Son las cinco de la tarde en una empresa de comunicación de prestigio, Carmen sigue revisando plantillas de documentos para averiguar cómo debe hacerse un presupuesto. Lleva casi dos meses en su “flamante” cargo de Directora de relaciones públicas y todavía nadie ha sabido explicarle cuál es exactamente su cometido.
De repente un treintañero, que ya es el máximo responsable del departamento on-line, se arranca a cantar una canción de Karina, “Las flechas del amor”. Imposible no oírle en una oficina de unos 100 metros sin tabiques. Todos, menos Carmen, se ponen a bailar al ritmo que marca el espontáneo intérprete, cuyo motivo de alegría es la cercanía del puente de la Constitución. Ella sólo se gira y los mira atónita: “Aquí se celebra todo, hasta los cumpleaños. Menos mal que cuando me incorporé, el mío ya había pasado”. Finalizada la performance, vuelven a pegar sus rostros al ordenador.
El 18 de octubre Carmen Martínez cumplió 52 años, pero no lo celebró ya que estaba en paro desde hacía un año. En 2009 acordó un despido objetivo por causas económicas con la empresa textil para la que había estado trabajando como coordinadora general. Sin embargo el término “objetivo” enmascara los motivos reales de su salida. Ella disentía de las medidas que la dueña y gerente había tomado ante la falta de liquidez del negocio. Aunque la discusión que precipitó su despido, fue acerca del encargado del almacén “al que convencí para que se pasara a la media jornada hasta que la empresa se recuperara. Cuatro meses más tarde, dirección me ordena echarlo, ahorrándose así dinero en la indemnización. Me negué”.
Amigos y conocidos ponderan la suerte que ha tenido. Pocos, con su edad, consiguen salir de la condición de desempleado en una situación de crisis como la actual, en tan solo un año. Ella asiente, pero cada día se levanta con la duda de si sabrá encajar en una empresa cuya estructura no tiene clara. En su antigua colocación, ella dirigía una organización de tipo piramidal, en cambio aquí “todo es más flexible” y por tanto más confuso. Según ella y, pese a parecer contradictorio, “el exceso de comunicación provoca caos”. La ejecutiva del departamento de cuentas, que está casi codo con codo, ya le ha mandado ocho correos para que le envíe el presupuesto de Pikolín, del que no sabe nada. “Ya veo que me tendré que espabilar sola”, añade enfadada. No estaba acostumbrada a tanta “interrelación” y por eso cree que el trabajo en equipo merma su eficiencia. Quiere que éste sea su último empleo.
Tramitar el paro fue sencillo porque en muchas ocasiones había asesorado a empleados de qué documentos debían llevar. En una hora finiquitó una trayectoria profesional de dieciséis años. Después entregó un currículo a la funcionaria del INEM, en el que no constaba ninguna licenciatura ni conocimientos de informática o inglés: “Me di cuenta que me había acomodado, pero las empresas tradicionales tampoco fomentan la formación. Además todos los cursos son en horario laboral”.
Ahora en su nuevo empleo, supervisa el trabajo de una licenciada que además de dominar idiomas, está resentida porque “creía que iba a ocupar mi cargo”. Son las seis y Carmen intenta descifrar un documento plagado de anglicismos como briefing, to be confirmed o save the date.”¡Dichoso inglés!”. Está no es la única novedad. Se le ha proporcionado una Black Berry, a la que mira con cierta aversión. Cuando llegue a casa volverá a leerse por enésima vez el manual de instrucciones.
Las nuevas tecnologías son el talón de Aquiles de su generación. Por eso, una vez inscrita en las listas del paro, se dirigió a las oficinas de Barcelona Activa con el propósito de inscribirse en un curso de informática. El único curso con plazas empezaría en febrero. Y aquí se inició el tramo más duro: “Tenía mucho tiempo. Pasé de trabajar de ocho a diez horas, a no hacer nada. Me levantaba a la misma hora, pero luego no salía de casa ni para comprar el periódico. Ni siquiera podía concentrarme en la lectura”. Cuando su médico insinuó que mostraba síntomas de depresión se asustó, rompió la receta del ansiolítico y “me impuse una disciplina horaria, repleta de actividades”. Afortunadamente a partir de febrero la informática la tuvo ocupada todas las mañanas hasta el mes de abril.
Coincidiendo con el inicio del curso y gracias a un conocido, concertó su primera entrevista de trabajo para Consa Ente, constructora de obra pública. Admite que fue un desastre porque todavía “no estaba anímicamente bien. Yo creo que la de personal no me vio una persona sólida”. Allí también pensó que sólo podría conseguir un nuevo empleo, renunciando al “escalafón” que hasta ahora había ocupado. Quizás por eso en abril aceptó ser dependienta a media jornada en una tienda de moda.
Pasados cinco meses, se produce “el milagro”, recibe la llamada del Director General de una empresa de comunicación, a la que ella misma, había encargado varias campañas de publicidad. A esta segunda entrevista fue tranquila porque “tenían buenas referencias de mí. Me supe explicar mejor y no fui a vender la moto. Yo soy buena organizando – le dije – y mis fallos son éstos”. Desde el primer día advirtió que precisamente para poner orden la habían contratado, pero cambiar una dinámica de tiempo cuesta, sobre todo si los demás no colaboran.
Ahora, sentada en su nueva mesa y a punto de irse para casa, la del departamento de Life Style le pasa una fotocopia con la letra de una canción de los Panchos. “¿Y esto?”, pregunta. “Estamos preparando un vídeo para regalárselo a Paco (el director) el día de su cumpleaños. Ya he marcado en amarillo vuestra parte” contesta la joven. Carmen lee el fragmento que les ha tocado en suerte: “Contigo aprendí, que existen nuevas y mejores emociones”. Luego deja la hoja encima de la mesa, coge sus cosas y se va.