención de
Luciana Tavernini, en la que he
sentido un transfondo importante del pensamiento de
Zambrano, esa condición de pasividad en la que ponerse, respecto a esta operación de grandísimo
misterio, como si se entrase en una zona misteriosa, quería añadir otra
palabra de
Zambrano que tiene que ver con las "
entrañas",
palabra clave de su pensamiento, esas
entrañas que encontramos como metáfora también en los
Claros del bosque (Barcelona, Seix Barral, 1977), porque los claros o las
entrañas son las zonas de máxima
verdad, abren a la cuestión de lo verdadero, de la gran historia que proponía
Tiziana. Está claro que yo, a través de una experiencia mía y una práctica de investigación de filosofía y de poesía, asumo como muy veraz esta propuesta y esta revelación de
Zambrano. Es una tarea muy comprometedora porque es necesario convivir con las
entrañas y las
entrañas se mueven con una lengua muy desarticulada y precisamente esta desarticulación es su encanto y su dificultad: componer los fragmentos de mensaje según van siendo adquiridos. Componerlos es un gran ejercicio que pertenece ya, creo, a cada una de nosotras y, en este caso concreto, a vosotras que os presentáis como historiadoras, como investigadoras que escuchan el plano profundo. De lo que he oído hasta ahora, dos cosas me han interesado muchísimo, más allá del cuestionamiento de
Tiziana. Una es cómo salvaguardar la
relación entre
madre e
hija. Salvaguardar la estima de la
madre cuando esta es puesta en discusión, es una cuestión importantísima que creo que forma parte de la historia de muchas de nosotras. En un determinado momento se ha dicho, pero no recuerdo por quién, que para responder a nuestra exigencia que no es solo de inmediatez sino de
verdad, una historiografía no puede ser tomada por verdadera si no tiene en cuenta y no deja pasar el
río del
amor.
Gracias a quien ha citado esto en contexto porque me parece una
verdad que abre, que recoge y sintentiza ante todo un problema y una tensión que hasta ahora no había oído decir con tanta
fuerza y simplicidad. Y esta es la cuestión que pienso que podría interesar a
Tiziana, respecto a las preguntas que al comienzo planteaba, cuando
Luciana decía que el
sentir no son solo las
entrañas, no son solo sentimientos, sino sede primera de veracidad, y no por casualidad
Zambrano pone el
sentir incluso en el inicio de la
relación vertical, de la trascendencia.
Chiara Puppini (asociación StoriAMestre)
Muy interesante lo que habéis dicho, pero yo tengo dudas que quiero presentar aquí en contexto. Hablo como profesora de Historia. Mi problema era para qué sirve esta materia. Me lo planteaba todos los días ante mis estudiantes. Las profesoras que están aquí me entienden. La Historia, es cierto, sirve para comprender el presente. Miro al pasado, no para hacer un ejercicio puramente erudito intelectual, sino para entender el presente. Lo miro con los ojos del presente. Vosotras estáis haciendo un
trabajo muy de excavación personal, intentáis saber cómo se desanuda la historia de las mujeres, habláis de las abuelas, de las madres que afrontaron el paso dramático de la agricultura a la industralización, pero yo hoy querría entender por qué las mujeres de Arabia Saudita están en esa condición, por qué tanta violencia contra las mujeres en el mundo, querría tener instrumentos mucho más articulados sobre la
autoexploración. Quiero entender los orígenes de tanta violencia y esto me lo dice solo el historiador de
profesión, el historiador que sabe usar las fuentes, que sabe mirar los hechos y distinguirlos de las interpretaciones. Los hechos me cuentan las transformaciones económicas industriales. Finalmente los historiadores han aprendido que la historia es de los hombres y de las mujeres. Las historia es en todo caso y siempre de hombres y de mujeres, no
habla de estructuras. Esta es la historia: hombres y mujeres que actúan en el tiempo. Para entender el
sentido de las vicisitudes históricas necesito nuevos instrumentos, no me basta, aunque sea muy útil, la excavación interior que quizás se acerque más a la
memoria. A mis alumnos les decía que contaran su historias. Porque en la historia que uno se cuenta están presentes las categorías del historiador: hay cambios, períodos, hechos clamorosos y hechos menos clamorosos. Estoy convencida de que las categorías que usamos para contar nuestra historia personal son, de hecho, las mismas que las de los historiadores. Pero hay que dejar claro que mi historia es mi historia; la historia de los hombres y de las mujeres, en cambio, debe explicar por qué los hombres, ante un radical cambio femenino ¡no están cambiando! Entonces digo que la historia tiene que convertirse en compromiso político en
sentido alto y generoso, dar a entender lo que sucede verdaderamente y ser instrumento para cambiar el mundo, hacer la propia contribución de conocimiento. Pienso en el uso distorsionado e ignorante que se está haciendo de la "historia local". Creo que los profesores pueden dar a las generaciones jóvenes los instrumentos fundamentales que después les servirán durante toda la
vida para entender la realidad. Esto es la historia, su propósito: entender la realidad, el presente, y no mirar hacia otro lado.
Marina Santini
Querría contestar a la pregunta de Mariella sobre la
escritura. Nuestra práctica es esta: nos reunimos una vez al mes; no somos solo nosotras cuatro; últimamente se han incorporado otras, luego alguna lo ha dejado porque el
camino no es fácil y es a veces doloroso. Cada una de nosotras intenta sacar el nudo que tiene dentro en un relato, que es acogido y analizado por las otras. Quien siente resonar dentro de sí o por analogía o por contraste algo de ese relato, lo relanza a quien ha hecho el relato, y en un encuentro tras otro se vuelve sobre ello, destilándolo cada vez más, hasta quitar las partes no significativas o que crean confusión y llegar así a un relato que tenga una densidad mayor. Luego, un tiempo después, se llega a la
escritura. El paso a la
escritura es individual, pero el texto escrito es leído continuadamente por las otras, que aportan críticas y sugerencias; es, pues, fruto de un
trabajo en
relación.
Marirì Martinengo nos dice una y otra vez: "Sobre todo, atención al contexto, a la historia: esto no es
autoconciencia". En el fondo está la
autoconciencia, el
deseo de decir, pero este decir tiene que estar en contexto. Solo entonces, en realidad, se llega a la
escritura femenina de la historia que tiene en cuenta el relato individual, el pensamiento de las otras y la elaboración que hace cada una autónomamente. Por eso la nuestra es una
escritura femenina relacional. Ninguna de nosotras escribe encerrada en su cuarto. La dificultad está, precisamente, en mantener unidos estos varios niveles.
Luciana Tavernini
Respondo a
Chiara Puppini, teniendo presente lo que ha dicho
Grazia Sterlocchi. La historia que nos han transmitido los historiadores es, con frecuencia, una historia del
poder o de la opresión del poder, y es una historia que nos induce sobre todo a admirar lo que es resultado de la
fuerza y nos lleva a pensar que la
fuerza es ineludible. No nos da, por tanto, los instrumentos políticos para cambiar la realidad. En este momento volvemos a estar ante la disyuntiva de luchar contra el enemigo con la
guerra. Salió mal hace diez años, cincuenta años, cien años, pero la propuesta es siempre la misma: yo soy más fuerte que tú y antes o después te venceré. Nosotras pensamos que en la realidad, en nuestra experiencia, hay mucho que no es tenido en consideración: la práctica de las relaciones, el
amor que circula entre las relaciones, los modos, que son históricos, de hacer que circule este
amor y de vivificar las relaciones en épocas distintas. En mi artículo describo modos de construir la
vida que antes no veía. Más
bien me avergonzaba, por ejemplo, de cómo mi
madre creaba y recreaba las relaciones. Leía estas maneras suyas como típicas de las mujeres pobres y las rechazaba; después conseguí reconocer la categoría "munificencia", que es muy distinta de la
riqueza. Y consigue que también en una situación de tantos prófugos se logre vivir con dignidad, sin masacrarse. Estas categorías que modifican una interpretación falsa logramos sacarlas a la
luz –y aquí me refiero a la intervención de Grazia– buscando dónde están sus
entrañas, los "claros del bosque" de
Zambrano: ahí descubrimos que hay
verdad. Pienso en la
vergüenza que me hacía pasar mi
madre, que me parecía una metomentodo porque llevaba la sopa a la
viuda del último piso. Ahora he entendido que de aquel modo ella hizo que una situación dramática no acabara en tragedia. Está en la historia la posibilidad de detenerse antes: antes de la desesperación, de la violencia, antes del conflicto
cuerpo a
cuerpo, como decía
Anna Bravo en su libro sobre la
sangre salvada.
Tiziana Plebani
La historia ya no se ocupa solo de los hechos. ¡Intentemos no minusvalorar el
trabajo de las historiadoras que desde hace ya tantísimo tiempo no transmiten historias de
poder! Yo formo parte de la
Società delle Storiche y desde hace treinta o cuarenta años estamos subvertiendo la historia oficial, hemos hecho salir los contextos, las prácticas de
relación. Os lo ruego ¡no anuléis el
trabajo honesto y riguroso de tantas estudiosas e investigadoras! Ya no es así la historia, ni la de las mujeres ni la de los hombres. La historia ha sido cambiada y seguimos cambiándola. ¡No suscitemos fantasmas sobre la historia! Ahora tenemos una
riqueza. Yo respeto vuestra posición pero, vosotras, respetad el
trabajo enorme que ha sido hecho por tantas mujeres y también por algunos hombres.
Désirée Urizio (empleada del Ayuntamiento de
Venecia, asociación
Le Vicine di casa)
Mi itinerario de estudio está íntimamente ligado con el interés por la historia. Al acabar la licenciatura me especialicé primero en Historia del Arte y luego en Archivística. Me gusta mucho la investigación histórica. Las horas pasadas en las bibliotecas, en los archivos y en los centros de documentación me han fascinado siempre y el abrir una carpeta de archivo toma para mí el aspecto de un momento mágico: como un juego comprometido y misterioso, los viejos papeles están ahí, a la espera de ser leídos y de transmitirme saberes y emociones. Ahora, con internet, la investigación parece más fácil, en el
sentido de que tecleando la
palabra justa se obtienen inmediatamente innumerables informaciones e imágenes, pero, en realidad, hay que saber después discernir entre las muchas noticias y tener la
paciencia y el
cuidado de controlar su fiabilidad: un juego que me fascina y que me lleva de una información a otra hasta descubrir hechos, figuras y documentos inimaginables. Pienso, sin embargo, que el haber aprendido a investigar mediante fichas de papel, yendo en persona a los lugares que las custodiaban, ha sido una experiencia impagable y una base metodológica óptima que me sirve todavía hoy. En lo relativo al estudio de los documentos, hay diversos obstáculos, principalmente dos: el primero viene de la pretensión de objetividad de quien investiga la historia con documentos, porque sabemos perfectamente que, según las varias ideologías o los presupuestos teóricos asumidos como datos indiscutibles, la historia puede ser escrita de un modo o de otro. Durante años hemos tenido ejemplos de historia "oficial" que no decía del todo lo verdadero, sino lo verosímil. El segundo
obstáculo tiene que ver con la ley que permite la publicación de los documentos de archivos privados solo pasados cincuenta años de la
muerte de quien los poseyera. También los archivos de los ministerios están sometidos a la obligación del
secreto. Por ejemplo, si quisiera estudiar el caso
Aldo Moro, sabría ya desde ahora que el archivo privado de Andreotti, muerto hace poco, o de otros personajes significativos vinculados al caso
Moro, están bajo
secreto. Que la posibilidad de consultar los documentos esté sometida a vínculos legales, es un
obstáculo notable. Ahora, por ejemplo, se sabe mucho más de los hechos acaecidos en
Istria en la segunda postguerra y se alcanza a saber lo que verdaderamente escribieron sobre ello personajes políticos como
De Gasperi,
Togliatti o
Churchill. Lástima que siga habiendo leyes que restringen la posibilidad de consultar algunos documentos y que, por tanto, no se pueda clarificar como se querría hasta muchos años después del acontecimiento estudiado: esta es una condición a tener presente en el campo de la investigación. Por eso no estoy de acuerdo con quien
habla de investigaciones históricas "científicas". Porque en el ámbito de la investigación histórica de cualquier período la escena está en continuo movimiento con hallazgos de documentos que se daban por perdidos o incluso cuya existencia se desconocía, y que descabalan los conocimientos y las conjeturas hechas hasta ese momento.
Releyendo el libro de
Marirì sobre su
abuela literalmente "desaparecida", de la que no hablaba nadie de la
familia, suscitando su
curiosidad de
niña, he podido darme cuenta de que, para relatar este suceso dramático,
Marirì Martinengo ha contrastado documentos, ha buscado fotografías, ha encontrado cartas que su
prima había conservado, ha hecho, resumiendo, una investigación documental. Por eso veo la
historia viviente como una verificación de la historia oficial, una modalidad de la narración histórica que hace de equilibrio entre la historia a la que estamos habituadas y la que surge de nuestra subjetividad. Y es muy cierto lo que decía
Chiara Puppini sobre la importancia de las fuentes. Con un estudio riguroso de las fuentes ha sido efectivamente restituida visibilidad a figuras de mujeres que han dejado un signo en la historia, contribuyendo con
inteligencia, compromiso, y pagando también precios muy altos, a la construcción de la sociedad en la que vivimos. A propósito de esto me viene a la cabeza la presentación pública de la figura de
Ida D'Este, una
mujer extraordinaria de
Mestre, partisana y política de la que hasta hace pocos años no hablaba ya nadie y que ahora está en la
memoria colectiva de nuestra ciudad. Se puede seguir investigado "sobre" las mujeres pero hoy, con la
historia viviente, si lo deseamos, podemos ir más allá y situarnos en un plano más alto, el de las mujeres que hacen investigación histórica a partir de sí, indagando en los nudos y los pasadizos de su propia historia. Del mismo modo que la archivera cuando abre las carpetas de un archivo y empieza a leer los documentos, tiene la posibilidad de ir más allá, de ver más, si tiene
paciencia,
curiosidad e
intuición, así quien investiga en la historia tiene en cualquier caso que ir más allá de las narraciones oficiales y, después de haber hallado noticias, documentos y testimonios, saber contrastarlas, encontrar relaciones nuevas entre hechos y acontecimientos, y saber relacionar los acontecimientos entre sí.
Adriana Sbrogiò (asociación Identità e Differenza de
Spinea)
Os doy las
gracias porque he recibido muchos estímulos. Quiero hacer una pregunta relacionada con el "tomar la
palabra, fiándose de lo que se siente". Yo siempre me he fiado de lo que siento, pero no siempre consigo hablar, aunque sienta que lo que experimento es
verdad. Luego me impresiona
Tiziana, cuando ha dicho que el
amor no está en la historia. Yo soy
vieja y en mis tiempos la historia era la historia de las guerras, no había historia de los hombres y de las mujeres, pero me pregunto si este modo de contar la historia, de investigar, del que hablan las mujeres de la
Comunidad de historia viviente, no será tal vez un
modo de amor a las mujeres y a los hombres. Yo pienso que hacer historia de este modo, en el que no sirve una
guerra para contar lo que sucedió o está sucediendo en el presente, como en cambio sí sirve para la
vieja historia que hemos conocido, es un
modo de amor a los seres humanos, mujeres y hombres, de la misma forma que veo un
modo de amor en el ayudar a las mujeres, y también a los hombres, a hacer
historia viviente. Si los hombres consiguieran ver su propia
historia viviente, tal vez harían menos guerras. Y otra cosa que me ha llamado la atención y me ha gustado es el uso de la
ironía del que hablaba
Luciana para contar la propia historia. Este modo de decirse irónicamente ayuda a superar la
timidez.
Luciana Tavernini
Querría decirle a
Tiziana que no estoy pensando en una contraposición entre historiadoras: yo contestaba a la intervención de
Chiara. Y he intentado mostrar lo que aporta la práctica de la
historia viviente. Cómo ha cambiado la capacidad de las historiadoras que ya no miran solo a la historia del
poder sino también a otras historias, otras categorías; nosotras ofrecemos, con este tipo de
trabajo, la posibilidad de identificar otras categorías históricas que pueden ayudar a leer de otro modo la historia del pasado y del presente. Por ejemplo, hay estudiosas y estudiosos que han visto que la práctica del
don cimenta la sociedad tal vez más que la práctica del
mercado, pero quiero entender si la munificencia es lo mismo que el
don o es otra cosa distinta, porque quiero permanecer, como
bien dice
Adriana, vinculada con lo que siento. Yo sé
bien qué siento, pero con frecuencia no me fío de lo que sé, porque a veces el saber nos ayuda a borrar. Nosotras hemos pasado por esta experiencia: estudiando en la universidad me encontré siendo una buena repetidora, no ponía nada mío, de modo que me iba muy
bien en la universidad, precisamente porque repetía. Faltaba, sin embargo, la aportación de algo nuevo. Pienso que la práctica de la
historia viviente puede servir también a la investigación de quien no se ve en grado de ponerse a hacer esta excavación interior (de las cuatro que se nos han acercado, dos se han retirado), porque ciertos nudos (una minusvalía, la violencia que se vuelca en
fragilidad, etc.) no los queremos mellar porque nos estructuran. Hace falta querer ser
libre para hacer esta práctica. Entonces se empiezan a delinear otros modos de leer la historia. No querría contraposición sino aportaciones por nuestra parte.
Laura Minguzzi
La
historia viviente es una práctica vivificadora de la historia.
Nadia Lucchesi (asociación
Le Vicine di casa)
He escuchado el debate con interés, he leído el libro y lo que más me interpela al terminar este encuentro es una
preocupación que he
sentido enseguida y que me parece que ha reaparecido aquí, sobre todo en las palabras de
Tiziana Plebani pero también en otras intervenciones: la posibilidad de transmitir esta práctica de la
historia viviente.
Tiziana decía que un exceso de
memoria cancela la historia, porque aburre, ahoga con el exceso de detalles, no lleva a una síntesis. Se trata de una
preocupación que ya viví como profesora. Durante treinta y cinco años di clase de historia, y también de filosofía, con
pasión y con el
deseo de introducir en la narrativa tradicional la nueva capacidad de las mujeres de indagar en los acontecimientos históricos partiendo de sí. Me sostuvo en este
deseo Alessandra De Perini, que me ayudó a encontrar el modo de realizarlo, de manera que en el instituto en el que di clase organizamos juntas por las tardes cursos de "historia de las mujeres", explicando al comienzo que la historia de la que íbamos a hablar era la historia de mujeres y hombres. No se trataba de integrar, de añadir "la parte", lo "específico" femenino al todo de la historia universal. Explicábamos que, sin
libertad femenina, no podía haber, de hecho, historia humana, sino solo un discurso parcial y arbitrario de
origen masculino que tenía la pretensión de proponerse como universal.
Con la aprobación del Colegio de profesores y del Claustro del instituto, que así reconocieron formalmente la
necesidad de corregir un defecto intrínseco del planteamiento de los programas docentes, afrontamos un nudo teórico que todavía hoy nos pide el compromiso de convertir a las mujeres en sujetos históricos, no figuras superfluas, meras comparsas de una narración que, sobre todo en los libros de texto, tiende a relegarlas en una especie de paréntesis, excluyéndolas de la historia o minimizando su
fuerza de acción y de cambio. Quisimos transmitir el
sentido de un "más" que ayudaría a las chicas y a los chicos a valorar el pasado y el presente de un modo radicalmente nuevo, no solo porque no aparecía en los libros de texto sino sobre todo porque mostraba la ventaja de practicar la diferencia como categoría histórica necesaria para la
comprensión de los hechos. Actuábamos precisamente para mostrar un paradigma, una manera de aproximarse y de leer los llamados "acontecimientos históricos": nuestra apuesta estaba centrada ahí, dejar un signo indeleble no tanto y no solo en los contenidos sino en la capacidad de transformar la mirada. Nuestro
trabajo fue premiado por la participación no solo de alumnas y alumnos de todos los cursos, que decidían libremente volver al colegio por la tarde, después de las clases, sin obtener ventajas académicas de ningún tipo (todavía no habían sido inventados los llamados "créditos"), sino también por el interés y la
presencia de algunas madres que acompañaban a sus hijas y muchas veces se quedaban a discutir con nosotras. Queríamos que el saber que habíamos obtenido no se perdiera: este es uno de los problemas fundamentales que debe plantearse quien se dispone a narrar e interpretar los acontecimientos de un modo nuevo. Por eso os pregunto ¿cómo habéis afrontado este problema?
Otra cuestión que me interesa afecta a vuestro modo de considerar la historia. Citáis con frecuencia en vuestros escritos a
Simone Weil, sobre todo por su convicción de que, activo en el tejido de los acontecimientos y de las acciones humanas, está el
amor, una
fuerza más grande que el
poder y que es necesario saber ver más allá de las presuntas relaciones de causa/efecto y de acción/reacción. Comparto plenamente este análisis, pero no
olvido que
Simone, coherente con su práctica de mantener las contradicciones sin resolver, enseñaba también a fijar la atención en las relaciones de
fuerza, a tenerlas en cuenta con extremo realismo, porque si no, no ayudamos a las generaciones jóvenes a entrar en contacto con la realidad, las llevamos hacia una dimensión de
imaginación, de fantasía, de
deseo que absuelve de la fatiga de estar a la
altura de las demandas del presente. Para mí, una de las funciones de la historia es precisamente la de enseñar a estar en contacto con la realidad, por dura, rugosa y difícil que sea. El
amor al mundo y a la historia que mujeres y hombres han construido tiene para mí este
sentido; si no, todo conocimiento se transmuta en erudición vacía o inútil colección de anécdotas, como ya
Nietzsche comprendió
bien.
Laura Minguzzi
El discurso de la práctica de la
historia viviente queda claro que es una apuesta política. Nosotras no somos historiadoras de
profesión pero desde hace años deseamos tener relaciones con historiadoras de
profesión; por eso hemos entablado
relación con María-Milagros Rivera, y también con
Tiziana Plebani hay una
relación, aunque discontinua; hemos presentado y discutido sus textos, recuerdo muy
bien, por ejemplo, Il "genere" dei libri, citado antes, o Storia di Venecia, città delle donne (Venecia, Marsilio 2008). Me ha impresionado que
Tiziana hablara de la
madre que no apoyó su
deseo de estudiar. Esto yo lo veo enseguida como un nudo. Su
escritura, el
amor que ella tiene por los libros, podrían estar vinculados precisamente con esto. Mi
madre, en cambio,
campesina casi analfabeta, deseaba intensamente que yo estudiara, y este fue un impulso fuerte que me sostuvo. El discurso de la
transmisión no lo he entendido nunca en
sentido tradicional, del tipo "pasar el testigo", porque
la transmisión está vinculada con la experiencia, se da si hay relación, por tanto, lo que dice del
amor también
Zambrano en
Claros del bosque (Barcelona, Seix Barral, 1977) nos permite restituir el
sentido de lo real que no es solo el que vemos sino más, un
sentido distinto de las cosas que pasa precisamente
gracias a la
relación, pasa por la
práctica de la relación. La apuesta política es, por tanto, intencionada: o tienes o no tienes el
deseo de querer
reescribir simbólicamente la historia. De ahí no te escapas, es un paso obligado. El
amor a la historia yo lo veo en
Tiziana, el impulso a restituir, rescatar la historia de quien no tiene
palabra, que no es automáticamente
amor a los hombres y las mujeres sino precisamente a la historia,
deseo de restituir justicia,
verdad y
palabra a una historia que no está escrita en ninguna parte. Como he hecho yo escribiendo la historia de mi
madre. Pero la
historia viviente no hay que confundirla con la historia familiar ni tampoco con la local. También desde la
relación con los lugares, con la ciudad, se puede ensanchar el contexto, se puede, por ejemplo, hacer que salga a la superficie, con la investigación de huellas y signos, la historia de los años treinta o de los años cuarenta, etc. Lo que buscamos es la
restitución de un
sentido vivo de lo real, no la reconstrucción objetiva del pasado.
Adriana Sbrogiò
¿Cómo puedes decir que la
historia viviente no es la historia personal? La
historia viviente es eso y también esto. ¿Cómo se puede decir que no es la historia de las mujeres y de los hombres?
Laura Minguzzi
Quería resaltar que la apuesta que hace es política y afecta a la
restitución de
sentido a lo real.
Alessandra De Perini
Precisamente ahora que el debate se calienta, tenemos, desafortunadamente, que terminar nuestro encuentro porque se ha acabado el tiempo a nuestra disposición. Falta la respuesta al tema de la enseñanza. Habrá un modo de reemprender la reflexión y, si hay interés por la
historia viviente, nosotras las
Vicine di casa nos proponemos como punto de referencia para organizar otros momentos de reflexión y debate.
Marirì Martinengo. Trenzados de historia y política
No pude participar en el encuentro del que dais cuenta en este libro, pero seguí su preparación y los momentos sucesivos con gran interés porque ha sido un modo de clarificar y profundizar en las peculiaridades y los logros de la
historia viviente.
Me alegra contribuir con un texto breve: mi
deseo más grande es que la práctica se difunda, y el encuentro con las amigas de
Mestre es sin
duda un modo, como también la publicación de las Actas y de otros escritos que testimonian lo que ha pasado después.
También a sugerencia de las amigas de la
Comunidad, recupero aquí con algún pequeño cambio un texto ya publicado en la página web de la
Librería de mujeres de Milán porque ahí encuentro la claridad y la
fuerza del momento naciente, cuando por primera vez se asoma a la
conciencia un saber nuevo del propio hacer, y
deseo compartir con vosotras esas reflexiones.
Me intereso por la historia, desde hace ya muchos años, a partir de mi
deseo. Provenía de la política, no formaba parte de la
academia y el ser considerada historiadora ha sido un logro lento, fatigoso y batallado, un resultado adquirido bastante recientemente.
En mi investigación no he abandonado nunca mis raíces políticas, que se enrollan y se desarrollan al compás de la
pasión por los personajes y las vicisitudes sobre todo del pasado.
Después del encuentro de
Paestum (
5-
5 ottobre 2012) tuve la confirmación de la validez de la práctica política que hacemos en la
Comunidad de
historia viviente.
Acogí con júbilo la meta de
Paestum, divisando ahí unas nupcias ideales, una
plenitud saciante. La decisión nuestra, de las feministas, de volver a encontrarnos en
Paestum es muy significativa: la polis, testimonio espléndido de una historia milenaria y antiguamente encrucijada de intercambios culturales y de actividades políticas entre ciudadanos de épocas distintas, renovó su
vocación desde que se convirtiera en
1976, el año de nuestro primer encuentro, en lugar evocador del entrelazarse de nuestra historia y nuestra política.
También la práctica de la
historia viviente es un trenzado inseparable entre historia y política, entre
historia viviente y política de las mujeres.
Me explico: nuestro propósito primero es el de alcanzar una
visión con su consiguiente y sucesiva transcripción femenina de una historia a partir de sí, de lo profundo de sí, pero al mismo tiempo practicamos la política de las mujeres.
La práctica de la historia viviente consiste en la excavación, en relación con otras, de los nudos no resueltos que están dentro de cada una y carecen de lectura y de interpretación. Durante los encuentros mensuales, cada una
habla de sí a las otras, trata un problema que le afecta en primera persona y que, por el mero hecho de brotar espontáneamente, es percibido como urgente. Cada una se expresa libremente sin
miedo de juicios, manifiesta pensamientos, experiencias emotivas, recuerdos con frecuencia nunca dichos, a veces desconocidos para la misma que los saca. Su esfuerzo y el de las otras que escuchan es el de contextualizar el relato y situarlo en el tiempo, historiarlo. Estoy convencida de que la investigación histórica llevada de este modo y con estos objetivos es ya política, pero se trata de una política mediada, no siempre practicable aquí y ahora: que hiciéramos política de las mujeres, antes de la confirmación de
Paestum me quedaba claro solo en parte. Más
bien mi tensión hacia la historia, hacia una
lectura y
escritura femeninas de la historia, me llevaba a poner en segundo plano, casi en la sombra, el procedimiento que se iba llevando a cabo dentro del grupo, o sea, la manifestación de la subjetividad de cada una en su singularidad inigualable. Mi participación en el encuentro de
Paestum disipó toda
duda: ahora estoy convencida de que la cualidad política de nuestra práctica es doble.
Paestum fue una palestra en la que se pusieron en juego libremente las subjetividades de las numerosísimas presentes;
34 el fascinante espectáculo ofrecido por la reunión plenaria en el Hotel Ariston la mañana del 6 de octubre, me indujo a reflexionar sobre su parecido con uno de los dos aspectos de nuestra práctica de
historia viviente.
Esta práctica aspira a hacer historia partiendo de sí, de la propia subjetividad que, expresándose, pone de manifiesto la propia singularidad, que sale reforzada (aunque no sea este el fin primario de la práctica). Práctica que consiste en esto:
hablar de sí en público, teniendo en contacto el sí profundo con el de las otras; poner en juego la propia concienciación, la sabiduría adquirida del contraste con las otras, el lugar del que se proviene y desde el que se habla. Todo esto en un lugar otro, ante un público distinto, cada cual cambiada, para cambiar el mundo.
La invitación de
Paestum,
Lo primero vivir también en la crisis: la revolución necesaria: el desafío feminista en el corazón de la política, denuncia y destaca el fracaso de la representación y de la democracia tal como las conocemos.
En ella se nos dice que la elección de
Paestum no fue casual; nació de la
necesidad de articular subjetividades y relatos en los contextos en los que se vive y se actúa. Y continúa: "vivimos una crisis de la representación", "sus instituciones electorales están despotenciadas y deterioradas", están ante los ojos de todos los límites de la representación porque "para que una persona se pueda orientar tiene que tener una imagen de sí, de lo que desea y de lo que le pasa".
"El feminismo que conocemos ha trabajado siempre para que cada una en el intercambio con otras pudiera hacerse una idea de sí, una
autorrepresentación, que es la condición primera de la
libertad". En cambio, la democracia corriente ha superpuesto el sistema de representación a grupos sociales vistos como un todo homogéneo. "La vía que nosotras hemos abierto con nuestras prácticas puede llegar a ser general; que la gente se encuentre y hable de sí en el intercambio con otras y otros hasta encontrar su singularidad, es la condición hoy necesaria para repensar la democracia"
35.
Desde siempre, la práctica de la
historia viviente ha dado a la subjetividad, como característica suya básica e intrínseca,
libertad de expresarse, de mostrar su originalidad inconfundible en
relación con las otras; esta –verdadera agente histórica– conecta pasado y presente, atesora la experiencia de la antigua
autoconciencia, situándose de pleno derecho en la tradición feminista y, a la vez, en
plenitud de
conciencia, abre al pensar y al proyectar actuales.
Marina Canal. Una herencia difícil
Escuchando los testimonios y leyendo los textos de las mujeres de la
Comunidad de historia viviente, se me ha clarificado el
deseo de sacar, de los muchos recuerdos personales, una vivencia difícil que hace ya tiempo que pedía ser repensada.
Me ha impresionado mucho el relato de
Laura Minguzzi que testimonia el trágico epílogo de la experiencia de desarraigo padecida por su
madre en el paso, nunca aceptado, ocurrido en
Italia entre los años cincuenta y sesenta, del ambiente campesino a la cultura industrial.
También mi
madre Adriana, en un determinado momento de su
vida, manifestó los síntomas de una forma
depresiva que no la abandonaría nunca.
En los múltiples intentos de reelaborar episodios, palabras, gestos y emociones, intentos hechos en los años que siguieron a su
muerte, para entender mejor el
sentido de su, de mi historia, tendí a considerar los hechos como del todo privados, íntimos, sin entender todavía cuántos elementos de
historia viviente contenían. Mediante un itinerario de toma de
conciencia con las
Vecinas de casa, entendí que las vivencias personales, también las aparentemente más oscuras o escondidas, mostrando cuadros de existencias auténticamente vinculadas con un espacio y con un tiempo concretos, pueden sacar a relucir nudos, plantear preguntas que no pertenecen solo al sujeto o a los sujetos que han vivido esa experiencia, y pueden servir a la reflexión de muchas y de muchos.
Mi
madre se crió en una
familia acomodada procedente de
Ancona que se estableció en
Venecia a principios de los años veinte del siglo XX, cuando ella iba a cumplir doce años. A los seis ya se aplicaba con provecho en el estudio del piano y en la primera
adolescencia aprendía, de una
institutriz nativa, a hablar fluidamente el alemán, una lengua de élite en la época,
herencia de la cultura austro-húngara respirada por la
familia en una estancia anterior en
Trieste. Practicaba la natación con mucho éxito y el tenis. La segunda de cuatro hijos, después de terminar los primeros dos años del Liceo Marco Polo completó su formación en el instituto de las Monjas de
Nevers, perfeccionando el estudio de tres lenguas extranjeras (eran las primeras bases del futuro Liceo Lingüístico al que yo asistí en la misma
escuela muchos años después). En tiempos de mi
madre, además de las materias lingüísticas se enseñaban en la
escuela también las sagradas escrituras, el dibujo, la pintura sobre tela, el bordado, las "buenas maneras", etc.
El padre de mi
madre se había diplomado como capitán de
altura a principios del siglo XX. Tras experiencias diversas en los astilleros de
Ancona,
Palermo y
Trieste, había cambiado de
profesión. Había asumido representaciones importantes, estableciendo su sede operativa en
Venecia. Había terminado la Gran
Guerra y se asistía al nacimiento y al desarrollo de
Porto Marghera. El abuelo vendía en representación de las Manufacturas Martiny de
Turín, la primera empresa en
Italia de aislantes térmicos y acústicos para diversos usos: en los astilleros, en las estructuras hospitalarias, en las fábricas modernas. Vendía también plataformas y grúas para la zona industrial y, cuando de niños cruzábamos el Puente de la
Libertad de
Venecia, admirábamos en la lejanía las numerosas instalaciones que llamábamos "las grúas del abuelo". En pocos años, el abuelo había adquirido una excelente posición económica y social, entrando en los
consejos de
administración de importantes entes públicos y privados. Llegó el momento en que, con la
abuela Argenide, empezaron a
desear una residencia de vacaciones en el Lido y fue elegida Villa Rosa, una construcción modernista muy cerca de los mejores hoteles. Así, en verano, en la playa del Excelsior, mi
madre, sus hermanas y su hermano compartían
juegos y amistades con coetáneas y coetáneos de familias tanto burguesas como aristócratas.
Los deseos de mi
abuela encarnaban perfectamente los de una
mujer de la burguesía media-alta de aquellos tiempos. En primero lugar, el
mito del padre, gran trabajador con una sólida posición de éxito. Seguidamente, el del
hijo, único varón, encaminado a la carrera diplomática, para el que se soñaban nupcias aristocráticas. Para las hijas se habían
cuidado una
educación "de
salón" y la meta de una buena situación en el
matrimonio. El primogénito llegó a ser, sí, un brillante diplomático, pero rechazó a la joven aristócrata elegida por su
madre, casándose con la
mujer que amaba. La benjamina luchó por imponer su
deseo de dedicarse al
teatro. No se salió con la suya porque era demasiado inconveniente en la época y tuvo que reconvertir su
pasión en la expresión artística en la
escritura y en el periodismo. Mi
madre, la primera de las hermanas, era la más dócil, además de la más sensible. No supo hacer valer su
deseo, que la habría llevado, en mi opinión, a una existencia dedicada entera a la
música, a la
lectura, a la
espiritualidad. Era inconcebible para una joven con su tradición familiar y su formación, no digo la idea de un
trabajo para vivir, sino también la de un
trabajo para realizar la propia
libertad.
No puedo olvidar el relato de
Marirì Martinengo, que he leído experimentando un
sentimiento de
empatía por el acto de
amor y de justicia por ella cumplido al devolver a la
luz el oscuro caso de su
abuela paterna, una "
mujer sustraída", como la define. Para intentar captar el simbólico de una
vida que, aunque esclarecida por su precisísima investigación, conserva zonas de
misterio, De
Marirì tuvo que formular algunas hipótesis. Para mí, que he conocido los acontecimientos, personas y lugares de la
vida de mi
madre, existe aun así un no entendido, al que desde hace mucho tiempo
deseo dar contornos simbólicos concretos.
Aunque este relato mío lo pongo en marcha después de la disolución de la época en la que vivió y fue educada mamá, mi
memoria conserva muchos de sus códigos comunes, que han sobrevivido mucho tiempo en el estilo de nuestra
familia, cultivados y mantenidos con
vida por mi
madre, que supo conservar su esplendoroso recuerdo, al precio altísimo de sustraerse de la
vida común, de faltar a la demanda de afecto, de
cuidado y de
presencia que le requerían sus propios hijos e hijas, de perderse en un mundo imaginario.
También la
abuela de
Marirì había crecido en una
familia y en un ambiente burgués, teniendo que hacer cuentas con un sistema de tradiciones, rígidas reglas y conveniencias sociales que había que salvaguardar. En época paralela, y en ambiente parecido, creció también la
madre de mi
madre: el alba del siglo XX, en esa Belle Époque que tanto le gustaba a mi
abuela.
En los relatos de mi
madre sobre su
vida de joven se traslucía, como si fuera completamente natural, un mundo de comodidades, sin las responsabilidades y las fatigas de la vida material. En aquellos años, la sociedad
burguesa tenía muchos motivos de orgullo: progreso, bienestar y un impresionante aumento de la producción industrial y del comercio mundial. La burguesía, alcanzada la cima de su ascenso, había obtenido un estilo de
vida extremamente confortable. Para llevar una
vida cómoda bastaba con pertenecer a las capas sociales medias y altas: esto garantizaba
servicio, vacaciones en sitios de
moda, elegancia, oportunidades de cultivar intereses y pasiones, de rodearse de objetos bellos, de practicar deportes exclusivos como el golf o el tenis.
Pero todo esto no podía durar.
Un primer cambio importante llegó con el
matrimonio, cuando mi
madre vivió en pocas horas la
emoción de un gran día y la
separación de su
familia y de su ciudad para empezar inmediatamente una
vida nueva en la ciudad de
Arezzo, donde mi padre había sido nombrado secretario general de la Provincia. Después de la serenidad de los primeros años y tres partos muy seguidos, vino la
guerra, y con ella el desplome de un sistema de referentes y de seguridades. Algo insoportable para una
mujer joven no preparada y sensible: la
familia de
origen, lejos, el marido llamado al frente en fases alternas, la escasez de lo esencial para vivir y criar a sus hijos, un cuarto y un quinto
embarazo, la
casa bombardeada, la evacuación, la
pérdida progresiva de la
salud. Mi mamá no estaba preparada: necesitaba tiempo para dejar atrás definitivamente el
sueño, para ella completamente creíble, del mundo dorado en el que había crecido.
¡Cómo había cambiado desde aquellos años! Ya en mis primeros recuerdos de
niña no conservaba nada del aspecto dinámico y ágil que veía, admirada, en las muchas instantáneas de los tiempos del
noviazgo o de los primeros años de matrimoio. Los acontecimientos dramáticos la habían trastornado en
cuerpo y
espíritu. Después del nacimiento del quinto
hijo, ocurrido en el otoño de
1944 en circunstancias muy desfavorables, durante largos meses mi mamá tuvo que pasar de una consulta a otra y al final una lumbrera, en Florencia, le diagnosticó una forma grave de reumatismo difuso en todo el
cuerpo, contraído durante la cuarentena después del
parto: difícil salir de ahí. Tenía entonces tan solo 33 años.
Con el regreso definitivo a
Venecia, en
1948, el clima húmedo de la ciudad influyó negativamente en sus condiciones físicas y mamá empezó a mostrar los síntomas de una forma
depresiva que con el tiempo se volvió crónica, acompañándola durante el resto de su existencia. Tuvo aun así un último
parto y el recién nacido fue acogido con gran
alegría por nosotras sus hermanas y hermanos, por el desbarajuste que había vuelto a traer a la
casa después de tanta
melancolía.
Mi mamá, entretanto, empeoraba. Sufría de numerosas fobias que la limitaban y ya casi no salía de
casa. Con nosostras alternaba momentos de auténtica ternura y de gran inestabilidad emocional, aislamiento y descuido de las tareas más elementales. Cada vez se interesaba menos de la
economía doméstica, de la comida, de los mudables asuntos
familiares.
Pero no buscaba el apoyo de la medicina: en realidad, rechazaba todo tipo de fármacos.
En los raros intervalos de su crisis reemprendía un atisbo de
vida y, si el alivio del mal era suficientemente duradero, buscaba refugio en la
Iglesia, porque era muy
devota. O con un esfuerzo notable, se alejaba por unas horas para ir de
visita a
casa de sus progenitores, donde podía volver a abrir su
amado piano: aun habiendo perdido mucha de la agilidad de antaño, encontraba segura los acordes y, a ratos, se exaltaba mientras el instrumento vibraba con polacas o nocturnos. Desde la
muerte de papá, fallecido de improviso en
1971, mamá no volvió a salir de nuestra gran
casa. Vivió algunos años en
compañía del benjamín y, después, completamente sola.
Durante toda la
vida, aun admirándola por su
inteligencia fina y sus modos gentiles, he combatido ásperamente contra su carácter débil, sus miles de miedos ante las dificultades, su fuga de las responsabilidades. Solo conseguía verla como una
mujer egoísta, que ignoraba las exigencias de la
familia, encerrada en un mundo suyo de
espiritualidad y de enfermedades tal vez imaginarias. También después de su
muerte me asaltaba a veces la sensación amarga de una imposibilidad de reconciliación.
Más tarde, cuando una nueva
conciencia se abrió
camino en mí, me hallé pensando cada vez con más frecuencia en ella, sintiéndome dividida entre dos imágenes: la negativa a la que me había quedado aferrada, dilapidando años preciosos de mi
vida quejándome por todo lo que no me había dado y que me había hecho tanta falta, y la más compleja que gradualmente se iba renovando dentro de mí. Tenía
necesidad de recuperar aquel
amor que se había marchitado en mil
conflictos e incomprensiones. Buscaba razones y justificaciones en su favor para aligerarla de un peso moral que yo le había endosado, pero no conseguía de ningún modo aceptar su negativa a curarse. Insistía en decirme que si se hubiera
cuidado se habría, en consecuencia,
cuidado más de nosotros. Todavía hoy es este un nudo a desatar en mi
relación con ella, y no es el único. Se entrelaza con otras cuestiones presentes en mi
vida, como la dificultad de hablar en público que me condiciona desde siempre y que me resulta doloroso aceptar. Pero sobre esto tengo que reflexionar más. Leyendo el texto de
Luciana Tavernini, me quedé muy impresionada por su análisis del
obstáculo en el
origen de su dificultad con la
palabra pública. Siento que la vivencia que ella cuenta podrá ayudarme a buscar, en
relación con otras, como he hecho hasta ahora, de qué modo y por qué motivos se ha generado este
obstáculo en mí.
Cuando era adolescente y las enfermedades de mi
madre se intensificaban, llena de
angustia y exasperada, me convencí de que en aquel momento la única solución habría sido el ingresarla en una clínica. Sobre este punto me sorprendía la inmovilidad de quienes eran mayores que yo, en concreto papá y mi
hermana mayor, aunque los motivos de la negativa no eran explicados, de modo que yo estaba totalmente desinformada sobre los métodos de curación que se seguían entonces para este tipo de enfermedades (
Laura Minguzzi los define justamente como "feroces" en su texto).
En cuanto estuve en grado de saber, rechacé para siempre la idea de verla relegada en una clínica, y tuve la esperanza de que mi
madre quisiera al menos emprender una cura en
casa, permaneciendo en su ambiente. No fue así. No aceptó nunca el consultar a un psiquiatra o un neurólogo, ni siquiera al
médico de cabecera. Tal vez estaba convencida de que saldría adelante sola, tal vez le daba pudor el hablar de sí. No tomó medicamentos ni siquiera cuando la trágica
pérdida del primogénito, que se precipitó en el vacío a los veintiún años durante una ascensión a los Cadini de Misurina, desquició a toda la
familia.
Hoy me digo cada vez con más frecuencia que, si mi
madre optó por vivir de este modo o dejó que su existencia tomara esta dirección, fue porque tenía una
razón importante, interior, que para mí ha permanecido oscura y misteriosa, pero sobre la que puedo aventurar alguna explicación.
Aunque atacada de
depresión, tengo que reconocer que mamá tuvo la gran
fuerza de resistir casi veinte años de
retiro absoluto del mundo. El
estado de constricción y de renuncia en los que se encontró desde los primeros años de
matrimonio, la debió de entrenar
bien. El paso repentino de un tenor de
vida muy elevado a una condición de grandes estrecheces económicas, el espectro de la
guerra con su bagaje de sustos, preocupaciones, dificultades y dolores, y los embarazos continuos, debieron quizás hacer madurar en ella un
sentido nuevo de sí al que se mantuvo fiel durante toda la
vida. Como si la sensación de
inadecuación que frecuentemente sentía cuando era una joven
madre enferma, hubiera abierto el paso a la
conciencia de que, aunque mediocre en los deberes tradicionales de
madre, sus hijas e hijos habíamos crecido aun así con inclinaciones positivas y un gusto natural por la
belleza, el arte, la
música y la literatura. Es posible que en los largos años de reflexión en
soledad lograra reconstituir su existencia
a partir de sí, apoyándose en las costumbres adquiridas cuando era joven: el
silencio, la
lectura, la meditación, el rezo, el no aparentar, la falta de vanidad. A pesar de la
depresión, mamá no estaba desesperada: tenía recursos subjetivos.
Me urge hacer una última consideración. Me he preguntado siempre cómo habrá vivido interiormente mi
madre su postura de renuncia a acudir en socorro, en ayuda o simplemente en apoyo de sus hijos e hijas en las ocasiones en las que lo pedimos. He pensado muchas veces que estaría demasiado deprimida para darse cuenta de lo mucho que la necesitábamos, o que se desplomara fácilmente ante la
emoción o la sensación de
impotencia cuando se daba cuenta de que tenía que
estar presente y tomar decisiones concretas. O por último, puede ser que decidiera castigarse con el aislamiento, no soportando el
sentimiento de culpabilidad.
Sea cual sea la respuesta a esto que para mí sigue siendo un enigma, tal vez su renuncia, aunque le haya costado mucho y le haya impedido una comunicación fluida con nosotras sus hijas e hijos, seguramente le permitió preservar su única forma de
libertad: la capacidad de estar cerca de sí, de nutrirse con la
música, la
lectura de libros de
espiritualidad, las bellas fotos de
familia, los recuerdos, el
silencio.
Más allá de las cuestiones que siguen abiertas, siento en cualquier caso que las reflexiones que he podido desarrollar en
relación con otras, en particular con
Alessandra De Perini, a la que agradezco mucho su equilibrada, generosa y autorizada atención, me han llevado a una
visión positiva y serena, abierta a lecturas ulteriores e imprevistas, de la
relación con mi
madre.
Piera Moretti. Una promesa mantenida
Nací en Calvecchia, un barrio de
San Donà de Piave, el año en el que
Italia, aliada con Alemania, entró en
guerra. Era el
1 de enero de 1940. Mis recuerdos de esos años son de mujeres y hombres que vestían ropa oscura, de aspecto
pobre. Las mujeres llevaban en la cabeza un pañuelo negro que escondía el pelo: parecían todas ancianas. Pocos los coches: para el
transporte había caballos y bueyes, y también las bicicletas eran raras.
Tiempo atrás, deseando conocer la historia del pueblo donde nací y su territorio, leí un libro escrito por
Mario Pettoello, natural de
San Donà, titulado
Le donne, nella mia città… (Venecia, Mazzanti, 2004). El título me llamó la atención, pero me dejó de mal
humor que el autor diera por supuesto que el
destino femenino sea el de cargar con todas las responsabilidades y estar dispuesta al
sacrificio. Pero me resultó útil el leer ese libro, porque ahí empezó una investigación: empecé a recordar a las mujeres de mi
familia, colocándolas en el contexto histórico y geográfico en el que vivieron.
Leí también un libro titulado
Piave. Cronache di un fiume sacro, de Alessandro Marzo Magno (
Milán, Il Saggiatore, 2010) en el que se
habla del
río Piave desde la antigüedad hasta hoy. Cuando se construyó
Venecia, este curso de
agua sirvió para transportar los troncos de árbol con las balsas de maderos conducidas por balseros. El
río era como una
calle que servía para llevar provisiones de todo tipo a
Venecia. También mi
madre encontraba a veces
trabajo en las embarcaciones de
transporte.
Muchos libros hablan del
Véneto entre los siglos XIX y XX: mucha
pobreza, hambre y
migración.
Italia entera, no solo el
Véneto, era una
país pobre, y solo después de los años cincuenta ha podido conocer el bienestar y el desarrollo económico e industrial.
Hasta los tres años viví con mis progenitores y con mis hermanas en una zona periférica de
San Donà que la gente llamaba con desprecio "Matausen": allí se habían refugiado muchas familias, gente de todo tipo, considerada despojos de la
guerra. Las casas no eran dignas de este nombre: no había
agua ni
luz ni cuarto de
baño, no había nada de nada. Cuando se nace, como yo, en una
familia pobrísima –papá peón que ocasionalmente encontraba
trabajo y mamá obligada a vivir al día sin saber cómo dar de comer a su familia– se crece creyendo que no tienes ningún derecho. He necesitado tiempo para aprender a protestar y a pedir.
Mi
familia estaba compuesta por padre,
madre y seis hermanas. Habría habido cinco más, cuatro hermanos y una
hermana, pero los varones no alcanzaron ni siquiera a nacer y la
niña murió trágicamente a los tres años en un accidente doméstico.
Mi mamá tenía predilección por la más pequeña: Carla. Cuando en
1966 mamá, evacuada a causa de las inundaciones, fue alojada por el Ayuntamiento de
San Donà en la residencia de ancianos, obtuvo el permiso para llevársela consigo. Dos años después, con solo sesenta años, mamá murió y Carla sufrió muchísimo: desde pequeña había
estado a su lado, la había seguido a la residencia y, al quedarse sola, sin ningún apoyo, considerada incapaz de valerse por sí misma, fue internada en
Fratta Polesine, en una institución de monjas cuyo fundador, san Luis Guanella, es considerado un "
santo social" porque dio ayuda y
mantenimiento a "quienes son pobres de ingenio o de
salud o de bienes", fueran jóvenes o de edad avanzada.
En esta institución se encontraba ya nuestra
hermana Emilia que, de
niña, había tenido meningitis, por lo que su
mente había dejado de crecer. Todavía hoy, cuando tiene más de setenta años, sigue siendo
niña: cándida, ingenua y siempre sonriente. Carla, en cambio, tenía veinte años cuando entró allí y se encontró viviendo en un sitio extraño que se llamaba "Sagrada
familia" pero que no habría podido sustituir nunca el estrecho vínculo que tenía con mamá.
Antes de morir, a mamá le preocupaba el futuro de sus dos hijas más desafortunadas. Cuando ella faltara ¿cuál de nosotras sus hermanas se ocuparía, yendo regularmente a visitarlas? Aquella a la que las encomendó mi
madre fui yo. En realidad, me había cargado con un peso enorme y recuerdo que entonces me enfadé con ella, porque no me parecía justo que precisamente a mí, que había sido alejada de
casa y metida en un orfelinato con solo tres años y del que había salido a los catorce por mi
voluntad y rebelión, le tocara este ingrato deber. Y digo "ingrato" porque no tenía ningún vínculo afectivo con mis hermanas, no sentía
amor alguno por ellas, más
bien me daban
vergüenza. Además, me costaba mucho entrar en aquel sitio que me recordaba aquel del que me había fugado.
Había sido encerrada de pequeña en una institución en la que había sufrido mucho por la falta de referentes afectivos, de explicaciones sensatas a mis preguntas de
niña, donde era continuamente humillada, obligada por las monjas a recordar mis orígenes pobres, como si fuera una culpa, donde me echaban en cara lo que recibía de la Providencia. Recuerdo que la
maestra de primero de primaria, cuando quería reñir a la clase, se fijaba en mí, la más pequeña, y con la
regla me pegaba en las manos, sometiéndome a la humillación del
castigo corporal. ¡No era ciertamente su preferida! Lo eran, en cambio, algunas niñas ricas y
bien vestidas a las que sonreía con frecuencia.
Con esta triste experiencia sobre mis hombros, no tenía ningunas ganas de ir a la institución en la que estaban mis pobres hermanas, que se parecía mucho a aquella en la que había pasado mi infancia y
adolescencia.
Pensaba que mi
madre no debería haberme pedido una promesa semejante. ¡Precisamente ella, que raras veces venía a verme cuando estaba en el colegio de monjas, en la edad en la que tenía más
necesidad!
Durante años, después de su
muerte, intenté olvidar esa petición, firmemente decidida a vivir mi
vida y logrando por un tiempo no volver a pensar en ello. Por suerte, en ese tiempo, de Carla y Emilia se ocupaba nuestra
hermana Lucía.
Cuando en los años sesenta creé mi propia
familia y fui
madre de una
niña, me acordé de mis hermanas y fui regularmente a verlas, dos o tres veces al año. Y sigo yendo. Ahora, pensando sobre todo en Carla, también yo me pregunto: después de mí ¿quién se ocupará de ella?
He reflexionado mucho sobre por qué mamá depositó su confianza precisamente en mí, y he llegado a esta conclusión: sabía que yo era la más fuerte de todas sus hijas, la que con solo tres años había sido dejada en la inclusa y, jovencísima, se había negado a entregarle todo su primer
sueldo. He sobrevivido a un
destino del que parecía imposible salir, no me he replegado en mí misma, a pesar de haber tenido mucho resentimiento y ganas de vengarme, más
bien al revés, me he afanado en cambiar mi
vida para mejor, consiguiéndolo a lo grande. Ahora que soy una anciana, si reconsidero mi
vida de
niña tratada mal, sin
amor, orientada por las monjas al Más allá, me doy cuenta de que he conseguido tener los pies
bien fijados en la tierra y convertirme en la
mujer que deseaba ser: soy
libre de ir adonde quiero, tengo todo el tiempo a mi disposición, vivo sola en una bella
casa, tengo amigas y vecinas de
casa con las que hablo de todo, me
río mucho de las situaciones cómicas en las que me encuentro, disfruto de la
belleza de la
naturaleza, me gusta cocinar comidas sanas e ir al
mercado, leo montones de libros y me he convertido en una observadora atenta de la
naturaleza humana.
Hay un episodio significativo que viví como un punto de inflexión en mi
vida porque allí empezó un cambio profundo: no habiendo conocido de pequeña los gestos del
amor, cuando nació mi
hija Caterina yo no sabía hacer esos gestos, y fue ella, pequeñísima, la que me dio a entender cuánta falta le hacían, indicándome con su manita el acto de una caricia. Entonces, trastornada, me di cuenta de que el
amor de la
abuela, de las tías y de los
parientes de mi marido del que la
niña estaba rodeada, no le bastaban: era a mí, su
madre, a quien quería.
Tenía
razón mamá al pensar que era yo la
hija con la que podía contar y a la que encomendar a las hermanas que ella, a su vez, había encomendado a las monjas. Y así ha sido. Ahora la
felicidad de Carla y de Emilia está en mis manos y no puedo ni quiero desilusionarlas; pero me cuesta tanto
trabajo, también por la edad, que avanza. Cuando lo pienso, me doy cuenta de la gran pretensión de mamá respecto a mí, sin haberme dado a cambio ni
amor ni cuidados, sino solo la
vida. ¿Cómo podía
amar, por lo demás, si ella misma venía de una gran
familia campesina patriarcal que la había acogido cuando se había quedado huérfana, pero le había recordado siempre todo lo que le daba?
Las hermanas que visitar son, de hecho, la única
herencia que me ha dejado mamá. Me ha transmitido una tarea que ella misma no supo desempeñar, por falta de
salud, de dinero, de seguridad y
alegría de vivir.
Gracias a un proceso con las
Vicine di casa, hace tiempo que dejé de tener resentimiento hacia ella. He comprendido sus razones y he conseguido perdonar: mamá intentó ponerme en un sitio
seguro, al abrigo del hambre, del frío y de los peligros en el período más duro de la
guerra.
La
lectura del número de
DWF sobre la
historia viviente ha vuelto a sacar a la superficie este nudo de la
relación con la
madre que creía ya resuelto, y me ha obligado a darme cuenta de que tenía que ser indagado todavía más en profundidad para entender quién soy yo ahora. Cada vez que voy a
Fratta Polesine a ver a mis hermanas y veo sus ojos brillar de
alegría, pienso que he mantenido la promesa que le hice a mamá y esto me da
fuerza.
Désirée Urizio. Cuéntame una historia
Para mí, la historia es una
pasión, un alimento del que no podría prescindir, una materia viva que se presenta en forma de preguntas, de las que
parto cada vez en busca no tanto de respuestas como de mundos, de nuevas perspectivas, de hilos que entrelazar y figuras que sacar a la
luz. Amo las historias de
vida realmente vivida, mediante las cuales las imágenes desvaídas del pasado recuperan espesor de realidad, y no pierdo nunca el hilo del relato. Cuando empieza una historia, quiero saber cómo acabará, qué pasará después, cómo se desarrollan los acontecimientos. Esto desde pequeña. Antes de dormirme, le pedía todas las noches a la
abuela Germana, que vivía en nuestra
casa, que me contara una historia y que fuera verdadera. Me gustaban muchísimo las de guerras donde las pasiones son fuertes, ásperas, y los acontecimientos se suceden apremiantes e imprevistos. Así mi
abuela reevocaba para mí su
miedo cuando oía el estruendo de la avioneta de
reconocimiento, llamada
Pippo, que volaba a baja
altura y lanzaba ráfagas de ametralladora sobre las personas que avistaba por los caminos del campo. He sabido después, haciendo una investigación, que había muchos aviones de este tipo que sobrevolaban sobre todo el norte de
Italia, cuyas incursiones estaban programadas para amedrentar a la
población civil. O me hablaba de la
angustia que había vivido cuando los soldados enemigos se instalaron como dueños en la
casa de
Montelabate, residencia de campo de su
familia desde hacía más de un siglo, adonde se había trasladado con los suyos al empezar la
guerra. O de cuando grupos armados de partisanos irrumpían de noche en las casas de la zona. Era una buena narradora mi
abuela. Casi me parecía oír las palabras pronunciadas con tono arrogante y prepotente por aquellos hombres armados, metidos en una
casa habitada casi exclusivamente por mujeres. Mi
abuela me hablaba mucho de su
madre, la bisabuela Carlotta, cuyo nombre llevo; me hablaba del vínculo fuerte pero conflictivo que tenía con su
hermana Filomena, la
tía "Mina", que yo conocí y a la que quise, como ella a mí y a mis hermanos, y de su hermano Antonio, el tío "Tonino", que fue después notario y que era un punto de referencia para ella y su
hermana. Con aquellos relatos, mi
abuela mantenía vivo el recuerdo del rico mundo burgués al que pertenecía y cuyos valores, gustos y costumbres encarnaba. Después de la segunda
guerra mundial, aquel mundo que también mi mamá Claudia había heredado como estilo de
vida, donde los hombres se ponían de pie, en señal de respeto, cuando una
mujer entraba en la
habitación, estaba inexorablemente destinado a desaparecer, sustituido por la
vida moderna. Dentro de mí, sin embargo, ha permanecido para orientarme una historia de
grandeza y de
fuerza femenina, mantenida viva en la infancia por la
abuela que me hablaba mucho de las mujeres de nuestra
familia, que tenían
autoridad y eran respetadas por todos, y de la bisabuela, que había sabido tener un imperio bajo sus pies, "soberana" indiscutida de
Montelabate,
propietaria de varias fincas en el valle que iba de
Meldola a
Predappio. Estoy segura de que sus historias han sido fundamentales en mi formación: de ellas he entendido la importancia de tener raíces en el pasado, en las generaciones
familiares, en particular, para mí que soy una
mujer, en las genealogías femeninas.
En el inicio de mi
pasión por la historia como
novela de
vida está también la escucha, de
niña, de mamá, cuando invitaba a té a sus amigas, algunas de la cuales habían sido compañeras suyas en la
Escuela de Arte. Me fascinaban sus historias, me gustaba oírlas hablar entre ellas de tantas cosas, pasando de una cosa a otra: sucesos de
familia, problemas económicos, recuerdos de la
escuela, antiguos secretos, charlas, confidencias, algunos
celos divertidos, libros leídos, cine.
También mis hermanos tienen una auténtica
pasión por la historia; por eso, cuando nos encontramos o hablamos por teléfono nos intercambiamos informaciones, novedades, ocasiones, hipótesis de investigación, descubrimientos, referencias bibliográficas. Mi hermano mayor, Sergio, por ejemplo, en los últimos años ha investigado los genocidios del siglo XX, el de
Armenia en particular, del que todavía se
habla muy poco. El otro, Alberto, se ha ocupado tanto de la historia de la
familia de nuestra
madre como de la historia de
Istria, de donde procede la
familia de nuestro padre; ha estudiado, en concreto, los acontecimientos vinculados con el imperio austro-húngaro entre el XIX y el XX, profundizando así en los estrechísimos vínculos con Austria tanto de parte de padre como de
madre, y ha reconstruido un árbol genealógico de las dos familias, desde sus orígenes hasta nuestros días, coleccionando fotografías, cartas, documentos, consultando archivos históricos y parroquiales, pidiendo datos, anécdotas e informaciones a amigos y
parientes de ambas partes. Así se ha sabido de nuestros abuelos que, en la primera
guerra mundial, lucharon en frentes opuestos, uno enrolado en las tropas italianas y el otro en las austríacas, y del primo irredentista de nuestro padre que, al estallar la primera
guerra mundial, se embarcó de noche en
Umago y llegó a
Chioggia en una barca de remos. Hecho prisionero, porque había sido considerado un
espía austríaco, fue salvado y liberado por Nazario Sauso, que acababa de huir de
Istria, y pudo así enrolarse en el
ejército italiano.
A diferencia de mis hermanos, yo siempre he notado la falta de figuras femeninas en la historia, y he intentado remediarlo haciendo yo investigaciones sobre las mujeres del pasado. El verdadero punto de inflexión en mi
camino fue el descubrimiento del pensamiento de la diferencia, que me dio la posibilidad de mirar el pasado con un
corte radicalmente nuevo. Desde ahí, el horizonte se abrió, ofreciéndome posibilidades imprevistas de
lectura. Lo que me faltaba no era una galería de retratos femeninos del pasado sino un punto de vista femenino de la historia. Como un gran rompecabezas constituido durante años, pero con las piezas todavía despegadas de la experiencia personal, empecé a unir las distintas teselas, según un orden finalmente sensato y fascinante, poniendo en el centro el
deseo femenino. Conseguí así ver las decisiones de
libertad en las vicisitudes de tantas mujeres del pasado, también las de mi
familia, que encontraron por fin una colocación justa en mi
mente.
Después de trasladarme a
Mestre desde
Forlì, mi ciudad natal, tomó forma en mí el
deseo de restituir justicia a las mujeres de mi
familia paterna, arrolladas por el caso del éxodo istriano entre el final de la segunda
guerra mundial y los primeros años de la postguerra, y doblemente canceladas de la historia, en cuanto mujeres, en primer lugar, y en cuanto italianas de
Istria.
De mi padre me habían llegado muchos relatos de la
vida serena y acomodada de su
familia en las primeras décadas del siglo XX en
Istria, en
Umago, luego de los años pasados en
Trieste para completar los estudios superiores en el náutico, y finalmente de los trágicos acontecimientos vinculados con la
guerra y el éxodo. Papá no había podido volver a
casa ni volver a ver a su padre, el abuelo que nunca conocí, porque fue secuestrado una noche y asesinado, como tantas y tantos en ese período, por los soldados de Tito; ni se pudo volver a sentar a admirar el hermoso jardín
cuidado con
amor por su
madre. Hace años, durante unas vacaciones en
Istria que se convirtieron por un día en un recorrido de la
memoria, reconocí los restos de aquel jardín que un día circundara la
casa modernista en la que vivía la
familia de papá: a pesar de su degradación, me pareció volver a ver su antigua
belleza. Con gran
dolor, mi padre tuvo que abandonar también sus libros, que se quedaron en la
casa de
Umago. Y quizás por eso, algunos años después, en la
casa de
Forlì tuvimos una
biblioteca administrada sobre todo por él que, entre otras cosas, cuando era oficial de la Marina había tenido entre otros encargos el de organizar las bibliotecas de algunos navíos militares en los que estuvo embarcado.
Investigando este período de la historia italiana, buscando testimonios, documentándome mediante ensayos, fotos, imágenes e innumerables relatos, novelas y biografías, he conocido, a veces por casualidad y a veces por extrañas coincidencias, como si desde hacía tiempo me estuvieran esperando, sobre todo mujeres, pero también hombres, que atravesaron esa experiencia, y recogí en sus palabras y en las miradas una mezcla de añoranza, nostalgia y rabia por la injusticia sufrida, a veces
miedo y todavía mucho
dolor por haber tenido que abandonar en poquísimo tiempo, incluso en una sola noche, casas, objetos, bienes, barcas, huertos, actividades laborales,
afectos y amistades. El éxodo istriano fue un desarraigo, una
pérdida irreparable de raíces en el pasado, de espléndidos paisajes y tradiciones. Entre exiliados hay
conciencia de pertenecer a una historia perdida, olvidada, de la que todavía parece muy difícil hablar. Al proceder en la investigación, que parecía derivar no solo de mi
voluntad sino de una
fuerza interior que me hacía encontrar signos y huellas a lo largo del
camino, tuve que hacer cuentas con la ignorancia y el
olvido general de esta parte de la historia italiana, que no ha sido registrada o ha sido deformada y tergiversada por las interpretaciones oficiales y por las lecturas partidistas, sean de izquierda o de derecha.
Ahora mi
deseo es todavía más grande: hay un significado simbólico universal que obtener del éxodo istriano y de los graves hechos ocurridos a finales de la segunda
guerra mundial a lo largo de la frontera italiana oriental, en
Istria,
Dalmacia y
Venecia Julia. Ahora el propósito de mi investigación es el de ir más allá de los innumerables relatos, los recuerdos, los testimonios, los escritos literarios, más allá del plano de los sentimientos y de las reivindicaciones de justicia, y liberar de falsas interpretaciones esta historia que marcó profundamente no solo la
vida de mi padre y de sus
parientes exiliados, cuyos descendientes están hoy esparcidos por todo el mundo, sino también la mía y la de mis hermanos. El éxodo de
Istria, región italiana, habitada por gente que hablaba italiano en dialecto véneto-triestino, es un nudo no solo de mi
vida y de la de mi
familia sino de la historia. Querría que emerja en toda su complejidad, en la confianza de que solo la
verdad podrá restituir
sentido y salida positiva a esas trágicas vicisitudes.
Me gusta la época en la que vivo, no tengo nostalgia, pero ese período oscuro, vergonzoso y escandaloso de nuestra historia nacional seguirá interpelándome y poniendo obstáculos dentro de mí como un no dicho, un no pensado, mientras no sea rescatado su significado en un plano más alto que el de las contraposiciones ideológicas.
Hablando recientemente de esto con una
amiga, apasionada como yo por la historia de las mujeres, y después de la
lectura del número de
DWF sobre la práctica de la
historia viviente, me pregunté si esta investigación mía, que prosigue desde hace ya unos cuantos años, no estará ligada a una
necesidad de rescate y de justicia que arraigó en mí durante la
adolescencia, cuando una profesora, por motivos que me resultan todavía oscuros, tal vez un viejo conflicto entre nuestras familias cuya causa no era ciertamente yo, se las tomó conmigo y, a pesar de que los exámenes escritos y orales de recuperación de cuarto de bachillerato me hubieran salido
bien, decidió con una
sonrisa burlona y con el tácito asentimiento de su colega, que no testimonió a mi favor, no dejarme pasar al curso siguiente. Este episodio fue devastador para mí, condicionó la continuidad de mis estudios y la injusticia sufrida minó mi seguridad, la gallardía con la que hasta aquel momento me había comportado con las otras chicas. Allí empecé a volverme frágil y
vulnerable.
Aquel era un período muy difícil de mi
vida, en el que tenía una
relación conflictiva con mi padre y con mis hermanos, por un lado, y por el otro me costaba identificarme positivamente con mi
madre y mi
abuela, a pesar del
amor y la gran
admiración que sentía hacia ellas. Me sentía muy lejos de los comportamientos considerados adecuados para el sexo femenino y de las metas que en la
familia se proponían como deseables para una
chica. En realidad, estaba mal con el modelo de
vida que veía por todas partes, basado en la rígida división de papeles entre hombres y mujeres y en la superioridad, dada por supuesta, de la opinión masculina sobre la femenina. Mamá se movía con comodidad y señorío en su papel de
esposa,
madre de tres hijos varones. Yo, en cambio, la última nacida, la
niña que ella había deseado tanto (no por casualidad mi segundo nombres es Désirée), al crecer me sentía cada vez más fuera de lugar, inadecuada para con las expectativas ajenas, cohibida en el sutil juego de los roles: no estaba, de hecho, en ninguna parte, no tenía precedentes históricos ni raíces. De aquí la
necesidad, en los años que siguieron, de encontrar mi lugar en el mundo, de salir de un
estado prolongado de ajenidad y de
dependencia de una situación familiar de la que me había hecho "
prisionera" por
amor a mamá. Tenía que hacer algo por mí, pero no sabía por dónde empezar. No había descubierto todavía el mundo de la diferencia. Al final, conseguí salir de esa situación, encontrando en otro sitio, en la
relación política con otras mujeres, mi mundo, mi historia.
Comunidad de historia viviente. La práctica de la historia viviente: objeciones y respuestas
Después del encuentro de
Mestre, las mujeres de la
Comunidad de historia viviente reflexionaron sobre las objeciones que les fueron hechas en esta y en otras ocasiones, y escribieron un texto que puso en marcha una correspondencia con
Alessandra De Perini. Los textos fueron publicados en la página web de la librería de mujeres de
Milán, en la sección "Pratiche di storia vivente". Los ofrecemos también aquí porque dan testimonio de una discusión que continúa y aclaran las novedades de esta práctica.
3 de marzo
La práctica de la historia viviente: objeciones y respuestas
Es comprensible que se nos pongan objeciones porque somos conscientes de que hemos tocado un punto muy sensible. La historia no solo es la más política de las materias sino que reconocemos que representa también la identidad de un pueblo, el patrimonio común de un
país: es una religión laica, una estructura que estructura. Sabemos lo que representa la historia de cada cual y en nuestra cultura.
Como dice
Luisa Muraro, "En la cultura europea y en las culturas por ella influidas, la historia (y en consecuencia la historiografía, o sea, el escribir historia) es muy importante. Esta importancia está ya en la lengua: pensemos en el sistema de los tiempos verbales en las lenguas indoeuropeas con todos los matices y encabalgamientos de las referencias al pasado, desde el presente al pretérito indefinido, al pretérito imperfecto, al perfecto y,
dulcis in fundo, al pluscoamperfecto. Además de en las lenguas, pensemos en dos grandes tradiciones de la cultura europea: la religión
cristiana y la filosofía. La religión
cristiana es una especie de relato histórico, desde el inicio hasta un cumbre y hasta un final futuro; se trata, como es sabido, de una
herencia de la Historia sagrada del pueblo judío, es decir, de una cultura del Mediterráneo además de europea. En
Italia, la filosofía se enseña como historia de la filosofía. No solo: el principal sistema filosófico moderno es una filosofía de la historia, me refiero a
Hegel". (
8 marzo 2013,
Ci sono novità nella ricerca storica). Y así se enseñan el arte y la literatura, como historia del arte y de la literatura.
Además, somos conscientes de que hasta ahora no hemos conseguido expresar con toda claridad nuestra práctica, y el hecho de recibir objeciones es para nosotras ocasión de más reflexión y clarificación.
Pero pasemos a las objeciones y a nuestras respuestas.
1)
Se observa en nuestra práctica un riesgo de localismo, una incapacidad de visión de conjunto y una falta de apertura a horizontes más amplios. Se percibe un exceso de historia personal que parece hacer furor en estos años, a consecuencia en parte de la red; este exceso puede hacer que se pierda la importancia de la historia singular incrustada en la gran historia.
Es el riesgo que corre siempre quien se propone descender en profundidad. El propósito de nuestra práctica, como volveremos a resaltar, es el de hacer aflorar lo que está sumergido, convencidas de que esta operación cambia a quien escribe historia y permite que ella o él vea sus aspectos ocultos. Ofrecer nuevas claves de
lectura a la experiencia humana femenina, a las relaciones de y entre los sexos, es un ensanchamiento del horizonte de toda la historia; orienta también en la enseñanza porque, en la selección de los temas, en su orientación y en la interpretación, tamizamos a partir de nuestras experiencias, desde lo que hemos descubierto con la práctica de la
historia viviente.
2)
Se teme la confusión entre historia y memoria.
Nos parece necesario distinguir entre rememorar y recordar y, para hacerlo, nos pueden ayudar las reflexiones de
Zambrano en
Notas de un método 36. Cuando se rememora, la
memoria va rápidamente de una situación del pasado a otra sin que surja "la imagen
guía"; todo se vuelve fugaz y confuso. En cambio, recordar significa ir a "aquellos sucesos vividos por el sujeto que encuentran ciertamente su paradero en la historia, sucesos hundidos en el pasado por haber caído en su fondo" (p. 87-88). Para rescatarlos de este fondo, que es "un centro errabundo", hace falta dar vueltas y revueltas, como en un laberinto. Es un
trabajo doloroso, el
velo del tiempo solo puede ser "dejado caer y aun arrojado por la violencia del sujeto a quien esto ocurre" (p. 89). Pero la imagen obtenida por condensación, aun no siendo enteramente transparente, ilumina; el contenido rescatado "es portador efectivamente de algo precioso, de algo que brilla por su significación, por su
sentido" (p. 87), algo que introduce en la historia elementos que cambian la
visión de la misma. Por ejemplo, una de nosotras, viendo de un modo distinto la vicisitud extrema de su
madre, trajo a la
luz formas de resistencia a la industrialización en la postguerra italiana capaces de ver con antelación, formas de resistencia que nos permiten reinterpretar no solo ese período sino también otras situaciones
37. Es un trajín lento y difícil que necesita ciertamente una excavación solitaria que es sostenida por la escucha atenta de toda nuestra
comunidad.
3)
Otro malentendido afecta al 'sentir' que no es sentimiento.
Escuchamos a las "
entrañas", como las llama
Zambrano, al mundo interior. Escuchamos eso que otros y otras han despositado en nuestras vidas.
No hacemos historia de los sentimientos pero escuchamos el sentir: ese sentir profundo que no aparece en el relato histórico constituye, para nosotras, su fundamento. Nuestra práctica vuelve visible lo invisible. Hay experiencias que no tienen palabras. Por ejemplo, partiendo del nudo de una de nosotras que no podía decidirse entre el
deseo femenino de ser preferidas y preferir, y una exigencia de igualdad, localizamos con la práctica de la
historia viviente una
preferencia no excluyente: entra así en juego otro modo de leer la experiencia. Son los años de la
escuela igualitaria, que consideraba la
preferencia un modo de discriminar, sin ver su potencial de crecimiento no solo individual. Este descubrimiento no cambia solo la
visión del pasado sino que transforma nuestro modo de comportarnos en el presente
38.
4) Otra objeción se refiere al estilo adoptado por nosotras, que no separa los géneros literarios, considerados necesarios para resaltar el rigor de la investigación.
Muchas autoras atraviesan ya los géneros literarios: los ensayos de
Graziella Bernabò sobre
Antonia Pozzi y sobre
Elsa Morante ¿son literatura, historia,
biografía, crítica literaria o todo un conjunto armonioso?
39 Hace ya años que la historia no es aquella que irritaba a
Jane Austen: se ha abierto también a algo otro y en esto otro están las clases populares, han entrado las mujeres y, después, las costumbres, los sentimientos..., es decir, se escribe la historia material, la historia de los sentimientos... Todo fragmentado y separado. Nosotras intentamos juntar: la historiadora o el historiador ya no es el sujeto que investiga un objeto; es
cuerpo que piensa pero no mudo, es
cuerpo que siente. Porque, como dice
Zambrano, "El
sentir [...] nos constituye más que ninguna otra de las funciones psíquicas, diríase que las demás las tenemos, mientras que el
sentir lo somos." El
sentir es "la
fuente última de legitimidad de cuanto el hombre dice, hace o piensa". Y "su historia [la del
sentimiento] será la historia más verídica". Nuestro escuchar el
sentir nos arraiga, por tanto, en la "
verdad viva"
40.
5)
Se nos acusa de trabajar sin el aval de la comunidad científica, sin su medida.
Nosotras tenemos en los escritos de
Zambrano y de
María-Milagros Rivera Garretas, con la que tenemos una
relación viva de intercambio, nuestra
medida. "El partir de sí" –ha escrito– "selecciona paso a paso lo que vale, pasándolo por el cedazo de mi experiencia, de lo que me sirve para conocer la historia que anida en mí. He conseguido hacerlo en los últimos años explicando en clase el feudalismo. Cuando descubrí el movimiento de las y los
Fideles Amoris (Fieles de
Amor), lo estudié hasta distinguir en el feudalismo dos fidelidades, una la feudal jerárquica, la otra la
fidelidad propia de
Amor. Así, sin destruir la historia masculina, esta fue recolocándose en un sitio ni totalitario ni mudo. Y pude explicarla en clase sin aburrirme y sin sentirme ajena"
41. Es sobre todo la práctica de la escucha de ti y de las demás, en un continuo afán de excavación, lo que logra sacar a la
luz nudos problemáticos de nuestra
vida que nos han condicionado gravemente. Un
trabajo en espiral que requiere tiempos largos hasta llegar a
sentir que en el relato hay algo más y que esto, dicho primero en palabras, se convierte en
escritura y reescritura que muestra lo simbólico femenino en la historia.
6)
Parece que falten un marco general y una periodización, que harían que nuestra práctica se precipitara en una forma de autoconciencia, en la que la investigación en ti y la escucha de las demás son vistas como un replegarse de tipo consolatorio, con riesgo de cerrarse y volverse autorreferentes, y de perder la distancia necesaria para una valoración objetiva.
La historia necesita ser transformada. El marco general y la periodización no son indiferentes a los sujetos. Nosotras tenemos muy en cuenta el contexto y el tiempo en el que se desarrollaron los acontecimientos que sacamos a la superficie, precisamente para
poder discernir lo que es esencial. La práctica de la
historia viviente tiende a sacar a la superficie y reforzar una subjetividad que se forma en la
relación; subjetividad relacional que es la base de la capacidad de obrar y vuelve civil la sociedad.
Con esta práctica, la historiadora o el historiador, destapando su interioridad, su
sentir, se transforma y pone esto en el
origen de su hacer historia. Explicará y escribirá una historia transformada, que ya no tenga como horizonte la
guerra o su ausencia, el esquema vencedores/vencidos, sino que abra a un nuevo orden de relaciones al que no sean ajenos el
amor y la
relación; redención y rescate, no solo
odio y venganza.
Es un nuevo inicio de la historia, no un replanteamiento de la historia de las mujeres.
En las sociedades patriarcales, la experiencia femenina queda enterrada. Aflora en la literatura, pero no ha tenido hasta ahora las palabras para decirse en la historia. Los deseos femeninos emergen en los sueños y carecen de representación, mientras que la experiencia y los deseos masculinos tienen su propia visibilidad y parecen ser la única interpretación de la
humanidad. Nosotras, a través del relato del desorden de
Luciana, hemos investigado, por ejemplo, el
deseo de
palabra pública femenina inherente al propio
sentir, y hemos visto su
origen y lo que la obstaculiza
42.
La nuestra es una
obra en curso.
Dentro de nosotras se entrelazan los hilos del pasado y del presente. Una condensación de tiempo histórico que hace de nosotras un documento viviente. Esta práctica desquicia la compartimentación de los saberes y de los géneros literarios que han intentado objetivar la investigación en una lucha jadeante por la objetividad, que también los hombres saben que es inalcanzable.
No excluimos otros modos de escribir historia pero, con nuestra práctica, la subjetividad femenina, entrando en la historia, hace aflorar sus aspectos vitales.
Carta de Alessandra De Perini
27 de marzo
Queridas amigas de la
Comunidad de Historia viviente:
He leído con mucho interés y
curiosidad vuestras respuestas a las críticas y objeciones que habéis recibido a lo largo de los numerosos encuentros y debates públicos a los que habéis sido invitadas después de la publicación del número 3 (2012) de la revista
DWF.
El texto está
bien escrito y consigue en pocas páginas tocar muchísimas cuestiones, aclarando más vuestra práctica, aunque pienso que, precisamente sobre este punto de la práctica seguiréis recibiendo peticiones de clarificación, perplejidades, críticas, resistencias y objeciones. Porque la práctica, para ser entendida, pide ser hecha en primera persona en un contexto de relaciones de confianza. Es el paso más difícil: no se trata de comprender racionalmente sino de ponerse en juego, de sentirse atravesadas, atravesados, por el tiempo que pasa y deposita en el fondo experiencias que piden ser nombradas, "rescatadas" del
silencio. Se trata de
amar la historia tanto como para renunciar a ella, de querer liberarla de las periodizaciones tradicionales, desvincularse del criterio de la objetividad, del esquema interpretativo de las relaciones de
poder, para escoger y poner en el centro el plano de la subjetividad relacional
libre, de la interioridad, de la experiencia femenina / masculina en los distintos contextos.
Vuestro texto es un texto muy importante, una síntesis verdaderamente acertada que da cuenta del punto en el que estáis hoy, después de años de encuentros, investigaciones, debates, y que puede constituir para otras y otros una ocasión de toma de
conciencia y de debate de la propia
relación con la historia, suscitando en la o el que escribe historia el
deseo de sacar a la superficie lo "sumergido", los aspectos ocultos de la propia experiencia, de iluminar acontecimientos que contienen algo precioso que "brilla por su cualidad simbólica y su
sentido".
Ciertamente, la
historia viviente no es para todas o todos, su práctica no es fácilmente transferible, porque no todas ni todos están en disposición de asumirse como "documento viviente", de desquiciar los repartos de saberes y de géneros, de poner la transformación de sí en el
origen del hacer historia.
En el texto decís que queréis ofrecer nuevas claves de
lectura a la experiencia humana femenina y a la
relación entre los sexos, ensanchar el horizonte de la
disciplina, orientar su enseñanza en la selección e interpretación de los temas que pasáis por el "cedazo" de vuestras experiencias y descubrimientos. Aclaráis la diferencia entre "evocar" y "recordar", entre hacer historia de los sentimientos y escuchar ese "
sentir profundo" que no comparece en el relato histórico y que para vosotras constituye, en cambio, el punto de partida de la investigación histórica. Decís que vuestro
trabajo es doloroso, un "trajín lento y difícil", una excavación solitaria, sostenida por la escucha atenta de la otra. Afirmáis también que se está difundiendo un exceso de historia personal que conlleva el riesgo de echar a perder "lo significativo de la historia singular incluida en la gran historia". Estáis convencidas de que vuestros descubrimientos no solo cambian la
visión del pasado sino que pueden transformar el modo de actuar en el presente. Este es el punto más político de vuestro texto, punto que tendría que ser investigado y profundizado más.
Habéis adoptado un estilo que no separa los géneros (literatura, historia,
biografía, crítica literaria) y explicáis el porqué. También este punto es muy importante, y habría que profundizar más en él.
Vuestra propuesta es –decís– un "nuevo inicio" de la historia, no un nuevo planteamiento de la historia de las mujeres. Es una pretensión altísima, un paso fundamental que se corresponde con el paso de una política entre mujeres a una política de relaciones de diferencia con mujeres y hombres. Os lo dice una que ha propuesto durante años cursos de historia de las mujeres dirigidos sobre todo a chicas y chicos de bachillerato, pero también a mujeres de todas las edades, mujeres corrientes, vecinas de
casa, con la
intención de favorecer una toma de
conciencia y de usar la historia de las mujeres como primer paso de la acción política.
Aquí me quedo y me pierdo porque son muchísimas más las propuestas de reflexión que planteáis en vuestro texto y que habría que discutir y meditar
palabra por
palabra. Vuestro texto es tan rico en afirmaciones y pasadizos simbólicos que he tenido que leerlo varias veces para
poder discutirlo con otras. Y sigo releyéndolo, vuelvo a recuperar el hilo del discurso, porque cada vez se me olvida algo importante de lo que no me había dado cuenta o a lo que no había dado importancia.
Ahora algunas observaciones críticas: tal vez haya demasiadas citas, signo de autorización escasa. Creedme, no necesitáis citar continuamente a
Zambrano, porque sois vosotras las que habéis inventado y experimentado una práctica nueva, original y radical que pretende hacer que aflore simbólico femenino. Vuestra
escritura no tiene precedentes en cuanto "muestra lo simbólico femenino en la historia". La
autoridad de referencia es, para mí, más que
Zambrano, grandísima pensadora,
Marirì Martinengo que, en
2005, después de años de
trabajo y de investigación, escribió
La voce del silenzio sobre su
abuela paterna
Maria Massone. De ahí después el
reconocimiento de
María-Milagros Rivera, con la que estáis en
relación política, y la decisión común de constituir la
Comunidad de historia viviente.
Creo que sería también muy importante dar a entender más y mejor cómo se da el paso del plano de la subjetividad que tiene su raíz en la historia personal de cada una / cada uno al plano universal de la historia de todas y todos.
Considero también que los textos de
historia viviente son todavía realmente demasiado pocos, y esto os obliga a referiros siempre a los mismos tres o cuatro ejemplos, con un efecto de inmovilidad y repetición.
Hay, para terminar, un nivel internacional de la reflexión histórica con el que, en mi opinión, es necesario ponerse a prueba y dialogar si se quiere dar continuidad a las grandes pretensiones que habéis anunciado, para que se entienda dónde está el "más", cuál es la diferencia, la
fuerza y la originalidad de la
historia viviente. Si se quiere transformar la historia hay que estar dispuesta a ponerse en juego en el debate historiográfico actual e intentar localizar las posturas que más se acercan a vuestro / nuestro modo de entender la historia.
Un
abrazo a todas
Alessandra De Perini
Respuesta a la carta de Alessandra De Perini
(
Libreria delle donne,
27 de marzo de 2015).
11 de junio de 2015
Nuestro deseo: que la práctica de la historia viviente se difunda.
Querida Alessandra:
Admiramos tu constante y amorosa atención a las empresas de las otras. Ofreces una gran valorización recorriendo los elementos que consideras importantes y nuevos. Además, la precisión de tus observaciones obliga a aclarar ante todo a una misma lo que se está haciendo y diciendo. Es una práctica política importante, así que, ante todo,
gracias.
Pasamos a tus críticas:
DEMASIADAS CITAS.
Es una observación justificada. Entre nosotras hay discusión sobre esto y ya hemos escrito que a veces para algunas de nosotras la cita es un modo de decirse sin fiarse plenamente del propio
sentir.
Las usaremos con
cuidado.
Las usaremos cuando consideremos que las palabras de otra pueden ayudar a quien escucha a captar mejor lo que estamos haciendo o diciendo. O cuando las experiencias leídas en libros son pruebas añadidas de lo que estamos diciendo. Por ejemplo, refiriéndose a las causas que dificultan la
palabra pública auténticamente vinculada con el propio
sentir y a las estrategias para conseguir, de todos modos, decirse,
Luciana pone los ejemplos de las escritoras
Azar Nafisi y Ornela Vorpsi [
DWF 3 (2012)].
HAY UN NIVEL INTERNACIONAL DE LA REFLEXIÓN HISTÓRICA CON EL QUE ES NECESARIO DIALOGAR.
Tu estímulo nos anima a tener más coraje para intervenir públicamente, y sabemos que nos ha frenado el
miedo a despilfarrar energías que dirigimos a la práctica.
Hemos mantenido, sin embargo, una
relación privilegiada y constante con la historiadora de Barcelona
María-Milagros Rivera Garretas, de la que hemos hablado en varias ocasiones, y ahora con las historiadoras de
Duoda, Centro de Investigación de Mujeres de la Universidad de Barcelona, que, con ocasión del XXVI Seminario, titulado precisamente
Descifrar lo que se siente: la llamada, invitaron en
2015 a
Marirì Martinengo a hablar de la
historia viviente 43.
Tenemos muy presente la
necesidad de crear mediaciones y de ensanchar nuestra práctica. Hemos invitado con esta
intención a
Monica Martinat de la Universidad de Lyon, con la que hemos
debatido públicamente.
LOS TEXTOS DE HISTORIA VIVIENTE SON TODAVÍA POCOS.
Es
verdad, porque se trata de un
trabajo profundo que requiere tiempo, pero lo que produce sobre todo la práctica de la
historia viviente es un
fortalecimiento de la propia subjetividad que repercute en todos los ámbitos de acción de cada una de nosotras. Por ejemplo,
Marina Santini y
Luciana Tavernini se han
sentido autorizadas a usar su
competencia histórica y pedagógica pidiendo la colaboración de decenas de mujeres y usando maneras que van más allá de los cánones historiográficos para escribir un libro de historia del feminismo:
Mia madre femminista. Voci da una rivoluzione che continua (Padua, Il Poligrafo,
2015)
44.
Pensamos además que es posible una interlocución a distancia con quien está creando, como nosotras, un simbólico distinto del patriarcal y capitalista. Hemos localizado en otros textos prácticas semejantes a la nuestra. Consideramos que la división rígida de los saberes ha creado con fecuencia jaulas precisamente para excluir la subjetividad sobre todo de las mujeres pero no solo. Por ejemplo, en los libros de
Svetlana Aleksièvic, periodista y
escritora, Premio Nobel de Literatura
2015, que narra las tragedias del mundo excomunista, de su mundo, haciendo de su voz la de un pueblo, hemos reconocido un modo original y subjetivo de escribir historia poniéndose en juego con riesgo de la propia
vida.
No consideramos, por tanto, solo a historiadoras e historiadores. Hay sobre todo jóvenes como la documentalista
Reynalda del Carmen (
2006) que
dicen explícitamente que en el
origen de su búsqueda hay un nudo enorme y cómo, indagándolo, se sacan a la
luz aspectos impensados de un período histórico: para ella, a partir del
silencio de su
madre sobre la desaparición de su
amiga más importante, la situación de
Chile desde los años inmediatamente anteriores a la dictadura hasta hoy.
Nuestro deseo es que otras sientan la
fuerza que la práctica de la
historia viviente ha generado en nosotras y que, como escribes tú misma, "
lleven a cabo la práctica en primera persona, en un contexto de relaciones de confianza". Es el paso más difícil: no se trata de comprender racionalmente sino de ponerse en juego, de sentirse atravesadas / atravesados por el tiempo que pasa y deposita en el fondo experiencias que piden ser nombradas, 'rescatadas' del
silencio".
Resumiendo, confiamos en que en singular, entre dos o en pequeños grupos encuentren otras el modo de sacar a la
luz los nudos enterrados en cada cual, y que esto permita a cada una liberarse y construir una historia
libre de las incrustaciones de esas interpretaciones que humillan o deforman la experiencia femenina.
Milán,
11/06/2015
Comunidad de Historia viviente:
Marirì Martinengo,
Laura, Laura Modini, Giovanna Palmeto,
Marina Santini,
Luciana Tavernini.