De las poco más de 1.500 personas que llenaron el campo Baldiri Aleu, sólo uno entendió el protocolo adecuado para presenciar semejante cita épica. La Unió Esportiva Santboiana, el club más antiguo de todo el rugby español, tenía que ganarle a el Cajasol Ciencias para no descender de la máxima categoría por primera vez en su historia. El catalán septuagenario, colorado por el sol del medio día, cruzó la pierna y encendió el primer cigarillo.
En pleno marzo de carnaval, con un “Pedro Picapiedra” mal disfrazado en la butaca de atrás, el caballero daba cátedra del amor incondicional hacia un deporte. Llevaba una camisa de rayas azules, corbata roja perfectamente alineada con un nudo digno de premio internacional, el saco marrón de tres botones hacía juego con el pantalón y los zapatos café. La vista clavada en el campo. Así se ve un partido de rugby.
Con la misma intensidad de los jugadores al calentar, observa cada uno de los detalles de la antesala del cotejo. Balbucea sus criterios y hace gestos en desacuerdo por la presencia de una bandera andaluza al lado del banco de los visitantes. Un hombre se acerca a saludarlo deseándose suerte mutuamente mientras el se toma la solapa del saco diciendo con serenidad “tranquilo, es el de la suerte”.
Habían pasado 15 minutos del primer tiempo con un cuadro catalán mostrando el instinto de supervivencia que sale al borde del abismo. El marcador reflejaba el dominio local, 10-0. Los restos de los primeros tres cigarros yacían en el suelo, lo vivía con mucha calma, no sonreía. Permanecía con la pierna cruzada y con la cara siempre de frente al sol.
Los andaluces entendieron de que iba la tarde. De a poco empezaron a mover la pelota. Los nervios de una mala temporada empezaban a brotar con despistes del equipo local. El primer síntoma de preocupación llegó. La pierna ya no estaba cruzada, sus manos apoyadas en las rodillas mientras veía como llegaban los primeros tres puntos del equipo científico. Se acabó el silencio, un tenue “Vamo Santboia” surgió de su boca.
Con el aliento de su gente, la Santboia retomaba fuerzas con más carácter que buen juego, a estas alturas da igual el modo. Cerca de la media hora de partido parecía resuelto, 20-8 señalaba la pizarra. El viejo observaba atento el reloj esperando que pasaran diez minutos para el descanso. Se acomodó en su butaca y recobró el porte mientras el séptimo recién salido de la cajetilla se instalaba en su boca.
El guión de una final como esta no puede darse el lujo de ser benevolente con el sistema nervioso de todo el que la observa, siempre requiere de cierta agonía. Al medio tiempo, la ventaja se reducía, 23-15. El descenso seguía expectante en el ambiente. Como en un ritual, mientras la mayoría iba al baño o compraba cervezas, el fino aficionado se quedó inmóvil en su lugar con la mirada perdida.
Vio a los jugadores de su equipo salir tras el descanso, sus manos entraron en ritmo con un par de aplausos acompañando a los “vamo, vamo” dichos con más fuerza que antes. Con la experiencia reflejada en sus canas, parecía entender que para los últimos 40 minutos de la temporada hacía falta todo, inclusive perder un poco del orden matemático de sus posturas. No estaba equivocado.
Los catalanes, más nerviosos que concentrados, iniciaron el segundo tiempo relajados con la ventaja. Cuestión que los sevillanos aprovecharon desarrollando un buen juego durante los primeros minutos, poniéndose a un punto del empate. Con toda su entereza mental, el noble caballero se puso de pie sin decir nada mirando a los jugadores como papá regañando al hijo que ha hecho algo grave.
Pareciera que la U.E. Santboiana necesita que toquen su orgullo y que cuestionen su historia para reaccionar. Los visitantes parecían tener el control cuando la garra de un equipo herido hizo que Pablo Llorens se inventara una genialidad convirtiendo un ensayo que daba aire fresco para los aficionados presentes. El viejo relajó su semblante, sereno se sentó.
La adrenalina en domingo a medio día es suficiente para desbordar cualquier rigidez mental. Tras el ensayo convertido por Joseph Colet, un suspiro paso por toda la grada y se esfumó cuando el recién ovacionado Llorens falló la transformación. Dos puntos que se iban mientras Cajasol anotaba dejando las cosas 35-29 . A nueve minutos del final, el primoroso aficionado no pudo más y se aflojo el nudo de la corbata.
La grada estaba de pie, incluido el bien vestido que, siendo víctima de los más torturantes de los nervios, tiró un cigarro consumado a la mitad encendiendo otro al acto. El último minuto estaba en juego, los visitantes tomaron la iniciativa lanzándose por un último ensayo. Tras un duro choque, los de Sevilla tomaron la pelota iniciando una transición hacia el otro extremo con los desorbitados catalanes corriendo para tapar el último hueco desprotegido.
Cuando el ovoide recorría el aire hacía el encuentro con el dorsal número 6, Juan González, quien tenía a 3 metros el ensayo del descenso, los puños cerrados del viejo golpearon su frente con el gesto desencajado. Como una premonición las manos de González se desconectaron de su cerebro dejando caer la pelota con el tiempo terminado, provocando una melé de alarido.
El “vamo, vamo” se repetía incisivamente por el esplendido viejo. La última melé se repitió cinco veces hasta que el silbatazo final retumbó en los oídos y corazones de los presentes. Lágrimas de júbilo con abrazos vigorosos se repetían en las butacas. El caballero de la “santboi” dibujó la primera sonrisa leve del día. Con el mismo porte del principio acomodo el nudo mientras daba la última mirada a la cancha. Dio media vuelta iniciando la partida, todo estaba bien, su Santboiana se había salvado y su saco, seguía vigente.