Introducción
Los documentos seleccionados para realizar este trabajo son las cartas al poeta Luis Álvarez-Piñer que
María Zambrano escribe entre
1935 y 1936 que se pueden encontrar publicadas en la revista “Duoda” número 23
1
y la entrevista que le hace
Pilar Trenas emitida en
1988 en el programa
Muy personal de Televisión Española, cuya trascripción se puede encontrar en la revista “Duoda” número 25,
María-Milagros Rivera Garretas (trascripción),
2.
María Zambrano escribió una serie de cartas al poeta Luis Álvarez-Piñer entre 1935 y 1936 en relación a unas conferencias que debía
dar
María Zambrano en el Ateneo de Gijón después de estar cerrado un tiempo por la revuelta de Asturias del mes de octubre de 1935.
Para su reapertura, entre otros actos, se programó el cursillo que
María Zambrano debía impartir titulado “La Mujer y el Estado Moderno”,
como se indica en la introducción de María-Milagros Rivera a dichas cartas. En ellas, se hace referencia a esas conferencias, y
reflexiona sobre la mujer, en singular, aparte de hablar también de su vida cotidiana y sus relaciones con otros intelectuales de la
época, por lo que constituyen documentos interesantes.
Por otra parte, La entrevista de
Pilar Trenas a
María Zambrano es una grabación que hace un recorrido por su pensamiento de una forma
muy amena, aunque sin descuidar los puntos fundamentales de su filosofía y sin olvidar la imbricación de su pensamiento con su vida.
No obstante, tanto las cartas escritas al poeta Luis Álvarez-Piñer como la entrevista de
Pilar Trenas son documentos que precisan,
en mi opinión, una pequeña introducción al pensamiento de
María Zambrano donde se recojan algunas de sus ideas más relevantes, para
facilitar así su comprensión. La presente introducción, por tanto, no pretende ser una exposición exhaustiva de su filosofía, sino que
aspira a hacer un pequeño acercamiento a alguna de sus ideas clave para hacer más fácil la comprensión tanto de la entrevista como de
las cartas, así como mostrar, por qué no, la vigencia de este pensamiento en la actualidad, incluyendo los aspectos más místicos.
Dicha vigencia, probablemente, se debe a la estrecha vinculación de su vida y su obra, o de otra manera, al enraizamiento de su
pensamiento con la realidad que le tocó vivir, una realidad difícil que abrió un horizonte interpretativo que, a su vez, a mi juicio,
resulta útil a la hora de entender y reflexionar sobre la realidad que a cada cual le toca vivir, porque se basa en experiencias comunes
a muchos seres humanos.
Así pues, esta introducción ofrecerá algunas pinceladas sobre la filosofía de
María Zambrano y, al final, se aventurará en la frágil,
resbaladiza y subjetiva labor de destacar la actualidad de su pensamiento, en especial en los momentos de crisis. Su filosofía, igual
que el estoicismo (un pensamiento que a
Zambranole interesaba particularmente) es una filosofía sanadora que reconcilia al ser humano con la vida.
En la filosofía de
María Zambrano Alarcón (1904-1991) se suelen considerar tres etapas
3,
todas ellas, como se acaba de señalar, estrechamente
relacionadas con las circunstancias que le tocó vivir. La primera transcurre desde 1924 a 1939. En esa época se trasladó a Madrid para estudiar
en la Universidad Central, donde conoció y frecuentó lo que Abellán llamó la Escuela de Madrid
4.
En estos años la situación de España era muy
convulsa, gobernó Primo de Rivera bajo una dictadura, se instauró la Segunda República (que ilusionó a muchos intelectuales de la época, incluida
María Zambrano) y hubo un levantamiento militar que inició la guerra civil. El éxito del golpe de Estado del general Franco hizo que
María Zambrano
se tuviera que exiliar, debido a su compromiso y apuesta por la república.
La segunda etapa (1939-1953) está marcada por el exilio que transcurrió en su mayor parte en América Latina, sobre todo en La Habana. Allí mantiene
relaciones de amistad muy importantes con Lezama Lima y con Fina García Marruz, y colabora en la revista “Orígenes”.
La tercera etapa (1953-1991) se destaca por su vuelta a
Europa. Su exilio continúa en
Roma,
La Pièce y Ginebra. Hasta 1984 no regresará a España.
Como se puede apreciar por las pocas pinceladas de su vida ofrecidas en las distintas etapas, el exilio y los constantes inicios en nuevos países
marcarán su vida durante más de cuarenta años, y también su pensamiento. Las condiciones en las que le tocó vivir no fueron en absoluto fáciles,
más bien resultaron ser duras y en algunos momentos amargas debido a enfermedades (también de su hermana
Araceli) y a la falta de recursos económicos,
pero esto, lejos de ocasionar una filosofía afligida y atormentada, dio lugar a una filosofía muy vital en la que la esperanza y la confianza resultan
ser elementos esenciales y necesarios para la vida, ya que remiten al anhelo de trascendencia del ser humano, a la posibilidad de seguir naciendo.
Señalan la necesidad de dar espacio a la esperanza en la desesperanza, prácticamente la única salida posible en una apuesta que integra
claramente la filosofía y la espiritualidad.
Zambranotiene muy presente la dimensión de la profundidad y de la espiritualidad del ser humano, ambas están de una forma muy evidente en su filosofía
ya desde sus primeros escritos, aunque es cierto que su presencia es mayor a medida que avanza en su pensamiento. Por ejemplo, estas dimensiones se
pueden apreciar en su apuesta por la razón poética que aparece ya en sus primeras obras.
La razón poética
Quizá lo más conocido de la filosofía de
María Zambrano sea su razón poética, algo que también se afirma en la entrevista de
Pilar Trenas, donde la
propia
Zambranoseñala que fue Abellán
5el que primero se dio cuenta de su relevancia,
dentro de un libro en el que recopilaba la filosofía española
que se hacía en el exilio. Esto es,
Zambranoutilizó en 1934 el método de la razón poética, es decir, ya hablaba de una razón integradora, mediadora
y del corazón que no desprecia las pasiones humanas, pero la expresión como tal de “razón poética” aparece por primera vez en 1937, en un artículo
publicado en "Hora de España” titulado
"La guerra, de Antonio Machado". Aunque no se dará cuenta de la importancia en su pensamiento hasta que no fue
revelada por José Luis Abellán.
La razón poética es, pues, ya en sus inicios, una constante en su pensamiento, como método de conocimiento, como manera de acercarse a lo real sin
violencia. Así, se distancia de la filosofía occidental basada casi exclusivamente en la razón porque esta da la espalda al resto de la realidad
humana. En su opinión, con el trascurso del tiempo, la razón occidental se ha ido ensoberbeciendo, hasta llegar al punto en que el poder de la luz
de la razón sobre el objeto es tan grande que no le deja ser, es una luz que quema, que anula el misterio y lo sagrado, que desplaza lo espiritual,
denuncia esta autora. El saber, para que sea tal, debe ser un saber de reconciliación, de integración de la vida en su complejidad y debe huir de
la soberbia. Es un grave error pensar que estamos en posesión de la totalidad, que tenemos el todo; para hacer un trabajo intelectual de verdad tenemos
que ser humildes y audaces
6:
humildes para escuchar y reconocer los límites del conocimiento, audaces para atrevernos.
La historia del pensamiento es una muestra de hasta dónde ha llegado la soberbia de la razón
7 y
la prueba de que es necesaria una forma de conocer más
respetuosa y menos impositiva, que sea capaz de escuchar y tenga la modestia necesaria para recoger la complejidad de lo existente. Por eso, cada vez
tienen menos crédito los grandes sistemas y las grandes verdades, la vanidad del conocimiento se ha topado con una realidad plural que no se deja
categorizar en grandes estructuras que ocultan, relegan y proscriben aspectos esenciales de lo real. En este sentido, la razón poética pretende
tanto el misterio como la luz de la razón, al mismo tiempo, esto es, aceptar lo humano en su amplitud, acoger tanto la fuerza y la vulnerabilidad
del corazón como la eficacia y los límites de la razón.
Por otra parte, no quisiera pasar por alto algunas afirmaciones en las que se dice que la razón poética proviene de la razón vital de Ortega. Me gustaría
detenerme en ello porque, en mi opinión, se trata de una simplificación que en modo alguno hace justicia a su pensamiento. Es cierto que las dos expresiones
se parecen en la forma, y también es cierto que la propia
Zambranoreconoce que ella creía estar haciendo razón vital cuando lo que de verdad hacía era
razón poética, pero esto no quiere decir que el origen de una sea la otra, antes bien, por un lado su origen tendría más que ver con Blas Zambrano, su
padre, y con Antonio Machado que con Ortega, y por otro lado, la diferencia entre la filosofía de Ortega y de
Zambranoes tan grande, sus perspectivas
son tan diferentes, que es difícil considerar en sentido estricto que la razón vital es el origen de la razón poética.
Analicemos por un momento la famosa frase raciovitalista “yo soy yo y mi circunstancia”, escrita en 1914 en el artículo
Meditaciones del Quijote.
Como escribe la propia
Zambranoen el prólogo de
Hacia un saber sobre el alma8, esta frase ha pasado a la historia sesgada, es decir, se ha recogido
solo una parte, y se ha hecho de tal forma que ha cambiado de sentido completamente. La frase completa es: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la
salvo a ella no me salvo yo
9” ,
es decir, para salvarse es preciso salvar las circunstancias, las apariencias que diría la escuela platónica —como
señala el propio Ortega—, porque constituyen un obstáculo para el desarrollo del propio ser. Es cierto que la filosofía orteguiana tiene en cuenta
las circunstancias en el pensamiento y en el desarrollo del yo, pero no exactamente en el sentido que ha pasado a la historia: no para adaptarse a ellas.
Centrándonos ya en lo que aquí nos interesa, la razón poética no quiere salvar nada, es una razón mediadora que pretende integrar espiritualidad, pasión y razón,
no pretende, pues, librarse de las circunstancias, sino integrarlas como parte de lo humano que, por supuesto —y este es su aspecto más original que le
diferencia completamente de la filosofía de Ortega— guarda una íntima relación con la espiritualidad. La razón poética es una razón integradora que reconoce,
por una parte, que la razón sola no acierta, no alcanza la verdad porque desatiende el misterio, y por otra, también acepta que la pasión por sí sola tampoco
llega a esa ansiada verdad porque la ahuyenta
10.
No obstante, para ser justa, es preciso decir que ella misma señala que una reflexión sobre el logos del Manzanares, escrita también en el artículo
Meditaciones del Quijote, le influyó a la hora de poder llegar a la razón poética. En ese fragmento Ortega escribe que “el defecto y la esterilidad
provienen de nuestra mirada” porque todo lleva en sí unas gotas de espiritualidad, es decir, “no hay cosa en el orbe por donde no pase algún nervio
divino
11”.
O de otra manera, si no vemos la parte divina de las cosas es a causa de la carencia o insuficiencia de nuestra mirada, no de las cosas. En efecto,
en este fragmento sí hay una clara coincidencia con la razón poética y sí se le podría considerar un origen, pero también es verdad que el joven Ortega
que escribió esto no continuó por este camino, su filosofía transitó otros lugares muy distintos, y dejó sin desarrollar esta idea apenas esbozada en
unas líneas. Zambrano, sin embargo, sí lo hizo, desarrolló una espiritualidad de la que carece la filosofía de Ortega.
Quizá las influencias más destacables a la hora de desarrollar su razón poética, como se ha apuntado ya, provengan de su padre, Blas Zambrano, y de Antonio
Machado. Ambos consideraban el lenguaje poético un saber integral que en el que se reúnen la intelección ética y la estética, una forma de ver el mundo
que implica responsabilidad y cuidado hacia lo otro.
María Zambrano se educó en este ambiente que, junto al interés de su madre, Araceli Alarcón, por la
humildad y por no caer en la soberbia —como se muestra también en la entrevista de
Pilar Trenas— marcarán notablemente su pensamiento. La poesía, para
esta autora, es un lugar donde se da a conocer el lenguaje de lo sagrado, de la verdad última, una verdad que, sin duda, también compete a la filosofía,
pues no es casualidad que la filosofía sea hija de la poesía
12.
La filosofía nació de la poesía, pero el nacimiento es siempre separación
13, afirma Zambrano, por eso la filosofía
se vio obligada a separarse de la poesía,
pero es hora ya de que estos saberes se miren de nuevo, con una mirada integradora que recoja el anhelo de transparencia de la filosofía, su anhelo de luz,
y el misterio y la oscuridad de lo humano.
Zambranoconsidera que es una mediación necesaria porque en la filosofía no se encuentra lo humano por entero,
como tampoco se encuentra en su totalidad en la poesía. Una y otra se necesitan mutuamente
14.
Su filosofía es una apuesta por la integración de ambos aspectos porque dejar de lado alguno supone ocultar una parte importante de la verdad. La luz de la
razón y el misterio del corazón, la oscuridad, forman parte de la misma realidad, es algo que no se puede obviar.
La aurora
En esta línea, en el juego entre luz y oscuridad,
Zambranodesarrolla la imagen de la aurora para afirmar que la luz solar, en su claridad y su pretensión
de dar cuenta de la totalidad, oculta lo que no puede ser alcanzado con la luz, lo que no puede ser estructurado en un sistema, y este problema se agrava
con su actitud, pues hace creer que es la única mirada seria, precisa, verdadera. La luz se centra en una sola realidad, la que se deja iluminar, y oculta
la que no permite ser esclarecida, aquella cuya esencia consiste en permanecer en el misterio.
Al dirigir la atención hacia un único aspecto de lo real, aquel que la luz ilumina, consigue hacer creer que no existe nada más, pero existe, y solo una luz
tenue y sin pretensiones, como la de la aurora, en la que ni la noche domina sobre el día ni el día sobre la noche, en el momento en que prorrumpen las
sombras, permite que las cosas se vayan dibujando y desdibujando, surgiendo y cambiando, en definitiva, siendo. Solo así se facilita la revelación del
misterio, de la sombra, de la oscuridad. En la aurora se revela la verdad, el movimiento, la vida
15.
Esta forma de relacionarse con lo real responde a una necesidad fundamental ya que, señala Zambrano, en los últimos años, en el pensamiento europeo, ha habido
una rebelión de la vida donde se reclamaba atención para estos espacios oscurecidos por la luz del pensamiento. Al pensamiento occidental le falta humildad,
la humildad en la que tanto insistía su madre, para acoger los límites de lo humano y para reconocer que hay lugares que pertenecen a la clandestinidad e
inseguridad del misterio. El pensamiento de
María Zambrano se hace eco de esta rebelión, porque su razón poética es un acercamiento a lo real que acoge la
vida sin excluir las pasiones, lo oculto, la oscuridad, las sombras. Su filosofía es, como dice ella misma, auroral, y no solo porque la razón poética permita
un acercamiento a las cosas que acoge el misterio sino porque propone un horizonte filosófico distinto en el que el saber incorpora a la poesía —las entrañas,
las pasiones— como una parte más de lo real.
Lo sagrado y lo divino
La filosofía de
Zambranopretende, pues, recoger la espiritualidad, el misterio y el amor que habita en el corazón humano, renunciar a estos aspectos supone
renunciar a una parte importante de la verdad, limitarla únicamente a sus elementos más racionales. Cada vez está más convencida del error que supone esta
renuncia y, a medida que desarrolla su filosofía, está más presente su deseo de ser permeable tanto al conocimiento emanado de la poesía como a la herencia
mística, camino ya iniciado en su apuesta por la razón poética como método de conocimiento, porque supone una apertura hacia el saber de la poesía y de la
literatura, pues ambas recogen extraordinariamente el saber del corazón.
Esta actitud permite un acercamiento muy especial a las cosas, más respetuoso hacia ellas, menos violento, dentro de una relación amorosa que no domina sino
que deja ser al objeto, deja que se manifieste con entera libertad. Esta es, sin duda, una actitud amante hacia lo amado, en otras palabras, la búsqueda de
su filosofía es una búsqueda de amante a la cosa amada, pues la deja ser libremente. Este acercamiento a lo real permite, finalmente, el conocimiento por
revelación, como recompensa por su aproximación amante, por su acercamiento amoroso.
El amor es, como dice en la entrevista que le hace
Pilar Trenas, el gran secreto, la verdadera cuestión de la vida, donde está muy presente la carne, sí,
pero sin olvidar, señala en sus obras, que la primera idea del amor es ya mística
16. En efecto, el amor místico no es un trasunto del amor carnal, es al revés,
el amor carnal ha vivido bajo la idea del Amor platónico, que es ya mística, aunque es la carne la que desea y agoniza en el amor.
El corazón es el lugar donde palpita lo sagrado, lo oscuro, lo misterioso, la noche, lo visceral, el fondo último de la realidad, el sentir originario, que tiene
como características el hermetismo, la ambigüedad, la actividad y la fascinación de quien no dice “sino que insinúa lo que está más allá de todo decir, de
toda palabra”
17.
Lo sagrado está oculto, no puede decirse, dado que en el instante en que se revela se convierte en divino.
Lo divino es, por tanto, la revelación de lo sagrado que está oculto
18,
que también es una de las definiciones que
Zambranoda de la filosofía, y que aparece
asimismo en la entrevista. De modo que el saber de Dios, de lo divino, de la espiritualidad, en realidad es saber del vivir humano porque lo importante no
es la existencia o no de Dios, eso es lo de menos, lo fundamental es la relación personal que se tenga con Él, con lo trascendente, es esta relación la que
habla de los anhelos más profundos del ser humano.
De esta relación debe ocuparse la filosofía, este saber ha de mostrar y entender, en lo posible, el misterio, porque lo sagrado que habita en nuestras entrañas,
en nuestra alma, necesita ser revelado en lo divino y sus formas. La filosofía tiene que mostrar y entender lo que nos hace humanos: nuestra relación con la
trascendencia, con lo divino.
Lo femenino
Para
María Zambrano el alma, la noche, el misterio y lo sagrado están muy relacionados con la mujer, en singular, como ella solía escribir, lo cual no quiere
decir que la mujer sea un misterio, ni algo oscuro; es imprescindible una lectura atenta para ver qué es lo que
Zambranopiensa con respecto a la mujer para no
deformar su pensamiento. Las obras dedicadas a la mujer las escribirá sobre todo entre 1940 y 1948, aunque en 1928 escribe algunos artículos en la sección “Mujeres”
del periódico “El liberal”, en 1935 un cursillo de tres conferencias en el Ateneo de Gijón que tenían por título La Mujer y el Estado Moderno y en 1967 publica
La tumba de Antígona.
En estos artículos hay una postura clara: hay una diferencia obvia entre hombres y mujeres. Mientras las mujeres, en general, están más en las entrañas de la
historia, en una posición secreta y escondida, los hombres viven en un mundo idealista, inventado, y sus esfuerzos se dirigen sobre todo hacia la conquista
de la verdad a través de la abstracción de la idea. Este idealismo es, por lo demás, origen de la pulsión guerrera y la soberbia de la cultura
occidental
19.
Las mujeres, por otra parte, son criaturas alógicas que crecen y se expresan más allá o más acá de la lógica, es decir, la mujer es, sobre todo, alma, mientras
que el hombre es espíritu. La diferencia entre una y otro está en que el alma es origen y está estrechamente vinculada a la vida, mientras que el espíritu
mantiene una fuerte relación con lo racional, el vigor, el esfuerzo y la vivacidad. A esto se añade que el alma es pasiva, esclava y casi siempre muda,
mientras que el espíritu es activo y racional, es generador, aunque no de vida. Además, la mujer, para Zambrano, está más cerca de la naturaleza que el hombre,
pero tampoco se queda en la naturaleza, porque ella también crea, y su primera creación es el amor, que, como acabamos de ver, es una creación espiritual.
Una lectura demasiado rápida puede dar la impresión de que
Zambranodefiende un papel subordinado para la mujer, pero no es así en absoluto. La pasividad, para
esta autora, permite a la realidad presentarse con entera libertad, sin forzarla para que encaje en un sistema ya establecido previamente, sin violencia alguna.
La pasividad es, pues, un buen inicio para el pensamiento y no una actitud de sumisión al varón. Por otro lado,
Zambranono afirma que la mujer sea naturaleza,
sino que está más cerca de ella, y no se queda ahí, porque crea. Su creación está muy vinculada al corazón, por ello es una criatura alógica, porque es más
pasional que racional, lo cual tampoco quiere decir que carezca de razón, sino que se deja llevar más por las razones del corazón. Además, en las cartas al
poeta Luis Álvarez-Piñer escribe que la actividad creadora de la mujer es la base que hace posible la creación masculina, no se ve, afirma, pero es decisiva,
pues es la base de toda creación. Pero con ello, una vez más, no se refiere a la labor callada del trabajo en el hogar, ni a la reproducción o al cuidado de
otros seres humanos, al menos no solo, sino que señala al amor como la base que hace posible la convivencia y la vida: sin el amor sería imposible la civilización.
El amor es una entrega y una ofrenda, pero espiritual, y no obligada. De hecho, por ejemplo, ella se separó de su marido poco después de casarse. Es decir,
no se trata de hacer un sacrificio a cualquier precio, porque el amor no se puede imponer, se trata de una entrega libre al mundo y al mismo amor.
María Zambrano no cree en la paridad entre hombres y mujeres, por eso ella misma dice que no es feminista sino que es femenina, como señala en la entrevista de
Pilar Trenas. Considera que el feminismo es la reivindicación
20
de la igualdad de hombres y mujeres, y ella no está de acuerdo porque, aunque reconoce la importancia
de la emancipación económica y el acceso a la educación y al trabajo de las mujeres, piensa que la paridad iguala bajo el modelo de hombre y anula lo femenino.
Esto es, para ella, la lucha reivindicativa no da mayor libertad a las mujeres, antes bien, les hace renunciar a su propio ser que, desde luego, no es inferior
al de los hombres, sino diferente.
Una clara muestra de ello es su propia filosofía, puesto que su pensamiento es una apuesta por lo que ella misma asocia con lo femenino y con la mujer, a saber,
el realismo, el materialismo, la pasividad, el saber del alma y el amor. Además, los personajes de Antígona y de Nina, trasuntos tanto de ella misma como de
su hermana
21,
son femeninos y no por casualidad. Estos personajes son víctimas sacrificiales necesarios en la historia que ofrecen su vida para que se pueda
iniciar un nuevo periodo
22, son figuras aurorales que ofrecen una nueva conciencia que no pueden más que aceptar su destino: no son dueñas de su vida, como
tampoco lo son de su muerte, afirma la autora. Y, sin embargo, aceptan su designio, acogen ser lo que tienen que ser para que haya un nuevo inicio. Por eso
su papel es esencial en la historia.
Con todo, a pesar de su relevancia para la historia, su sacrificio en modo alguno es tratado de forma heroica, no tienen un papel de heroínas, todo lo contrario,
lo que hacen forma parte de una sabiduría ancestral y de la labor silenciosa y callada de muchas mujeres desconocidas sin cuyos cuidados (del cuerpo y del alma de
quienes viven a su alrededor) no hubiera sido posible la existencia de los seres humanos. Su trabajo es un trabajo humilde que nace del corazón, pero que,
precisamente por su humildad, es capaz de mostrar el sentido de la vida, y se convierte en una guía. Una guía válida también para la vida de la propia
María Zambrano,
pues ella misma, su pensamiento, está orientado hacia lo que señala el corazón de Antígona.
Este sentido no es, como de forma precipitada se puede interpretar, reitero, aceptar la humildad, por ejemplo, porque así ha sido asignado socialmente a las mujeres,
o la pasividad por motivos parecidos, sino que propone la humildad y la pasividad (por poner dos casos claros) como valores a rescatar porque esas actitudes
permiten una relación con lo otro más respetuosa, abierta y libre, sin violencia. No se trata, pues, de aceptar el papel dado a la mujer sino de valorar como
se merece la labor silenciosa y callada de muchas mujeres a lo largo de la historia, porque es justo reconocer, por un lado, el papel tan esencial que han tenido
en la historia y, por otro, que esta manera de relacionarse con el mundo permite un mundo más fraternal y civilizado.
El exilio
La voz de Antígona es la de todas las víctimas que han sido sacrificadas en nombre de las ideas e ideologías, y su voz seguirá delirando mientras la historia siga
exigiendo sacrificios y víctimas
23. El sacrificio de
María Zambrano ha sido el exilio provocado por la defensa de sus ideas
republicanas, que le ha llevado a los inferos de la existencia, dice la propia Zambrano.
Pero el exilio, aún siendo un infierno, es también un lugar privilegiado de decibilidad porque se produce una revelación fruto del padecer. Quizá aquí
María Zambrano,
en mi opinión, y avisando de que a partir de aquí haré una interpretación propia de su pensamiento, hace referencia a un experiencia común entre los seres humanos:
que el sufrimiento suele provocar el desprendimiento de las máscaras y de lo superfluo, mayor cuanto mayor es el padecimiento, de modo que hay un contacto más directo
con la verdadera realidad de las cosas, sin apenas tapujos, sin mentiras, sin engaños. El dolor profundo a veces hace que veamos la realidad tal cual es, no hay lugar
para farsas ni condescendencias, la vida se muestra en toda su crudeza: vemos nuestros límites, nuestra vulnerabilidad, nuestra finitud y dependencia. Se desmorona
todo edificio erigido sobre la soberbia o alguna pretendida grandeza, el sufrimiento es un espejo que nos permite vernos y ver, estar cerca de la verdad, esa verdad
tan ansiada que se suele colocar lejos, en el cielo, aunque realmente no queramos verla en su crudeza, y menos aún a un precio tan alto como es el dolor.
No hay cielo sin infierno, afirma Zambrano, porque no se puede permanecer indefinidamente en el infierno, dado que la vida anhela trascenderse, y porque ningún cielo
acoge por entero lo terrestre. Parece inevitable, pues, atravesar el infierno
24
para poder tener una revelación del ser, y el exilio no es el único espacio privilegiado
para la decibilidad del ser, también la pobreza o la enfermedad pueden serlo, siempre que haya un padecimiento que lleve a ese conocimiento por revelación.
Pero eso no quiere decir, esto es importante, que
Zambranoidealice el dolor, ni mucho menos, reconoce en él una fuente que puede llevar al conocimiento profundo de
sí y de lo real, pero también señala, como afirma en la entrevista, que “tanto maestro no sirve”. Demasiado dolor no aporta nada que no se sepa si ya ha habido
ese encuentro con otros padecimientos, llega un momento en que no sirve. No se trata, pues, de señalar el dolor, por sí mismo, como una experiencia que siempre
ofrece una revelación del ser, porque no es válido cuando resulta demasiada carga, cuando no permite la apertura al anhelo de trascendencia, cuando su exceso
provoca demasiada destrucción.
No es fácil convivir con él, aun sin excesos, al principio nos paraliza, y tarda un tiempo en convertirse en compañero de viaje, pero cuando esto ocurre, se
toma conciencia de la propia vulnerabilidad, de la vulnerabilidad del ser humano, de la grandeza y miseria propia, y ajena. El sufrimiento forma parte de la vida,
es un aspecto más con el que hay que saber convivir. A
María Zambrano, como dice en la entrevista, una de las cosas que más le hizo sufrir fue la ausencia de España,
pero esto no hizo de ella una persona desgraciada ni rencorosa, pudo convivir con ello y trascenderlo para pensar, para sentir y vivir con autenticidad, de manera que
sabía que allí donde estuviera podía aportar muchas cosas. En este sentido es interesante el siguiente fragmento de
La tumba de Antígona. Habla Antígona, la protagonista
de la tragedia:
“Creían que íbamos pidiendo porque nos daban muchas cosas, nos colmaban de dones, nos cubrían, como para no vernos, con su generosidad. Pero nosotros no
pedíamos eso, pedíamos que nos dejaran dar. Por que llevábamos algo que allí, allá, donde fuera, no tenían; algo que no tienen los habitantes de ninguna ciudad,
los establecidos; algo que solamente tiene el que ha sido arrancado de raíz, el errante, el que se encuentra un día sin nada bajo el cielo y sin tierra; el que ha
sentido el peso del cielo sin tierra que lo sostenga.
25
”
La experiencia del sufrimiento, en principio, no es incapacitante, y puede ser un lugar de decibilidad muy interesante, algo en lo que yo he hecho especial hincapié
(seguramente más del que hace Zambrano) dado que me resulta particularmente relevante, entre otras cosas porque es una experiencia común a la mayoría de los seres
humanos. Es evidente que la vida se compone de alegrías y sufrimientos, pero no deja de llamarme la atención que el dolor se haga notar más, que tengamos la sensación
de que dura más, y que tenga la capacidad de producir heridas tan profundas que lleguen al alma y tarden mucho en cicatrizar, si es que lo hacen alguna vez. Cuando
hay un sufrimiento intenso parece que la herida nunca se cerrará, el tiempo que dura deviene eterno y, aunque nada eterno conviene a lo humano —posiblemente podría
objetar
María Zambrano—, ¡cuántas eternidades caben en una vida!
Con todo, el dolor puede ser mitigado, y su eternidad está lejos de ser perpetua, al menos en intensidad. Trascender el sufrimiento es la propuesta de Zambrano,
por eso, en los primeros momentos del exilio, ella se mostró muy interesada en la filosofía estoica. Esta filosofía, afirma la autora, es una filosofía
medicinal
26 que
intenta hacer frente a las desgracias particulares inherentes a toda vida. Es un pensamiento que recurre a la verdad como remedio, a la verdad de la vida que para
el estoicismo es, fundamentalmente, la preparación a la muerte
27, sin rencor y con plena aceptación, pues se trata de
una reintegración a la naturaleza. La muerte no es una tragedia, es un misterio.
No obstante, a pesar del interés que siente hacia el estoicismo,
Zambranoreconoce que es una filosofía resignada
28 que se deja seducir por la razón dulcificada y
adormecedora a la que le falta la desesperación. Es, pues, una filosofía propia de crisis histórica
29, pero también de resignación. La razón estoica es una razón
desvalida que encuentra su fortaleza en el desamparo, y en ella también se refugia Zambrano, aunque de forma crítica porque, en su opinión, el estoicismo es una
filosofía sin esperanza, y la esperanza es necesaria para la vida, para seguir viviendo, para seguir naciendo, por eso el estoicismo es una filosofía del
ocaso
30 y no de la aurora, es una filosofía propia de crisis histórica, que también puede ser sanadora en momentos de
crisis personal.
De modo que la filosofía de
Zambranocomparte, en parte, la vocación de encontrar un pensamiento que ayude a seguir viviendo, a trascender las duras condiciones que
a veces nos toca vivir, como, en su caso, el exilio y la muerte de sus seres queridos. El estoicismo ayuda a trascender esos momentos porque posee una gran
espiritualidad que se abre a lo divino, y precisamente esa concepción amplia de lo divino, junto con su vocación sanadora, influirá notablemente en el pensamiento
de Zambrano, que desarrolla una filosofía profunda que tiene en cuenta la realidad y las experiencias de los seres humanos. Su mirada es respetuosa y amante,
además de ser consciente de que no hay nada inalterable y seguro, pues la vida es un constante cambio y renacer.
Los momentos duros suelen pasar, y de ellos nos queda el sabor amargo y el aprendizaje que nos ofrecen. Es cierto que el sufrimiento no es el único maestro,
posiblemente ni siquiera el principal, pero hay que reconocer que tiene la capacidad de hacernos ver lo más esencial de la vida, lo que
María Zambrano llama
el gran secreto, pues parece que todavía es preciso sentir hambre cuando se muere de gula, ya que las necesidades satisfechas en abundancia nos hacen olvidar el
verdadero sentido de las cosas e introducen confusión sobre nuestras prioridades, sobre lo que realmente es importante. A veces necesitamos atravesar un infierno
para valorar el poco cielo que soñamos, sentir en la piel y en las entrañas que lo importante no está en la abundancia sino en la profundidad.