Cuando aquel sobre llegó a sus manos, Angels Lefou se sorprendió por su ligereza. El paquete parecía pesado, teniendo en cuenta sus dimensiones y su aspecto levemente abultado. Era un sobre del tamaño de un folio, marrón y acolchado; de esos que se utilizan para enviar objetos relativamente frágiles. La pequeña Lefou lo abrió y volcó en sus manos lo que había dentro. En ese momento emergió una cascada de colores en forma de envoltorio de caramelos. Un carrusel de texturas que producían pequeños destellos al contacto con la luz. Los papelitos eran de celofán y papel pinocho; grandes y pequeños; azules, rojos, dorados… Lefou los acariciaba con la mirada y las manos mientras los pedacitos de papel volaban lentamente hasta el suelo. Angels contemplaba aquello extasiada, casi sin pestañear y sin poder borrar la sonrisa de su cara.
Por aquel entonces corrían los años noventa y mandar a los hijos a campamentos de verano era una práctica muy extendida. El remitente de aquel correo era Terio, el padre de Angels. Terio sabía de la debilidad de su hija por los colores y le mandó aquella carta cargada de simbolismo. “Los colores me volvían loca. Eran mágicos ”dice Lefou dando por concluido uno de los recuerdos más claros de su infancia.
En el colegio católico en el que se educó las monjas la recuerdan como una niña extremadamente viva y despierta. Ella sonríe al recordar cuando las monjas le decían que sus padres se equivocaron y tenían que haberle llamado “dimonis”. Fue criada en el seno de una familia de diseñadores, por lo que no era de extrañar que desde su infancia desarrollara una gran capacidad plástica. Creció en un ambiente artístico en el que los conceptos y las formas se podían percibir con los cinco sentidos. A los seis años sus mejores amigos se apellidaban Manley, Faber Castells y Plastidecor.
Veinte años después de esa fascinación por los colores y las manualidades Angels Lefou es artista. Artista en el más amplio y desbocado sentido de la palabra aunque ella rechaza autodenominarse como tal. Con los años formalizó su relación con el arte e ingresó en la facultad de Bella Artes con la selectividad más que aprobada. Sacó matricula de honor. Eligió la UB y tuvo que marcharse de Valencia a Barcelona. Allí Lefou descubrió el mundo del teatro en la escuela de interpretación Carlos Lasarte, expuso en galerías como Guapopo, Niu, El laboratorio creativo o en el centro de arte Sexto continente. Tuvo una vida universitaria de lo más envidiable: lejos de sus padres y con beca Erasmus a París incluida.
El reconocimiento internacional le llegó cuando su colección de bambes apareció en la revista Vogue. Se trataba de un artículo con fotos a todo color titulado “Arte nos pès”. Aunque ella lo cuenta sin darle demasiada importancia, ¿cuantos artistas de 22 años ven un artículo sobre su trabajo en una revista de ese calado? La falta de constancia o la necesidad de experimentar le hizo dejar el negocio de les bambes a pesar de su éxito y ser especialmente rentable (vendía las zapatillas a algo más de 100 euros el par).
El estudio de diseño de sus padres ha estado detrás de muchos de sus trabajos. Si Angels garabateaba un mantel, su padre hacía de él una alfombra; si Angels pintaba zapatillas, su padre diseñaba el packaging de las cajas; si Angels amontonaba en un cajón collages y dibujos, su padre los digitalizaba y hacía un libro. Pero no sólo en Vogué se ha citado el pseudónimo Lefou. La revista de arte Carpe, publica a menudo artículos de sus exposiciones en galerías berlinesas como la Turn Gallery, la W.I.R o la Pantocrator.
Si en algo coincide la gente que conoce bien a Angels, es en que es una mujer hecha a sí misma. Ya en los primeros años de la licenciatura tuvo su primer encontronazo con colegas del sector. La escena es la siguiente. Barcelona, facultad de Bellas Artes. En un aula en la que el olor a pintura y disolvente se entremezclan, una decena de jóvenes pintores pasan horas clavados en el suelo ante un lienzo. Los chicos trabajan para una exposición que organiza la Universidad. Mientras tanto el profesor de la materia toma notas y los evalúa. Llega el turno de Angels y el profesor le exige mayor abstracción conceptual en su trabajo. Angels, se giró, levantó las cejas y con aires de grandeza le espetó al profesor “Déjame en paz”. Le salió del alma.
Para quién el arte es una forma de vida y un vehículo para expresar sus sentimientos, pensamientos, remordimientos y un montón de mientos más, no se le puede pedir un arte conceptual. “Si trabajo con arte abstracto es porque no quiero entrar en conceptos. Los conceptos son cerrados”. Inconformista, contestataria, temperamental y controvertida. Así es Lefou y así se muestra: mezcla ropa masculina y femenina, lleva un solo pendiente, calza botas militares y el pelo a lo garçon le da un aire andrógino. Los títulos de sus cuadros también imprimen su personalidad: “Grito”, “No quiero nada”, “¿Hay una salida?”, “Tripi”, ”Sociedad, suciedad”…
La búsqueda de un arte más “sincero” con el artista la llevó a Berlín hace poco más de dos años. Allí vive entregada al alemán y al arte. Cada día dedica unas cuatro horas de estudio a la lengua germana y por la tarde acude a un estudio compartido a trabajar. Pero el invierno de la capital alemana es mala época para pintar en los gélidos estudios berlineses. Los edificios son construcciones semi industriales con techos de más de tres metros y una calefacción de la época de la Guerra Fría, es imposible “Te acaba doliendo todo el cuerpo”. Por eso ha tenido que dejar aparcada la pintura unos meses y dedicarle más tiempo a la pesia y los collages. Aun así, hoy Lefou tiene las manos peladas de tanto lavárselas con agresivos disolventes y no para de mordisquearse las pieles de unos pulgares castigados ya de tanta química. Pero ella no se queja de los gajes del oficio: Sonríe.