El trabajo interior de Zaratustra

 
Francis García Collado

 


 

¡Arroja al fondo tu pesadez!
¡Olvida, hombre, olvida!
¡Divino es el arte de olvidar!
Quieres volar,
quieres ser un nativo de las alturas:
¡arroja tu mayor pesadez al mar!
¡Divino es el arte de olvidar!

Nietzsche, F. Poesía completa.

 

Zaratustra, embarcado en un navío procedente de las islas afortunadas, dirige su enigma tanto a los marineros que califica como buscadores y rastreadores, como a quienquiera que “se haya embarcado alguna vez con velas sagaces en mares terribles”. Para él, éstos están ebrios de enigmas y sus cuerpos albergan almas atraídas hacia todos los abismos laberínticos. Zaratustra les cuenta a ellos el enigma dado que:

“pues no queréis, con mano cobarde, seguir a tientas un hilo; y donde podéis adivinar, odiáis deducir”. 1

I

No habrá nunca una puerta. Estás adentro
Y el alcázar abarca el universo.

Borges, J.L. “Laberinto”.

 

Para el sabio Zaratustra, los amantes de los enigmas no pueden ser otros que aquellos que se sienten atraídos por los abismos laberínticos, y es que los abismos, puesto que son insondables, se convierten en crueles laberintos de los que resulta complicado salir con vida. Borges, nos habla de dos tipos de laberintos2 muy distintos. El primero es el que el rey de Babilonia mandó construir en su corte a arquitectos y a otros servidores, y cuya profundidad y dificultad probó un rey árabe que visitó la majestuosa construcción. Tras adentrarse en los largos pasillos de altas paredes resultó víctima de un intento de despiadada ridiculización por parte de su anfitrión, quien tenía tanto deseo de mostrar su
poder como de poner en evidencia la simplicidad y estulticia de su invitado. El rey árabe pasó horas deambulando por los pasillos de la majestuosa obra de arquitectura hasta que finalmente, ya agotado, al caer la tarde pidió socorro a su dios y éste finalmente le mostró la salida. Sin proferir queja alguna ante quien había intentado acabar con él, el rey árabe le dijo al de Babilonia que en su país también tenía un laberinto y que esperaba poder mostrárselo algún día. Así, presa de la ira contenida, ante tan grave
afrenta, cuando llegó a Arabia, armó sus ejércitos y los dirigió a Babilonia: una vez allí destruyó la ciudad e hizo prisionero a su rey. Entonces lo ató encima de un veloz camello y tras cabalgar durante tres días lo abandonó en mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. Sin duda, el desierto es un laberinto cuyas paredes van cambiando según sopla el viento, la inmensidad de cuyos espacios desdibuja las referencias que nos permiten avanzar en él.

Tras el atropellado resumen del cuento de Borges, vale la pena recordar otra historia en la que el laberinto pierde el espíritu del citado cuento para adquirir otra dimensión. Cuenta una leyenda que un rey encargó a un viajero de paso por su país la construcción de un laberinto del cual el propio rey no pudiera salir con vida. Y si el monarca lograba salir, entonces el viajero debería morir. Si por el contrario lograba realizar la proeza de desafiar la astucia del rey, no solo saldría indemne sino que le sería entregado el reino. Pasados los dos meses establecidos como plazo límite, el rey se presentó en las tierras en las que debería haberse construido el laberinto, pero al observar con perplejidad que no había ninguna construcción, le comunicó al torpe arquitecto su sentencia de muerte. Cuando lo fueron a buscar, el curioso viajero dijo que iba a presentar su laberinto, y se dirigió al rey con estas palabras: “¿Cuál es el instante central de tu vida?” El rey se quedó presa de su ensimismamiento, incapaz de dar respuesta, y renunció a su reino en favor del sabio.

De los dos laberintos de los que no es posible salir con vida, el primero corresponde al espacio sin tiempo3 y el segundo al tiempo sin espacio. En los laberintos no se puede vivir más que como un alma en pena hasta que uno termina por fenecer de agotamiento. A los laberintos se entra, pero salir es realmente complicado.

A quien intenta habitar en el espacio sin tiempo del desierto le espera el mismo fatídico desenlace que a quien intenta adentrarse en el laberinto de la mente, en un tiempo sin espacio. El espacio sin tiempo como el tiempo sin espacio, no son dos ideas estúpidas, un juego de palabras cargante cuando no imposible, sino que son la muestra decisiva de que el tiempo y el espacio son los que individúan las cosas. Cuando uno se encuentra en el desierto, la abrumadora presencia del inabarcable espacio se traduce, desde el punto de vista humano de la apariencia, a algo infinito, y nos sitúa ante la ficción de que el tiempo se ha detenido, como si la preponderancia del espacio hubiera desembocado en la eliminación del tiempo, como si el espacio hubiera engullido al tiempo: así de caprichosa es la inmensidad…

Del mismo modo, pero en sentido contrario, parece que en el repliegue del laberinto interior, lo que se pierde es el sentido del espacio, los pensamientos parecen encadenarse a tal velocidad que en su raudo transcurrir, se podría tener la ilusoria percepción de que el espacio ha desaparecido, como si tan sólo hubiera tiempo.

No es de extrañar que siguiendo este hilo, el portón ante el que Zaratustra se detiene para hablar con el espíritu de la pesadez adquiera tanta importancia para el eterno retorno del que hablan ambos personajes. El portón con dos rostros donde confluyen dos calles que van hacia la eternidad, la una hacia atrás y la otra hacia delante, cuyo nombre, escrito encima, es: “instante”.4

Si algo podemos extraer, por muy obvio que pueda resultar, de la lectura del enigma de Zaratustra en su primera parte, es decir, en su diálogo con el enano, es que todo cuanto podemos hacer podemos hacerlo exclusivamente en el “instante”, es decir, en la conjunción espacio-tiempo. Y que quien intente adentrarse en el laberinto del pasado y del futuro se encontrará inevitablemente con la tiranía del “instante”. A diferencia del rey de la leyenda atrapado en su laberinto interior buscando el momento exacto que corresponde a la mitad de su vida, el instante, se encuentra en el centro, entre el
pasado y el futuro: es el lugar en el que convergen el espacio y el tiempo. El instante es lanzamiento de dados y rienda del presente. La imposibilidad de dar un paso adelante en el futuro, fuera del instante, es simétrica a la imposibilidad de dar un paso atrás en el pasado. Creemos que vamos hacia el futuro y que huimos del pasado, pero en realidad siempre nos encontramos en el instante. ¿Cuánto dura el instante? Como verdad de Perogrullo podríamos decir que un instante dura un instante, pero lo cierto es que dura
una eternidad, no tiene duración: simplemente acontece al darse y al repetirse, por ello no podemos escapar de él, por ello el espacio sin tiempo y el tiempo sin espacio no son más que cantos de sirenas.

II

—Pero tú, Zaratustra,
¿aún amas el abismo,
haces cómo el abeto? —

F. Nietzsche. Fragmento de “Entre rapaces”.

La importancia del instante en Así habló Zaratustra y en su teoría del eterno retorno es crucial: en ausencia del eterno retorno, el tiempo podría ser lineal. Sin embargo, tanto si el tiempo es lineal como si es circular, sin instante no hay nada: todo parte del instante, y en él es donde puede el individuo reptar como una serpiente o elevarse como un águila. Si el tiempo es lineal, el instante es importante como construcción sólida enfocada al futuro; pero si el tiempo es circular, el instante adquiere su máximo
esplendor, dado que se repite eternamente como voluntad5.

Por ello, Zaratustra se encuentra constantemente entre dos imposturas: en ocasiones desciende a los abismos laberínticos del uno mismo, donde parece que no hay más que tiempo, y en otras asciende a las más altas cumbres donde la inmensidad del espacio parece moverlo a la ilusión de la inexistencia del mismo.

Zaratustra hunde sus raíces como un abeto, en el borde de abismos insondables y de ese modo logra crecer de manera espectacular al mismo tiempo que hunde sus raíces. Entre los extremos de la copa y la raíz más profunda, el árbol, es decir, la vida.No es de extrañar que los dos animales que le acompañan sean el que se mueve a ras de suelo y el que lo hace más arriba: La astuta serpiente, y la orgullosa águila. Esto nos acerca más al pensamiento del instante y nos aleja del que Zaratustra califica según la ocasión como espíritu de la pesadez, o como un ser entre el topo y el enano. Mientras que el topo cava a ciegas, la serpiente, elemento imprescindible del bastón de Asclepio, representa entre otras cosas la posibilidad del rejuvenecimiento al mudar la piel, y el águila, el orgullo de poder mirar el sol directamente. Ser consciente de la necesidad de reptar como la serpiente, de deslizarse por todas las superficies  y sobre todo, poder mudar de piel según convenga, o de la necesidad elevarse como el águila. Para quien ha tenido que arrastrarse, o para quien por su parte se ha elevado en las alturas, es menester adaptarse
a nuevos instantes. No es posible sobrevivir arrastrándose eternamente, del mismo modo que una vez en las alturas se corre el riesgo de caer de nuevo como una pesada piedra, como le recuerda el espíritu de la pesadez a Zaratustra. Sin embargo, Zaratustra no ha sido lanzado como una pesada piedra, sino que ha hundido sus raíces en las cumbres, como el abeto.6

Ambos animales pueden representar para Zaratustra dos ejemplos inigualables a imitar, aun cuando el hombre, pese a ser también un animal, no tenga la facilidad del resto de animales para seguir avanzando. Su gran enemigo, como señala Zaratustra, es el espíritu de la pesadez7. A diferencia de otros animales, el hombre corre el riesgo de perderse en laberintos interiores, y no sólo en los laberintos creados por la naturaleza, como ocurría en el desierto del cuento de Borges. Para Zaratustra, el problema del hombre podría ilustrarlo bien la sentencia de Heymann Steinthal según la cual “el animal tiene memoria pero ningún recuerdo”. Que los animales no tengan recuerdos no los sitúa en el umbral de la amnesia, tan sólo significa que su capacidad simbólica no tiene parangón con la del ser humano. El animal humano es un capax symbolorum. Esa condición es la que explica la existencia de laberintos simbólicos en el hombre, es decir, la dificultad para procesar la información, o dicho de otro modo (retomando la cita que
encabeza este escrito): el problema del olvido. Porque sin duda para muchos el olvido es un problema: no en cuanto no poder recordar donde hemos guardado las llaves del coche, sino en cuanto dificultad de olvidar. Adam Philips8 nos da al respecto tres grandes pistas sobre dicho problema:

1-Las personas recurren al psicoanálisis cuando hay algo que no pueden olvidar.
2-Las personas se someten a un tratamiento psicoanalítico porque recuerdan de un modo que no
les permite liberarse para olvidar.
3-Recordarlo todo es una forma de locura.

Así, como reza el poema de Nietzsche, ¡Divino es el arte de olvidar!

III

(…) cada cual ha de organizar el caos que lleva dentro de sí, para llegar a
reflexionar sobre sus auténticas necesidades. Su honestidad, su carácter
verídico y competente se tiene que oponer en algún momento a esa actitud que siempre y solamente repite al hablar, aprender y reproducir.

Nietzsche, F. II Intempestiva.

Mientras que los animales pueden cambiar de piel sin más, con esfuerzo pero sin recordar dicho esfuerzo, el hombre es golpeado por los enemigos citados por Zaratustra; los recuerdos de la compasión, el vértigo ante los abismos, el dolor por el hombre o incluso por el sentimiento de temor e indigencia producido por el pensamiento de la propia muerte. Si el vuelo circular del águila le recuerda a Zaratustra el eterno retorno, la búsqueda interior del sabio, su vívido deseo de afirmarse resulta el paso
imprescindible para el superhombre.En la lucha de contrarios, lo contrario del olvido no es ni el recuerdo ni la memoria. Pese a todo, no es de extrañar que pueda interpretarse de ese modo. Nietzsche nos da
una explicación al relacionar la visión de contrarios con el mal observador, dado que lo que hay son diferencias de grado9. Llegados a este punto diremos que tanto el olvido como el recuerdo son formas complejas de memoria. Para los griegos arcaicos lo contrario del olvido era la verdad.10

Ciertamente saber que todo se ha producido con anterioridad, y que volverá a repetirse eternamente, parece dejar poco espacio a la salud mental. Saber que todo se va a repetir, la muerte de nuestros seres queridos, el dolor por las pérdidas y un largo etcétera, hace que sólo el superhombre sea apto para enfrentarse al pensamiento abismal del eterno retorno. En palabras de Zaratustra: el superhombre vendrá después del último hombre, que es aquel que ya no pueda despreciarse a sí mismo11. El último hombre sigue siendo un hombre, porque pese a saber que todo se volverá a repetir eternamente, y pese a
poder sentir compasión (como hombre sujeto a una moral determinada), no sentirá desprecio por sí mismo cuando ya no haga nada por el hombre. Tras él llegará el superhombre, el cual quedará libre de esas cargas. El último hombre es aún hombre porque todavía se encuentra bajo el yugo de la moral establecida, a pesar de lo cual, cuando le asalte el pensamiento abisal y no haga nada, será considerado el hombre más despreciable, dado que como hombre (y no como superhombre) su esencia continúa
siendo moral, y su inacción lo sitúa a ojos de los demás como un ser despreciable. No obstante, se asimilará a sí mismo y, al no sentirse despreciable, avanzará hacia el superhombre. De nuevo la necesidad de que el superhombre se entregue al arte de olvidar, porque “¡divino es el arte de olvidar!”

Lo importante no es volverse amnésicos, pues ello nos haría más vulnerables frente a los peligros, sino ordenar bien el cajón de sastre de la memoria, para lo cual Zaratustra nos recomienda el valor que ataca, aquel que puede enfrentarse a los abismos y a la compasión entre otros recuerdos dolorosos.

El “mediodía” es el instante que se encuentra en el portón llamado “instante”: la distancia que separa al “instante” del pasado y al “instante” del futuro es la misma. De modo que, si el tiempo es eterno, si todo se repite, el centro de la vida de la leyenda del rey atrapado en su laberinto interior muy bien podría haber sido el “instante”: lo que siempre marca el punto intermedio es el “instante”.

IV

(…) En los bosques y en las cavernas, en las tierras pantanosas y bajo cielos
nublados es donde el hombre vivió durante mucho tiempo, y vivió
miserablemente en los diversos grados de civilización siglos y siglos. Allí
aprendió a menospreciar lo presente y lo inmediato, y la vida y a él mismo
(…).
Nietzsche, F. El viajero y su sombra.

Descartes hizo célebre su sentencia “Je pense, donc je suis”, a la cual un elocuente Lacan replicó, como si se tratara de una respuesta envenenada, con su “Je pense où je nesuis pas, donc je suis où je ne pense pas”.12

La sentencia de Lacan nos aproxima a la que Zaratustra profiere a su espíritu de la pesadez: “¡Enano! ¡O tú o yo!”13. Con estas palabras se dirige hacia el ser que define como mitad enano, mitad topo. Un molesto y paralítico personaje que no sólo no puede valerse por sí mismo, sino que además representa un lastre para Zaratustra. Mientras éste continúa con su ascenso por la senda montañosa, el espíritu de la pesadez, ese enano cojitranco, se empeña en echarlo hacia atrás, no ya sólo valiéndose de su peso
corporal sino además recurriendo a verter pesados pensamientos en el cerebro del viejo, pesados como gotas de plomo. Así, no es de extrañar que Lacan continúe diciendo unas cuantas líneas más abajo:

No soy, allí donde soy el juguete de mi pensamiento; pienso en lo que soy, allí donde no pienso pensar.

Sólo cuando uno consigue pensar sin pensar en pensar puede volver a decir, como Zaratustra empuñando el “valor que ataca”, el que mata incluso a la muerte:¿Esto ha sido la vida? ¡Muy bien! ¡Otra vez!.14

De acuerdo con Zaratustra, el olvido es un laberinto cuyo peor enemigo es la bestia interior. Teseo logró salir ileso gracias a la ayuda de Ariadna, pero tuvo que pagar un precio por la ayuda: quedar sujeto al hilo y por ende a quien lo sujeta. Quien no huye del sprit sérieux, del dogma, queda sujeto al hilo de otro, y no es de extrañar que Zaratustra tras buscar al superhombre terminara por comportarse como Antístenes apartando a sus discípulos de su lado15, dado que el superhombre no puede ser víctima
de la necesidad, como aquellos hombres superiores. Cada cual debe seguir su hilo, su propio discurso y no tomarlos prestados: de lo contrario uno se aparta del camino de la independencia propia del superhombre. De ahí que Nietzsche señale:

Signos de libertad y de sujeción.- Satisfacer por sí mismo lo más posible, las necesidades más imperiosas aunque sea de una manera imperfecta, es la forma de llegar a la libertad del espíritu y de la persona. Satisfacer, con ayuda de los demás, y tan perfectamente como sea posible, muchas necesidades superfluas, termina por ponernos en un estado de sujeción.16

El problema no es entrar en un laberinto, sino cómo salir de él: podemos hacerlo con ínfulas de héroe pero ayudados por otro, como Teseo de la mano de Ariadna; o recurrir a la ayuda divina, como el rey árabe de la leyenda. Pero tal vez la mejor salida del laberinto requiere de un esfuerzo titánico que nos exonere de las viejas cargas, que nos libere de los pesados pensamientos. Pues, al fin y al cabo, como reza el daimon juguetón de las etimologías, tal vez un laberinto sea algo relativo a la búsqueda del uno
mismo, es decir, un trabajo interior, en definitiva, una “labor intus”.

Terrassa, 12 de julio de 2009.

NOTAS


1 Nietzsche, F. Así habló Zaratustra. Ediciones Valdemar, 1ª edición, Madrid, 2005. (p, 237).
2 Borges. Obras completas I. “Los dos reyes y los dos laberintos”. RBA. Editores (p, 607).
3 Borges. Obras completas I. “El desierto”. RBA. Editores (p, 1088). El primer verso de este poema dice “El espacio sin tiempo”.
4 Nietzsche, F. Así habló Zaratustra. Ediciones Valdemar, 1ª edición, Madrid, 2005. (p, 240).
5 Nietzsche, F. Más allá del bien y del mal. Sentencia 56, RBA, 2002. (pp, 90-91).
6 Mientras que las serpientes acostumbran a mudar la piel de tanto en tanto frotándose contra alguna roca, el águila asume en el “mediodía” de su vida un compromiso vital, debe irse a un lugar elevado y apartado y golpear su viejo y desgastado pico contra una roca hasta arrancárselo, para de ese modo a su vez proceder a extraerse sus viejas y ya largas garras romas y encorvadas que no le podían proporcionar ningún sustento. Tras dicha operación, cambiará su plumaje y renovada como un fénix podrá doblar su esperanza de vida, llegando a convertirse en una de las aves más longevas al alcanzar unos setenta años de vida. En el prefacio de Nietzsche, F. El viajero y su sombra. Edaf, 1999. (p, 13), leemos “(…) un espíritu que entiende esa astucia de serpiente que consiste en cambiar de piel(…)”.
7 (Geist der Schwere o esprit de sérieux). Ya sea entendido como la pesadez producida por la carga del uno mismo o la carga de dogmas culturales.
8 Philips, Adam. Flirtear. Anagrama 1998. El punto uno se encuentra en la página 207, tanto el segundo como el tercero se encuentran en la página 55, y el último es una cita de la obra de Brian Friel,
Translations citada en la obra de Philips.
9 La cita dice: El hábito de los contrastes.- La observación superficial e inexacta ve contrastes en la
naturaleza (por ejemplo, la oposición entre “calor” y “frío”) por todas partes donde no hay contrastes,sino tan sólo diferencias de grado (…) El sentimiento humano está cargado de un número infinito de dolores, de injusticias, de durezas, de enajenaciones, de enfriamientos, por el hecho de que se creía ver contrastes donde no hay más que transiciones. Nietzsche, F. El viajero y su sombra. Edaf, 1999 (p, 183).
10 Detienne, Marcel. Los maestros de verdad en la Grecia arcaica. Taurus, 1982. En esta obra el autor contrapone Alétheia a Lethé, como par inseparable.
11 Nietzsche, F. Así habló Zaratustra. Ediciones Valdemar, 1ª edición, Madrid, 2005. (p, 73).
12 Lacan, Jacques. Escritos. “La instancia de la letra”. RBA. (p, 498).
13 Nietzsche, F. Así habló Zaratustra. Ediciones Valdemar, 1ª edición, Madrid, 2005. (p, 238).
14 Nietzsche, F. Así habló Zaratustra. Ediciones Valdemar, 1ª edición, Madrid, 2005. (p, 239).
15 Así el león espanta a los hombres superiores de su caverna antes de emprender su viaje por su
mediodía, dado que aquellos hombres eran víctimas de la necesidad. Ver Nietzsche, F. Así habló
Zaratustra. Ediciones Valdemar, 1ª edición, Madrid, 2005. (p, 434). Esa opinión sobre los adeptos y
discípulos se puede ver en varias obras de Nietzsche, valgan como ejemplo las sentencias: 357 y 367 de
Miscelánea de opiniones y sentencias en Nietzsche, F. El viajero y su sombra. Edaf, 1999 (pp, 135 y 137): Infidelidad, condición de maestría.- Es inevitable: cada maestro no tiene más que un solo
alumno- y este alumno le llega a ser infiel-, pues está predestinado a la maestría.
Vivir, si es posible, sin adeptos.- Sólo se comprende cuán poca importancia tienen los adeptos
cuando se ha dejado de ser el adepto de sus adeptos.
16 Nietzsche, F. El viajero y su sombra. Edaf, 1999. sentencia 318, (p, 273).

 

 

 

Manuel Mujica Laínez

Laberinto