Las nuevas formas de organización del trabajo que afectan tanto al ambiente físico como a los procesos de trabajo y otros aspectos organizativos de las empresas, tienen también una gran repercusión sobre las relaciones humanas de los trabajadores y están generando la aparición de riesgos laborales no muy considerados hasta ahora.
En la evolución del trabajo históricamente se ha tenido en cuenta el desarrollo tecnológico y la competitividad del mercado, y generalmente se ha olvidado que el trabajo está desarrollado por personas con capacidades, motivaciones y expectativas individuales específicas. En el primer caso, los riesgos generados por la evolución tecnológica suelen dar lugar a problemas de integridad física y por lo general son evidentes y próximos (accidentes laborales); en el segundo, los riesgos generan problemas en las relaciones humanas entre trabajadores, no son tan evidentes ni tan cercanos y, por tanto, son difíciles de prevenir.
Los riesgos psicosociales forman parte de los llamados “riesgos emergentes”, tan importantes o más que cualquiera de los riesgos conocidos o clásicos (seguridad e higiene) y cómo éstos tienen su origen en unas condiciones de trabajo deficientes, en este caso, organizativas. La relevancia que van adquiriendo estos nuevos riesgos, su continuo crecimiento y la dificultad de su identificación y prevención hace que cada vez tengan mayor importancia en la estrategia preventiva de las organizaciones.