El modelo
francés.
El modelo francés
de ciudadanía republicana se ha construido sobre una concepción centralista e
intervencionista del Estado en la economía y en la vida familiar, así como
sobre una subordinación de los derechos individuales a un supuesto "bien común
nacional". El peso del universalismo ha supuesto, frente al modelo anglosajón,
una mayor dificultad para articular las "diferencias" y una ralentización del
acceso de las mujeres a la ciudadanía civil y política. El sistema de seguridad
social francés ha vinculado la salud y los beneficios por maternidad al empleo
y no al estatuto del ciudadano, lo que, a partir de una determinada época, ha
servido de impulso a la inserción de las mujeres en el mercado de trabajo. De
todas formas, uno de los rasgos característicos del estado del bienestar francés
ha sido la constante oscilación entre las políticas de asistencia a las mujeres
en cuanto madres y las tendentes a favorecer su integración en el mercado de trabajo.
De acuerdo con las políticas pronatalistas del estado francés las mujeres vieron
tempranamente reconocidos sus derechos sociales como "madres" a través, por ejemplo,
de los subsidios familiares para madres solteras (1938), antes incluso que sus
derechos civiles y políticos (derecho de voto, 1944).
El sistema de
seguridad social francesa desarrollado después de la guerra colocó a las mujeres
en una situación de desventaja. El sistema, altamente diversificado, se apoyaba
fundamentalmente en la contribución de trabajadores y empresarios, poniendo el
énfasis en la responsabilidad individual y en la relación laboral más que
en el concepto de solidaridad. En la medida en que los beneficios responden al
nivel de ingresos, incluso las mujeres económicamente más activas por tener menores
salarios tienen un nivel de cobertura menor. Y las mujeres sin empleo formal,
que eran la mayoría, tenían así acceso al sistema de salud en tanto esposas. Para
aquellos que no contribuían -los que no tenían empleo- se puso en marcha un sistema
asistencial organizado a nivel local con niveles de prestación inferiores. Con
este sistema estatal dual convivía el sistema de seguros privados existente antes
de la Segunda Guerra Mundial introduciendo nuevas desigualdades.
Las
madres que no se incorporaban al trabajo recibían prestaciones por familia ("allocation
de salaire unique et de la mère au foyer"). De hecho las políticas de maternidad
han contribuido durante largo tiempo a la exclusión de las mujeres del mercado
de trabajo y al mantenimiento del modelo de salario familiar, aunque ello nada
haya tenido que ver con los flujos de la oferta de mano de obra. Hasta 1970 el
marido tenía el derecho a fijar la residencia familiar y a impedir el trabajo
de la esposa. La participación de las mujeres en el mercado de trabajo cambió
muy poco entre principios de siglo y la postguerra, llegando incluso a disminuir
en la década de los sesenta.
Desde los años setenta se produjo un cambio
en las políticas sociales, propiciando -con notable éxito- la participación de
las mujeres en el mercado de trabajo a través de políticas de conciliación de
la vida laboral y familiar, y desarrollando, de acuerdo con las iniciativas de
la Unión europea, políticas de igualdad en el trabajo. Entre las primeras medidas
cabe destacar la creación, después de la Segunda Guerra Mundial, de un sistema
de guarderías estatales. La cobertura de la escolarización preescolar es una de
las más altas de Europa: 35% de los niños entre dos y tres años y 94% de entre
tres y seis. Sin embargo dichas políticas convivían con la existencia de nuevas
ayudas a las familias de carácter pronatalista que suprimieron la relación entre
nivel de ingresos y salarios familiares percibidos, adjudicando dichas ayudas
como derechos de las mujeres. A finales de los setenta se ampliaron así mismo
los permisos por maternidad y se disminuyó la presión fiscal sobre las familias
a partir del tercer hijo. Pero el aumento del trabajo femenino no se ha hecho
sobre la base del trabajo a tiempo parcial como en otros países.
A partir
de 1981, el gobierno Mitterrand corrigió el carácter pronatalista de algunas de
estas medidas, suprimiendo las acusadas diferencias de las prestaciones según
el número de hijos. Sin embargo, Francia ha seguido siendo uno de los países líderes
en las políticas sobre los permisos por maternidad. En 1981, se reconoció el derecho
a un año de permiso a hombres y mujeres; en 1986, el período se extendió
a tres sin pérdida de los derechos laborales. Desde 1988, las madres de familia
de edades superiores a los 45 años tienen acceso en cuanto tales al sistema sanitario,
viendo reconocido su trabajo. Las altas tasas de actividad a tiempo completo en
relación a los países vecinos puede considerarse un éxito de las políticas de
conciliación de la vida laboral y familiar.
Si en el terreno de la integración
en el mercado ha habido progresos notables, y en el acceso de las mujeres a los
derechos sociales Francia puede considerarse una aventajada, ello no ha propiciado,
al contrario de lo sucedido en el caso danés, un mayor acceso
de las mujeres a las estructuras de poder político fuertemente masculinizadas.
La tradición universalista republicana ha dificultado que las mujeres tuvieran
una representación en las instituciones "como mujeres" al modo en que lo han tenido
en otros países. Las medidas recientemente aprobadas sobre la paridad política
han supuesto una auténtica revolución en la política francesa que hasta ahora
había declarado sistemáticamente anticonstitucionales todas las propuestas de
instauración de cuotas en los sistemas de representación política.