Más allá de un simple hábito, esta práctica encierra un profundo significado: conectar con la naturaleza como un medio para restaurar nuestro equilibrio interno. Kaplan y Kaplan (1989) destacan que los entornos naturales permiten a nuestra mente desconectar del esfuerzo cognitivo constante, proporcionando un descanso esencial que nos renueva. Observar cómo la luz del sol se filtra entre las hojas o escuchar el canto de los pájaros no es solo una experiencia estética, sino también una forma de reconectar con nuestra esencia más humana.

Detenerse unos minutos para observar el cielo al atardecer puede parecer un acto insignificante, pero encierra un poder transformador. Los babilonios, fascinados por los ciclos del cosmos, practicaban esta contemplación como una forma de conectar con lo eterno. Hoy, estudios como el de Berman et al. (2008) demuestran que estas interacciones con la naturaleza mejoran nuestras funciones ejecutivas, como la memoria de trabajo y la planificación. La observación de los cambios de luz y la llegada de las estrellas nos invita a reflexionar, abriendo espacio para la calma y la introspección.

Estos momentos de conexión no solo restauran nuestra mente, sino que también impactan nuestro cuerpo de manera tangible. Caminar descalzo sobre la hierba o la arena, conocido como grounding o conexión a tierra, ha sido estudiado por Chevalier et al. (2012), quienes encontraron que esta práctica puede reducir inflamaciones y mejorar la calidad del sueño. Sentir la textura del suelo bajo nuestros pies nos acerca a nuestras raíces y a recordar que la naturaleza actúa como una medicina silenciosa.

Civilizaciones como la griega entendieron el poder curativo de la naturaleza. Hipócrates defendía que caminar al aire libre fortalecía no solo el cuerpo, sino también el alma. Los jardines no eran meros espacios ornamentales, sino santuarios para la reflexión y la sanación. Esta visión resuena en el concepto contemporáneo de los “baños de bosque” (shinrin-yoku), popularizados por Qing Li (2018), quien mostró que pasar tiempo entre árboles no solo reduce el estrés, sino que también fortalece nuestra conexión con el entorno natural.

Como nos cuenta la doctora Rosa Casafont: “La intensa experiencia emocional que vivimos de niños en contacto directo con la naturaleza impacta con tanta intensidad que queda impresa de forma mucho más efectiva en nuestros circuitos de memoria que si aprendemos de forma indirecta, a través de vídeos, libros o relatos, encerrados entre cuatro paredes” (2014).

Nuestra salud, entendida como un equilibrio entre cuerpo, mente y entorno, encuentra en el contacto con la naturaleza un gran aliado.

En estos días te proponemos un juego sencillo para reconectar con la naturaleza:

  1. Busca un espacio natural cercano. Puede ser un parque, un jardín o incluso un pequeño rincón verde.
  2. Dedica cinco minutos a observar. Mira los colores, las formas y los movimientos a tu alrededor. ¿Qué ves que no habías notado antes?
  3. Cierra los ojos y escucha. Identifica los sonidos que te rodean: el viento, los pájaros, las hojas moviéndose.
  4. Toca y siente. Pasa tus manos por la corteza de un árbol, toca el suelo o simplemente deja que el viento acaricie tu rostro.

La naturaleza siempre está ahí, esperando para que la descubramos, y estos pequeños momentos pueden marcar una gran diferencia en tu bienestar diario.

Cuando paseamos o caminamos con prisas, nuestros ritmos imprimen un registro diferente en nuestro cerebro y nuestra posición también puede ser distinta.

«Procura enlentecer tu ritmo al caminar, tomando conciencia de cómo caminas, disfruta con la observación, ¡siente la diferencia!» (Casafont, 2012)

Berman, M. G., Jonides, J., & Kaplan, S. (2008). The cognitive benefits of interacting with nature. Psychological Science, 19(12), 1207-1212.

Casafont, R. (2012). Viaje a tu cerebro. Ediciones B

Casafont, R. (2014). Viaje a tu cerebro emocional. Ediciones B

Chevalier, G., Sinatra, S. T., Oschman, J. L., Sokal, K., & Sokal, P. (2012). Earthing: Health implications of reconnecting the human body to the Earth’s surface electrons. Journal of Environmental and Public Health, 2012.

Kaplan, S. (1995). The restorative benefits of nature: Toward an integrative framework. Journal of environmental psychology, 15(3), 169-182.

Kaplan, R., & Kaplan, S. (1989). The experience of nature: A psychological perspective. Cambridge University Press.

Li, Q. (2018). Forest bathing: How trees can help you find health and happiness. Viking Press.

Williams, K., & Cary, J. (2002). Landscape preferences, ecological quality, and biodiversity protection. Environment and Behavior, 34(2), 257-274.