Jutta de Sponheim (1092-1136) fue maestra de Hildegarda, aunque solo era seis años mayor que ella. Se conserva una Vida de Jutta, hagiografía escrita por un monje de Disibodenberg, probablemente Volmar, a inicios de la década de 1140 (Silvas, 1998: 85). Este documento proporciona información, también, sobre las primeras tres décadas de la vida de Hildegarda.
Jutta nació en el seno de una familia de la nobleza bávara, era hija de Sofía y Esteban de Sponheim, y fue educada por su madre viuda en la lectura de las sagradas escrituras. De la joven Jutta se destacan cualidades como la inteligencia y la memoria, y se dice también que poseía el don de la visión (Vida de Jutta, II-III). En lo espiritual, Jutta ponía énfasis en la penitencia y el sufrimiento como clave de la imitatio Christi, un camino que Hildegarda decidió no seguir.
Entre 1109 y 1111 Jutta recibió instrucción de la mano de Uda de Gölheim, una “viuda” que ejerció de “mare espiritual” suya (Vida de Jutta, III). En la época, “viudas” se designaban a menudo las mujeres que no se sometían a una regla, pero que estaban dedicadas plenamente a su propia espiritualidad (Rivera-Garretas, 1999: 110). Es posible que Hildegarda pasara sus primeros años de oblata en Sponheim junto a Jutta y que, por tanto, fuera educada también por Uda, aunque en la Vida de santa Hildegarda (I, i) se omite este episodio (Silvas, 1998: xvii, 51; Flanagan, 1996). Allí, en cambio, se indica qué formación procuró Jutta a Hildegarda:
“Esta mujer la educó en la humildad y la inocencia, le instruyó en el salterio decacorde y le enseñó a gozar de los salmos de David. A excepción de esta simple introducción en los salmos, no recibió ninguna otra enseñanza, ni del arte de la música ni de las letras y, sin embargo, han quedado de ella no pocos escritos y no exiguos volúmenes.” (Vida de santa Hildegarda, I, i: 38)
Al tratar sobre su formación, Hildegarda manifiesta algunas ambigüedades. Afirma, por un lado, que recibió una educación inicial por parte de Jutta y, por otro lado, niega haber recibido ninguna formación “humana” y sostiene que fue instruida únicamente por la “luz viviente” en su interior. Además, en otro texto refiere que aprendió mediante las obras de los doctores, es decir, de fuentes patrísticas como, por ejemplo, Agustín de Hipona. En contraste, finalmente, distingue de manera clara tanto su formación como su discurso de los de los philosophi. Estos son algunos de los fragmentos en los que Hildegarda trata sobre su formación:
“En esta visión comprendí los escritos de los profetas, de los Evangelios y de otros santos y filósofos sin ninguna enseñanza humana y algo de esto expuse, cuando apenas tenía conocimiento de las letras, tal y como me enseñó la mujer iletrada (indocta). Pero también compuse cantos y melodías en alabanza a Dios y a los santos sin enseñanza de ningún hombre, y los cantaba, sin haber estudiado nunca ni neumas ni canto.” (Vida de santa Hildegarda, II, ii: 52)
En otro pasaje indica que no había recibido “ninguna instrucción magistral” (sine humano magisterio). Por tanto, al hablar sobre su falta de formación se refiere fundamentalmente a la instrucción de tipo escolástico. En consecuencia, es incierto también hasta qué punto Jutta era una mujer indocta, como la califica en el pasaje citado; ciertamente, es probable que fuera una mujer culta (Vida de Jutta, V) que, como Hildegarda, tampoco había recibido una educación por parte de ningún magister. La misma Hildegarda se presentaba como una persona indocta y nescia, adjetivos con los que se definía, no solo cuando empezó a escribir, sino durante toda su vida. Por este motivo, a pesar de que había estado instruida interiormente por la “voz del cielo” (es decir, por la sabiduría divina, a fuente suprema de todo saber), se continuaba considerando ignorante “en sentido humano”. Sin acceso a la instrucción de los doctos, es decir, al estudio de las artes liberales, Hildegarda dejaba de lado las humanae scientiae, también porque creía que no servían pare aprehender el mensaje esencial de la divinidad.
Es necesario tener en cuenta este matiz al situar el discurso de la autora. Por un lado, se desmarca del conocimiento de los docti y los magistri; por el otro, afirma que su conocimiento procede de Sapientia, la verdadera fuente de todo conocimiento. Su saber se enraíza en la ignorancia, pero la experiencia visionaria-auditiva le procura un aprendizaje interior. Las visiones-audiciones perduran durante largo tiempo en su memoria, explica la autora en una epístola (Epistolarium, 103r; Vida y visiones, p. 151-152), y vincula su experiencia místico-cognoscitiva con la actividad del intelecto, ya que, en numerosos pasajes, en los que describe cómo aprehende la verdad revelada mediante la visión y la audición “interiores”, utiliza las expresiones intelligere e intellectum. La suya es una comprensión, en sentido fuerte, de los contenidos revelados por Sapientia. En cambio, la ignorancia inalterable de la autora, incluso tras esta comprensión, se debe al hecho de que la sabiduría divina es infinitamente superior a las capacidades intelectuales humanas. En comparación con la omnisciencia divina, el ser humano es un ignorante absoluto; sin embargo, no por ello tiene que dejar de esforzarse por conocer.