¿Y si alguien se quedara atrás?
La situación, sin embargo, ha cambiado también en este aspecto. ¿Cuántos niños y niñas, cuántos adolescentes y jóvenes, y también cuántos adultos sienten que de algún modo o en algún aspecto “se han quedado atrás”, por ejemplo, cuando su entorno (sus progenitores, el sistema educativo o la sociedad en general) deja de apoyarlos emocionalmente? No digo materialmente, puesto que posiblemente en algunos o muchos casos este apoyo también puede faltar, aunque en otros muchos pueda incluso llegar a ser excesivo, en un intento compensatorio, erróneo e inadecuado.
Imaginemos, por ejemplo, aquellos alumnos que tienen más dificultades de aprendizaje. En toda aula hay alumnos brillantes y otros a quienes les cuesta más seguir progresando. Si todo el grupo va avanzando y alguno o varios alumnos perciben que se distancian de los aprendizajes, la sensación será la misma de “quedarse atrás” de su “tribu” (la tribu aula). Y esto activa la amígdala cerebral en modo “amenaza”, lo que habitualmente estimula emociones impulsivas de miedo, de ira y/o de tristeza, según cada persona. En cualquier caso, son sensaciones incómodas que disminuyen el bienestar a corto plazo y contribuyen a forjar personalidades más miedosas, agresivas o de tendencia depresiva, a medio y a largo plazo.
El resto de los alumnos puede percibir lo mismo. Si en algún momento alguien se ha quedado atrás, ¿quién les garantiza que no les va a suceder a ellos también? Y algo parecido puede sucederles también a los más avanzados, si de vez en cuando no se les deja ir a “cazar el antílope” para demostrar sus capacidades, no solo para sí mismos sino en tareas que también de algún modo beneficien al resto (puesto que la carne de caza, como casi todo el resto de comida que se conseguía, se repartía entre toda la tribu).
¿Qué sucedería si …?
¿Qué sucedería, sin embargo, si cuando algún alumno se retrasa por algún motivo, o simplemente avanza a un ritmo inferior que sus compañeros, entre todos, toda la tribu de ese momento, le ayudara y le animara a seguir avanzado? ¿Qué pasaría si el resto de sus compañeros, o algunos de ellos, y también el docente y su entorno familiar le sirvieran de “andamiaje”? Probablemente, le siga costando, pero podría sentirse acompañado dentro de su diversidad (de la diversidad inherente a cualquier grupo humano).
Esto es lo que yo llamo el “efecto tribu”, que se puede dar en otros muchos casos: familias con problemas de convivencia en el hogar, como por ejemplo progenitores que sitúan a sus hijos e hijas en medio de sus disputas, o que incluso les culpabilizan de ellas; un exceso de exigencia en el entorno familiar o educativo; una sobreestimulación continua (que también incrementa los niveles de estrés); y un largo etcétera de otras situaciones en que las niñas y los niños, los adolescentes, los jóvenes y por supuesto también los adultos podemos sentir que de algún modo o por algún motivo quedamos fuera de nuestra tribu, entendiendo tribu en el sentido más amplio de la palabra, con múltiples grupos que interseccionan: tribu familia, tribu clase, tribu colegio o centro educativo, tribu actividad extraescolar, tribu sociedad, …
A nivel de actividad cerebral, se ha visto que la sensación de aislamiento social, que posiblemente sea la más parecida a la de quedarse atrás del resto de la tribu, afecta no solo a la actividad de la amígdala, como ya he comentado, sino también la de otras zonas del cerebro que resultan clave para las funciones ejecutivas, como determinadas áreas de la corteza prefrontal y la ínsula, que están implicadas en la gestión emocional, la toma de decisiones y la capacidad de focalizar la atención de forma consciente. Y afecta también al hipocampo, que como centro gestor de la memoria se encarga de registrar estos estados emocionales, lo que explica los efectos a medio y largo plazo sobre la personalidad. También hace que disminuya la producción de dopamina, un neurotransmisor implicado en las sensaciones de recompensa, la anticipación de futuras recompensas, la motivación y el optimismo.
¿Y si favorecemos el efecto tribu?
Volviendo al inicio de este artículo, sin duda son mucho más complejas y variadas las causas que favorecen que el número de personas que se sienten desanimadas y tristes, que dicen estar insatisfechas con su vida o que no perciben un bienestar en ella, e incluso posiblemente los casos de depresión y de otros trastornos que afectan a las funciones mentales, sean alarmantemente altos.
Con todo lo expuesto, las preguntas serían: ¿no tenemos buenos motivos para favorecer el “efecto tribu” en nuestra aula, en nuestra familia y en nuestro entorno? ¿Y hacerlo a través de un apoyo emocional que no sea sobreprotector y que permita asumir retos y esforzarse por conseguir sus objetivos?
Creo que una posibilidad que se abre para favorecer el efecto tribu, es evitar la comparación y la competencia en las experiencias educativas. Cuando comparamos, olvidamos que el desarrollo de los niños, niñas y adolescenes es heterogéneo y particular, obedece a una historia personal anclada en la cultura y el contexto. Cuando impulsamos la competencia, los más aventajados se entrenan más y ganan, los menos aventajados entrenan y aprovechan menos porque salen primero de los juegos las experiencias propuestas, se sienten perdedores. Si promovemos más experiencias en donde todos ganamos, todos apoyamos, reconocemos la diferencia, valoramos más el proceso que el resultado, reconocemos en el error una magnífica oportunidad para el aprendizaje, destacamos los pequeños avances, nos sentiremos todos parte de la tribu. Muchas gracias por el artículo, excelente invitación para que nadie se quede por fuera, porque todos los miembros de la tribu sigan perteneciendo.
Gracias por tus comentarios Brianda. Es justo esto que dices.