La muerte amaestrada.
Hasta el siglo XII, existían tantas penurias que en muchos casos la muerte era una liberación y la gente aceptaba la muerte con la tranquilidad de un hecho cotidiano, conscientes de que la muerte era parte del orden inmutable de las cosas, frente al que los individuos se reconocían impotentes. Se intentaba controlarla, para diluir sus efectos más terribles, en primer lugar el espacio: la muerte se esperaba en la cama, padeciendo la enfermedad; en segundo lugar, el modo como se la trataba: mediante una ceremonia organizada y de carácter público; y, por último, de la manera como se afrontaba: con sencillez, en coexistencia con los vivos. La gente era enterrada en una fosa común.