Mary Dellenbaugh-Losse es doctora en Geografía, máster en Paisaje y Arquitectura. Desde su trabajo como urbanista y consultora se enfoca en la participación comunitaria, la inclusión social y la perspectiva de género. Dellenbaugh-Losse aspira a configurar las ciudades y los espacios públicos en colaboración con quienes las habitan para crear espacios seguros e inclusivos.
GABRIELA A. MELÉNDEZ RIVERA
P. ¿Para quién considera que están hechas las ciudades? ¿Cómo el urbanismo feminista se enfrenta a eso?
R. Debido a la omisión y a la indiferencia de género las ciudades son, involuntariamente, creadas con las mujeres fuera del panorama y el desarrollo urbano feminista o de género busca cerrar esa brecha de conocimiento. Diría que las ciudades son inconscientemente discriminatorias.
P. ¿Cómo el urbanismo feminista incluye a personas racializadas, con diversidad funcional o perteneciente a cualquier otro grupo marginalizado en los espacios públicos?
R. Debo decir que me alejo un poco del término ‘feminista’. Lo llamaría, mejor, desarrollo urbano de género o ciudades con equidad de género. Personalmente, me aproximo desde una perspectiva interseccional. Nos fijamos en la intersección de múltiples formas de discriminación y sus efectos en cómo se mueven las personas por un espacio y cómo se sienten en él. Una ciudad con buena equidad de género también se responsabiliza por otras formas de discriminación.
P. ¿Las personas asumen que al ser «feminista» solo interviene por las mujeres?
R. Es eso y que el término excluye grupos no binarios, que no se identifican ni como hombres ni como mujeres. No queremos buscar la equidad para un grupo y excluir a otro, esa no es la solución correcta.
P. Cuando se trata del sentimiento de seguridad de las mujeres en los espacios públicos, ¿los cambios urbanísticos son tan importantes como los refuerzos policiales, las multas o las regulaciones?
R. Las dos cosas deben ir mano a mano. Por una parte, necesitamos cambio social, que es diferente en cada país, en cada ciudad y en cada vecindario, respecto a pensar cuánto afectan nuestras acciones a las personas con quienes compartimos los espacios. Por ejemplo, lo cómodos que se sienten los hombres acosando verbalmente a las mujeres en las calles. Otro ejemplo sería el acto de orinar en público. Hay grados de diferencia según el contexto social y los diferentes espacios respecto a las normas, lo aceptable y lo que no está bien.
Por la otra parte, está la arquitectura física que genera, promueve o reduce el sentimiento de seguridad. Por ejemplo, estudios recientes en la ciudad de Ulm (Alemania) han demostrado que las mujeres se sienten más seguras con luces azules, o colores cercanos a la luz del día, que con la típica bombilla naranja que se utiliza para iluminar las calles en Europa y Estados Unidos. El túnel oscuro con luces naranjas puntuales les parece a las mujeres más inseguro que con luces azules o blancas difuminadas. Consecuentemente, no se trata solo del aspecto físico, también de cambiar las mentalidades, de eso se trata la incorporación de la perspectiva de género.
P. Usted dijo para La Vanguardia que: “una buena ciudad debe tener ojos”. ¿Los ojos de las ciudades miran y cuidan?
R. Sí y no. La idea de que la ciudad necesita ojos viene del libro La muerte y vida de las grandes ciudades americanas, de Jane Jacobs, publicado en 1961. Los vecindarios pequeños y multiusos son más seguros para las personas porque hay cosas pasando en la calle. Para la publicación del libro, en Estados Unidos, estaban demoliendo estos vecindarios para desarrollar grandes bloques. Entonces, la idea de que estos desiertos o espacios abandonados entre bloques son inseguros responde a la propuesta de Jacobs de que las calles deben tener ojos.
Lo más interesante es que en esas comunidades se gana contacto y capital social, un concepto de Bourdieu que se define como la red de relaciones que se construyen al compartir un espacio y desarrollar un sentido de pertenencia comunitario. En vecindarios como El Clot, en Barcelona, se presencia esto. Las personas asumen responsabilidad por lo que pasa ahí. Mientras que, en los sectores anónimos de la ciudad, donde no hay ojos en las calles, donde todo es homogéneo, donde hay desiertos o en el centro de la ciudad, que no le pertenece a nadie, no existe el sentimiento de cuidado.
P. ¿Cómo se promueve que los ojos miren y cuiden?
R. Yo apuesto a los vecindarios multiusos de 15 minutos. Las supermanzanas crean vecindarios por los que se puede caminar y se promueve el capital social y el sentimiento de conexión. Cuando se camina por esas áreas se ven personas en el parque con sus niños, usando los bancos… se convierte en un espacio social y promueve el sentimiento de cuidado.
P. ¿Es el urbanismo táctico una mejor opción que los proyectos permanentes de urbanismo para trabajar la inclusividad en la ciudad?
R. El urbanismo táctico no es una mejor opción, pero puede ser una herramienta útil, pues posibilita cambios urbanos pequeños, rápidos y temporeros que permiten a las personas experimentar y visualizar los cambios que otras intervenciones permanentes podrían brindar.
P. ¿Qué elementos de las supermanzanas se podrían considerar como propuestas de urbanismo feminista o con perspectiva de género?
R. Mirémoslo desde otra perspectiva. Es conocido que las mujeres son más propensas a asumir roles de cuidadoras y negocian estas responsabilidades de cuidado no pagadas con trabajos asalariados. Por lo tanto, tienen diferentes patrones de movilidad, viajan en cadena. Por ejemplo: salen de sus casas, llevan a los niños a la escuela y van al trabajo. En la vuelta, buscan ropa en la lavandería, compran un litro de leche, recogen a los niños a la escuela y regresan a casa. En estos vecindarios que promueven el tráfico conveniente y los pequeños negocios todos los servicios están cerca al hogar, consecuentemente, se facilitan los viajes en cadena. Entonces, se fomentan los viajes andando, en bicicleta o en transporte público, que las mujeres tienden a preferir, y facilita, asumiendo una situación heterosexual y binaria, que su pareja también participe de estos deberes. Desde mi perspectiva, este tipo de vecindario ayuda a las mujeres a combinar el trabajo remunerado y el no pagado.
P. Respecto a reducir el espacio público para los automóviles, ¿perspectiva de género?
R. De alguna forma sí lo es, porque es conocido por numerosos estudios de diferentes países que los hombres tienden a conducir solos en automóviles y, usualmente, viajan de forma lineal. Conducen al trabajo, tal vez del trabajo a hacer deporte y, luego, de vuelta a casa. Las mujeres hacen viajes en cadena y tienden a frecuentar más el transporte público, las bicicletas o prefieren ir andando. Por lo tanto, reducir la cantidad de autos en las calles promueve que las personas anden más y otorga espacios seguros para que los niños tengan más autonomía, lo cual reduce la carga de las mujeres de tener que estar atentas todo el tiempo.
P. ¿Podría nombrar espacios en Barcelona que carecen de inclusión?
R. En Glòries. Fue un barrio industrial y ahora están construyendo edificios de oficina. Es un plan muy de los años 90. Ya no se deberían crear vecindarios mono-funcionales. Nunca. Estaba saliendo de Marina hacia mi hotel por la calle Almogávers y todo estaba abandonado. Eran aproximadamente las 23.00 en una ciudad de ocho millones de personas y no había nadie.
P. Y en esos espacios públicos, ¿cómo los ciudadanos pueden identificar esas faltas?
R. Yo intento evitar la palabra ‘ciudadanos’. Esa palabra excluye a las personas que legalmente no están autorizadas a votar o a tener voz en la ciudad. Intento usar ‘residentes’ porque habla de las personas que usan el espacio. En esos espacios hay mucha diversidad y gran parte de las personas no son ‘ciudadanos’. Incluso, las personas que usualmente proponen proyectos de inclusión no son ‘ciudadanos’, pues son quienes piensan más allá debido a que vienen de otros lugares o quienes necesitan otro tipo de acceso a los bienes y servicios.
P. Le agradezco la observación. ¿Qué le recomienda a los residentes para identificar la exclusión?
R. Lo que siempre hago con mis estudiantes es pedirles que piensen en las personas que están en la ciudad. Por ejemplo: una anciana. Pensemos que es viuda, que tiene entre 80 y 85 años, que aún tiene energía y que desea continuar con su vida. ¿Cómo es para ella ir de su casa hasta el parque, o a la tienda, o a tomarse un café…? ¿Qué tipo de consideraciones debe tener al planificar su ruta? Otros ejemplos: ¿Qué sentiría una persona racializada al caminar por este espacio? ¿Qué tal algún equipo de fútbol femenino que quiera utilizar el campo del vecindario? Hay que retar las expectativas sobre quién tiene derecho al espacio público. Invitaría a los residentes a ponerse en el lugar de personas que nunca habían considerado antes y caminar por la ciudad desde su perspectiva. Digamos que es como ponerse un par de lentes nuevos.
P. ¿Por qué algunos responsables de diseñar espacios no hacen este ejercicio que recomienda?
R. Muchos de estos espacios están diseñados para ser apropiados y atractivos precisamente para las personas que los diseñan, quienes regularmente son hombres, sin ninguna diversidad funcional y con una educación de clase media-alta. Por lo tanto, hay muchos puntos ciegos. Para eso existen regulaciones y leyes para la accesibilidad. Sin embargo, ser auténticamente inclusivos y no solo de forma simbólica es parte del conflicto. Por eso es importante que las personas tengan una participación legítima en los procesos y podamos mejorar. Hay muchos grupos de personas que utilizan los espacios públicos y no tienen voz en cómo se construyen o se negocian. Es importante crear espacios que no excluyan. No se pueden hacer espacios inclusivos para todas las personas porque se siguen desarrollando nuevos grupos y no sabemos quién habitará esos espacios dentro de 20 años. Por lo tanto, lo que yo intento es poner el mayor esfuerzo en crear espacios que no sean exclusivos.
P. ¿Cuáles son las principales causas que evitan que el urbanismo con perspectiva de género evolucione?
R. La perspectiva de género, en general, se enfrenta a muchos retos. Yo diría que, en primer lugar, hay resistencia activa que responde a los valores heteronormativos y patriarcales tradicionales. También, hay resistencia pasiva. Hay países muy progresivos, como Suecia o Denmark, donde no está aceptado políticamente estar en contra de la perspectiva de género. Sin embargo, las iniciativas no son financiadas ni aplicadas. Por otra parte, tenemos algunos conflictos generacionales. El trabajo feminista y de género ha evolucionado mucho. Algunas personas que llevan 30 años trabajando en este campo ya no se identifican con la dirección que ha tomado el movimiento. Relacionado a esto, también hay mucha fatiga. ¿Cómo continúas motivada luego de 30 años luchando por lo mismo, escuchando las mismas historias y enfrentándote a las mismas excusas?
Igualmente, tenemos un poco de división dentro del feminismo respecto a si existe un conflicto de interés entre los derechos de las mujeres cisgénero y los derechos de las personas trans y no binarias. Muchas personas dicen que un aspecto desvaloriza al otro. Yo digo que mientras más inclusión, mejor. Muchas de las luchas de las personas trans se pueden ganar si las consideramos como derechos de las mujeres. Si construimos espacios más seguros para las mujeres, también serán espacios seguros para las personas trans. Es muy difícil incorporar estos aspectos de inclusión en mi trabajo porque, aunque deseo visibilizar a las personas trans y no binarias, estoy restringida porque en el campo laboral solo se reconocen dos géneros. Sin embargo, cualquier avance nos acerca a esto, a comenzar a dialogarlo.
P. Con todos esos obstáculos, ¿Cómo se define usted?
R. Mi trabajo trata de incentivar a que las personas miren los espacios a través de las experiencias de otras personas que también lo habitan. Todo mi trabajo se centra en la idea de que tenemos un sistema, tenemos un lugar en ese sistema y si cambiamos lugar con alguien más dentro del sistema ¿cómo cambia nuestra perspectiva? Esa es la base de lo que hago.
P. ¿En una escala del 1 al 10 cómo califica a Barcelona como una ciudad inclusiva? ¿Qué debe mejorar?
R. Desafortunadamente, no pude ver mucho, pero recientemente fui por segunda vez. Yo calificaría a Barcelona con un 7. Viajo frecuentemente y he visitado muchas ciudades. Barcelona se siente como una ciudad acogedora. Lo tiene en la agenda [el urbanismo con perspectiva de género], no es un punto ciego. No hay ciudades perfectas, pero están trabajando activamente en ello y, honestamente, eso es todo lo que se puede pedir.
Diccionario inclusivo
Mary Dellenbaugh-Losse es una urbanista con perspectiva de género. Conocer sobre este tema le provee un vocabulario muy específico que puede ser nuevo para muchas personas. Con motivo de entender mejor la inclusividad y sus implicaciones en la vida cotidiana, definimos algunos conceptos claves.
• Género: una serie de características sociales, psicológicas y emocionales, comúnmente influenciadas por expectativas sociales que clasifican a un individuo como femenino o masculino.
• Interseccionalidad (Kimberlé Crenshaw, 1989): una herramienta analítica que reconoce que el género, el sexo, la raza, la orientación sexual, entre otras categorías están interrelacionadas en las desigualdades sistemáticas
• Binario de género: concepto que señala que toda persona debe ser uno de dos géneros: hombre o mujer.
• No binario: persona que no se identifica con ninguno de los dos géneros: masculino o femenino.
• Cisgénero: Una persona cuya identidad de género es igual al sexo asignado al momento de nacer
• Persona trans: personas cuya expresión de género es no-conforme y/o cuya identidad de género difiere del sexo asignado al individuo al momento de nacer.
• Persona racializada (Moha Gereou: una persona racializada es alguien que recibe un trato favorable o discriminatorio en base a la categoría racial que la sociedad le atribuye
• Heteronormativo: la presunción de que todo el mundo es heterosexual o que las atracciones de sexo-opuesto son la norma y, por ende, superiores.
• Patriarcado: Predominio o mayor autoridad del varón en una sociedad o grupo social.