La muerte propia.
A partir del siglo XII, es el momento en que se vuelve a las sepulturas individuales e identificativas de su ocupante, lo que pone de manifiesto una mayor relevancia del sujeto. En ese momento se ha producido una cierta recuperación económica, y la Iglesia transforma su discurso, Cristo ya no aparece directamente como personificación de la salvación, sino básicamente de la justicia: es el juez que lee el libro de la vida durante el día del Juicio Final. La muerte verdadera se produce el día del Juicio, es cuando se determina el destino del alma, y no antes, en el momento de la muerte física. La muerte se vinculará básicamente en una rendición de cuentas (purgatorio, misas, bulas, etc), y en un deseo de establecer la paz con los demás y con uno mismo antes de la despedida.