No sabemos con certeza el lugar de nacimiento de Hildegarda de Bingen (1098-1179). En su hagiografía solo se refiere que “vivió en la parte citerior de la Galia una virgen tan ilustre de nacimiento como en santidad, cuyo nombre fue Hildegarda” (Vida de santa Hildegarda, I, i: 38), y se identifican sus progenitores: Matilde e Hildeberto. La opinión más consolidada en la literatura crítica señala que nació en Bermersheim, cerca de Alzey, si bien se han considerado otras posibilidades: Böckelheim y Niederhosenbach. Hildegarda procedía de una familia de la nobleza germánica, aunque ella no menciona directamente ni su posición social ni sus orígenes. Sin embargo, habla sobre su nacimiento y su infancia, pero tan solo a propósito de su don:
“[…] desde mi infancia, desde los cinco años, hasta el presente, he sentido prodigiosamente en mí la fuerza y el misterio de las visiones secretas y admirables, y las siento todavía. […] He guardado silencio, en la calma permanecí hasta que el día en que el Señor, por Su gracia, quiso que las anunciara.” (Scivias, Testimonio: 16)
Hildegarda afirma que poseía el don de la “visón” desde la infancia y que permaneció en silencio acerca de ello, de hecho, durante casi cuarenta años. No se atrevió a transmitirlas hasta que Dios le ordenó que lo hiciera, según relata en su primera obra, Scivias. Ante esta necesidad, empezó a escribir.
La Vida recoge otro fragmento autobiográfico en el que menciona su vida intrauterina, nacimiento e infancia, pero, en este otro caso los vincula indirectamente a su faceta como profetisa:
“En mi primera formación, cuando Dios me infundió en el útero de mi madre el aliento de la vida, imprimió esta visión en mi alma. Pues en el año mil cien después de la encarnación de Cristo, la doctrina de los apóstoles y la justicia incandescente, que había sido el fundamento para los cristianos y eclesiásticos, empezó a abandonarse y pareció que se iba a derrumbar. En aquel tiempo nací yo y mis padres, aun cuando lo sintieran mucho, me prometieron a Dios. A los tres años de edad vi una luz tal que mi alma tembló, pero debido a mi niñez nada pude proferir acerca de esto.” (Vida de santa Hildegarda, II, ii: 51)
Hildegarda señala que posee el don visionario incluso antes de su nacimiento. A continuación, alude al tiempo que la vio nacer: el redondeo al año 1100 tiene resonancias milenaristas, así como también su conexión con la crisis de la fe y de la institución eclesiástica. Era la época de la primera cruzada, contra los turcos, un tiempo convulso, marcado también por el inicio de los conflictos entre los dos grandes poderes temporales: el imperio y la iglesia. Por otro lado, nos encontramos en el albor de la reforma espiritual cisterciense, de raíz benedictina, y también ante la eclosión de la escritura femenina, fuertemente unida a la espiritualidad.
Hildegarda era consciente del privilegio de su condición visionaria y, asimismo, de que su función como profetisa era revelar un conocimiento esencial para la salvación de las almas. Por ello, sus escritos y su pensamiento tienen una fuerte dimensión escatológica, que es una de las claves interpretativas tanto de su cosmología como de su antropología.
La vida intrauterina y la relación materno-filial se recrean en un pasaje del Scivias, su primera obra de visiones:
“Vi luego la imagen de una mujer que tenía una forma humana íntegra encerrada en su vientre. Y he aquí que, por secreto designio del Supremo Creador, esa forma de hombre realizó un movimiento como señal de vida; entonces una esfera de fuego sin rasgo humano alguno inundó el corazón de esa forma y, tocando su cerebro, se expandió a lo largo de todos sus miembros.” (Scivias, I, 4: 63)
Esta visión se ilustra en el manuscrito miniado del Scivias, elaborado bajo la supervisión de Hildegarda. Allí, el feto al que alude el fragmento citado es el alma peregrina, perdida en el error, y Sión es su madre, a la que busca regresar. Una idea recurrente en la obra de Hildegarda: la salvación del alma.