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Vocabulario

Fluidez y vocabulario: dos componentes de la comprensión lectora

La Unidad de Docencia del CRAI os da la bienvenida al curso 2018-19. Queremos dedicar este espacio para reflexionar brevemente sobre la que, probablemente, haya sido la mayor revolución tecnológica para el acceso al conocimiento que la humanidad haya presenciado: la invención de la escritura y, por consiguiente, del sistema semiótico de interpretación del código escrito, la lectura.

Estas líneas discurren brevemente sobre el impacto de la comprensión de lo que se lee en la calidad de los aprendizajes, apoyados en algunos consensos a los que ha llegado la llamada Ciencia de la Lectura sobre dos procesos subyacentes a la comprensión de los textos: la fluidez y el vocabulario.

Podremos darnos por satisfechos si esta entrada al blog del CRAI abre las puertas del autoanálisis sobre cómo leemos y, por ende, sobre cómo aprendemos desde los textos.

 

Dos consensos

La lectura ha sido, por lejos, el tópico de investigación más fructífero y controversial de Psicología y la Educación; el cual no solo ha sido aupado por la necesidad de entender cómo se desarrollan evolutivamente las habilidades conducentes a la interpretación retórica de los mensajes, sino también porque a través de esta indagación se han hecho más accesible los saberes sobre cómo opera la mente humana en general.

Dejando de lado las polémicas (muy necesarias para el progreso de la Ciencia) nos centraremos en dos consensos básicos sobre la comprensión, relevados por Eric Donald Hirsch Jr., connotado científico cognitivo dedicado a la indagación sobre el discurrir de la mente lectora:

1. la fluidez lectora permite a la mente concentrarse en la comprensión;

2. la amplitud de vocabulario incrementa la comprensión y promueve un mayor aprendizaje (Hirsch, 2003, p.11).

A continuación sintetizamos algunos argumentos que apoyan estas tesis y, a través de un lenguaje divulgativo, llamaremos a la autoobservación sobre cómo estamos llevando a cabo la labor de leer los textos académicos que vehiculan los conocimientos específicos que forman parte del repertorio formativo de un estudiante universitario.

 

La fluidez lectora

Las personas adultas leemos activando en mayor medida una de las dos rutas cognitivas indicadas como las vías de entrada del código escrito: la ruta léxica. Ésta nos permite reconocer las palabras como un todo, de un solo vistazo y sin decodificar, sino que recuperando su forma y sentido desde la memoria a largo plazo. La segunda ruta, la subléxica, se activa cuando estamos frente una palabra desconocida y es especialmente útil cuando aprendemos a leer o, lo que es lo mismo, cuando todas las palabras son nuevas. La hipótesis de la eficiencia verbal dice que si la mente dedica muchos recursos cognitivos descodificando, es decir, utilizando la ruta subléxica, pocos recursos quedarán disponibles para llevar a cabo la tarea de comprender el sentido que transportan las palabras y las secuencias proposicionales encadenadas (las frases) que conforman un texto.

La automatización del código alfabético suele ser un asunto resuelto tempranamente debido al alto nivel de transparencia de nuestras lenguas oficiales, en las cuales la correspondencia grafema-fonema (la asignación de un sonido concreto a cada letra) son poco arbitrarias; a diferencia del inglés, el francés o el hebreo, contextos idiomáticos en los cuales la mecanización alfabética es mucho más problemática para los lectores por su opacidad ortográfica. Es probable, entonces, que la fluidez lectora para nosotros sea un factor más crítico a nivel de frase que no a nivel de palabra.

¿Cuántas veces nos hemos encontrado leyendo ágilmente un texto y, al cabo de un rato, nos damos cuenta de que nada o muy poco de lo que habíamos leído ha sido comprendido y retenido por nuestra memoria a corto plazo? Esta situación demuestra que, aunque descodificar sea una conditio sine qua non para entender lo que se lee, no es ni mucho menos condición suficiente. Una solución plausible para la compenetración de ambas habilidades es asumir una actitud consciente de autonarración de lo que se está leyendo o, en otras palabras, decirnos, contarnos, leernos los textos a nosotros mismos en silencio, buscando las condiciones ambientales ideales para que este proceso se lleve con la menor interrupción posible. En la medida en que podemos decodificar y entender al mismo tiempo el contenido -leer fluidamente, en definitiva-, la calidad de la comprensión se incrementará y la subvocalización irá desapareciendo.

Eso sí, la constancia es del todo necesaria. El principal legado pragmático de la psicología conductista es que no hay aprendizaje sin repetición, aunque la repetición del comportamiento, en nuestro caso el de leer con precisión, ritmo y con una prosodia conversacional, debe ser medios para alcanzar la comprensión y no fines en sí mismos.

 

El vocabulario

La  posibilidad de entender el  significado global de un texto está supeditado al conocimiento de al menos un 90% de las palabras que este contiene, es decir, la comprensión decae en la medida que se conoce el significado de menos palabras. Esto afecta directamente a la adquisición de nuevos aprendizajes. Mientras más palabras conocemos y usamos, nuestra capacidad de nominar el mundo se incrementa y, como consecuencia, aprendemos más y mejor sobre él. En contraste, cuando leemos y nos encontramos con una palabra desconocida, cuyo significado no puede ser despejado siquiera por el contexto discursivo, nuestra fluidez decae y, por consiguiente, también nuestra capacidad de acceder al significado de la frase que la contiene.

Sin embargo, sería un despropósito pensar en hacer caso omiso de estas palabras desconocidas para no alterar la fluidez lectora, aún más si se trata de tecnicismos asociados a la formación profesional de cada uno. Según Hirsch (2003) el incremento del vocabulario suele ocurrir como consecuencia de una inmersión profunda en el mundo de las letras y, por los que nos atañe, en el lenguaje disciplinar en el que nos desarrollamos. Por ello, cada vez que nos encontremos con palabras nuevas el consejo es rescatar su significado, volver a leer la secuencia textual que la contiene para dotarla de sentido y, sobre todo, usarla, apropiarse de ella.

 

A modo de síntesis

Si entendemos a la tecnología en el sentido más primigenio del término, es decir, en tanto cúmulo de instrumentos y operaciones para la mejora de las actividades productivas de las personas, la lectura es en sí misma una herramienta tecnológica que nos ha permitido no solo acumular saberes, sino también estimular nuestro intelecto en el curso histórico de nuestra evolución como especie (y lo sigue haciendo). No obstante, se puede saber leer pero no siempre se sabe leer para aprender.

La fluidez lectora y el diccionario mental se potencian sinérgicamente en beneficio de la comprensión y, por consiguiente de los aprendizajes, aunque no debemos pensar que leer fluidamente (por el mero hecho de hacerlo rápido) y buscar palabras en diccionario (como una mera indagación léxica) nos reportarán resultados instantáneos en nuestro grado de comprensión. Probado está que la lectura rápida por sí misma y que el trabajo lexicográfico sin contexto no concitan mejoras en la calidad de comprensión; por ello es necesaria nuestra implicación juiciosa en la mejora de ambos aspectos esenciales de la lectura comprensiva que hemos venido comentado.

 

Fuente

Hirsch, E. D. (2003). Reading comprehension requires knowledge of words and the world. American Educator, 27(1), 10-31. Recuperado de https://goo.gl/cYs3cN (13/09/2018)
Imágenes de dominio público recuperadas de https://pixabay.com

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