Las ganas incontroladas de hacer las cosas saturan las redes neuronales e impiden decidir con criterio

Cada día tomamos centenares de pequeñas decisiones. La mayor parte de las veces sin ser del todo conscientes de ello, guiados por nuestras necesidades internas y por las condiciones del entorno, que incluyen las interacciones con otras personas. Ir a trabajar para ganar un sueldo o a estudiar para prepararnos de cara al futuro; qué comemos para el desayuno o el almuerzo; qué camiseta, camisa o blusa nos ponemos, etcétera. Por supuesto, algunas de estas decisiones las tomamos de manera consciente, pero muchas las automatizamos. La diferencia entre los dos casos reside en los elementos donde focalizamos la atención, lo que afecta a la motivación. Y también al revés. Por ejemplo, si tenemos alguna motivación para querer destacar, focalizaremos más la atención en la camiseta, camisa o blusa que nos ponemos.

Como se sabe desde hace muchas décadas, uno de los elementos clave que intervienen en la toma de decisiones es el nivel de motivación: tener poca o, alternativamente, demasiada, hace que las decisiones sean menos eficientes. El neurocientífico Sami El-Boustani y sus colaboradores, de la Universidad de Ginebra y de la Universidad Politécnica de Lausana, en Suiza, han examinado cuáles son las causas neuronales de este hecho. Según destacan en su trabajo, publicado en la revista Neuron, el motivo radica en un aumento indiscriminado o, alternativamente, en una bajada generalizada de la actividad neuronal que permite gestionar las informaciones sensoriales, lo que afecta directamente a la calidad de las decisiones que tomamos. Las consecuencias de este resultado en el ámbito educativo, y también en otros campos, son muy importantes.

La motivación justa

Las mejores decisiones se toman cuando el nivel motivacional es óptimo, ni demasiado elevado, ni tampoco escaso o nulo. Esto lo demostraron en 1908 los psicólogos estadounidenses Robert Yerkes y John Dillingham Dodson y por ello se conoce con el nombre de ley de Yerkes-Dodson. Pero hasta ahora no se conocían los motivos. Para averiguarlos, El-Boustani y su equipo diseñaron un experimento con ratones, unos animales con un cerebro más sencillo que el nuestro, pero que mantiene muchos paralelismos en lo que respecta a la actividad neuronal vinculada a la gestión sensorial y a la toma de decisiones.

En primer lugar, enseñaron a un grupo de ratones a discriminar entre dos entradas sensoriales diferentes, rascándolos suavemente con dos aparatos distintos. Si los rascaban con uno de los aparatos, cuando lamían el bebedero salía agua. En cambio, cuando los rascaban con el otro, por mucho que lamiesen, no salía ni una gota. Dicho de otra manera, los ratones aprendieron que, según con qué aparato los rascaban, del bebedero saldría agua o no. Entonces los científicos modificaron el estado motivacional de los roedores, haciéndoles pasar más o menos sed. Cuando tenían mucha sed, es decir, cuando la motivación para beber era muy alta, dejaban de discriminar entre los dos rascadores y, fuese cual fuese el que utilizasen los experimentadores, corrían a lamer el bebedero. De la misma manera, cuando no tenían sed, es decir, cuando la motivación para beber era muy baja, tampoco discriminaban entre los dos rascadores y también iban siempre a lamer el bebedero, pero sin afán. Solo cuando tenían el punto justo de sed, ni demasiada, ni muy poca, es decir, cuando la motivación para beber era óptima, discriminaban correctamente entre los dos rascadores e iban a lamer el bebedero cuando sabían que saldría agua.

Paralelamente a todo esto, los investigadores registraron la actividad neuronal de los ratones. Esto les permitió ver que, cuando la motivación es muy alta, se saturan las redes neuronales que transportan la información sensorial hacia la zona de toma de decisiones del cerebro, que se halla en la denominada corteza prefrontal. Esto hace que disminuya la capacidad de discriminación sensorial y baje la eficiencia de la decisión que se toma. En cambio, cuando la motivación es muy baja, también lo es la activación de estas redes neuronales, lo que comporta que tampoco se pueda discriminar correctamente entre las diferentes entradas sensoriales y también baje la eficiencia de la decisión. Solo cuando el nivel de motivación es óptimo, estas redes neuronales funcionan con la máxima eficacia.

Aprendizaje y manipulación

Tal y como destacan los autores, las consecuencias del resultado en el campo de la educación son claras. Si la motivación es baja, sin entrar a valorar si es, o si debe ser, intrínseca o extrínseca, la activación sensorial del cerebro es escasa. Y también el aprendizaje, dado que las informaciones pertinentes siempre nos llegan a través de los órganos de los sentidos y de las redes sensoriales vinculadas. En cambio, cuando es excesivamente alta, como puede pasar en un examen en que se desea obtener muy buena nota, las redes neuronales del cerebro se saturan y el rendimiento tampoco es óptimo.

Las consecuencias del trabajo a escala social van más allá de eso. Cuando, a través de las informaciones que recibimos de los medios o de los gestores políticos y económicos, se transmiten sensaciones desmotivadoras, la capacidad de tomar decisiones razonadas disminuye y las personas se vuelven más manipulables. Y, de forma paralela, cuando estas informaciones apelan a una urgencia inaplazable, el exceso de motivación también hace que disminuya la calidad de las decisiones que tomamos y, en consecuencia, se favorece que también seamos más manipulables.

Pie de imagen: Según un nuevo estudio hecho con ratones, la baja motivación también afecta a la toma de decisiones porque no activa suficientemente las redes neuronales.

* Traducido del artículo de David Bueno: «L’excés de motivació perjudica la presa de decisions» publicado en Diari Ara el 5 de noviembre de 2022.