Guissona es un pueblo de la Catalunya rural, es parte de la provincia de Lleida y cuenta con unos 7.000 vecinos. Se encuentra a 85 kilómetros del centro de Barcelona. Para llegar, se pasa por campos de trigo y colza, que en la primavera pintan de verde y amarillo el paisaje. En el camino, se ven pueblos medievales con iglesias asomando por los tejados. Antes del conflicto entre Rusia y Ucrania, uno de cada siete habitantes era de origen ucraniano. Ahora, esta comunidad es aún más grande.
RORY ARMSTRONG E ISABELA CUSSEN
Al llegar a Guissona, lo que se asoma por los tejados no es la iglesia, sino la fábrica de la empresa alimentaria BonÀrea. Esta es, en gran parte, responsable de que este pueblo tenga una de las tasas de inmigración más altas de la comunidad. Un 53% de su población es migrante, según los datos del ayuntamiento. Entre ellos, cerca de 1.200 personas son ucranianos. Si no fuese por la guerra, estos serían el segundo grupo más numeroso, después de la comunidad rumana. También hay un alto porcentaje de personas procedentes de Colombia, Senegal, Bulgaria y Marruecos.
El ayuntamiento, situado en una plaza del barrio antiguo, ha sido un ejemplo a seguir en cuanto a la llegada de refugiados. Avisados por los propios vecinos y anticipándose al problema, los ciudadanos de Guissona empezaron a preparar meses antes la posible llegada masiva de personas que huyen de un conflicto bélico. La invasión tuvo lugar el 24 de febrero, y a principios de marzo ya habían llegado entre ochenta y noventa personas. Hoy, hay 272 refugiados, de los cuales 159 son adultos y 113 son menores de edad.
Hay refugiados que llegan por su propia cuenta, con sus coches o en aviones. También hay quienes llegan con la ayuda de ONGs, como Open Arms. Una vez aquí, son atendidos por la Cruz Roja, quienes les ayudan a conseguir los papeles que necesitan para registrarse como residentes. Este trámite se ha agilizado gracias a los permisos especiales que ha otorgado el Gobierno de España. El proceso de alojamiento, escolarización e integración lo hace el ayuntamiento, los vecinos del pueblo, y también las empresas. Cada uno pone de su parte para colaborar.
El alcalde de Guissona, Jaume Ars i Bosch, ha descrito la situación como agridulce. “Por un lado, estamos contentos de haber realizado toda esta acción humanitaria y sabemos que lo estamos haciendo bien, pero luego no entendemos que tengamos que estar haciendo esto en el siglo XXI”. El Ayuntamiento de Guissona tiene una comisión operativa de ayudas a Ucrania y se han organizado en distintos equipos para brindar apoyo a los refugiados. Estos están compuestos por funcionarios municipales y ciudadanos voluntarios.
El 80% de los refugiados que llegan ya tienen una familia de acogida en Guissona, pero el resto necesita un lugar donde quedarse. Los vecinos del pueblo ofrecen sus propias casas, ocupadas y vacías, y el ayuntamiento ha abierto una antigua escuela para poder alojar familias de manera temporal. Actualmente, hay 209 personas refugiadas viviendo con familias de acogida y 63 en pisos que fueron puestos a su disposición.
Respecto a los niños que han llegado, casi todos han sido escolarizados, lo que ha sido un reto debido al idioma. Dada la amplia comunidad ucraniana que ya se encontraba en el pueblo, suele haber al menos una niña o niño en las clases que puede traducir. Dentro de los menores, 55 han entrado en las escuelas de Guissona, 29 siguen sus estudios de manera online y 19 aún no están escolarizados.
El reto del idioma no es solo para quienes van a la escuela. El ayuntamiento ha puesto a disposición clases de catalán para adultos, que pueden atender gratuitamente hasta 3 veces por semana. Estas son dictadas por ciudadanos voluntarios. Además, las escuelas de música y danza han abierto sus puertas a los jóvenes para que puedan aprender la disciplina y socializar.
Las familias que han puesto a disposición sus viviendas y los voluntarios han sido gran parte de la ayuda. Sin embargo, las empresas y ONGs también han jugado un papel importante. Cáritas ha habilitado una tarjeta para que los refugiados puedan hacer trámites y comprar en tiendas. A esta se le cargan 50 euros mensuales para cada familia. Este dinero proviene de las arcas del ayuntamiento. Adecco, una empresa de recursos humanos, ha prestado sus servicios para buscar trabajo a los ucranianos que han llegado. Ha habilitado una plataforma en inglés, castellano y ucraniano para que los refugiados puedan acceder. Por su parte, BonÀrea ha abierto un número de cuenta para canalizar donaciones económicas. Además, su operadora de telecomunicaciones ha habilitado la gratuidad de las llamadas a Ucrania para todos sus clientes.
“Estamos muy agradecidos con toda la ayuda que estamos recibiendo. Tanto la comunidad como las empresas han sido fundamentales para recibir refugiados”, ha explicado el alcalde Jaume Ars i Bosch. Los agradecimientos no llegan de la misma manera a las instituciones gubernamentales. Desde el ayuntamiento de Guissona, han criticado a la Generalitat y al gobierno central, por su poco apoyo.
Muchos ven a Guissona como el gran ejemplo en cuanto a las ayudas y la acogida, pero la situación no ha sido de color de rosas para todos. Para las otras comunidades migrantes del pueblo, la situación no ha sido fácil. Hay búlgaros que llevan años esperando sus papeles, mientras que los ucranianos los obtienen en un par de días. “Tienen que entender la situación”, explica el alcalde, quien ha hablado con las otras comunidades para pedirles paciencia y empatía.
Más allá de las otras nacionalidades que componen la ciudadanía de este pequeño pueblo catalán, pareciera que el destino de Guissona estuviese escrito junto al de Ucrania. Los colores del escudo y la bandera de este lugar son exactamente los mismos que la bandera ucraniana. Si bien la forma es distinta, el celeste y el amarillo parecen calcados. Además, tal como en el país del este, Guissona es un pueblo agricultor que produce trigo. Esta siembra, que hoy luce verde, acompañará a los refugiados mientras tiñe el paisaje de amarillo dorado.
Muy interesante