Nuestra nevera
Nuestra nevera
En casa somos tres: Ander, Edurne y yo. Ander tiene 22 años y es del País Vasco; Edurne tiene 22 años y es de Pamplona; y yo soy Eric, tengo 21 años y soy de Barcelona. Vivimos en el piso en el que solía vivir yo con mi madre. Durante el mes de abril de 2020, estuvimos confinados en casa ante la crisis sanitaria que vive el país. En este contexto, decidí hacer cada día, durante una semana, una foto de nuestra nevera abierta. Tomé nota de la fecha y la hora en que hacía cada foto, así como del contenido de la nevera, separado por las zonas asignadas a cada persona.
La nevera tiene un sentido práctico. Es un sitio de paso, un almacén. El aspecto de su interior es, más que un fin, una consecuencia. El espacio se conforma por una acumulación de acciones y circunstancias que poco tienen que ver con la estética; compramos lo que compramos y comemos lo que comemos porque nos gusta, porque nos apetece, simplemente por costumbre o porque es lo que nos podemos permitir. Esto lo convierte en un lugar lleno de vida y de significado.
Cómo y por qué
Meses atrás, con una cámara analógica manual prestada y un carrete de blanco y negro, ya había hecho alguna foto suelta de nuestra nevera abierta. No obstante, dada la situación de confinamiento total, la única cámara analógica de que disponía esta vez era una automática que me podía dejar Edurne. Me dijo que no enfocaba demasiado bien y que, además, el flash estaba roto y se disparaba siempre. Me apeteció usarla por probar. Y ponerle un carrete de color. Sin embargo, no tener control sobre el resultado de las fotos no me interesaba para esta publicación. Además, tampoco sabía cuándo iban a poder abrir los laboratorios para revelar. Por eso, aunque disparé con la automática de Edurne como añadido, decidí usar mi cámara digital como principal.
Al principio hacía cuatro fotos por día, dos por cámara: primero una frontal y luego otra de la puerta. No obstante, pronto descubrí que, desplazando ligeramente el punto de vista, una sola imagen resultaba suficiente para mostrar lo que quería. La única razón por la que hacía la foto de la puerta era que cada uno de los elementos se pudiese distinguir con claridad. Sin embargo, entendí que lo que me interesaba en realidad no era eso. Y disgregar el mensaje en dos partes para, además, mostrar repetidos algunos elementos, no tenía sentido para mí.
Por la misma razón decidí trabajar en blanco y negro; cuando empecé a revisar las primeras fotografías digitales, me di cuenta de que el color muestra las distintas cosas que llenan la nevera como elementos por separado. Distrae la atención de las luces y sombras, las texturas, las formas que se construyen y los huecos que quedan vacíos. Quita protagonismo al espacio como conjunto.
Aunque el libro va del 8 al 14 de abril de 2020, tomé registro diario, tanto fotográfico como escrito, del contenido de la nevera durante varias semanas. Sin embargo, a la hora de pensar la publicación, una semana me pareció lo adecuado. Además de ser una temporalidad conocida, genera un relato —desde que se llena la nevera hasta justo antes de volver a hacerlo— al mismo tiempo que permite detenerse en cada una de las partes. Es un formato suficiente.
La portada
Por otro lado, también decidí incluir en la publicación la foto de una pequeña hoja que, después de retirar una lechuga, se quedó colgando de la rejilla durante algunos días. Me gustaba tanto la imagen que me planteé usarla como portada. Sin embargo, finalmente decidí utilizar el dibujo. Lo encontré hace meses, en una carpeta que tenía por casa, junto a otras cosas antiguas. Desde entonces, lo tenemos colgado en la parte exterior de la nevera, en la puerta. Para la portada, lo mismo; con el libro cerrado, nevera cerrada. Un garabato sencillo. Cuando el libro se abre, se accede también al interior de la nevera. Un retrato por fuera y otro por dentro.
En resumen
Nuestra nevera es una espacio de convivencia, una suma de rastros no intencionados. En la simpleza de su función entraña gustos, manías, necesidades, restricciones y reglas no escritas. Una larga colección de intangibles que, tan sinceros como discretos —exceptuando algún olor o aspecto extraño puntual— esperan pacientemente a quienes quieran tomarse el tiempo de descubrirlos.