Autora del post: Cynthia González
Varios siglos han transcurrido desde que el Born vio la luz por última vez, momento en el que las familias seguían sus rutinas y se arraigaban de manera férrea a la Barcelona del siglo XVIII. Hoy, ya estando en el siglo XXI, el Born vuelve a renacer gracias a la Arqueología, y junto a ella florece también la identidad de muchos que se sienten cercanos a la gente de ese entonces.
Hablamos de memoria histórica, aquella que nos vincula a un territorio y una historia en común y nos ayuda a forjar nuestra propia identidad, ya sea como nación o como pueblo. Bajo esta premisa debemos entender que un yacimiento arqueológico de este tipo es más que un cúmulo de piedras y objetos rotos, sino que más bien se trata de una concentración de restos tangibles de nuestra propia historia, aquella que forja con fuerza nuestra identidad cultural, pues como bien explica el sociólogo Pedro Morandé, ‘no existe un solo objeto que no tenga una carga cultural’.
Ahora es cuando muchos de nosotros nos preguntamos por qué es importante tener contacto con nuestro pasado si aquello ‘ya no existe’. Durante estos cortos años dedicados a la disciplina arqueológica, puedo dar fe que la respuesta ha salido a flote en múltiples ocasiones: somos seres que pensamos y actuamos en función a nuestra propia identidad y es ésta la que nos impulsa a reconocer nuestro entorno, cuidar nuestros recuerdos y creer que, al fin y al cabo, pertenecemos a un lugar. Una vez comprendida esta idea, podemos remontarnos al siglo XVIII, específicamente a una de las casas ubicada en lo que actualmente es conocido como el yacimiento del Born Centre de Cultura i Memòria.
Corría el siglo XVIII y Barcelona se comenzaba a forjar como la ciudad industrial que todos conocerían en el siglo XIX. Comenzaba una pequeña e incipiente producción de manufactura especializada, la cual destacaría por su calidad. Lo que actualmente es un yacimiento arqueológico, en ese entonces se trataba de un barrio popular de Barcelona, en el que las personas realizaban tareas cotidianas con normalidad y gestaban sus propios futuros, y en la que hoy conocemos como ‘Casa Corrales’, existió una importante producción de cuerdas para instrumentos musicales (específicamente violas y violines), entendiéndose ésta como uno de los gérmenes de la Barcelona decimonónica.
Durante los trabajos de excavación arqueológica desarrollados durante parte de los meses de junio y julio, quienes participamos pudimos revivir en primera persona los pasos de este hombre y quizá de muchos que se dedicaban a la fabricación de manufacturas en talleres montados en sus propias casas. Allí pudimos observar cómo la cotidianeidad se mezclaba con las destrezas manuales, hallando elementos propios de ambas realidades. Asimismo, pudimos constatar que la heterogeneidad de este yacimiento nos invita a conocer el secreto de cada uno de sus rincones: sus casas, calles y cloacas que nos hablan de distintas realidades que se entrelazaban y participaban de manera dinámica durante su período de mayor apogeo, e incluso podemos ir más allá, ya que muchos de los materiales allí recuperados nos pueden otorgar información de tipo ambiental o de contacto, pudiendo reconstruir hasta el entorno paisajístico de la época y algunas de las relaciones comerciales entre pueblos de otras zonas de la costa mediterránea.
Hoy en día, sólo nos queda el recuerdo de este tiempo plasmado en lo que hoy llamamos yacimiento arqueológico y en él, un sinfín de historias que, al salir a la luz, podrían ser partícipes en la formación de nuevas identidades, lo que a la vez fomentaría la cercanía y cuidado de la población hacia los lugares que forman parte de nuestra historia. Es por eso que invito a los lectores a ser parte activa de la Arqueología, ya sea como defensores o protectores de los yacimientos, o bien como divulgadores de esta labor, pues sin el público y sin interpretaciones, esta disciplina se tornaría vacía y sin sentido.