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UB-IL3 Columbia Journalism School

Fútbol 1 – Rubgy 0

6/03/2011

Un pasillo de cemento, de escasos tres metros, separa dos campos y, su vez, dos realidades deportivas y sociales. A un lado, el Barcelona de rugby sub-20 se enfrenta al Sant Cugat. Al otro, dos equipos de amigos están reunidos cumpliendo con el calendario de encuentros futbolísticos de una liga de empresas. Fútbol y rugby. Ambos deportes se disputan una mañana de domingo la atención del público.

Las instalaciones deportivas de La Teixonera cuentan con unos pocos bancos de madera para el público entre el campo de fútbol y el de rugby. Uno de ellos está colonizado por cuatro madres coléricas, fans del Sant Cugat, que igual arremeten contra el árbitro que contra sus hijos, o los compañeros de éstos.

El resto del público está de espaldas al campo del rugby, pese a que muchos de ellos están relacionados con alguno de los dos equipos que están jugando en el otro camp. Al final del pasillo, casi tocando la terraza del bar, está el banquillo que apoya a los jugadores de fútbol. Son una reunión de consortes acompañadas de sus hijos de temprana edad. Su actitud las delata; están más por compromiso que por interés.

El inicio de ambos partidos es de forma simultánea. Mientras que el campo del rugby se respira un ambiente tenso, de completa concentración, el pachangueo de la liga de empresas distrae a cualquier curioso. Quizás sea el desconocimiento del reglamento o la falta de cultura deportiva, pero todas las miradas se centran en el fútbol, menos momentos muy puntuales. A pesar de lo violento que aparenta ser el rugby, de los placajes y las duras entradas, el partido se desarrolla con mucha menos tensión que el fútbol.

Los espectadores son la viva imagen de situaciones contrapuestas. Mujeres despreocupadas que se alertan cuando sus parejas caen al suelo con más cuento que dolor. Madres orgullosas de ver cómo sus hijos son placados y acaban siendo la base de una montaña humana de más de diez jóvenes de 80 kilos. Mujeres que increpan a los adversarios de sus parejas. Madres que alardean de la última melé o del golpe de castigo del jugador con el dorsal número 8.

El fútbol dominguero se juega todo de un tirón. Un leve descanso para cambiar de campo y prosigue el juego. El rugby sigue las pautas de la Federación; cuarenta minutos por parte y un cuarto de hora de descanso. La primera parte cierra con un 12 – 0 a favor del equipo local, quien sufre una gran remontada en la segunda parte hasta llegar a un 12 – 22 a favor del Sant Cugat. El entrenador se desagañita. “Més estrategia i menys força”. Poco a poco se impone el juego estratégico. Finalmente, la victoria se la lleva el Barcelona con un 24 – 22.

En el bando del fútbol solo tienen buena cara las mujeres, que recogen los juguetes repartidos por sus hijos y emprenden la marcha a casa. Un 2 – 2 no contenta a nadie. Malhumorados, y a punto de llegar a las manos, se despiden los futbolistas de empresa.

Otro ambiente se respira en el rugby. Con el pitido final nacen dos historias diferentes. La de la competición, la victoria y el sacrificio en el terreno de juego y la de la rabia y el no saber perder en la puerta de los vestuarios. Mientras el Sant Cugat le hace el pasillito al equipo ganador, dos de los padres del equipo perdedor increpan al árbitro, llegando a las manos.

Al igual que sucede en la vida, durante una mañana de domingo, el fútbol ha focalizado toda la atención, salvo miradas perdidas a otros puntos cuándo ha pasado algo concreto y de excepción. El resultado es el de siempre: Fútbol 1, Rugby 0.