Un estudio reciente indica que la respuesta de miedo ante una amenaza no solo depende del peligro, sino del estado en que se encuentra el cuerpo previamente.
El miedo es una emoción básica, imprescindible para la supervivencia. Ante una amenaza, activa de manera casi instantánea una serie de mecanismos fisiológicos y cerebrales que nos permiten huir o escondernos para protegernos. Sin embargo, un exceso de miedo puede ser claramente perjudicial, como pasa en las personas que tienen ansiedad, angustia o ataques de pánico. También puede ser contraproducente no tenerlo, pues entonces puede suceder que se asuman demasiados riesgos innecesarios. ¿Cómo lo hace el cerebro para encontrar un balance adecuado que sea útil? Esta es la pregunta que se han formulado la neurobióloga Nadine Cogolla y sus colaboradores, del instituto de investigación Max Planck de Alemania.
Según han publicado en la revista Science, el truco de una buena regulación emocional del miedo se encuentra en una región del cerebro denominada ínsula, que integra la anticipación que hace el mismo cerebro de las posibles señales internas del cuerpo, como por ejemplo el ritmo cardíaco. Las pulsaciones por minuto que se tienen antes de una amenaza, por lo tanto, condicionan la respuesta de miedo que se generará, lo que justifica algunas de las técnicas que se utilizan para controlar la ansiedad, la angustia y los ataques de pánico.
La emoción del miedo
Las emociones son patrones de conducta preconscientes que se generan de manera automatizada ante situaciones que requieren una respuesta inmediata. Cualquier respuesta reflexiva, consciente, es siempre más lenta. Y si hubiera una urgencia, como por ejemplo protegernos de una amenaza inminente, a menudo no llegaríamos a tiempo. Esta función la realizan las emociones. Podemos manifestar un abanico muy amplio de estados emocionales, pero hay unas cuantas emociones que son básicas, como el miedo, la ira, el asco, la tristeza, la alegría y la sorpresa, que, combinadas en diferentes proporciones, generan una diversidad inmensa de posibles respuestas conductuales.
El miedo activa mecanismos fisiológicos relacionados con el estrés que incluyen la liberación de hormonas como la adrenalina. Esta sustancia sobreactiva la musculatura por si hay que huir, acelera el ritmo cardíaco y focaliza los mecanismos atencionales del cerebro en el supuesto origen de la amenaza. Cuando la amenaza es real, este sistema resulta muy efectivo, pero a menudo la cronificación del estado de miedo comporta una serie de problemas fisiológicos y mentales, como la angustia, la ansiedad y el pánico, que pueden acabar bloqueando las respuestas reflexivas, que también son necesarias. Para estudiar cómo el cerebro gestiona el miedo para encontrar un balance adecuado que sea útil, Gorgolla y su equipo de investigación han utilizado ratones.
Miedo y optogenética
Lo primero que hicieron fue condicionarlos para que pudiesen anticipar una amenaza determinada. En concreto, hicieron que asociasen un determinado sonido a una descarga eléctrica leve, de manera que cuando oían el sonido mostraban automáticamente comportamientos asociados al miedo y huían para protegerse de la descarga, con independencia de que se acabase produciendo o no. Entonces, con las denominadas técnicas de optogenética, que permiten activar o desactivar circuitos neuronales de manera específica y controlada, interfirieron en el funcionamiento de la ínsula cerebral.
Respuesta a la ansiedad
Este hallazgo muestra las bases fisiológicas de las técnicas para controlar la angustia y el pánico
Si la respuesta previa de los ratones a la amenaza de una descarga eléctrica, que podían anticipar cuando oían el sonido asociado, era moderada, la desactivación controlada de esta estructura cerebral hacía que se incrementase enormemente su reacción de miedo. Quedaban literalmente paralizados por el miedo, lo cual equivaldría a una reacción de pánico. En cambio, si la respuesta previa de los ratones ya era muy elevada, la desactivación de la ínsula producía el efecto contrario y atenuaba la respuesta de miedo. Dicho de otra manera, esta estructura cerebral funciona como un ecualizador que permite compensar y modificar las respuestas a fin de obtener unas características finales determinadas que, en conjunto, sean útiles.
Técnicas de relajación
A nivel práctico, estos resultados implican que la respuesta final que genera la emoción de miedo ante la anticipación de una amenaza no depende solo de esta anticipación y de la naturaleza de la misma amenaza, sino también del estado interno del cuerpo, como por ejemplo el ritmo cardíaco, y de la autoconsciencia que se tenga, dado que la función de la ínsula es precisamente integrar todas estas señales.
En otras palabras, el estado del cuerpo cuando se anticipa una amenaza condiciona la respuesta de miedo a esta misma amenaza. Por ello, algunas de las técnicas que se recomiendan para reducir la ansiedad, la angustia y la posibilidad de sufrir ataques de pánico a las personas que los tienen consisten en regular la respiración y hacerla más profunda y pausada, lo que ralentiza el ritmo cardíaco. Y no solo eso: también pretenden hacerla más consciente. De esta manera, las señales que recibe la ínsula permiten ecualizar la respuesta de miedo de manera que se rebaje el tono.
* Traducido del artículo de David Bueno: «Reduir el ritme cardíac com a estratègia per controlar la por» publicado en Diari Ara el 25 de diciembre de 2021.