La existencia de conversaciones cruzadas dificulta el aprendizaje de la lectoescritura.
Alfabetizarse es primordial en las sociedades actuales. Una persona que no sepa leer y escribir, o que lo haga con dificultad, tiene muchos problemas para adaptarse al entorno laboral y social. Pero no todas las personas tienen la misma facilidad para aprender, situación que se agrava con determinadas condiciones, como la dislexia. El investigador Florian Destoky y sus colaboradores, de diversas universidades y centros de investigación belgas, escoceses y alemanes, han analizado cómo el ruido ambiental, y más concretamente la existencia de conversaciones cruzadas, junto con la posibilidad de ver la cara de quien está hablando, influye en la adquisición de la lectoescritura. Según han publicado en la revista PLOS Biology, las conversaciones cruzadas, combinadas con la dificultad para ver los labios de quien habla, dificultan la adquisición del lenguaje escrito.
Aprender a hablar es una cuestión biológica, un instinto que se ve favorecido por la constitución del cerebro, que presenta áreas especializadas en el lenguaje, y por la disposición de la glotis, la cavidad bucal y les cuerdas vocales, que permiten encadenar sonidos complejos de manera dinámica. El idioma que se aprende, sin embargo, es fruto de la cultura, como también lo es aprender a leer y escribir. En la lectoescritura intervienen muchas áreas del cerebro, entre las que destacan las implicadas en el lenguaje oral, como las conocidas áreas de Broca y Wenicke, la corteza visual o centros de atención y de integración.
Se sabe que hay personas que presentan más facilidad para la alfabetización, en parte debido a diferencias genéticas, del mismo modo que hay personas que tienen ciertas dificultades, como sucede en los casos de dislexia. La dislexia es la dificultad de identificar, comprender y reproducir los símbolos escritos, y en muchos casos se asocia a determinados patrones de conectividad neuronal y a la presencia de variantes genéticas que la propician.
Conversaciones cruzadas
En este trabajo, los investigadores analizaron la influencia de dos factores concretos en la alfabetización de niños de entre 8 y 11 años: la presencia de conversaciones cruzadas cuando se aprenden palabras nuevas, una situación que puede ser habitual en algunas aulas, y la dificultad para ver la boca de la persona que está hablando, una condición que la educación a distancia debida a la situación sanitaria actual acentúa. Los científicos analizaron un grupo de 99 niños, de los cuales 26 mostraban dislexia. Utilizando diversos tests valoraron la facilidad con que aprendían palabras nuevas en las condiciones mencionadas. Entonces correlacionaron las observaciones con la facilidad con que leían y escribían los niños y con la actividad neuronal.
Observaron que, dentro de las diferencias que siempre hay entre personas, cuando hay ruido ambiental es más difícil aprender palabras nuevas, lo que se traslada automáticamente al lenguaje escrito y lo hace menos eficiente. Sin embargo, los investigadores pudieron distinguir entre dos tipos de ruido ambiental. Cuando las conversaciones no tienen nada que ver con la palabra que se aprende, el efecto sobre el aprendizaje es mucho más agudo. En cambio, cuando se relacionan con el tema de aprendizaje, el efecto es más leve o prácticamente negligible. En las personas afectadas por dislexia, la interferencia es mucho más acusada.
De manera similar, también observaron que el efecto del ruido sobre el aprendizaje de palabras nuevas y la lectoescritura es más intenso cuando solo se oye la palabra y no se pueden observar los movimientos de los labios de quien habla, un efecto que es más intenso en las personas que presentan dislexia. Los escáneres cerebrales han permitido identificar que el motivo de estas interferencias es la hibridación de las redes neuronales implicadas en la visión y en el oído, que actúan de manera sinérgica en la adquisición de conocimientos en general y en la alfabetización en particular.
Curiosamente, el efecto contrario también se produce. Así, Destoky y sus colaboradores han visto que las personas que leen poco tienen más dificultades para aprender palabras nuevas, incluso en las condiciones ambientales más favorables, de manera que los dos procesos, aprender palabras nuevas oralmente y alfabetizarse, van retroalimentándose. Dicho de otro modo, aprender palabras mejora la eficiencia de la lectoescritura y leer favorece la adquisición de nuevas palabras, una relación que ya se conocía desde hace tiempo a través de estudios pedagógicos y que ahora se ha visualizado a nivel de activación neuronal.
Consecuencias en el ámbito educativo
Sea como sea, en el campo educativo las implicaciones son claras. Cuando se aprenden palabras nuevas es importante limitar el ruido ambiental y restringirlo a las conversaciones que tienen que ver con lo que se está aprendiendo, de la misma manera que hay que mantener el contacto visual con los alumnos para que puedan ver los movimientos de la boca del docente o de quien esté hablando. Unas condiciones que adquieren una importancia aún mayor en los niños que presentan dislexia, y que, a pesar de que los autores no lo mencionen, hay que valorar con cuidado en todos los niños cuando el aprendizaje debe hacerse a distancia, a través de tecnologías digitales.
* Traducido del artículo de David Bueno: «Aprendre a llegir i escriure: Una qüestió de silenci?» publicado en Diari Ara el 17 de octubre de 2020.