¿Qué es la música?
Alguien me preguntó una vez en una entrevista si me atrevía a definir qué es la música. Mi respuesta fue tan pobre como descarada: “Es lo que los músicos hacemos”. Aquel día yo no sabía que mis propias palabras me iban a generar en el futuro algunos de los momentos de reflexión más intensos de mi vida. Obviando las recurrentes cuestiones filosóficas de “¿quién soy?” o “¿por qué estoy aquí?”, mis pensamientos siempre acababan con un último interrogante: ¿Realmente es importante lo que los músicos hacemos?
La música es invisible a los ojos
Una de las obras literarias más valiosas de la historia de la humanidad es El Principito, de Antoine De Saint-Exupéry. Y lo es, no solo por la cantidad de lectores que lo han podido disfrutar, sino también por su enorme riqueza simbólica y espiritual. Su pasaje más famoso recoge una de las frases más luminosas que cualquier ser humano pueda escuchar nunca: ¨Lo esencial, es invisible a los ojos¨. Y aunque tales palabras puedan parecer muy abstractas en un principio, se hacen extremadamente concretas en cada uno de nosotros cuando experimentamos una vivencia importante o clave para nuestras vidas. Me refiero a uno de esos momentos que lo cambian todo, y que se quedan en nuestros recuerdos para siempre. Es ahí donde sentiremos, de forma muy precisa, la fuerza y el sentido de esta magnífica cita, evidenciada en la experiencia personal de tomar total conciencia, de que las cosas más valiosas para el ser humano no son precisamente aquellas que nuestros ojos pueden ver. Y de manera asombrosa, entre esas pocas cosas esenciales invisibles, como el amor o la compasión, está, nada más y nada menos, la música. Ella también es invisible para todos nosotros.
La ubicuidad de la música
Pero además, resulta esencial para el ser humano porque desde sus orígenes, hace decenas de miles de años, nuestra especie no ha podido prescindir de su existencia. Incluso tenemos áreas y circuitos cerebrales dedicados específicamente al procesamiento de los códigos musicales. Tiene para nosotros tal capacidad de transformación, alcance e influencia, que puede llegar a cualquier rincón de la tierra sin ser vista. Eso convierte a todos aquellos que puedan conocer sus códigos secretos y transmitirlos, a los músicos, en verdaderos superhéroes que, sin rozarte ni pedir permiso, y sin necesidad de estar presentes, pueden llegar al fondo de tu alma en apenas unos segundos.
Personalmente, me habría encantado que alguien me hubiese podido contar esto cuando era pequeño, porque soy músico y poseo este “superpoder” prácticamente desde que nací. Ni fue una elección, ni considero que yo tenga ningún mérito especial por el hecho de serlo. Sencillamente sucedió. Venía de serie con el niño.
La música como superpoder
Sin embargo, lo que a mí me trataron de inculcar desde el principio fue justo lo contrario. Esto es, que la música apenas tiene valor y que en ningún caso está entre nuestras cosas esenciales. Imaginaos el impacto que puede tener algo así en la mente y el corazón de alguien que, desde que tiene uso de razón, inventaba y desarrollaba melodías con la misma naturalidad que hacía cualquier otra cosa. Con el tiempo, tal característica creativa no hizo sino manifestarse cada vez con más fuerza. Conforme crecía yo, también lo hacían mi capacidad e interés por todo aquello que pudiera serme de utilidad para sentir y expresar mi “superpoder”. Desde el mundano aburrimiento de cualquier tediosa clase de instituto o universidad, a la escucha de una canción nueva en la radio, que me estimulara a sentir un irreverente “eso puedo hacerlo yo”. Mi supuesto talento musical, aún por determinar, quería desarrollarse libremente en un entorno que no lo apreciaba ni lo más mínimo, y que trataba de dirigir mi atención y mi energía precisamente a todas aquellas cosas materiales que sí se ven.
Hoy, desde la templanza que me da el paso del tiempo, creo sinceramente que ya no es cuestionable si la música es esencial o no para el ser humano. La duda estaría, en realidad, en si cada uno de nosotros le da el valor que se merece. Ahí está la clave. Y también en si las actuales sociedades y culturas modernas, con sus “híper” desarrollados sistemas educativos, eligen ser capaces de crear espacios de atención necesarios para que la música pueda tener el papel protagonista en nuestra formación que realmente merece. Prescindir de una herramienta con tanto potencial y valor educativo es tremendamente limitante. Y no nos debemos conformar con alguna que otra hora lectiva suelta a la semana o cada quince días, ni tampoco con enfoques didácticos “no creativos” en los que se la trata como otra asignatura más. Es mucho más que eso.
Las mil formas de la música
Mi admirado Jaime Buhigas lo expresa con una frase clara y concisa: “La música es la manifestación sensorial más alta que existe”. Para mí, tampoco cabe ninguna duda: una joya evolutiva de tal calibre, y capaz de adquirir mil formas increíbles y asombrosas, no puede quedar relegada a una esquina cualquiera de un programa educativo. Debe estar muy presente en nuestra formación como seres humanos y quedar al servicio de aquellos valientes que se atrevan a detenerse a escuchar, pues la escucha es la cualidad esencial de todo aquel que decida dedicar su vida a la docencia, al servicio de los demás. Y eso es, ni más ni menos, lo que los músicos hacemos. Palabra de tortuga.