La neuroeducación no es un substituto de la pedagogía

La aplicación sinérgica de los conocimientos en neurociencia al campo de la educación ha generado una nueva disciplina académica, la neuroeducación o neurociencia educativa. Es un campo transdisciplinario de conocimiento e investigación que promueve la integración de las ciencias de la educación con las que se ocupan del funcionamiento y el desarrollo neuronal y cerebral en todas las vertientes. La neuroeducación no es, ni puede ser, un substituto de la pedagogía. Proporciona datos fisiológicos, neurológicos y funcionales sobre la formación y la operatividad del cerebro que permitan el desarrollo de nuevas estrategias pedagógicas y la optimización de las existentes. Es decir: no invalida las estrategias pedagógicas actuales, muchas de las cuales perfectamente válidas, sino que justifica por qué estas estrategias funcionan. Y también permite explicar por qué hay estrategias que no funcionan, y cómo se puede continuar optimizando el proceso educativo. No pretende, por lo tanto, hacer una revolución educativa, sino contribuir de manera sinérgica a la evolución razonada del sistema educativo.  

Tenerlo en cuenta es clave para la construcción integral de las personas  

Es en este contexto que nos podemos preguntar si tenemos suficientemente en cuenta el cerebro cuando educamos. La respuesta depende de lo que entendamos por educación o por enseñanza. Me centro en esta dicotomía parcial. Según el diccionario, enseñar es “comunicar a alguien una ciencia, un arte, conocimientos, una habilidad, etc., dándole lecciones, explicaciones, haciendo demostraciones o haciéndole realizar ejercicios prácticos; instruir a alguien”. En cambio, educar es “ayudar a alguien a desarrollar sus facultades físicas, morales e intelectuales; transmitir conocimientos, actitudes, valores o formas de cultura; desarrollar y perfeccionar una capacidad o una cualidad”. Si lo que se pretende es comunicar conocimientos con lecciones, explicaciones, demostraciones, etcétera, me atrevería a decir que el sistema educativo actual sigue más o menos los datos neurocientíficos disponibles sobre el proceso de aprendizaje.

Vamos por el buen camino, aunque…

En cambio, si lo que pretendemos es ayudar al desarrollo de las personas para que perfeccionen sus cualidades, entonces al sistema educativo actual necesita fijarse mucho más en los conocimientos que aporta la neurociencia educativa, para incorporar e integrar en el día a día de las aulas, de los profesionales de la educación y del alumnado, cuestiones tan importantes como la confianza, la estimulación de la curiosidad y la capacidad crítica razonada, el trabajo de las funciones ejecutivas que permiten profundizar en el empoderamiento y la proactividad individuales y de grupo, etcétera. Es la distinción entre las definiciones de enseñar y educar. Opino que vamos por el buen camino, pero sin duda hay que profundizarlo y consolidarlo.   Pero la decisión sobre la manera de educar no la dan ni pueden darla la pedagogía y la neurociencia. Hay estrategias pedagógicas de todo tipo, desde las más rancias, que basaban el aprendizaje en el miedo y la memorización acrítica de contenidos descontextualizados, hasta las más modernas, que ponen la capacidad proactiva y socioemocional del alumnado en el centro del proceso. También los conocimientos en neurociencia nos indican que el cerebro se adapta a cualquier sistema educativo, pero las consecuencias para la construcción integral de las personas y para la generación de sociedades justas son muy diferentes. La decisión tiene que nacer de un pacto social y tenemos que mostrarnos convencidos. Si queremos educar a personas críticas, empoderadas, socialmente comprometidas, proactivas, necesitamos profundizar más en los conocimientos que la neurociencia aporta a la educación, integrarlos en el día a día y utilizarlos con convencimiento.  

* Traducido del artículo de David Bueno: «Tenim prou en compte el cervell quan eduquem?» publicado en Diari Ara el 5 de septiembre de 2021.