Unos científicos descubren por casualidad que cuando respiramos conscientemente se activan zonas cerebrales implicadas en la gestión emocional
Desde la década de 1960, y sobre todo desde que en 1968 los Beatles fueron a la India a hacer un curso de meditación trascendental, muchas técnicas orientales de relajación, como el yoga, el taichí y la misma meditación trascendental, han ido ganando adeptos en todo el mundo. Por ejemplo, se calcula que en el Estado español aproximadamente el 12 % de la población practica o ha practicado yoga, según un informe del 2020 de la consultoría Deloitte y EuroActive, una asociación internacional de promoción del deporte. A estas prácticas se les atribuyen beneficios corporales, mentales y cerebrales, entre los que se incluye la capacidad de inducir estados de relajación y de alterar el estado emocional a través del control consciente de la respiración.
Respirar, sin embargo, es un acto instintivo que realizamos desde el nacimiento. A través de la respiración, los pulmones absorben oxígeno y desprenden dióxido de carbono. Una vez dentro del cuerpo, el oxígeno se combina con otras moléculas para generar energía metabólica, que es indispensable para sobrevivir. Y, a consecuencia de este proceso, se genera dióxido de carbono, que hay que eliminar constantemente. Si respirar es un acto que iniciamos de manera puramente instintiva, ¿cómo es posible que la respiración consciente permita alterar aspectos mentales aparentemente complejos, como los asociados a la relajación y a los estados emocionales? Los neurocientíficos Wenyu Tu y Nanyin Zhang, de la Universidad Estatal de Pensilvania, en los EUA, han encontrado una respuesta. Según han publicado en la revista eLife, cuando respiramos no solo se nos activan las zonas que de manera automatizada controlan la respiración, sino también zonas implicadas en la gestión emocional.
El cerebro y la respiración
El descubrimiento, como pasa a veces en el ámbito de la ciencia, ha sido en parte fortuito. Tu y Zhang buscaban la manera de optimizar una técnica de imaginería cerebral muy utilizada en estudios funcionales sobre el cerebro, la resonancia magnética funcional. Esta técnica permite monitorizar en directo y de manera no invasiva el flujo de oxígeno dentro de los vasos sanguíneos cerebrales. Las neuronas consumen una gran cantidad de oxígeno cuando están activas. Visualizar qué zonas del cerebro reciben más oxígeno permite saber, de manera indirecta, cuáles son las áreas que están más activas en un instante determinado cuando hacemos cualquier actividad.
Ahora bien, esta técnica presenta un problema: cuando respiramos se altera el flujo sanguíneo y esto produce imágenes falsas que hay que descartar. Para eliminarlas automáticamente, los investigadores combinaron la información que proporciona la técnica de resonancia magnética funcional con otra de electrofisiología, que detecta la actividad eléctrica de las neuronas. Lo hicieron con ratas, pero el paralelismo entre su cerebro y el nuestro permite extrapolar los resultados a las personas.
La combinación de estas dos técnicas les permitió ver que, cada vez que respiramos, se activan de manera específica dos zonas concretas del cerebro: el tronco encefálico y la corteza cingulada anterior. El tronco encefálico se encuentra justo bajo el cerebro, entre este órgano y la médula espinal. Se sabe desde hace tiempo que una de sus funciones principales es controlar de manera automática la respiración y el ritmo cardíaco para ajustarlos a la actividad física y al estado emocional, incluidos los procesos de estrés y ansiedad. Esta actividad neuronal era, por lo tanto, la que los investigadores esperaban ver.
La sorpresa de la regulación emocional
Sin embargo, observaron una actividad igualmente intensa asociada a la respiración en otra zona del cerebro, la corteza cingulada anterior. Esta área está implicada en la regulación de algunas funciones corporales automáticas, como la presión sanguínea y el ritmo cardíaco, y también en determinadas funciones cognitivas superiores, como la inhibición verbal, la anticipación de recompensas, la toma de decisiones, la empatía y la gestión emocional.
Dicho de otra manera, el ritmo con que respiramos, aunque se genera automáticamente en el tronco encefálico, actúa directamente sobre centros emocionales del cerebro. Y, de manera consciente, a través de estos mismos centros podemos reajustar el ritmo de respiración, lo que, a su vez, incide sobre el estado emocional. Por ello, según manifiestan estos investigadores en el artículo, cuando estamos ansiosos o estresados, el ritmo de la respiración se acelera automáticamente y, cuando no damos cuenta, para compensarlo, de manera consciente respiramos más profundamente. Esta respiración profunda, más consciente, contribuye a hacer disminuir la sensación de estrés y ansiedad y, en consecuencia, induce a estados de más calma y relajación. También por este motivo, cuando queremos fijar la atención de manera muy intensa en algo, tendemos a aguantar la respiración, para evitar las distracciones cerebrales que se pueden producir cuando se activa la zona de gestión emocional. Estos resultados, que como dicen explícitamente los autores del trabajo habría que comprobar en personas, indican la conveniencia de aprender a controlar la respiración como mecanismo para reajustar nuestros estados emocionales y la sensación de estrés y ansiedad cuando pensamos que no son los más útiles o adecuados.
* Traducido del artículo de David Bueno: «Descobreixen la clau neuronal de la meditació» publicado en Diari Ara el 26 de noviembre de 2022.
Com a practicant de meditació de fa uns anys i com a professora i interessada en la neuroeducació, em sembla SÚPERIMPORTANT aquesta aportació!
Gràcies!!
Helena.