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DOSSIER: EN TORNO A LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN

La reciente divulgación de unas caricaturas maliciosas sobre la figura de Mahoma ha vuelto a poner sobre la mesa el tema de la libertad de expresión. Es un asunto de esencial interés tanto para la estructura política de las democracias occidentales, como para la ideología imperante en sus sociedades. En ningún debate serio se cuestiona abiertamente la necesidad de sostener la democracia con la libertad de expresión, pero no siempre se entra en todas las implicaciones prácticas de la cuestión. En el artículo de Iñigo González se retrocede a la época de la invasión americana de Irak, que dio lugar a numerosos episodios de conflicto mediático, para analizar la conveniencia del control de las imágenes ateniéndonos al riesgo de espectacularización mediática de las representaciones del mundo, que son, al cabo, las referencias inmediatas de que disponemos para construir nuestra particular y personal imagen del mundo. El texto de la periodista Irene Lozano defiende más abiertamente la necesidad de la libertad de expresión, sobre todo a raíz del debate sobre las caricaturas de Mahoma. Se trata de un derecho indiscutible en el ámbito democrático y hasta de un derecho universal, que no debe estar sometido a regulación, sino acaso a la necesidad, también democrática, de respetar la ley (por ejemplo, la ley que protege la intimidad y la imagen privada de las personas). En una dirección similar se mueven los argumentos de Roaul Vaneigem en su libro Nada es sagrado, todo puede decirse, que se analiza en el artículo de Josep Pradas. Aceptando que el derecho a la libertad de expresión es indiscutible en el ámbito de la democracia, el articulista plantea algunas objecciones sobre la confianza que Vaneigem deposita en la libertad de expresión como medio de articular la socialidad y como instrumento de lucha contra el mercantilismo.

Cadáveres privados y cadáveres públicos. Epistemología y ética de las imágenes censuradas. Por Iñigo González

En 2002, Daniel Pearl, periodista del Wall Street Journal, era secuestrado y degollado ante una cámara. La grabación del degüello, con abierta intencionalidad pública, fue finalmente censurada por la inmensa mayoría de medios de comunicación occidentales y no trascendió el ámbito privado en el que se realizó. Las vejaciones y torturas fotografiadas en Abu Ghraib, en cambio, trascendieron en 2004 su inicial privacidad al ser publicadas por The New Yorker y la CBS, invadiendo así el espacio de lo público.
¿Qué distingue ambas imágenes, determinando su «publicabilidad»? El presente artículo pretende analizar la censura de imágenes especialmente cruentas en los espacios informativos –i.e., al margen de los publicitarios o los de entretenimiento. Para ello, trataré de responder, en relación a este tipo de imágenes, a las siguientes preguntas: ¿Qué pueden mostrar? ¿Se deben mostrar? Y ¿cómo se deben mostrar? La primera pregunta se dirige a una cuestión estrictamente epistemológica. Dada su excesiva amplitud, me limitaré a establecer, por una parte, que es necesario defender una cierta idea de la verdad como correspondencia para poder distinguir entre imágenes verdaderas e imágenes falsas. Y, por otra parte, precisaré en qué podría consistir la falsedad de una imagen.
Las dos segundas, en cambio, son de tipo ético y apuntan a la problemática formulación de una libertad de expresión relativa a las imágenes violentas. Trataré de poner de relieve la función decisiva de este tipo de imágenes como revulsivo y desarrollaré críticamente algunos de los argumentos habitualmente esgrimidos para impedir su difusión. Pretendo defender que, incluso si aceptamos que prima facie se debe poder ver todo, el centro del debate se halla en las condiciones de publicación y, principalmente, en la posible espectacularización mediática de las imágenes. [Texto completo en pdf]

La censura del miedo. Por Irene Lozano

La sociedad europea no debería rendirse ante las exigencias islámicas de regular la difusión de imágenes ofensivas hacia su religión. La libertad de expresión no puede entenderse a medias, y sólo el Código Penal deber trazar sus límites. La autora critica a los partidarios de la autocensura porque la libertad y la tolerancia democráticas ya dan suficientes garantías a todos los que forman parte de la sociedad, al margen de sus creencias. La sociedad democrática no debe aceptar rebajas en sus derechos fundamentales para contentar a ninguna religión. [Texto completo en pdf]

Ciudadanos libres, discursos atados. A propósito de un texto de Raoul Vaneigem. Por Josep Pradas

La libertad de expresión tiene sus riesgos, sobre todo cuando se plantea en su versión más extrema, como es el caso de Raoul Vaneigem, defensor de la libre circulación de ideas, incluso de las más descabelladas y estúpidas, por ejemplo la propaganda nazi. Vaneigem cree que la pugna de ideas en un escenario de libertad de expresión es capaz de prevenir los riesgos de que ideas contrarias a la humanidad circulen libremente. En cambio, la restricción política de la libertad de expresión, por bienintencionada que sea, supone mayores riesgos, porque puede acabar perjudicando las libertades particulares. El autor del artículo acepta la desconfianza de Vaneigem hacia los poderes políticos y mediáticos, pero critica su excesiva confianza en la pugna de ideas, porque ésta no se desarrolla en las condiciones de igualdad imaginadas por Kant, entre particulares dispuestos a discutir argumentos, sino que se da entre particulares que reciben información y corporaciones que la generan en laboratorios mediáticos privados. Ya no se trata de discursos libres emitidos por ciudadanos libres, sino de discursos atados para que los ciudadanos libres no alcancen el fondo de realidad. [Texto completo en pdf]